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El avance de las publicaciones científicas preliminares sin revisión de pares está cambiando el paisaje en el ámbito de la ciencia tradicional. En esta nota, seis investigadorxs analizan el fenómeno mundial en el contexto actual de pandemia por COVID-19.
“Publish or perish” (publicar o perecer) es una frase que suele repetirse en el ámbito de la ciencia y la academia, dado que, como afirman centenares de científicxs y divulgadorxs, “la ciencia no es ciencia hasta que no se comunica”. Toda la información y la teoría que se genera en el mundo deben darse a conocer en el ámbito científico para que las novedades de las diversas disciplinas sean conocidas por cada expertx en la materia.
Desde hace décadas, los experimentos e investigaciones se publican en revistas científicas internacionales en formatos específicos llamados papers. Todos estos artículos que lxs científicxs producen son revisados por otros científicxs contactados por las revistas que reciben estos trabajos en una modalidad denominada peer review. De esta manera, los revisores pueden rechazar o aprobar el artículo original o sugerir que se realicen modificaciones.
Pero claro, en el sistema tradicional la publicación puede demorar de cuatro meses a un año entre que el científico envía el paper y sus colegas lo revisan. Para acelerar el avance de la ciencia en el contexto de pandemia mundial por COVID-19 —que al miércoles 6 de mayo lleva 3.682.968 contagios y 257.906 personas fallecidas—, muchos investigadorxs optan por publicar sus trabajos en formato preprint. Se trata de artículos sin revisión de pares publicados de forma instantánea en plataformas gratuitas de acceso abierto.
“El preprint permite que la nueva información generada por la investigación pueda ser usada por la comunidad científica de inmediato, y no de acá a 5 meses. Además, en este contexto, ya no sería tan relevante dentro de ese tiempo. Nuestro grupo tomó la decisión de seguir ese camino”, dice Lucía Chemes, directora del Laboratorio de Biofísica de Proteínas y Motivos Lineales del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB).
El uso de los prerpints no es nuevo. El primer repositorio exclusivo de preprints fue creado en 1991 bajo el nombre de ArXiv, que publica trabajos sobre matemática, astronomía y física y cuenta con más de 1,3 millones de artículos disponibles. Pero BioRxiv, el repositorio más utilizado en ciencias biológicas, fue creado recién en 2013 y ya cuenta con más de 79 mil artículos disponibles, de los cuales 12.938 se publicaron en 2020 y 450 son sobre COVID-19.
Humberto Debat, investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y representante argentino de BiorXiv, señala el crecimiento actual de la herramienta: “Hay una explosión en el uso de preprints en general. La comunidad científica está adoptando los preprint como nunca lo había hecho. Entre las plataformas ArXiv, BiorXiv y MedXiv —especializada en cuestiones médicas y creada en junio de 2019— se están depositados unos 2500 perpints por mes, de las cuales 2000 son sobre COVID. La cantidad de información es abismal”.
El 10 de enero de 2020, científicos australianos y chinos depositaron como preprint la secuenciación del genoma del Covid-19 en BiorXiv. El mismo trabajo se publicó en la prestigiosa revista Nature el 2 de marzo. Todos los países pudieron sintetizar los reactivos del diagnóstico a partir del 10 de enero porque tenían la secuencia ya disponible y en forma gratuita. “Si el grupo de investigadores hacía el circuito tradicional de publicación por evaluación de pares, no hubieran liberado la secuencia genómica hasta que se publicara el artículo el 2 de marzo y ningún país hubiera podido empezar a solventar sus sistemas sanitarios”, evalúa Debat y destaca: “Las directrices médicas que han surgido de la Organización Mundial de la Salud han partido de trabajos publicados en revistas con referato y también de preprints”.
Confiar o no confiar, esa es la cuestión
Un artículo publicado en BiorXiv el 19 de marzo de 2020 — titulado Comparing quality of reporting between preprints and peer-reviewed articles in the biomedical literature— y luego validado por la prestigiosa revista Science el 26 de marzo comparó 56 preprints publicados en 2016 con las versiones revisadas por pares que luego se publicaron en revistas. Los resultados mostraron solo una modesta mejora de algunos de esos artículos. “La calidad de los informes en los preprints en las ciencias de la vida está dentro de un rango similar al de los artículos revisados por pares”, dice el paper original.
Sin embargo, muchos científicos desconfían de la calidad de los artículos publicados sin revisión de pares. “El prerpint es una muy buena herramienta, pero tenés que confiar en que la gente sepa laburar y tenga buena fe. Es verdad que al prerpint hay que tomarlo con pinzas, pero es muy útil porque te permite publicar resultados negativos, que quizás una revista no los acepta. Ponés a disponibilidad de la comunidad una información que todavía no está disponible, le das visibilidad y empezás la discusión antes de pasar por los réferis. Yo lo uso muchísimo”, cuenta Alfonso Soler, investigador del IIB.
Mariano Fressoli, docente e investigador de la Escuela de Economía y Negocios (EEyN), dice que los artículos publicados sin revisión de pares no vuelven al sistema más peligroso, sino más democrático: “El preprint no requiere evaluación, pero cuando se publica un preprint hay mucha más gente que cuando lo lee hace comentarios, lo evalúan y firman esa evaluación de forma pública. En ese sentido el prerpint es una transformación del sistema de evaluación de publicaciones hacia algo más público, democrático y transparente”.
En esa línea, Humberto Debat agrega que los preprints “son manuscritos vivientes”: “Estos artículos son corregibles. Si uno se da cuenta de un error que cometió en un dato puede mandar una nueva versión con la corrección y esta se deposita en el mismo lugar especificando que se corrigió el error que estaba en el original. La ciencia es perfectible y es una actividad humana. Está llena de errores en los preprints y en los artículos con referato”.
Uno de los errores más groseros en BiorXiv se produjo el día 31 de enero de 2020 en el que un grupo de científicos chinos publicó un estudio en el que compararon el SARS-CoV-2 con el VIH, pero fue retirado de la plataforma dos días después por las críticas de la comunidad científica. Del mismo modo, la revista científica The Lancet, que cuenta con revisión de pares, publicó en el año 1998 el artículo del británico Andrew Wakefield que relacionó la administración de la vacuna triple vírica con la aparición del autismo. El artículo fue retirado y la revista se retractó, pero fue el inicio del repudiable movimiento antivacunas que se extiende por el mundo. Por otro lado, el famoso paper de Watson y Crick, que descubrió la forma de doble hélice del ADN y les valió a sus autores el premio Nobel, fue publicado en la revista Nature el 25 de abril de 1953, 14 años antes de que la revista empiece exigir la revisión de pares, por lo que no fue evaluado por colegas.
Ética y periodismo científico
Un costado innegable que muestra el contexto actual de pandemia por COVID-19 es el bombardeo de información en los medios de comunicación sobre el tema. Las notas e informes profundos, detallados y debidamente chequeados se chocan todos los días con coberturas sensacionalistas, alarmistas y mentirosas. Ante este panorama, ¿cómo debe trabajar el periodismo con los preprints para no caer en la infodemia?
Marcelo Gorga, director del Programa de Neuroética de la Escuela de Humanidades (EH) dice que los periodistas de medios públicos y privados deben aclarar que la información que transmiten proviene de un preprint y nunca presentarlos como un hecho científico irrefutable: “La ética periodística implica la veracidad, la responsabilidad, el servicio a la comunidad y el no suscitar falsas esperanzas en quienes padecen enfermedades graves o tienen riesgo de padecerlas (como en el caso del COVID 19). A su vez, la información que se brinde debe ser objetiva, veraz, rigurosa, profunda, confiable, independiente y oportuna”.
En esa línea, Bruno Massare, periodista científico, editor y director de la Agencia TSS de la UNSAM defiende el uso de preprints como fuente de información, pero señala que hay que manejarse con “cuidados y prudencia” al momento de transmitir la noticia. “Nosotros como comunicadores, por más que estemos especializados, no tenemos la capacidad para analizar cómo fue llevado a cabo el trabajo científico que nos interesa difundir. Lo que tenemos que hacer es recurrir a otro científico especializado en el mismo tema que no haya participado de la investigación para que nos ayude a validar y sopesar la importancia y la seriedad de ese trabajo”, agrega.
Massare también propone ser prudente en el tratamiento de la información y evitar titular de forma sensacionalista para no generar miedo ni falsas expectativas. Por su parte, Gorga argumenta que uno de los principios del Código Internacional de Ética Periodística de la UNESCO (1983) expresa que “las personas tienen el derecho a recibir una imagen objetiva de la realidad por medio de una información precisa y completa”, por lo que “hay una responsabilidad del autor del preprint y del periodista que lo difunde, en promover esos valores”.
¿Un cambio de paradigma?
Un estudio publicado en junio de 2019 en la revista científica PLOS Biology estima que las publicaciones preprints podrían acelerar el ritmo de los descubrimientos científicos cinco veces en 10 años. “Lo que pasa hoy es que hay tanta gente que quiere publicar que hay mucha demora en la revisión de pares, sobre todo en las revistas más prestigiosas. Ocurre que los editores de las revistas más grandes directamente rechazan los trabajos porque no consiguen revisores”, cuenta Alfonso Soler.
Los científicos que publican preprints suelen enviar sus trabajos también a revistas científicas especializadas, dado que desde hace poco tiempo las revistas con referato empezaron a aceptar papers publicados anteriormente como preprints.
Mariano Fressoli se muestra crítico al sistema tradicional de publicaciones: “Al principio las editoriales se negaban a aceptar trabajos que fueran publicados como preprints. Las editoriales grandes tienen una tasa de ganancia mayor que Google o Facebook. Según estimaciones ganan 10000 millones de dólares anuales con costos muy bajos, porque los que producimos la materia prima somos los científicos y no cobramos por eso, de hecho pagamos y mucho”.
Por ejemplo, la revista Nature Comunication cobra 5200 dólares a los científicos por publicar y, al igual que todas las otras revistas, no paga a los científicos revisores a quienes les manda los artículos que recibe. “Las cinco editoriales más importantes tienen una rentabilidad del 37%, una de las más altas de cualquier industria del mundo”, advierte Debat.
En esa línea, Fressoli señala el avance de los preprints como un posible cambio de paradigma. “Habría que preguntarse qué es hacer una publicación científica en el siglo XXI. Ya no es necesariamente una revista con referato la única opción”, concluye.