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La Secretaría de Políticas Universitarias junto al Consejo Interuniveritario Nacional anunció la ampliación del Plan de Virtualización de la Educación Superior y dio a conocer los resultados de una encuesta que midió el impacto de la pandemia en la universidad. Especialistas de la UNSAM analizan la situación en la tercera nota sobre educación en tiempos de crisis.
Las conversaciones con lxs compañerxs de cursada, el viaje en el Tornabus, los banquitos de madera, el café de Mensita, los perros tomando sol en el pasto, las piruetas voladoras de lxs circenses, las risas ante la anécdota del jabalí corriendo por el Campus. La experiencia física del campus y las aulas es irremplazable: los comentarios en las redes sociales de la UNSAM son una bitácora de todo eso que los estudiantes y docentes extrañan de la “presencialidad”. La pandemia obligó a reconfigurar la educación en la UNSAM y en todas las universidades del país la virtualidad se convirtió en una regla ya establecida desde marzo de 2020 ¿Qué impactos tienen las políticas sanitarias en la educación superior?
Según la encuesta El impacto de la pandemia Covid-19 en las rutinas educativas llevada a cabo por la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación, el 47,5% de lxs 25.773 estudiantes sondeados se mostró “Algo satisfecho” con las acciones desarrolladas por su universidad como respuesta a las condiciones impuestas por la pandemia. Sobre ese mismo ítem, el 35,5% de lxs 6.265 docentes encuestados se mostró “Muy satisfecho”, el 81,9% de las 33 autoridades universitarias dijo estar “Muy satisfecho” y el 42,3% de lxs 2.589 trabajadorxs no docentes se manifestó “Muy satisfecho”.
Jorge Steiman es asesor de la Secretaría de Políticas Universitarias y docente de la Escuela de Humanidades (EH). El especialista en educación identifica tres momentos que atravesaron a la universidad pública en el contexto pandémico: el primero en el primer semestre de 2020, cuando arremetió la pandemia y hubo que adaptarse a la virtualidad como sea; el segundo en el segundo semestre, cuando se tomó conciencia de que la situación perduraría y se empezaron a pensar contenidos específicos para la virtualidad; y el tercero en el primer semestre de 2021, cuando se presentaron todas las materias con la lógica de la virtualidad.
La encuesta muestra que el 99,3% de los estudiantes tiene celular, pero solo el 52,6% tiene computadora en su casa y el 56,7% cuenta con internet de buena calidad. “La conectividad tiene un abarcamiento diferenciado según la zona. Desde el Ministerio de Educación se liberaron los datos en las plataformas edu.ar, lo que solucionó varios problemas pero no todos. Sin dudas, el mayor desafío que tenemos en políticas públicas a futuro es garantizar conectividad para todos y todas. Una idea que se había empezado a desarrollar en el gobierno de Cristina Kirchner con la fibra óptica tendida en todo el país, que luego fue amputada en el gobierno de Macri”, advierte Steiman.
Micaela Coronel, estudiante avanzada de la Licenciatura en Sociología en la Escuela IDAES, cuenta cómo fue adaptarse a la nueva normalidad: “Al principio fue medio engorroso porque era todo prueba y error. Nosotros en mi familia contamos con computadora y WiFi, entonces, dentro de todo la manejé bien. Después de un año creo que ya me pude estabilizar, pero bueno, también contaba con las posibilidades de entrada. Muchos chicos de la universidad no la tuvieron tan fácil”.
La crisis económica y los recortes presupuestarios al sistema científico-tecnológico y a la educación superior encontraron a la universidad pública parada sobre un terreno pantanoso, y la pandemia no hizo más que agregar agua al fango. Según la encuesta de la Secretaría de Políticas Universitarias, el 60% de los estudiantes desarrolla algún tipo de actividad laboral y el 58% afirma que los ingresos de su hogar se vieron afectados negativamente en el último año.
Silvia Bernatené, decana de la Escuela de Humanidades y profesional en diálogo permanente con la comunidad universitaria cuenta que la crisis económica impactó en la necesidad de estudiantes y docentes de aumentar sus horas de trabajo. “Hoy necesitamos una política que además de las decisiones pedagógicas sobre la virtualidad tenga en claro cuáles son las condiciones que se necesitan. Tenemos que pensar que para sostener prácticas virtuales hay que generar un conjunto de condiciones materiales sobre conectividad y equipamiento para que efectivamente pueda realizarse en situaciones de igualdad”, explica.
Cuando las universidades pasan a modo virtual (la mayoría entre fines de marzo y principios de abril de 2020) el derecho a educación se enfrentó con diferentes barreras. Una de ellas fue la del acceso a dispositivos y conectividad. En el caso de la UNSAM, se hizo un esfuerzo a través de un fondo de donaciones para adquirir material informático para estudiantes, préstamos de notebooks que no estaban en uso, o se proveyó de conectividad a partir de un acuerdo del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) con las compañías telefónicas. Para este año, la UNSAM destinó parte de su presupuesto a la compra de equipos que en breve comenzarán a distribuirse a estudiantes que los necesiten.
Los propios estudiantes también se movieron: por ejemplo, el centro de estudiantes de la Escuela IDAES organizó una movida solidaria de préstamos de dispositivos. “Primero vimos quienes tenían dificultades para cursar. A partir de eso empezamos a pedir dispositivos tecnológicos a quienes podrían prestarnos y contactamos a gente que ya contaba con esas herramientas. Fuimos el nexo entre aquellos que necesitaban y aquellos que querían donar. Conseguimos donaciones para más de 20 personas”, cuenta Micaela Coronel.
El 63,4% de lxs docentes consultados no tenía experiencia en educación a distancia antes de la suspensión de las clases presenciales. Si bien el 61% afirma haber podido cubrir entre el 80% y 100% de los contenidos, más de un 37% sostiene que pudieron cubrir menos del 80%, según la encuesta antes mencionada. Lxs docentes que se vieron más perjudicados son quienes imparten clases prácticas en laboratorios y trabajo de campo.
Alfonso Soler es investigador y docente de laboratorio en la Licenciatura en Biotecnología del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB). “En laboratorio en particular lo que uno puede hacer es explicar el procedimiento y utilizar resultados de años anteriores. También adaptamos trabajos prácticos para que los chicos hagan en las casa, lo que los re motivó y trabajaron con muchas ganas”, resalta pero reconoce las dificultades de la virtualidad: “Obviamente se pierde mucho, no se pueden hacer los experimentos que teníamos previstos y sobre todo se pierde la cuestión del estar ahí, el ver a la gente a los ojos y explicarles lo que realmente les hace falta”.
“En el segundo cuatrimestre estamos plenamente confiados de que va a haber espacios de presencialidad. La campaña de vacunación ya está llegando a los docentes universitarios e incluso a algunos estudiantes y el clima va a mejorar”, dijo Jaime Perczyk, secretario de políticas universitarias, en la conferencia de prensa realizada el 7 de junio, en la que presentó los datos de la encuesta y anunció la segunda etapa del Plan de Virtualización de la Educación Superior (VES II), que con una inversión de 1500 millones de pesos busca crear “aulas híbridas” para la formación bimodal.
“La bimodalidad se está instalando para quedarse para siempre”, dice, contundente, Steiman, quien está convencido de que el futuro de la formación universitaria se repartirá entre clases presenciales y virtuales. “Antes todos los profes decían ‘virtualidad es mala calidad’. Ahora todos descubrieron que la virtualidad no solo es buena, sino que en ocasiones incluso es mejor que la presencialidad”, manifiesta.
Un año antes del inicio de la pandemia, la Escuela de Humanidades implementó la bimodalidad para el primer año de la carrera de Psicopedagogía. La gran demanda por la inscripción a esa carrera obligó a pensar alternativas porque el número de inscriptos desbordó la disponibilidad real de aulas y sillas. La solución implementada fue una alternativa de bimodalidad: separados el total de inscriptos en dos grandes grupos, en una misma semana un grupo tuvo clase presencial y el otro virtual, invirtiendo esa relación a la semana siguiente. Y así, todo el cuatrimestre. La modalidad requirió atender con calidad tanto lo pedagógico como lo tecnológico. Lxs docentes grabaron sus teóricos en videos cortos y con el acompañamiento de procesadoras didácticas diseñaron la clase virtual asentada sobre el video y las disponibilidad de tareas de la plataforma.
Silvia Bernatené resalta la potencialidad de la formación bimodal, pero advierte que su implementación depende de cada disciplina académica. “No resulta de la aplicación de un modelo estandarizado. Aún en situaciones de presencialidad plena los estudiantes acceden a información mediada por tecnología antes de ingresar a la clase: la consulta de materiales en la red, videos para entender lo que se explicó, entre otras acciones. Eso ya estaba en la vida de un estudiante pero ahora estamos hablando de incorporarlo oficialmente a la vida del aula. Yo creo que es muy potente, pero hay que analizar las formas, porque cada disciplina tiene una propuesta particular”, concluye.