LICH - Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas

Juventud, divino tesoro

La historiadora Vania Markarian, de la Universidad de la República Oriental del Uruguay, brindará el seminario “1968 en América Latina. Militancia de izquierda y contracultura juvenil en Brasil, México y Uruguay” en el marco del doctorado en Ciencias Humanas y la maestría en Estudios Latinoamericanos. En esta entrevista repasa los temas centrales de una década signada por la violencia, pero fundamentalmente por las utopías revolucionarias.

La doctora en Historia Latinoamericana Vania Markarian brindará el seminario “1968 en América Latina. Militancia de izquierda y contracultura juvenil en Brasil, México y Uruguay. El curso se centra en esos tres países para explorar las relaciones entre conflicto social, contracultura juvenil y militancia de izquierda que caracterizaron a los años sesenta en toda la región. Será en el marco del doctorado en Ciencias Humanas y la maestría en Estudios Latinoamericanos de la Escuela de Humanidades y estará abierto a estudiantes externos. 

Markarian es doctora en Historia Latinoamericana (Columbia University) y Licenciada en Ciencias Históricas de la Universidad de la República Oriental del Uruguay (Udelar). Es la Co-Coordinadora del Archivo General de la Udelar, profesora de esa casa de estudios e integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Entre 2019 y 2021 fue Presidenta de la Asociación Uruguaya de Historiadores (AUDHI).

Realizó diversas publicaciones, entre las que se destacan Idos y recién llegados: La izquierda uruguaya en el exilio y las redes transnacionales de derechos humanos (1967-1984) y El 68 uruguayo: El movimiento estudiantil entre molotovs y música beat.

En esta entrevista esta entrevista Markarian  reflexiona sobre los movimientos de protesta de 1968 en Uruguay, Brasil y México, la relación entre movilización política y modernización cultural en la década del 60,  las ideas y prácticas contraculturales que impactaron en el activismo estudiantil y el auge y la caída de la “nueva izquierda”.

¿Qué características comunes tuvieron los movimientos de protesta de 1968 en Uruguay, Brasil y México? 

En esos tres países emergieron en 1968 movimientos estudiantiles que, en alianza con otros actores y sectores sociales, ampliaron y profundizaron sus repertorios de protesta, incluyendo la apelación a la violencia revolucionaria. Estas movilizaciones exhibieron en las calles de Montevideo, Río de Janeiro y Ciudad de México una serie de pautas de circulación global sobre lo que quería decir “ser joven”, que hizo que muchos contemporáneos percibieran su integración a un fenómeno de alcance planetario. A primera vista, por cierto, las imágenes de esas capitales latinoamericanas pueden confundirse con las de París o Stanford. Esta insurgencia juvenil de hálito global tomó por sorpresa a muchos en las viejas y nuevas izquierdas y los obligó a repensar sus concepciones acerca de la política y el cambio social. En todos los casos, el ciclo de protesta terminó con inéditas respuestas represivas estatales y con la consolidación de rasgos autoritarios, aunque en los tres países los regímenes de gobierno eran entonces muy diferentes. Las nuevas capacidades represivas, desplegadas con el apoyo de Estados Unidos, se dirigieron sucesivamente a otras formas de protesta, incluyendo las guerrillas que emergieron también en esos años y como consecuencia de esos procesos de radicalización. Los tres movimientos tuvieron consecuencias perdurables en sus sociedades: han marcado la memoria de los años sesenta y siguen reverberando hasta el presente como marca de un pasado que no se da por cerrado.

¿Qué relación existió entre movilización política y modernización cultural en la década del 60?

Si miramos a los jóvenes latinoamericanos de los sesenta, vemos la apropiación de nuevas pautas culturales de circulación global de fuerte contenido generacional que impactaron en la conformación de identidades políticas a nivel local. El espectro de las izquierdas del continente se vio especialmente cuestionado por novedades culturales que desafiaban sus concepciones anti-imperialistas y los forzó a reconsiderar ciertas asunciones sobre cómo y con quién promover el cambio social. Las movilizaciones de 1968 dramatizaron las transformaciones en las pautas de consumo y en las sociabilidades que se venían produciendo desde la década anterior y ponían en entredicho las relaciones de poder a todos los niveles: entre padres e hijos, entre profesores y estudiantes, entre hombres y mujeres, entre gobernantes y gobernados. Mirados en conjunto, estos cruces entre cambios culturales y políticos se revelan como un espacio productivo para entender a esa generación que emergió a la vida política marcada por una concepción heroica de la entrega militante y por la proliferación de nuevos iconos culturales, un espacio donde por momentos el Che Guevara y los Beatles parecieron convivir en tensa armonía.

¿Qué ideas y prácticas contraculturales impactaron en el activismo estudiantil y la militancia de izquierda?

La difusión de productos e ideas de circulación global que asociaban a la juventud, como un tramo específico de la vida, con la rebeldía en todos los órdenes impactó fuertemente en las sociedades latinoamericanas. Muchos de los jóvenes que se integraron al activismo estudiantil y a la militancia de izquierda en esos años marcados por la experiencia revolucionaria cubana eran también consumidores de estilos musicales y otras tendencias culturales anglosajonas que promovían esa asociación. Su interpretación en clave revolucionaria no desconocía las tensiones con el anti-imperialismo de esos mismos sectores pero generaba identidades políticas de fuerte impronta generacional, que muchas veces desafiaron a los más veteranos y los obligaron a reconsiderar los términos del compromiso militante. La ola represiva que respondió a ese momento expansivo de la militancia de izquierda barrió con ese espacio de imaginación política.

¿En qué aspectos desafió la “nueva izquierda” las estrategias políticas y posturas culturales de la izquierda tradicional?

Leído en clave “nativa”, es decir tal como lo interpretaron los protagonistas y contemporáneos, el cisma estuvo dado por el manido tema de las “vías de la revolución” y la importancia de la lucha armada entre las estrategias de promoción del cambio social radical en las sociedades latinoamericanas. Mirado con más perspectiva analítica, el panorama se revela más complicado, en particular porque uno de los focos de esa controversia, la experiencia y la proyección de la revolución cubana, vino a replantear conflictos anteriores como la guerra civil española y habilitó zonas de coincidencia que antes parecían imposibles. Además, los efectos de la modernización cultural y la renovación de las formas de sociabilidad atravesaron a todos los grupos y sectores de esas izquierdas, haciendo imposible la reducción de sus controversias a un solo eje dilemático. También es claro, o debería serlo, que en cada país y región las constelaciones se armaron de modo específico, las ubicaciones fueron móviles a lo largo de los “largos sesenta” y los tránsitos e intercambios entre viejos y nuevos grupos fueron más comunes de lo que suele recordarse.

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Nota actualizada el 18 de agosto de 2023

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