Escuela de Humanidades, LICH - Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas

El agroextractivismo y la lucha por el buen vivir: ¿Qué proponen los nuevos enfoques agroecológicos?

Lxs investigadorxs del Programa Conflictos Socioambientales, Conocimientos y Políticas en el Mapa Extractivista Argentino de nuestra Escuela de Humanidades investigan la expoliación de los llamados “recursos naturales” de la Argentina. Para el caso del agro, denuncian un modelo hegemónico que genera contaminación, pérdida de biodiversidad y despoblamiento rural. Pero también observan nuevos movimientos de resistencia que emergen en todo el país y que practican la agroecología como una alternativa económicamente viable, socialmente justa y ambientalmente sostenible.

Por Verónica Engler

El 38 % de la superficie firme de la Tierra hoy está ocupada por la agricultura y la ganadería, lo que representa aproximadamente 1500 millones de hectáreas de tierra para cultivo y 3500 millones para pastoreo. La agricultura industrial —que se realiza a gran escala— ocupa entre el 70 y el 80 % de la tierra arable global, consume un 80 % del petróleo y un 80 % del agua, y genera entre el 20 y el 30 % de los gases de efecto invernadero. Sin embargo, solo aporta el 30 % de los alimentos que consumimos porque, mayormente, destina sus cosechas a un uso no alimentario, como por ejemplo a los agrocombustibles (biodiesel y bioetanol) y al consumo animal.

¿Qué se cultiva? ¿Cómo se cultiva? ¿Qué tipos de alimentos se obtienen? ¿Quiénes ganan y quiénes pierden con este esquema? Estas son algunas de las preguntas que, desde hace décadas, formulan quienes cuestionan este sistema productivo. “El agroextractivismo del siglo XXI es intensivo en el uso de combustibles fósiles, plaguicidas y fertilizantes químicos, consumo intensivo de agua dulce y concentración de la riqueza derivada del negocio de las mercancías agrarias”, dice Cecilia Gárgano, integrante del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas (LICH) de la Escuela de Humanidades (EH) de la UNSAM. “Además, la extensión de la frontera agrícola desplaza otros cultivos, bosques nativos y poblaciones”. 

En el LICH, Gárgano coordina el Programa Conflictos Socioambientales, Conocimientos y Políticas en el Mapa Extractivista Argentino, que se inscribe en una tradición crítica del modelo hegemónico actual. Un concepto clave en esta perspectiva es el de “extractivismo”. En el recientemente publicado Léxico crítico del futuro, Gárgano y Agustín Piaz, también integrante del LICH, explican: “La noción remite a la extracción de los denominados ‘recursos’ naturales, mayormente con fines de exportación. Se asocia así la estructuración de matrices productivas escasamente diversificadas. (…). Contiene también una articulación directa con los mecanismos estatales normativos y (des)regulatorios que lo sostienen, con discursos de legitimación y de resistencia, así como con dinámicas territoriales, efectos sociales y ambientales, prácticas políticas y procesos de creación de desigualdades”. 

En su libro El campo como alternativa infernal. Pasado y presente de una matriz productiva ¿sin escapatoria?, Gárgano destaca que, desde 1970, la agricultura argentina experimentó un cambio radical en las formas de trabajar la tierra, los tipos de cultivos, las superficies utilizadas, el uso de los suelo y los actores involucrados. Estas transformaciones estuvieron asociadas al proceso internacional conocido como “revolución verde” que impulsó la selección genética de nuevos cultivos de alto rendimiento vinculados a la explotación intensiva permitida por el riego y el uso masivo de fertilizantes químicos, pesticidas y herbicidas. Ya en la década del ochenta, el despegue de la biotecnología configuró un nuevo escenario internacional para el agro. La Argentina fue uno de los primeros países en el mundo en adoptar los cultivos transgénicos (1996) y se ubica desde entonces entre los que mayor cantidad de hectáreas le dedican a este tipo de agricultura, después de Estados Unidos y Brasil.

Quienes defienden este modelo hegemónico alegan que, bajo este formato, se genera el ingreso suficiente de divisas al país como para salvarlo del quiebre económico total. Son varias las controversias que los transgénicos han despertado desde sus inicios. Por un lado, está el tema de la producción monopolizada en pocas manos; y, por otro lado, se alega que los transgénicos dañan la salud humana y el medioambiente porque están asociados al uso intensivo de plaguicidas, aunque desde la biotecnología desestiman los discursos que hacen hincapié en el riesgo. 

Resistencias 

En muchos lugares se desarrollan conflictos ligados al uso de plaguicidas debido a lo que se consideran elevados casos de cáncer en determinados grupos poblacionales, su efecto en la contaminación del agua, la merma en la biodiversidad, el proceso de despoblamiento local y la pérdida de escuelas rurales. El programa que lidera Gárgano se interesa particularmente en las historias de resistencia a este modelo agrícola. Para llevar adelante las investigaciones se movilizan a lugares como Pergamino, La Plata, Lobos o La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, o El Bolsón y Lago Puelo, en la comarca andina de Río Negro. Allí, y en tantos otros lugares de la Argentina, diferentes grupos reclaman y ponen en marcha alternativas, como la agroecología, o idean maneras de autofinanciarse como las que implementan floricultores del Gran La Plata, que organizan fondos de bajo interés para poder continuar con sus cultivos.  

Investigadoras e investigadores del Programa entrevistaron a decenas de personas y observaron las experiencias que se desarrollan en esos territorios. Parte de la información recabada sirvió para armar el Mapa del Agronegocio en la Provincia de Buenos Aires, una aplicación georreferenciada que permite ver los diferentes conflictos que actualmente existen en este distrito. “Entendemos por conflictos socioambientales a las acciones colectivas donde uno o más grupos entran en dinámicas de oposición y disputa pública acerca de la distribución desigual de costos, beneficios y efectos de las prácticas productivas, como acerca del reconocimiento de formas alternativas de significar, valorizar o conocer el ambiente común”, explican en la presentación del proyecto. 

El Mapa se propone como un espacio en construcción, lo que implica que está abierto a la recepción de datos que amplíen y mejoren la herramienta. Uno de los fines de esta iniciativa es compartir la información recabada, pero también mostrar que los diferentes conflictos no son casos aislados, sino que forman parte de un problema sistémico. Se eligió realizar el primer mapeo en la provincia de Buenos Aires porque es la más extensa y más densamente poblada del país y porque, en las últimas décadas, viene registrando una escalada en la conflictividad derivada de la matriz agraria.  

En 2021 la extinta Dirección Nacional de Agroecología (que dependía de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca) invitó a referentes nacionales del sector para consensuar una definición. Reconocieron, en línea con lo que se plantea a nivel mundial, que el enfoque agroecológico es de naturaleza transdisciplinaria, que abarca la ciencia, un conjunto de prácticas y un movimiento social. Se trata de un paradigma que promueve el diseño y gestión de sistemas económicamente viables, socialmente justos y ambientalmente sostenibles, y orientados a fortalecer el buen vivir de toda la sociedad. Una decena de provincias argentinas suman más de 45 municipios en los que se ha expandido esta agricultura. Florencia, una fabricante harinera de Pergamino entrevistada por Gárgano, sostiene: “No buscamos tener el monopolio de un producto, sino todo lo contrario. Es base de la agroecología también tratar de expandirse en un radio pequeño para evitar que alguien tenga el monopolio y el resto tenga que vivir del chiquitaje”.  

La agroecología, en definitiva, tiene que ver con la no utilización de agroquímicos, el cuidado de los suelos y de las personas que trabajan, y con tener en cuenta el circuito completo de distribución y comercialización, de manera de propiciar un reparto justo entre quienes producen y quienes consumen. 

“La conexión entre agronegocio y hambre es directa, si se la quiere ver”, afirma el politólogo Mariano Beliera, quien actualmente desarrolla su tesis del Doctorado en Ciencias Humanas en la UNSAM como integrante del Programa del LICH. Beliera investiga la forma en que se enseña agroecología y el lugar de la universidad y la academia en su impulso. “A medida que esta lógica de acumulación avanza sobre nuevos territorios desplaza otras formas de producir, reduciendo la agricultura y todo lo que implica para el ser humano a producción de commodities para exportación. Esto afecta el valor de la tierra, y además afecta otras formas de producir que no requieren uso intensivo de capital, maquinaria y agroquímicos. El avance de esta lógica incrementó la concentración de la tierra y de capitales en pocas empresas transnacionales que monopolizan el mercado mundial”.  

Este fenómeno de concentración de la propiedad de la tierra al que hace referencia el investigador, se puede observar claramente en el último Censo Nacional Agropecuario (2018) en el que la totalidad de las explotaciones agropecuarias (EAP) empadronadas fue de 250.881 unidades, contra 333.533 contabilizadas en 2002, lo que implica la desaparición de aproximadamente una cuarta parte. Un fenómeno directamente asociado a esta tendencia de concentración de las explotaciones es el despoblamiento rural. Mientras que en 2002 fueron censadas 1.230.000 personas con residencia en las EAP, en 2018 la cifra se redujo a 732.000, un 40 por ciento menos. Estas cifras indican que cada vez hay menos explotaciones agrícolas y de más hectáreas cada una, lo que supone un campo despoblado y asimétrico.  

Según organismos internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la agricultura familiar es responsable de gran parte de la generación de alimentos a nivel mundial. “Es importante aclarar que no es el agronegocio el que produce las frutas y verduras que conseguimos en la verdulería, sino la pequeña y mediana agricultura familiar, cuya disponibilidad de tierras está permanentemente en jaque por el agronegocio y la presión inmobiliaria”, advierte Beliera. “Sin embargo, en todo el mundo sucede igual: con mucha menos tierra, la agricultura familiar y campesina produce muchos más alimentos”.  

Los significados de la rosa 

Fue una búsqueda estética la que por una puerta impensada condujo a Georgina Pecchia a investigar la floricultura en el cordón verde del Gran La Plata. Ella es licenciada en Artes Dramáticas por la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y realizó la Maestría en Periodismo Narrativo de la UNSAM. Para su proyecto de tesis eligió explorar los significados culturales de la rosa en la literatura, la música y en distintos rituales, contrastándolos con los nuevos significantes que emergen en su elaboración. Entrevistó a floricultores de primera y segunda generación de migrantes japoneses, bolivianos y salteños. Además, utilizó la técnica de la “observación participante”, que le permitió registrar detalles específicos de las labores diarias, la vida cotidiana y profundizar en sus prácticas culturales relacionadas con el trabajo de la tierra. “Me enfoco en las condiciones laborales y en cómo los afectan las transformaciones territoriales derivadas del avance urbano sobre áreas rurales”. 

Pecchia, también integrante del Programa del LICH, señala que “la precariedad laboral y los costos crecientes dificultan el acceso a la tierra para los productores, particularmente migrantes. Muchos trabajan bajo contratos temporales, si es que tienen contratos, que los dejan desprotegidos al finalizar las estaciones de cosecha. Esta falta de estabilidad también influye en su capacidad para implementar prácticas agrícolas más sostenibles. Por ejemplo, la ausencia de rotación de cultivos y el uso de pesticidas degradan el suelo”.  

El análisis cultural que desarrolla Pecchia no solo contempla los significados que las flores tienen para quienes trabajan con ellas, sino también las diversas representaciones que éstas adquieren, desde la plantación de la rosa hasta su “muerte” en el Día de Muertos, una festividad clave para algunas de las comunidades andinas migrantes que elaboran estas flores. “Este ciclo también ilustra una problemática estructural: la desaparición progresiva de productores debido a la inviabilidad económica de sostener estas tareas en condiciones tan adversas”, indica la investigadora. 

Las “condiciones adversas” a las que se refiere tienen que ver con la gran dificultad para acceder a la tierra debido a la especulación inmobiliaria fomentada a partir de la década del setenta por políticas económicas y urbanísticas de la dictadura cívico-militar, y que se profundizaron en los años noventa, cuando tomaron impulso los barrios privados. Este fenómeno aumentó los precios del suelo y afectó directamente a los arrendatarios y pequeños productores. Esta precariedad es la que fomenta el desarraigo entre los trabajadores rurales, ya que no logran establecerse de manera permanente debido a los altos costos de arrendamiento, lo que los obliga a moverse constantemente, buscando nuevas oportunidades en condiciones igualmente precarias. Pecchia destaca como responsable de esta situación a la falta de políticas que favorezcan el acceso a la tierra, “al tener contratos temporales o inestables, se ven obligados a maximizar la producción para cubrir gastos, a menudo duplicando o triplicando la cantidad cultivada, lo que incrementa el desgaste del suelo y limita la adopción de prácticas agroecológicas”. Distinta es la situación cuando la persona sabe que puede trabajar la misma tierra durante años, “tiene un incentivo natural para cuidarla, invertir en mejoras y planificar a largo plazo, asegurando así la viabilidad económica y ambiental del proyecto”, reflexiona Pecchia. 

Desde el Programa del LICH consideran que el agroextractivismo en Argentina es un importante contribuyente a la crisis socioambiental, mientras que la agroecología está ofreciendo herramientas para contrarrestar esta situación y poner en práctica otros modos de habitar y concebir los territorios. “Un campo homogéneo y vaciado puede volver a estar habitado de diversidad”, propone Gárgano. 

Registros en territorio 

Una parte sustancial de las tareas que realiza el Programa Conflictos Socioambientales, Conocimientos y Políticas en el Mapa Extractivista Argentino del LICH son los registros audiovisuales, los podcasts y las actividades con organizaciones y residentes de los municipios en los que trabajan.  

Muchos de los testimonios recogidos en sus trabajos de campo se pueden ver en los cortos documentales Experiencias en el Mapa Extractivista y Lobos, historia de un pueblo fumigado. También es posible escuchar voces críticas del extractivismo en Territorios, un podcast realizado en colaboración con Canal Abierto en el que se dialoga con personalidades de diversos ámbitos como la socióloga Maristella Svampa, la escritora Gabriela Cabezón Cámara, el geógrafo Álvaro Álvarez, el abogado Enrique Viale, la ingeniera Eva Koutsovitis y la activista Paola Díaz, entre otrxs. 

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Nota actualizada el 18 de diciembre de 2024

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