LICH - Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas
La nanotecnología despuntó en el último cuarto de siglo llena de promesas, por la posibilidad que brinda de manipular átomo a átomo para lograr los materiales que mejor se adapten a nuestras necesidades. Sin embargo, muchas organizaciones advierten sobre potenciales riesgos para la salud y el medioambiente, pero también sobre cuestiones éticas y socioeconómicas de relevancia. El investigador del LICH Matthieu Hubert reflexiona al respecto en esta nota.
La idea de transformar la materia a escala nanométrica fue propuesta por el Premio Nobel de Física Richard Feynman en una conferencia pronunciada en 1959 ante la American Physical Society. Allí sugirió que la capacidad de reordenar la materia átomo a átomo permitiría, por ejemplo, codificar la información contenida en la Encyclopædia Britannica para que entre en un dispositivo tan pequeño como la cabeza de un alfiler. Desde entonces, y sobre todo a partir de los años 80, la nanotecnología se ha ido perfilando como una de las tecnologías más prometedoras, con impresionantes listas de aplicaciones potenciales que van desde la mejora de los circuitos integrados que hacen funcionar las computadoras y los celulares hasta aplicaciones sanitarias (desinfectantes, trazabilidad de los productos alimentarios), medioambientales (reciclaje de materiales, control de la contaminación, mejora de la eficiencia energética) o médicas (administración selectiva de fármacos en el órgano enfermo, laboratorio de análisis en un microchip, mini-robots enviados al interior del cuerpo para visualizar y reparar, etc.). Estas listas de aplicaciones potenciales, que justificaron importantes inversiones públicas y privadas desde principios de la década del 2000, dieron rápidamente la impresión de que ningún sector de la sociedad iba a escapar a algún tipo de innovación vinculada con el desarrollo de la nanotecnología –o las nanotecnologías, podríamos decir, dada la diversidad de aplicaciones y disciplinas involucradas.
Veinte años después, ya podemos ver que el sector industrial integra cada vez más las nanotecnologías en sus procesos de fabricación y en los productos que ponen en el mercado, sin que los consumidores estén necesariamente informados de ello. Las nanotecnologías ya están presentes en productos cotidianos como las cremas solares, los cosméticos, los textiles, la electrónica, los cementos, las pinturas y los barnices. También se utilizan ampliamente en la industria agroalimentaria, sobre todo como aditivos para mejorar diversas propiedades estéticas, gustativas (sabor o textura) o de conservación. Por ejemplo, los industriales utilizan nanopartículas de dióxido de titanio para blanquear ciertos productos alimentarios o modificar el color de sus tintes; a veces se añaden nanopartículas de dióxido de silicio para fijar la humedad y evitar la aglomeración de los alimentos en polvo. Los nanomateriales también están presentes en muchos objetos que entran en contacto directo con los alimentos (envases de alimentos, pesticidas, utensilios de cocina y superficies de trabajo, revestimientos de heladeras, filtros de agua, etc.).
A principios de los años 2000, algunos colectivos sociales opuestos al desarrollo de las nanotecnologías, sobre todo en Europa y Norteamérica, fueron criticados por sus propuestas radicales. Se les acusó de exagerar los riesgos al anunciar que las nanotecnologías se extenderían sin ningún control ciudadano. Sin embargo, sus temores, en particular los relativos a los peligros para la salud y el medioambiente, fueron retomados por actores tan diversos como la reaseguradora SwissRe, el Príncipe Charles o algunos investigadores que vieron rápidamente lo que estaba en juego en la evaluación toxicológica de los nanomateriales y nanopartículas. Y, de hecho, tras unos veinte años de investigación, el conjunto de estudios que apuntan a la existencia de riesgos toxicológicos ha crecido, lo que sugiere que, al final, quienes cuestionaban el desarrollo de las nanotecnologías tenían razón al advertir sobre ciertas incertidumbres. Hoy en día, las agencias de regulación nacionales e internacionales han tomado el relevo de estas primeras alertas y, en algunos países, las normativas existentes empiezan a tener en cuenta los impactos específicos de las nanotecnologías.
No obstante, al igual que otras tecnologías emergentes, las nanotecnologías plantean problemas fundamentales para la evaluación y gestión de riesgos. La legislación y los organismos reguladores siempre parecen ir por detrás de la producción de nuevos conocimientos científicos y avances técnicos. Además, se trata de un conjunto de tecnologías genéricas y transversales cuyos efectos se dejan sentir en muchos ámbitos y sectores de la sociedad. Por ello, puede implicar a varios organismos de control y evaluación. En ese sentido, el principio de precaución plantea dificultades de implementación, ya que fue concebido originalmente en el marco del derecho medioambiental, y su aplicación en el derecho laboral, de los consumidores o de los seguros no es en absoluto evidente. Asimismo, la mayoría de las normas jurídicas y reglamentarias existentes en el mundo se centran en los riesgos para la salud y el medioambiente, ignorando otras cuestiones políticas y económicas importantes que se refieren, en particular, al respeto de las libertades individuales (el riesgo de una deriva hacia una vigilancia generalizada por dispositivos invisibles que podrían usar empleadores, policía o familiares) y de las normas de propiedad intelectual (el riesgo de que los patentes sólo beneficien a unos pocos actores privados, en detrimento de la innovación y del bien común).
En definitiva, al exigir que se tuvieran en cuenta los riesgos asociados a las nanotecnologías antes de desarrollarlas, las críticas abrieron un espacio de debate que permitió insistir en el hecho de que estos riesgos no eran sólo toxicológicos (para la salud humana y el medioambiente) y que debían estudiarse más a fondo otras cuestiones éticas y socioeconómicas importantes (vigilancia, patentes, etc.). Desde las primeras advertencias, las nanotecnologías se han extendido y difundido en las sociedades y las autoridades encargadas de su evaluación y regulación trabajan en el desarrollo de normativas para hacer frente a estas nuevas cuestiones y anticipar problemas que podrían aparecer en el futuro. El desafío es estabilizar un marco jurídico y normativo que garantice un desarrollo cuidadoso y prudente de las nanotecnologías.
Ciencia Tecnología y Sociedad, Historia y Filosofía de la Ciencia, nanotecnología, perspectivas críticas