#TalentoUNSAM, Escuela de Arte y Patrimonio, Notas de tapa
Un año después de su viaje a Egipto, Lucas Gheco retoma la campaña en las sierras catamarqueñas. La tarea no es menos faraónica: junto con un equipo interdisciplinario de la Universidad de Catamarca y el INTI, el investigador de la UNSAM finaliza la excavación de Oyola 7, uno de los 38 abrigos con arte rupestre que pueblan El Alto-Ancasti. La aventura empezó en 2008, pero todavía queda mucho por descubrir.
El sonido metálico del cucharín contra el fondo del pozo marcó el fin. Con Melu nos miramos y, sin decir nada, entendimos que la excavación de Oyola 7 se terminaba. Fueron seis años de trabajo. Por primera vez en la sierra de El Alto-Ancasti, en el extremo oriental de Catamarca, una cueva con arte rupestre prehispánico había sido excavada por completo. Solo restaba documentar el último estrato, la roca base en la que lxs primeros ocupantes de la cueva dejaron los restos de una vasija cerámica.
El calor dentro de la carpa es insoportable. Las charatas cantan desde hace horas, pero hoy podemos dormir un poco más. Quique va de carpa en carpa ofreciendo unos mates. Es un engaño placentero: quiere que nos levantemos.
Cuando empezamos las investigaciones en la zona, hace más de diez años, éramos pocxs, la mayoría estudiantes. De la campaña —como llamamos a la temporada anual de trabajos de campo— hoy participan arqueólogxs, antropólogxs, botánicxs, geólogxs, conservacionistas y artistas plásticxs, entre otrxs. Somos casi 30 especialistas provenientes de las universidades nacionales de Catamarca, Córdoba, San Martín y Buenos Aires.
El pueblo de Oyola, departamento de El Alto, Catamarca, nos recibe cada año para que podamos avanzar con nuestras investigaciones y reencontrarnos. La campaña es eso: días de mucho trabajo, pero también un momento de reunión con amigxs.
Hasta hace no tanto, la sierra de El Alto-Ancasti era un lugar desconocido en términos arqueológicos, al menos en comparación con otras regiones del noroeste argentino. A mediados del siglo XX, muchxs investigadorxs llegaron al sitio para documentar un sinnúmero de cuevas con pinturas rupestres escondidas entre cebiles, matos, molles, algarrobos y otros árboles enormes. La complejidad de las figuras pintadas, su extraordinaria policromía y buen estado de conservación hicieron que sitios arqueológicos como La Tunita y La Candelaria comenzaran a ser reconocidos en el país y el mundo.
Al principio, la similitud estilística entre aquellas pinturas y los diseños cerámicos de la cultura de La Aguada —exponente principal del arte precolombino en el noroeste argentino— indujo a lxs investigadores a interpretar el arte rupestre de la sierra como el producto de los grupos humanos que habitaron la región entre el 600-1000 d. C. La historia, sin embargo, fue un poco distinta.
Quique sigue cebando mates, ahora alrededor de una mesa de caras dormidas que se debaten entre mermelada y dulce de leche para acompañar el pan casero. Anoche, a pesar del cansancio, nadie quería dormir. No siempre se termina de excavar una cueva. Pero hoy es el penúltimo día de campaña y tenemos que acondicionar las excavaciones en curso para poder volver el próximo año.
Llegamos a Oyola 51 provistos de palas. Hace unos días excavamos el sitio y hoy tenemos que regresar la tierra a su lugar. Así de contradictoria es la vida de un arqueólogo. Para que esta excavación pueda continuar en 2020, tenemos que proteger el sitio cubriéndolo con el sedimento que extrajimos días atrás. Antes, claro, colocamos una media sombra para indicar la profundidad alcanzada.
Oyola es uno de los tantos sitios arqueológicos descubiertos en las últimas décadas del siglo pasado. Guarda 38 cuevas con pinturas y grabados, más un conjunto de antiguas casas, morteros y terrazas de cultivo. Oyola 51 es una casa que venimos excavando desde hace dos años. Su nombre responde a la numeración consecutiva de las distintas estructuras arqueológicas halladas en el sitio. Nada de ovnis, solo falta de imaginación.
Hasta el momento, en esa casa excavamos unos 45 m2 de lo que fueron parte de una habitación y el patio. Después de retirar los derrumbes de las paredes de piedra, llegamos a lo que habría sido el piso de la casa o, al menos, el último de los pisos. Apoyados sobre ese piso, hallamos los restos de varias vasijas cerámicas, muchas pintadas con colores rojos y negros, casi completas. Quedaron ahí, inmóviles, sepultados por el tiempo. También encontramos restos de fogones, morteros tallados en roca y fragmentos líticos y óseos. Colocados en bolsas plásticas, aguardan su traslado a la ciudad de Catamarca. En los próximos meses, esos materiales serán analizados en el laboratorio de la Universidad.
Aún no sabemos mucho sobre Oyola 51, pero los primeros fechados de los carbones que excavamos en 2018 indican que fue ocupada hace más de 1500 años, probablemente en simultáneo con el uso de varias cuevas con arte rupestre.
Hoy el día está nublado, por suerte. En esta época las temperaturas podrían ser inclementes. Somos muchxs: basta con organizar un pasamanos de baldes para cubrir con tierra todo el sitio. Marcos y Sole se aseguran de que cada rincón de la casa quede bien tapado. Las lluvias fuertes del verano y la curiosidad de las vacas no son buenas aliadas en esta cruzada.
De vuelta en el campamento, no sabemos si almorzar o ir directo a Oyola 7, otra de las excavaciones en curso. El tema es que la cueva está en lo alto de una lomada, a 25 minutos de caminata desde el campamento, y ya estamos bastante cansados. Esa última subida para bajar los materiales de trabajo siempre es agotadora.
Oyola 7, conocida como Casa de Piedra por lxs pobladorxs de la zona, concentró nuestras investigaciones durante los últimos diez años. Sus paredes exhiben más de 75 figuras pintadas en colores blancos, negros y rojos. Animales, humanos, motivos geométricos y muchas otras figuras cuyos referentes desconocemos. ¿Qué significaron estas pinturas? ¿Para qué fueron realizadas? Son preguntas sencillas, pero su resolución arqueológica es más compleja.
Nuestro planteo es que las posibles respuestas a esos interrogantes deben considerar las transformaciones históricas de la cueva. Creemos que tanto los significados como los usos de las pinturas —si es que podemos pensarlos como aspectos independientes— variaron al ritmo de las modificaciones en las paredes y de las prácticas sociales desarrolladas a su alrededor.
Todos estos años trabajamos en esa dirección: indagamos en los procesos históricos de construcción de los paneles pintados y en las distintas actividades realizadas en la cueva a lo largo del tiempo alternando con estudios estilísticos de las figuras, relevamientos de las superposiciones y análisis espaciales y físico-químicos.
La interconexión entre esas evidencias nos permitió advertir una historia de múltiples eventos de pintado que fueron modificando, una y otra vez, las paredes de la cueva. Es decir que los frisos con arte rupestre de Oyola 7, al igual que otras cuevas del sitio, son el resultado de numerosas transformaciones ocurridas a partir del agregado de nuevos motivos. Podemos pensar que esos motivos funcionaron como reinterpretaciones de los anteriores imprimiendo nuevas narrativas sobre las rocas.
A pocos metros de llegar a la cueva, discutimos sobre quiénes bajarán a Hondi, el generador eléctrico de marca japonesa que nos acompaña desde 2014 en las excavaciones. Después de tantos años de servicio, Hondi es unx más del equipo (por eso el diminutivo), aunque volver al campamento acarreando un motor de cuatro tiempos hace perder el cariño a cualquiera.
Cuando empezamos con la excavación de Oyola 7, hace seis años, pensamos que terminaríamos en pocos días. Incluso cada año, desde entonces, creemos que será el último. En un área total de 35 m2, en todo ese tiempo solo descendimos unos 90 cm. Parece poco, pero la estratigrafía de una cueva es muy compleja y requiere trabajar despacio. Con pincel, cucharín y un par de lámparas encendidas por Hondi, más de treinta excavadores se alternaron campaña tras campaña para desentrañar una parte de la historia de la cueva.
Los materiales hallados fueron objeto de distintos estudios. Aburriría incluir una descripción detallada de cada uno, así que voy a lo más importante: los datos de la excavación permitieron saber que esta cueva fue objeto de diferentes ocupaciones a lo largo del tiempo, separadas por etapas de relativa desocupación. En cada uno de esos eventos se desarrollaron actividades puntuales y de corta duración, acompañadas por el armado de pequeños fogones. En las últimas etapas se realizaron tallas de instrumentos líticos de cuarzo, se emplearon pequeñas vasijas cerámicas y, probablemente, se agregaron nuevas pinturas rupestres.
Lo interesante es que esos hallazgos no se parecen a los que encontramos, por lo general, en las viviendas. Esto nos lleva a pensar que las actividades realizadas en las cuevas fueron ocasionales y alejadas de la vida cotidiana.
Las dataciones absolutas obtenidas de los materiales de Oyola 7 indican fechas próximas al 800 d.C. Por lo tanto, si consideramos que los hallazgos pertenecen a una de las ocupaciones intermedias en la historia de la cueva, podemos inferir una mayor extensión temporal en el uso del abrigo, es decir, que existieron ocupaciones anteriores y posteriores a tal fecha.
Parece raro no tener que tapar la excavación de la cueva como todos los años. Esta vez llegamos a la roca base, abajo ya no hay nada. Mientras cargamos los materiales e iniciamos el descenso, con Marcos recordamos la primera vez que llegamos a Oyola 7.
Divisamos la hilera de compañerxs bajando por la senda cargadxs con baldes, cajas y zarandas. De a ratos, desaparecen en el monte. Nos preguntamos qué haremos el año que viene, cuál será la próxima excavación que nos reúna. Por ahora, caminamos atravesados por esa mezcla de satisfacción y nostalgia que produce el final de una excavación.
Te recomendamos leer el “Diario de un argentino en las tumbas de Egipto“.
Integrantes del equipo El Alto-Ancasti:
- Catamarca (CITCA – Escuela de Arqueología, UNCa): Marcos Quesada, Enrique Moreno, Gabriela Granizo, Soledad Meléndez, Carlos Barot, Débora Egea, Maximiliano Ahumada, Verónica Zucarrelli, Antonela Nagel, Exequiel Agüero, Sofia Ferreyra, Sofia Boscatto y Sofia Quiroga
- Buenos Aires (TAREA-IIPC, UNSAM e INTI): Fernando Marte, Marcos Tascón, Noemi Mastrangelo, Eugenia Ahets Etcheberry, Florencia Castellá, Sabrina Soto, Matías Landino, Micaela Alianiello, Victoria Zuchi, Omar Burgos, Rodrigo Álvarez, Soledad Pereda y Oscar Dechiara
- Córdoba (Museo de Antropología, UNC): Marcos Gastaldi, Soraya López, Josefina Quiroga
Instituciones que financian y/o ejecutan el proyecto:
- Centro de Investigaciones y Transferencia CONICET-Catamarca
- Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural (TAREA-IIPC), UNSAM
- Escuela de Arqueología, UNCa
- Mueso de Antropología, UNC
- Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica
Que bueno que se ocupen de estás riquezas arqueológicas, me gustaría poder opinar que los especialistas podrían dar una especie de charlas o algo similar para que la comunidad local comprenda el valor que esto significa y por otro lado tratar de proteger estos sitios de los visitantes que dañan el lugar, quizás sería bueno que el municipio tomé razón del valor arqueologíco y turístico que representa para la zona, utilizarlo y cuidarlo como tal …etc.
Extraño mucho este grupo de gente fantástica. Después de algunas dolencias que me mantuvieron al márgen en mi tarea de fotógrafo, deseo volver al ruedo y seguir colaborando, lo antes posible. ¡Un abrazo grande a todos!
Felicitaciones a todo el equipo!!!
y más interesante es compartir esas experiencias.
Felicitaciones! Excelente la cobertura de MEDIOS de la Unsam sobre los trabajos que realizan sus investigadores! Lucas es además de un taletosisimo joven arqueólogo, un ser humano especial, una excelente persona, igualmente los demás integrantes de la Unsam como Fernando Marte, Noé Masrrangelo, Eugenia Ahetz Etcheverry, quienes son los q tuve la dicha de conocer. Felicitaciones nuevamente por el gran trabajo que desarrollan desde el IIPC.
maravillosa experiencia!!!