Centro TAREA, Escuela de Arte y Patrimonio

Damasia Gallegos: “Si no conservamos nuestro patrimonio, los que vengan después no van a poder conocer su historia”

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El Centro TAREA de la UNSAM cumple 20 años trabajando en la conservación y restauración del acervo cultural de nuestro país. Para celebrarlo, preparó una serie de eventos que incluye seminarios abiertos a la comunidad y la publicación de un libro con la historia de diez obras destacadas. En esta nota, charlamos con su directora para conocer más sobre el trabajo realizado en estas dos décadas de vida.

Por Nadia Luna. Fotos: Pablo Carrera Oser y Centro TAREA

El patrimonio cultural está presente de diversas formas en la sociedad y, detrás de cada obra, hay historias cautivantes que van más allá de lo expresado formalmente. Son retazos del pasado que llegan al presente y ayudan a entender de dónde venimos. Sin embargo, estas obras que trascienden épocas no son ajenas al paso del tiempo. Por eso, el trabajo de conservación y restauración es una labor esencial para poder rearmar el rompecabezas de nuestra identidad, tanto individual como colectiva.

A eso se dedica el Centro TAREA de la Escuela de Arte y Patrimonio (EAyP) de la UNSAM, que el próximo 4 de octubre cumple veinte años de existencia. Para celebrarlo, su gente preparó diversos eventos, entre los que destaca el ciclo de seminarios con invitados de diversas disciplinas que compartirán con la comunidad los múltiples saberes y especialidades vinculados a la conservación del patrimonio.

Además, esta semana el Centro TAREA es sede virtual del 30.º Congreso del International Institute for Conservation of Historic and Artistic Works, el evento anual más importante en materia de conservación y restauración que, este año, se desarrollará del 23 al 27 de septiembre con sede principal en Lima, Perú.

Como broche de oro de los festejos, el Centro acaba de publicar el libro digital Tarea en la UNSAM. 20 años después, que cuenta el trabajo de restauración realizado por lxs especialistas de TAREA en diez obras destacadas. Entre ellas, los murales de Benito Quinquela Martín en la Escuela Pedro de Mendoza (CABA), el Mapa del Cielo de la Universidad Nacional de La Plata, el Fondo Documental Ricardo Carpani – Doris Halpin y los murales de Santiago Maldonado en la ciudad de 25 de Mayo.

Para conocer más sobre el trabajo que realiza el Centro TAREA, conversamos con su directora Damasia Gallegos, magíster en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano, que destaca la importancia de conservar para las generaciones futuras. “Es muy importante conocer el patrimonio porque uno no conserva lo que no conoce”, afirma.

¿Cómo nace el Centro TAREA?

El Taller de Restauración de Arte (TAREA) fue creado en 1987 por la Fundación Antorchas junto con la Academia Nacional de Bellas Artes con el objetivo principal de restaurar pintura colonial. Cuando eso finalizó, en 2004, la Fundación llamó a un concurso internacional para adjudicar las instalaciones del taller. La UNSAM se presentó a través de un proyecto del historiador José Emilio Burucúa y el restaurador Néstor Barrio, y el concurso se ganó. A partir de ahí, el taller empezó a estar bajo la órbita de la UNSAM: al principio, dentro de la Escuela de Humanidades y, desde 2011, adquirió el rango de Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural (IIPC). Desde que pertenece a la Universidad, se ampliaron los objetivos, no solo en cuanto a la restauración y conservación de piezas de otros períodos, sino que también se puso el foco en la educación y la investigación aplicada. Ahora tenemos una carrera de grado y dos posgrados, y los estudiantes se incorporan desde el inicio a los proyectos que tenemos. De ese trabajo terminan surgiendo muchas de sus tesis.

¿Cómo es la etapa de investigación que precede al trabajo de restauración? ¿Qué cosas toman en cuenta para que sea lo más fiel posible a la obra original?

En el proceso de restauración participan restauradores, pero también historiadores del arte y científicos de distintas ramas, como químicos y físicos. Para la etapa de investigación, solemos convocar a científicos e historiadores, e investigamos tanto el contexto histórico de la obra como su constitución material. Los científicos toman muestras de la pieza y las llevan al laboratorio para analizar con qué material fue realizada. Esto puede brindar datos vinculados con la época de producción de la pieza y el grado de deterioro. También usamos rayos X e infrarrojo. Hay distintas causas de deterioro: los materiales con los que está compuesta la obra, la antigüedad, los lugares por los que pasó, la manera en que fue guardada, etc. Toda esa data es muy relevante para nosotros.

¿Y cómo se realiza la etapa de restauración de la pieza?

A veces hay que adecuar las técnicas según la época de la obra o el tipo de pieza, porque no solo trabajamos sobre pinturas, también incorporamos esculturas y murales, lo que implica que a veces hay que hacer el trabajo in situ. En los últimos años, incorporamos arte rupestre, fotografía y arte urbano. Más allá de la particularidad de cada pieza, siempre seguimos los dos principios básicos de la restauración: la mínima intervención y la reversibilidad de los materiales. Esto quiere decir que intervenimos lo mínimo indispensable: si hay un pedacito roto, nos limitamos a ese pedacito. Y la reversibilidad tiene que ver con que eso que hacemos tiene que poder revertirse, si es necesario en un futuro. Por ejemplo, el Poxi-Ran es un adhesivo que tiene un envejecimiento muy malo. Si reparara una pieza con ese producto y luego tuviera que sacarlo, terminaría dañando más la pieza. Hay que usar lo que se conoce como materiales testeados, que tienen buen envejecimiento o la capacidad de ser reversibles.

¿Cuáles fueron algunos de los proyectos más grandes en los que han estado involucrados en estos veinte años?

El mural Ejercicio plástico, realizado por el Equipo Poligráfico liderado por el artista mexicano David Alfaro Siqueiros, es una de las obras más importantes en las que trabajamos. El mural había sido partido en varios pedazos y colocado en cuatro containers porque se suponía que lo iban a llevar a México, pero quedó abandonado por muchos años ahí. Entre 2008 y 2010 intervenimos esas piezas, que hoy se pueden ver en el Museo del Bicentenario.

Otro trabajo importante fue el de las lunetas de Galerías Pacífico. Cuando se hicieron las reformas para abrir el centro comercial, trajeron cuatro muros que tienen forma de luneta y miden 9 x 2.5 metros. También los guardaron en un depósito y pasaron como veinte años ahí hasta que nos llamaron para trabajar en su restauración.

Además, hicimos el Mapa del cielo, que es una gran obra sobre papel, una litografía de 2 x 4 metros que pertenece a la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente, estamos restaurando los murales de Benito Quinquela Martín que están en la Escuela N.° 9 de La Boca. Cada aula tiene un mural pintado por Quinquela, son doce en total y vamos por el quinto. Están hechos sobre un material que es bastante sensible a la humedad y están bastante deteriorados. Acabamos de terminar Mascarones de proa.

¿Cuál fue el trabajo más complejo de restaurar o que más tiempo les llevó? 

Creo que el Mapa. También tuvimos casos particulares, como la bandera de La Fraternidad -el sindicato de maquinistas ferroviarios-, que era una tela de seda bordada con hilos de oro que tuvo su complejidad porque era algo distinto a lo que estábamos acostumbrados. Por otro lado, intervenir los murales de Santiago Maldonado en el municipio de 25 de Mayo, su barrio natal, fue todo un desafío porque el arte urbano tiene la característica de lo efímero. El artista que pinta en la calle sabe que eso se va a terminar en algún momento y a veces no usa los materiales más adecuados. Además, fue muy fuerte porque tenía una carga simbólica de conservar la memoria y porque trabajamos con la comunidad y con la familia de Santiago.

Ese caso es interesante porque el trabajo de restauración se hizo en conjunto entre la universidad y la comunidad. ¿En qué medida participó la gente de 25 de Mayo?

Fue desde el minuto uno, nosotros les dábamos las indicaciones y ellos lo intervenían. Los amigos también vinieron a colaborar y la mamá no se despegó nunca de los muros, estuvo siempre presente y todo fue consensuado con ella. De hecho, firmamos un documento entre la universidad, la comunidad de 25 de Mayo y la familia de Santiago. Fue muy movilizador, además era plena pandemia.

Otro proyecto en el que nos vinculamos bastante con la comunidad fueron los murales de Quinquela. En particular hubo uno que hicimos en la Escuela N°7 “República de México” que, como está en el patio, los chicos participaban mucho, nos hacían entrevistas y las maestras de plástica hacían actividades relacionadas con la restauración.

¿Qué es más difícil de restaurar? ¿Las obras más antiguas o las más modernas?

En general, es más difícil lo moderno porque el artista usa elementos y materiales de forma arbitraria. Muchas veces, es difícil saber lo que usó. Para restauración de arte contemporáneo solemos involucrar mucho al artista. En cambio, en las pinturas antiguas, el artista no se apartaba de ciertas normas, todo estaba muy estipulado y a nadie se le ocurría, por ejemplo, pegarle caviar a una tela.

¿Cuál es la parte que más disfrutás del proceso de restauración y conservación?

Como soy una persona muy curiosa, me gusta averiguar de qué se trata una obra, qué materiales tiene, dónde estuvo: es como un juego detectivesco. Y dentro de las etapas de restauración, me gusta mucho lo que se llama reintegración cromática, que es la parte en la que se devuelven las faltantes de color que se han perdido. También el proceso de entelado, que es adherir una nueva tela en las pinturas. En general, me gusta casi todo porque la restauración es muy cautivante. ¡Uno se enamora de las piezas y después no quiere que se vayan!

¿Hay alguna en la que más hayas disfrutado trabajar?

Los murales, tanto el de Siqueiros como las lunetas, fueron súper interesantes. También me gustó restaurar la colección de pinturas del siglo XIX del Museo Histórico Nacional (Chile) de José Gil de Castro, quien retrató al Ejército argentino que participó en las luchas por la independencia. Son retratos que los militares habían mandado a pintar para enviar a sus familiares durante la campañas en Chile y Perú. Esas pinturas permiten conocer muchas cosas de la historia. Los uniformes y las medallas, por ejemplo, hablan de las batallas en las que estuvieron.

¿Qué oferta académica tienen para las y los jóvenes que están interesados en la restauración y conservación?

Tenemos una carrera de grado y dos de posgrado. La de grado es la Licenciatura en Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural, que empieza los años impares, así que pronto abrimos la inscripción para el año que viene. La Especialización dura año y medio, y la Maestría dura dos años, y ambas empiezan los años pares. Para los posgrados puede anotarse gente proveniente de diversas carreras, incluyendo arquitectura, historia, etc. Hay una entrevista previa, pero suelen ingresar todos, a lo sumo hacemos una nivelación.

La conservación del arte y del patrimonio cultural a veces parece algo muy de nicho o de museo. ¿Por qué debería interesarle a la sociedad en general?

Porque es lo que le vamos a dejar a las futuras generaciones. Si no conservamos nuestro patrimonio, los que vengan después no van a poder conocer su historia. Además, es muy importante conocer el patrimonio porque uno no conserva lo que no conoce. El ejemplo más cercano puede ser el de las esculturas que están en el campus, que se ven al pasar caminando por ahí, pero quizás muchos no conocen de qué se trata y qué valor tienen, y a veces terminan usando algunas para apoyar cosas. Es importante conocer para poder conservar.

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Nota actualizada el 2 de octubre de 2024

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