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Emiliana Folch se licenció en Psicopedagogía a los 75 años. Su discurso en el acto de graduación conmovió a todxs. La guerra en Europa, la hambruna, la escuela pública de Villa Ballester y la vida universitaria después de la jubilación. “Tenía pocas herramientas para trabajar con chicos vulnerados. Por eso vine a estudiar a la UNSAM”.
Sentada en su casa de Villa Ballester, sola, con los codos apoyados en la mesa de la cocina y las manos sosteniendo la cabeza, Emiliana se pregunta: ¿y ahora qué hago? Piensa en su hijo, piensa en el medio siglo que le dedicó a la docencia y piensa en su marido, que acaba de morir. Lo extraña. No tiene claro cuál será su próximo paso. Sí sabe que la vida sigue y ella también. Jubilada desde los 66 años, piensa en sus viejos alumnos y en sus logros como docente. Pero, sobre todo, piensa en aquellos saberes que le faltaron para trabajar en la educación de niños, niñas y adolescentes. Toma un sorbo de té y se decide: Va a comenzar la Licenciatura en Psicopedagogía en la UNSAM.
Así recuerda Emiliana el momento en el que tomó la decisión de estudiar. “O me quedaba en mi casa mirando las novelas y me convertía en la señora del barrio que pasea a los perros, o seguía trabajando. Quedarme en casa no era un plan de vida acorde a mi historia”.
Tiempo después de aquella decisión, con 75 años, Emiliana recibió su diploma de Psicopedagoga en la UNSAM, acompañada por su hijo y su nieto. “La abuela de psicopedagogía”, como la bautizaron sus compañerxs durante la cursada, brindó el discurso de apertura en la ceremonia de colación de grado en el Auditorio Carpa del Campus Miguelete. Y hubo más: en el acto estuvo acompañada por Martina Alberti, exalumna suya del Instituto Ballester Deutsche Schule de Villa Ballester, quien también obtuvo su diploma en la UNSAM tras recibirse de profesora en Ciencias de la Educación.
“En mi caso, tengo que agradecer que seguí creciendo en mi vejez gracias a la experiencia que mis profesores y compañeros me permitieron vivir. Confíen en ustedes, egresados, y dejen muy en alto el prestigio de esta Universidad, que será la huella por la que ingresarán las próximas cohortes”, dijo en la ceremonia a todxs sus compañerxs.
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Antes de ser Emiliana fue Emilienne. Emilienne François Floch nació en Francia en 1948 en el remoto pueblo de Lourdes, situado en la zona montañosa de los Altos Pirineos. Hija de padres obreros anarquistas, vivió los primeros años en la posguerra, tratando de sobrevivir a la precariedad del proceso de reconstrucción europea. Cuando cuenta su historia de vida, no deja de mencionar el legado de sus padres que, como ella afirma, comenzó a moldear su carácter incluso antes de su nacimiento.>
El padre de Emilienne fue prisionero en un campo de exterminio nazi durante la ocupación alemana en Francia. Dada la alta capacidad que tenía como chapista, durante el día lo desplazaban del campo de concentración a las compañías de trabajo vestido con traje a rayas con un blanco dibujado en su espalda con círculos rojos, un objetivo visible si intentaba escapar. “Se escapó varias veces, pero sobrevivió. Sobre todo, porque mi mamá siendo francesa y estando en la parte libre, vendió todas sus cosas y, cuando lo veía, le daba el dinero que tenía. Ese dinero era recibido por los campesinos que vivían alrededor de los campos de concentración para que cuidaran a los niños que lograban sacar de ese infierno. Estuvo en los campos donde los hacían jabón. Vio las máquinas trituradoras y las cámaras de gas”, cuenta.
Emiliana relata con orgullo que sus padres fueron “de los tantos héroes anónimos que tiene la historia y tuvieron el espíritu solidario de ayudar a la gente aún en ese horror”.
Durante su infancia, Emilienne aprendió todo lo que tenía que saber para sobrevivir en ese ambiente tan hostil. Solían adentrarse en los bosques montañosos para recoger caracoles, guindos, castañas, dientes de león, mastuerzo y leña para alimentar la salamandra que les permitía calefaccionar la casa en inviernos de hasta 2 grados bajo cero. Sin saberlo, también participaba en la reconstrucción del pueblo junto con sus amigos. “Los chiquitos, como un juego, juntábamos las rocas del río y las subíamos al pueblo. Las mujeres a una determinada hora empezaban a preparar pastones y cuando los hombres volvían de sus trabajos se ponían a ayudar a los vecinos, que tenían paredes caídas o destruidas, a recomponer sus viviendas. Lo que mamamos fue ese espíritu solidario, ese espíritu cooperativo, ese espíritu de trabajar en grupo”, recuerda.
Un día, el padre de Emilienne recibió una carta de un excompañero suyo de trabajo que hacía tiempo había migrado a la Argentina. En la epístola decía que el país era tan grande que toda Francia podría entrar en dos provincias, que había más vacas que personas y que se tiraba la comida que sobraba. “Nosotros no lo podíamos creer teniendo en cuenta la hambruna que había en ese momento en Europa. En Argentina fuimos muy bien recibidos. El primer año vivimos en Olivos, en una casa de alquiler que no podíamos pagar. Mi mamá consiguió trabajo limpiando casas por medio del consulado francés y mi papá trabajaba mucho en un taller.
El siguiente paso de la familia fue mudarse a Villa Ballester. Con el tiempo, compraron un terreno a la vuelta de esa casa que usaron para cosechar sus alimentos y criar animales de granja. “Ballester era todo campo. Las calles eran de tierra con zanja. Fue maravilloso porque significó una gran integración social venir a este barrio, que era de trabajadores de casas bajas”, recuerda Emiliana, quien para esa época comenzó sus estudios en la escuela primaria argentina: “Tengo pocos recuerdos de la escuela primaria, pero se que no me costó aprender el idioma”.
La secundaria fue espectacular, la hice en el famoso Comercial de Villa Ballester. Yo era la hija de la señora que limpiaba y del obrero chapista, que estaba siempre con su overol. Mis compañeros, algunos, eran hijos de médicos, hijos de comerciantes, estábamos todos integrados. Viví esa hermosura y los profesores que tuve me marcaron también.
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Emiliana ya tenía decidido que se quería dedicar a la docencia. Terminó sus estudios en la escuela nocturna trabajando como administrativa en una empresa en la localidad sanmartinense de San Andrés y comenzó sus estudios terciarios en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González de la Ciudad de Buenos Aires.
“Todos mis títulos son de la escuela pública, de la universidad pública y del profesorado público. Algo que no existe en muchos países. La educación en Francia es restrictiva y selectiva. Los hijos de obreros que venimos de hogares humildes tenemos el derecho de la escuela profesional, que cierra el camino del liceo y es la única graduación secundaria que te permite entrar a la universidad. En un pueblo escondido en las cimas de las montañas era imposible acceder a un liceo. Si no hubiera venido a la Argentina, no hubiera podido ir a la universidad”.
Después de terminar sus estudios terciarios, Emiliana comenzó su larga trayectoria docente. Fue profesora de inglés y francés en escuelas secundarias y terciarios, incluyendo el Instituto Ballester Deutsche Schule de Villa Ballester. También trabajó como directora del Instituto Concordia de José León Suárez.
A los 36 años, Emilienne —así era su nombre todavía— decidió adquirir la nacionalidad argentina y obtuvo su DNI, en el que legalmente pasó a llamarse Emiliana.
Con 46 años en la docencia, Emiliana entiende al sistema educativo como pocxs. “Cuando obtuve el cargo de directora renuncié a las otras escuelas en las que trabajaba, pero nunca dejé la escuela pública, eso me lo puse como una obligación para este país que tanto me dio. Vi la evolución y caída de la escuela media y cómo se plantó para resistir los embates de los cambios. Ahí es donde sentí cómo empezó esta sociedad a degradarse por la inequidad”, se lamenta.
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Jubilada, con casi 70 años y 46 de trabajo ininterrumpido, Emiliana se incribrió en la Licenciatura en Psicopedagogía de la Escuela de Humanidades (EH) de la UNSAM. Sus conocimientos y amplia experiencia docente le permitieron adaptarse rápido al ambiente universitario y el contacto con los jóvenes fue inmediato. “Me pusieron muy cariñosamente el apodo de ‘la abuela de psicopedagogía’”, cuenta.
“La carrera significó un objeto transicional para reubicarme y reposicionarme de una manera diferente en la vida. Desde el punto de vista académico y formativo, me permitió entender que debía adquirir otras habilidades para poder seguir comunicándome con los chicos de hoy, conocer en profundidad sus carencias. Me di cuenta de que los viejos docentes estábamos formados para enseñar a la clase media, pero que para trabajar con chicos vulnerados se necesita hacer otro tipo de trabajo. Yo tenía muy pocas armas y por eso vine a la universidad”, relata.
Jimena Gómez, compañera de cursada de Emiliana, cuenta: “Emi fue mi compañera durante toda la carrera. Nos conocimos sentadas en un aula el primer día del curso de preparación universitaria, las dos señoras más grandes. Ella generó algo muy importante en nuestra camada, que fue la más grande de todas gracias a su ayuda. Somos muy compañeros gracias a lo que ella fomentó en el aula, un clima de mucha convivencia”.
Emiliana siempre recuerda a Haydée Echeverría, creadora y directora de la carrera de Psicopedagogía, profesora emérita de la UNSAM e impulsora de la Red Nacional de Intervención Temprana, quien falleció en 2020. “Haydée fue una figura rectora para mí, la sentí como una protectora. Cada vez que nos cruzábamos en los pasillos me decía ‘cómo me va a gustar verte recibida’. Lamentablemente no me llegó a ver. Fue la gran maestra de maestros y por eso le dediqué mi tesis”, se emociona.
Las palabras de agradecimiento no solo van dirigidas a Haydée, Emiliana también nombra a otxs profesorxs y a su campañerxs, a quienes ayudó durante la carrera y de los cuales aprendió a “usar la computadora”. “Nadie sale adelante solo. Todos somos el resultado de las generaciones que nos precedieron, de las manos que recibimos en nuestro camino, manos que tienen nombre y apellido, que fueron referentes y que fueron nuestros padrinos y nuestros ángeles protectores”.
Hoy, Emiliana es Licenciada en Psicopedagogía e integra el Programa Psicopedagógico para Adolescentes donde realiza actividades de intervención temprana junto consu compañero Adalberto Cardozo y trabaja como voluntaria en la Biblioteca Popular y Parlante Nuevo Ser, donde asiste en tareas de alfabetización a personas ciegas.
“Emiliana fue una profesora muy importante para mí. Es el día de hoy que entro al aula como maestra y veo a los chicos a los ojos y enseguida me acuerdo de ella y de todo lo que me enseñó. Verla recibiendo su título me produce mucha felicidad”, dijo Martina Alberti, antigua alumna de la flamante psicopedagoga que obtuvo su diploma de profesora de Ciencias de la Educación en la UNSAM y hoy trabaja como docente de la Escuela Secundaria Técnica UNSAM.
Lejos de abandonar los estudios, la ‘abuela de psicopedagogía’ está a punto de comenzar a cursar la Diplomatura en Intervención Educativa en la Diversidad de la Escuela de Humanidades de la UNSAM.
“A los jóvenes les pido que se enfrenten a la sociedad de mercado que los desvía de un objetivo vital: crecer adquiriendo habilidades. No importa qué carrera elijan, pero que tengan presente que el mundo de las ideas es la mejor fantasía para un joven, para encontrar la salida a sus angustias existenciales. En la vinculación social, en el acercamiento al otro, en formar parte de ese tejido social, está la retroalimentación individual”.
Qué emoción leer esta nota, ella fue docente mía en la escuela secundaria, en el amado Comercial de Villa Ballester, felicitaciones profe!!! La amo y la recuerdo como la mejor docente, por todos los valores que nos transmitió, gracias!!
Yo la tuve como profesora de francés, en el comercial de ballester, y hoy gracias a sus clases de francés, estoy con mi marido hace 18 años, el es francés!!
Conmovedora historia. Felicitaciones a Emiliana. ¡ Chaupeu!
Emilenne, para mi, un alegron de verte activaby creciendo constatemente, y como se ve vas a seguir cosechando exitos y titulos, Te felicito. Fuimos compañeros en el Comercial.
Excelente nota!!! Me alegra el alma cuando pasan estas cosas. La educación pública tan denostada por mucha gente. Gracias por tanto Unsam ! Y gracias a Dios aún existen personas tan admirables como la profe Emilienne ( fue profesora de Francés de mi esposo en el Comercial de Ballester)
Mis felicitaciones, a la Licenciada Emiliana , parte de su historia me llega muy de cerca , porque yo este año con 65 años , y ya jubilado, empecé también en la UNSAM a cursar la carrera de contador siempre quise serlo pero por cuestiones personales no lo pude hacer, espero poder lograrlo. Y un día también en soledad me plantie que después de jubilado no quiera quedarme en mi casa a mirar televisión o el celular , sino intentar ser lo que siempre quise ser.
Una historia hermosa, conmovedora e inspiradora. Me encantaría conocerla a Emiliana.
Muchas gracias por compartir la nota.