Escuela de Hábitat y Sostenibilidad, Instituto de Arquitectura y Urbanismo, Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental
Es doctora en Biología, hizo su doctorado estudiando diatomeas -un grupo de microalgas que se usan como indicadoras ambientales, es decir que la presencia y abundancias de ciertas especies indican distintos cambios dentro del ambiente. que es investigadora CONICET, forma parte de un proyecto Antártico donde estudia las diatomeas de humedales de Punta Cierva, una Zona Antártica Especialmente Protegida. Se llama Valeria Casa y es una de las científicas que logró embarcarse con rumbo a la Antártida y va a compartir su historia en ese continente mágico y misterioso.
Es doctora en Biología, ficóloga (especialista en algas), en particular trabaja en diatomeas -un grupo de microalgas que se usan como indicadoras ambientales, es decir que la presencia y abundancias de ciertas especies indican distintos cambios dentro del ambiente. Ahora, que es investigadora CONICET, forma parte de un proyecto Antártico donde estudia las diatomeas de humedales de Punta Cierva, una Zona Antártica Especialmente Protegida. Se llama Valeria Casa y es una de las científicas que logró embarcarse con rumbo a la Antártida y va a compartir su historia en ese continente mágico y misterioso.
“Viajé a la Antártida en verano de 2018. Soy parte de un grupo en el que investigamos humedales a distintas escalas. Punta Cierva es un sistema conformado por un mosaico de humedales, donde está establecida la Base Antártica Primavera”, explica Valeria Casa.
La investigadora de la Escuela de Hábitat y Sostenibilidad emprendió viaje con un objetivo: ver las distintas comunidades, en su caso las diatomeas, y constatar si había variaciones ambientales relacionadas, sobre todo últimamente, teniendo en cuenta que se hicieron varias campañas relacionadas con la contaminación.
¿Cómo se llega a la Antártida?
Esto varía año a año, incluso mes a mes, anuncia Valeria. “En mi caso llegué vía Hércules a Santa Cruz, y de ahí salimos nuevamente en Hércules, siempre y cuando las condiciones climáticas estén aptas para el aterrizaje. Si no, hay que esperar algunos días, en puntos intermedios, explica la científica. Una vez que llegamos a continente antártico, a la Base Frey, subimos a un barco y de ahí llegamos a Caleta Cierva, y después en un barco más chico, con gomones que acercan hasta la base propiamente dicha”, detalla. Y agrega que esa fue su forma. El retorno al continente americano fue igual, pero eso varía, año a año y también dependiendo de que busques o qué esté disponible para esa campaña”, explica la investigadora.
En Antártida hay zonas que están especialmente protegidas, si bien todo el continente está consagrado a la paz y a la ciencia y hay muchas normativas que no admiten su explotación, hay zonas que tienen un especial interés. Algunas, porque son historia, algunas por registros fósiles, que hay muchos en algunas regiones, y algunas que son especialmente conservadas por la biodiversidad, y este es el caso.
Se las llama hot spot, -o punto caliente-, de biodiversidad porque son zonas en las cuales hay muchísimas más especies que en otras regiones. En Punta Cierva, y en la Base Primavera y en todo su alrededor, que es la ZAEP 134, zona especialmente protegida, se da porque es una región es una región rica en especies vegetales, algas, musgos y líquenes, y muchísima fauna asociada a esa flora. Esto es lo que lo hace tan particular.
“Si bien puede considerarse un lugar bastante prístino, y muy regulado a través de diversos protocolos internacionales, no es ajeno a verse afectado por el accionar del hombre, tanto a través del cambio climático como la presencia humana en Antártida dada por las campañas científicas, como también por la creciente actividad turística en el continente. Esta es una de nuestras principales líneas de trabajo actuales, donde analizamos cómo las comunidades se ven afectadas por metales pesados e hidrocarburos” señala.
El viaje
“Ir de viaje fue una decisión grupal. Mi directora, la Dra. Gabriela Mataloni, trabajó en temas antárticos muchos años y me invitó a formar parte del primer proyecto y las campañas. Actualmente seguimos con proyectos vigentes junto a la Dra. Victoria Quiroga y colaboradorxs del Instituto Antártico Argentino “, explica Casa. “Creo que es el sueño de mucha gente, poder conocer ese continente que es tan especial, así que no lo dudé ni un minuto y dije que sí, sabiendo que es todo un desafío”, comparte. Y cuenta su experiencia antártica de cuatro meses en verano, para tomar muestras para un relevamiento general de la biodiversidad, y también para entender el funcionamiento de estos sistemas de humedales a distintas escalas.
La logística es un desafío y llegar allá depende mucho del clima y gracias a la organización por parte de la Armada, el Ejército y la Dirección Nacional del Antártico (DNA). Llegar allá no es fácil, sobre todo la base primavera, que es una base temporaria, pequeña de unas 16 personas en total, entre personal del Ejercito y científicxs “, explica.
Allá lo más difícil uno creería que es el clima por sus condiciones extremas, pero la verdad es que el equipamiento que te dan, la ropa, hace que eso no sea un problema, y al ser una campaña de verano es más ameno. “ Yo me aclimaté bien, las temperaturas más bajas que hemos tenido fueron menos 8, menos 7 grados, el clima no fue tan difícil como uno pensaría.
“La comunicación, fue muy difícil”, subraya Casa, y dice que al ser una base tan aislada, no había internet, la comunicación es solo vía radio a través de un radio operador, diciendo cambio y fuera y dejando hablar a tu familiar del otro lado”, explica. A veces por mal clima no se puede comunicar, entonces una termina sintiéndose más aislada de lo que ya está, por esa falta de comunicación con el de afuera”, comparte. Y agrega que “no hay Google a quien consultarle cuando una tiene una duda. Hemos hecho listas de cosas muy variadas para chequear después, en conversaciones, pero Google no estaba, y le agregaba su simpatía a la convivencia”, dice.
“Asimismo, la convivencia también fue un gran desafío, éramos 14 personas de distintas edades, de crianzas muy distintas, una convivencia plena, con personas hasta ese momento desconocidas y que terminamos transformandonos en familia. Por suerte logramos llevarnos muy bien durante los casi 4 meses, ya que todos compartimos el objetivo de trabajar, pasarla bien y un gran amor por la Antártida”, comenta.
Y dice que estar ahí lo hace todo más fácil, “porque la verdad es que es un lugar mágico, es único, los hielos y los icebergs que estaban en el mar flotaban y cambiaban de forma todos los días. Una salía de la habitación, y veía ese paisaje tan imponente y te sentías tan chiquitita… Es una gran aventura desde despertarse a trabajar”, describe.
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