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A fines del siglo XIX el historiador de arte español Antonio Torres Tirado publicaba un planisferio de gran formato ideado para modernizar la enseñanza de la astronomía en los países de habla hispana. De los mil ejemplares impresos —dedicados a la Infanta Isabel de Borbón y Borbón— solo cinco perduraron hasta hoy. Uno de ellos llegó a la UNSAM para su restauración.
Por Camila Flynn. Fotos: Pablo Carrera Oser. Video: Leandro Martínez
“La Tierra no es sino una isla flotante, un Hamlet en este gran país solar, y este imperio solar es él mismo solo una provincia en las profundidades del infinito espacio estrellado”. Así describía el universo el astrólogo francés Camille Flammarion, autor del Atlas celeste, una obra de divulgación de la astronomía moderna publicada en 1877 que, poco tiempo después, sería transcripta por el geógrafo e historiador Antonio Torres Tirado para su edición del Mapa del cielo, presentada en Guadalajara (España) en el marco del cuarto centenario del descubrimiento de América. La iniciativa contó con auspicios de la Corona española, que financió la distribución gratuita de algunos ejemplares en escuelas primarias y secundarias del país.
Eran tiempos de grandes acontecimientos históricos: el siglo de las vanguardias se acercaba y la ciencia, la filosofía y las políticas educativas no se quedarían atrás. Con la expansión colonialista y la consolidación del capitalismo industrial la astronomía copernicana se consagraba, tanto en Europa como en los gobiernos fundacionales de toda América, como una de las disciplinas científicas centrales para la conformación del ciudadano moderno. En la Argentina, las primeras actividades de los observatorios de Córdoba y La Plata —influidos por los positivismos francés y alemán— incidieron en los planes de formación de las escuelas normales, que introdujeron la astronomía como asignatura clave para el desarrollo del país. En la inauguración del Observatorio Nacional Argentino, realizada en la ciudad de Córdoba en 1871, el presidente Domingo F. Sarmiento expresó: “Y bien, yo digo que debemos renunciar al rango de Nación, o al título de pueblo civilizado, si no tomamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento de las ciencias naturales”.
Publicado en España en 1897, el Mapa del cielo reunía quince litografías de gran formato diseñadas para ser montadas sobre una tela o bastidor de 2 metros de ancho por casi 3 metros de alto, cuyos fragmentos, una vez ensamblados como un gran rompecabezas, configuraban la disposición de las constelaciones de los hemisferios Norte y Sur en el equinoccio de marzo de 1860. Para su elaboración, Tirado se basó en el Atlas de Flammarion, una herramienta previa que, en su representación de los cielos, incluía más de cien mil estrellas y nebulosas y dos tablas complementarias con diseños mitológicos de las constelaciones clásicas.
“El Mapa del cielo fue concebido con fines didácticos, por lo que en principio se distribuyó en establecimientos de enseñanza inicial y media y en bibliotecas públicas de España”, explica Ricardo Ibarlucía, director del Programa de Historia de las Ideas Estéticas en la Argentina de la Escuela de Humanidades (EH) y uno de los directores, junto con el investigador del Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural (TAREA-IIPC) de la UNSAM Fernando Marte, del proyecto “Restaurar los cielos”, seleccionado por la convocatoria Diálogo entre las Ciencias 2. “La iniciativa nos permitirá estudiar uno de los pocos Mapas del cielo que aún se conservan en el mundo. El ejemplar que tenemos fue enviado en 2016 por la Facultad de Astronomía y Ciencias Geofísicas de la Universidad de La Plata (UNLP) para su restauración y acondicionamiento, lo que llevará algunos años de trabajo multidisciplinario”, detalla Ibarlucía, a cargo de un equipo conformado por astrónomos, filósofos, historiadores, restauradores y químicos.
Las litografías del mapa se entregaban junto con un manual de cincuenta páginas titulado Descripción de la Esfera Celeste. Instrucción para el Uso del Mapa del cielo. “Este libro describía las litografías en su carácter funcional, pero incluía además una breve historia de las constelaciones. Es decir que ofrecía instrucciones para el uso del mapa junto con algunas definiciones básicas sobre los fenómenos celestes. De alguna manera, el manual funcionaba como un elemento didáctico de apoyo al docente”, cuenta Ibarlucía, que amplía: “Hasta entonces, la astronomía se había enseñado mediante pinturas murales realizadas en cúpulas. El nuevo mapa, en cambio, podía colocarse en cualquier cielo raso y luego ser desmontado, lo que resolvía los problemas del costo y deterioro y favorecía la llegada a un público más amplio”.
Una vez instalado, por debajo del mapa debían colocarse una lámpara de aceite y una pequeña esfera, que proyectaba su sombra sobre las constelaciones simulando la posición de la Tierra. “Esto producía un efecto óptico novedoso. Algo así como la astronomía en la era de la obra de arte montable”, define el director del proyecto, que no solo buscará restaurar el soporte de la pieza y tomar medidas para su conservación preventiva, sino también producir una historia del objeto —sus formas simbólicas y usos didácticos— a la luz del desarrollo de la astronomía y la cartografía celeste en la Argentina y en el mundo. “Además de organizar una muestra pública sobre la tarea emprendida, que irá acompañada por un texto o catálogo explicativo, también esperamos realizar un documental sobre la restauración del mapa”, adelanta Ibarlucía.
Las cosas del cielo
El mapa editado por Antonio Torres Tirado es un planisferio de 4 metros de ancho por 2 de alto compuesto por 15 hojas litografiadas en tinta azul. Si bien su única tirada fue de 1000 ejemplares —comercializados en escuelas, facultades y bibliotecas a un precio accesible de 31 pesetas— hoy solo quedan 5 ejemplares más o menos completos, que se encuentran en el Museo de la Ciencia de Florencia (Italia), en la Biblioteca Nacional de Madrid, en instituciones de La Rioja y Guadalajara (España) y en la Facultad de Astronomía y Ciencias Geofísicas de la Universidad de La Plata (Argentina) —hoy alojado en TAREA-IIPC para su restauración—.
Elogiado por la prensa y los referentes educativos de la época, en 1898 el mapa fue reseñado por Augusto Fraissinet, miembro del Observatorio Astronómico de París, como “una hermosa carta mural y de feliz tentativa en la reforma de la enseñanza en las cosas del cielo”. Poco después, y tras exhibir el mapa en el Pabellón de Cosmografía, Geografía y Topografía, Torres Tirado recibiría dos medallas de plata en la Exposición Universal del París (1900).
El Mapa del cielo presenta la imagen de dos hemisferios celestes en el equinoccio del 21 de marzo de 1860. Allí aparecen los polos y las constelaciones clásicas (Tauro, Andrómeda, Pegaso, Cassiopea, etc.), que coinciden, sobre todo en el hemisferio Sur, con las constelaciones modernas. “Es una especie de fotografía del cielo de ese momento”, explica Néstor Barrio, decano de TAREA-IIPC. “El dibujo en el cielo es una de las escrituras más antiguas. En todas las civilizaciones, lo primero que se hizo fue pintar los cielos. Los pueblos precolombinos también tienen sus imágenes celestes, que difieren del cielo de la civilización occidental”, amplía el especialista.
Basado en el estado del conocimiento astronómico de la comunidad científica internacional a fines del siglo XIX, el mapa reúne las viejas constelaciones griegas —representaciones de divinidades y monstruos o seres mitológicos, cada una con su correspondiente relato mítico—, pero también incluye las constelaciones modernas, correlato del descubrimiento de nuevas estrellas. “Es un momento en el que se comienza a representar lo nuevo: máquinas eléctricas, instrumentos de medición y de observación, dispositivos tecnológicos, nuevas convenciones que entran en vigencia a medida que avanza la navegación de los mares del Sur y de cuyo proceso no se sabe mucho, por lo que estamos recopilando bibliografía”, cuenta Barrio. “Todo esto hay que pensarlo como el desarrollo mismo de la ciencia astronómica. Sería interesante ver cómo fueron la génesis y la evolución de esas denominaciones”.
El que quiera azul celeste…
A mediados de 2016, la Facultad de Astronomía y Ciencias Geofísicas de UNLP solicitó a TAREA-IIPC un diagnóstico para la restauración del mapa, que llegó enrollado y en malas condiciones. “El problema principal es que el papel está en muy mal estado”, explica Ana María Morales, una de las restauradoras del proyecto. “Son quince pliegos de hojas litografiadas y adheridas a una tela que luego fueron barnizadas. Esos procedimientos, sumados a la exposición ambiental, hicieron que el papel se deteriorara mucho. De hecho, hoy está tan frágil que la más mínima manipulación lo daña, por lo que buscaremos consolidar el soporte”, amplía Morales, al frente del equipo de expertos y estudiantes que ya está acondicionando la pieza.
“Primero realizamos una limpieza superficial del anverso con pinceles en seco y rescatamos los fragmentos que estaban desprendidos. Luego, para consolidar el papel, removemos la tela, que también está deteriorada. Se trata de un proceso que haremos de a poco y con paciencia”, detalla Morales. Luego se realizará un “laminado”, que consistirá en adherirle un nuevo papel, el cual —una vez reforzado el original— permitirá iniciar el trabajo de restauración de la imagen. “Mientras tanto, iremos arreglando las roturas y completando los orificios con injertos. Después vendrá otra etapa de remoción del barniz del anverso, que cambió mucho de color e impide ver con nitidez las constelaciones y las palabras”, explica la especialista.
Una vez restaurado, el mapa regresará a la UNLP. “El mapa pertenece al museo de la Facultad de Astronomía”, apunta Barrio. “Su último lugar de exhibición fue el viejo Observatorio de la institución. Luego estuvo colgado en un pasillo. La idea ahora es rescatarlo para volver a exhibirlo. Y si bien no sabemos cómo llegó a la Argentina, su presencia en la UNLP seguramente se remonte a los orígenes de la nacionalización de la universidad. Al menos esa es nuestra hipótesis. Pudo haber sido una donación o una compra, no los sabemos, son cosas que tenemos que verificar”.
Otro de los objetivos del proyecto es definir los usos que el mapa tuvo en el país. “A principios del siglo XX, las masas emergentes comenzaban a acceder a la educación pública. Si la pieza pasó por el Colegio Nacional de La Plata, seguro tuvo un uso didáctico, algo totalmente consistente con el tipo de enseñanza que se impartía por aquellos años. Este mapa no era un objeto caro: su producción en imprenta y su formato desmontable conllevan una idea de lo popular, un proyecto de acercamiento de los cielos a un público más amplio. En ese sentido, el hecho de que no se hayan encontrado otros ejemplares en el país es llamativo, porque en esa época ya había importadores”.
Para Fernando Marte, se trata de una pieza patrimonial clave: “Como objeto es único porque nos permite plantear infinidad de preguntas. Podemos discutir si su costo de 30 pesetas era o no un limitante, o podemos pensarlo como un aporte a las historias de la ciencia, la universidad y el comercio. Es el objeto ideal para impulsar el diálogo entre las ciencias”. Por eso, la idea es activarlo, ponerlo en funcionamiento. “Vamos a montarlo siguiendo las instrucciones para después usarlo en una clase introductoria de Historia de la Astronomía, la cual tendría a estudiantes secundarios como destinatarios. También queremos hacer un documental sobre el proceso de restauración, pero necesitamos fondos para concretarlo. Ahora todos nuestros esfuerzos están puestos en conseguir los recursos para continuar con la restauración”.
Proyecto: “Restaurar los cielos” (Diálogo entre las Ciencias 2)
Directores: Ricardo Ibarlucía y Fernando Marte
Integrantes: Ana Morales (TAREA-IIPC), Karina Palavidini (EH), Nicolás Kwiatkowski (IDAES), Lucio Burucúa (TAREA-IIPC), Damasia Gallegos (TAREA-IIPC), Beatriz García (ITeDA), Lía Dansker (IDAES), Mauro Sarquis (CONICET-UNSAM), Carolina Martínez (FILO-UBA) y Cristian López Rey (TAREA-IIIPC)
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