Escuela de Política y Gobierno, Instituto de Investigaciones Políticas, politica2

Las esquirlas regionales de la implosión venezolana

Las elecciones presidenciales realizadas el domingo pasado abrieron un nuevo capítulo de la larga crisis venezolana, que ya lleva más de una década. Mientras el gobierno de Nicolás Maduro se proclamó ganador sin dar detalles sobre el resultado de los comicios, la oposición denuncia fraude, amparada en datos propios y en el hecho de que el Consejo Nacional Electoral sigue sin publicar la información sobre las actas de votación.

Por Alejandro Frenkel*

La implosión en la que parece estar subsumido el país caribeño está produciendo una explosión hacia el resto de la región, dejando en su paso un conjunto de esquirlas que agudizan divergencias preexistentes al mismo tiempo que abre otras nuevas.

  1. En primer lugar, la crisis está haciendo crujir un elemento constitutivo de la identidad internacional de América Latina: la promoción de la democracia y la defensa de los derechos humanos. Tal es así que países que históricamente han apoyado procesos democráticos y transparentes ahora se encuentran divididos. Algunos gobiernos reconocieron de inmediato la victoria de Maduro, mientras que otros se sumaron a las denuncias de fraude, exigiendo transparencia y la publicación de los resultados electorales de manera verificable.

América Latina, en tanto actor, jugó un rol protagónico en la construcción del orden internacional moderno, fomentando algunos de su principios fundamentales como el multilateralismo, la importancia del derecho internacional y la defensa de la democracia y los derechos humanos. Este accionar se inició en el siglo XIX y principios del XX -impulsando la creación de un sistema interamericano basado en normas e instituciones comunes- continuó tras el fin de la guerra Fría -mediante una arquitectura regional de acción colectiva en defensa del orden democrático- y más recientemente tuvo lugar con la actuación de los organismos regionales y el uso de la diplomacia presidencial para afrontar situaciones de ruptura del orden democrático.

En el caso venezolano, sin embargo, la imposibilidad de los organismos regionales para encontrar una salida consensuada a la crisis se ha hecho moneda corriente. No pudieron en su momento la Unasur y el Mercosur, mucho menos el Grupo de Lima y la OEA. De hecho, el miércoles pasado el Consejo Permanente de la OEA no pudo aprobar por falta de quorum una resolución que solicitaba a las autoridades venezolanas publicar de inmediato todas las actas de las elecciones.

En este sentido, que aun siga existiendo un enclave autoritario en América del Sur es un hecho que no solo pone en cuestión la eficacia de los organismos regionales para preservar la estabilidad institucional en la región sino que, en un sentido más profundo, erosiona una tradición arraigada en América Latina de defensa de la democracia y los derechos humanos.

  1. Vinculado a lo anterior, la cuestión venezolana es un ejemplo de cómo el crecimiento de las extremas derechas genera tensiones sobre la democracia. Al mismo tiempo que se autoproclaman los salvadores de los valores occidentales y critican los regímenes autoritarios, estos movimientos reaccionarios sostienen un programa político que exacerba el individualismo, pregona a la desigualdad como algo natural y fomenta una cultura de segregación de las minorías que socava los pilares democráticos, profundiza las divisiones sociales y deteriora la cohesión comunitaria. Esta contradicción debilita la credibilidad del compromiso de los partidos de ultraderecha con la democracia y la pluralidad, al tiempo que agrava las fracturas internas y regionales.
  2. En tercer lugar, las fallidas elecciones en Venezuela han agudizado las discrepancias entre los gobiernos de izquierda. Mientras que algunos, como el de Luis Arce en Bolivia, han cerrado filas con el régimen bolivariano, reconociendo inmediatamente la autoproclamación de Maduro como ganador; otros, como Boric en Chile, Petro en Colombia, Lula en Brasil y Trudeau en Canadá, se mostraron equidistantes o críticos del accionar oficialista, ya sea poniendo en duda la transparencia de los comicios o bien demandando la publicación de resultados completos y verificables antes de pronunciarse sobre la legitimidad del proceso electoral. Si bien falta de una postura común sobre la cuestión venezolana no es algo nuevo entre los movimientos progresistas y de izquierda en la región, este nuevo episodio agrava aun más las diferencias.
  3. En cuarto lugar, la crisis no solo ha profundizado los desacuerdos entre las izquierdas regionales, sino que también está provocando divisiones en los gobiernos progresistas que tienen una lógica coalicional, como el de Lula en Brasil y Boric en Chile. Los presidentes de ambos países enfrentan presiones internas y externas para definir una postura clara respecto a la situación en Venezuela, tensionando la cohesión en sus propias coaliciones políticas.

Boric asumió una posición más escéptica de los resultados anunciados por el gobierno de Maduro, lo cual generó diferencias con el Partido Comunista, pieza fundamental de su coalición de gobierno. Lula, por su parte, viene adoptando una posición más cautelosa, sosteniendo que los comicios fueron “normales” pero demandando en coordinación con Joe Biden que el gobierno venezolano publique las actas de todas las mesas electorales. En el caso de Brasil, las discrepancias en la coalición de gobierno son dobles. Por un lado, hay una pugna al interior del PT entre un ala “dura” -favorable a reconocer la victoria de Maduro sin mayores reparos- y un ala que crítica de la autenticidad del proceso eleccionario. A ello se suman voces disidentes en otros miembros de la coalición. Es el caso del vicepresidente Geraldo Alckmin y la ministra de Ambiente Marina Silva, quienes se distanciaron de la postura oficial del gobierno, afirmando públicamente que en Venezuela no hay democracia.

  1. Por último, la situación en Venezuela también abre un interrogante sobre el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. El país caribeño ha sido uno de los temas prioritarios de la agenda estadounidense hacia la región de los últimos años y existe un consenso interpartidario entre Demócratas y Republicanos de rechazo al régimen autocrático bolivariano. Sin embargo, la política norteamericana se encuentra ensimismada por la contienda electoral entre Kamala Harris y Donald Trump, lo cual hace que Estados Unidos no esté teniendo un rol protagónico en el conflicto.

Ahora bien, si Trump vuelve a la Casa Blanca en 2025 no sería descabellado que se reactive la opción de una intervención militar externa, como ya intentó el líder republicano en su primer gobierno. Aquella vez no obtuvo apoyo suficiente en los gobiernos de la región, aun cuando Brasil y Colombia -los dos países más interesados en Venezuela y con las Fuerzas Armadas más poderosas de Sudamérica- eran gobernados por Bolsonaro y Duque, dos líderes de ultraderecha y aliados incondicionales de Estados Unidos. Si es por afinidades ideológicas, en la actualidad también parece poco viable que exista masa crítica para una intervención externa. No obstante, si la crisis venezolana sigue sin encaminarse a algún tipo solución en el corto plazo y si se afianza la percepción de que no es posible que se de un cambio de gobierno mediante las urnas, la alternativa de una intervención militar internacional podría ganar cada vez más adeptos en la región.

*Investigador del CONICET en el área de Estudios Internacionales de la EPyG-UNSAM. Profesor de la maestría y del doctorado en Relaciones Internacionales de la EPyG-UNSAM.

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Nota actualizada el 2 de agosto de 2024

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