Escuela de Humanidades, home, LICH - Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas
Con la alegría popular todavía a flor de piel por la victoria de la selección nacional de fútbol en la Copa del Mundo, la vicedirectora del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas reflexiona sobre el estallido social del 19 y 20 de diciembre de 2001. La mirada retrospectiva está teñida por un hecho dramático reciente: el intento de magnicidio de la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, que introdujo un rasgo nuevo de violencia política. ¿Cómo reconstruir un acuerdo que sirva como antídoto crítico a la radicalidad antidemocrática?
El siglo XXI comenzó en Argentina marcado por el estallido social del 19 y 20 de diciembre de 2001. El presidente Fernando De la Rúa, dirigente tradicional de la Unión Cívica Radical, quiso contener con el estado de sitio la ola de saqueos masivos, la indignación por el hambre y la captura de los ahorros bancarios. Reaccionando espontáneamente al mensaje presidencial, una manifestación policlasista ganó las calles al grito de “Piquete y cacerola: la lucha es una sola” y “Si este no es el pueblo, el pueblo donde está”.
La rebelión popular generó cambios político-institucionales concretos, como la caída del presidente, el fin de la ley de convertibilidad peso-dólar, la integración del movimiento piquetero en la gestión de políticas sociales del Estado, entre otros que podríamos enumerar a lo largo del tiempo. De todos modos, hay otros cambios más difíciles de determinar: se trata de cambios simbólicos, entre los cuales se destaca el acto de habla que acompañó la praxis corporal de un nuevo colectivo plural: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Esta particular demanda no pierde el poder de asombrarnos a medida que aumenta la distancia cronológica con los acontecimientos y nos desafía a una interpretación cada aniversario.
La formulación se caracteriza por una fuga al exceso que le da su tono de radicalidad particular. Si nos transportamos al 2001, se puede ver que las críticas estaban dirigidas a la clase política encarnada por el menemismo y a la corrupción concomitante, bandera de la alianza opositora que desplazó electoralmente a aquel peronismo en 1999.
La acción popular radicaliza la crítica, dado que no se dirige a nadie que aspire a representarla. Rechaza toda sede que no sea el pueblo en acción. El 2001 está cargado de “críticas democráticas a la democracia” (tomo prestada la expresión del subtítulo de Disonancias, libro de Guillermo O’Donnell). Después del estallido, en las escenas de las asambleas barriales, también en los trueques, hace su aparición uno de los sentidos de la democracia: participación, acción directa del pueblo sin el representante. No se podía hablar en nombre de partidos políticos, liderazgos establecidos ni instancias estatales. En cuanto a la experiencia internacional, por ejemplo, este rasgo se repitió en el movimiento Indignados en España (2015) y Chalecos Amarillos en Francia (2018). En la experiencia argentina, se repite fuera de la forma estallido, por ejemplo, en el movimiento Ni una menos, en el punto de la afirmación de un colectivo sin liderazgos ni formalización organizativa.
Los efectos del acontecimiento pueden registrarse y valorizarse a medida que pasan los años dando lugar a miradas con matices diferenciales. Este año los días coinciden con la fiesta de recibimiento de selección nacional de fútbol, campeona del mundo. La alegría colectiva sintoniza la emocionalidad del pueblo en la alegría de mano única que tan bien hace a la sociedad argentina, atravesada actualmente por fuerzas de división importantes.
Más allá de los acontecimientos alegres de estos días, la mirada retrospectiva que se me impone este año está filtrada por un vidrio oscuro: el atentado a la actual vicepresidenta, Cristina Kirchner. Lo que pudo pasar, pasó en el plano de la imagen con alto voltaje de violencia simbólica. En la manifestación ciudadana del día después al atentado, percibimos a tientas la emergencia de un rasgo nuevo de violencia política. Nos impresionaron declaraciones de adhesión al intento de magnicidio que contaron con la amplificación de medios de comunicación. Es un momento dramático de la democracia. La propia atacada tiene una interpretación de lo sucedido que hay que tomar en serio. En su discurso en el Día de la Militancia, el 17 de octubre en La Plata, sostuvo que el 1 de septiembre, día del atentado fallido, se rompió el pacto democrático, dado que el objetivo fue “suprimir al peronismo”. “Creo que es obligación de todas las fuerzas políticas de Argentina volver a reconstruir ese acuerdo democrático separando a los violentos, al lenguaje del odio, al que quiere que el otro se muera porque piensa diferente. Ningún partido político de la Argentina puede aceptar esto”.
Abordar la aparición en el espacio público de atentados criminales a la democracia me lleva a retomar las críticas a la clase política y a la representación en el acontecimiento que conmemoramos, con el objetivo de renovar los sentidos de la democracia con capacidad de circulación social, como antídotos críticos a la radicalidad antidemocrática.
19 y 20 de diciembre 2001, Democracia, estallido social, Protestas sociales, radicalidad antidemocrática