En el ámbito científico y tecnológico, la desigualdad y la violencia de género se viven de manera cotidiana. Las mujeres deben enfrentar estereotipos y procesos de segregación y discriminación institucionalizados. TSS habló con especialistas y con investigadoras organizadas en distintas agrupaciones que buscan una sociedad más justa.
Por Nadia Luna, Agencia TSS
Soledad Cutuli es antropóloga y estudia el proceso de politización de las travestis. Siempre le interesó el tema. En 2007, a los 24 años, comenzó su doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Durante la entrevista de admisión, relató su proyecto de investigación ante la atenta mirada de dos profesores. Cuando terminó, los docentes intercambiaron una mirada perpleja y solo le hicieron una pregunta: “¿Qué opina tu papá de este tema?”. “Así empecé mi carrera— dice Cutuli—. También se han metido con mi identidad de género por trabajar con esa temática”.
Su caso no es una excepción. Guadalupe Maradei, doctora en Filosofía y Letras e investigadora en la misma facultad, asegura: “En el ámbito académico, hay comentarios misóginos casi a diario. Dicen, por ejemplo: ‘Te invitaron a esa conferencia porque te querían levantar’. Incluso, hay compañeras que denuncian casos de abuso por parte de sus directores o que no las quisieron presentar a evaluación porque habían tenido un hijo y consideraban que no iban a rendir lo suficiente”.
Un grupo de investigadoras creó, recientemente, el colectivo Trabajadoras de Ciencia y Universidad, con el objetivo de visibilizar y desnaturalizar las situaciones de desigualdad y violencia de género que viven de manera cotidiana. Las científicas acaban de lanzar una campaña en redes sociales titulada “A las trabajadoras de ciencia y universidad nos andan diciendo”, en la que invitan a sus colegas a contar sus experiencias. Ahí se pueden leer frases como la de un director de tesis que aconseja a sus becarias: “Chicas, no se embaracen hasta que terminen la tesis”. También la de una profesora que sentencia: “Las mujeres embarazadas no piensan bien porque tienen las neuronas llenas de leche”. El machismo no es solo cosa de hombres.
Esta trama de microviolencias cotidianas parece reforzar los procesos de segregación horizontal y vertical que se vienen discutiendo desde hace rato en el ámbito académico. La primera remite a la escasa presencia de mujeres en disciplinas como las ingenierías, matemática, física e informática. En tanto, la segregación vertical es el fenómeno que se conoce como “techo de cristal”. Las científicas son mayoría en los niveles iniciales de la carrera pero su presencia disminuye a medida que se asciende en la pirámide profesional. En la carrera de investigador del CONICET (CIC), las mujeres representan, desde la categoría más baja a la más alta, los siguientes porcentajes: investigadoras asistentes, 57 %; adjuntas, 54 %; independientes, 48 %; principales, 39 %; y superiores, apenas el 25 %.
“Tenemos muchísimo que hacer para que haya equidad en las alturas de la pirámide”, le dijo a TSS Dora Barrancos, socióloga, historiadora e integrante del directorio del CONICET. “Además, sabemos que, a mayor calificación, mayor la brecha salarial entre hombres y mujeres. El porcentaje preciso es un dato que deberíamos estudiar dentro del CONICET. Yo siempre digo que es necesario ser una mujer muy educada para ganar menos que los hombres”, bromea.
Las investigadoras reconocen que, a partir de las movilizaciones sociales surgidas en los últimos años, se han erradicado actitudes machistas, tanto de hombres como de mujeres, y se han implementado políticas a favor de la equidad de género en el ámbito científico. Sin embargo, coinciden en que todavía queda mucho por hacer. “No hay doctorado que te salve del patriarcado”, dice Cutuli.
Érica Hynes es doctora en Química y se especializa en tecnología de alimentos. Desde 2010, es secretaria de Ciencia y Técnica en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Durante su gestión puso en marcha diversas políticas orientadas a fomentar la equidad de género, desde acciones con escuelas y ferias de ciencias hasta llevar al aula a científicas para que estimulen la vocación temprana en las niñas. Hynes explica que un obstáculo arraigado tiene que ver con los estereotipos.
“Hay un trabajo muy conocido, que se basa en un experimento en el que se presentan dos currículum idénticos ante un grupo de expertos para su evaluación, pero a uno le ponen nombre de mujer y, al otro, de varón. El de varón obtuvo un 25 % más de puntaje, dado que los mismos atributos que se valoraban como negativos en la mujer, se evaluaban como positivos en el hombre. Por ejemplo, un cambio de trabajo se asumía como inconstancia en la mujer, pero como osadía y ganas de emprender en su par masculino”, cuenta.
Sobre este aspecto, Hynes considera que “es común escuchar que las científicas no eligen lugares de poder porque no quieren asumir responsabilidades o hacer ciertos sacrificios. Pero no se trata de una elección libre, sino que forma parte de construcciones sociales, de lo que la sociedad le indica que debe o no debe hacer. Las que quieren ir en contra de esos supuestos mandatos saben que deberán pagar costos más altos que los varones. Por eso se habla de ‘techo de cristal’ pero también de ‘piso pegajoso’”.
La magíster en Género Gloria Bonder, coordinadora del área de Género, Sociedad y Políticas en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y de la cátedra UNESCO Mujer, Ciencia y Tecnología en América Latina, indica: “Con respecto a quiénes producen la tecnología, la brecha es grande en todo el mundo: la matrícula femenina en carreras de informática, salvo excepciones, no sube del 20 %. Hay investigaciones que señalan que las niñas empiezan a tener menos seguridad en su competencia intelectual en ciertas áreas, como el manejo de las nuevas tecnologías, a partir de los seis años”. Hynes completa la idea: “Hay una estimulación permanente a que estén lindas y sean prolijas, mientras que a los varones se les ofrecen actividades más aventureras, dentro de las cuales está la aventura del conocimiento”.
Ambas subrayan, así, otro aspecto del estereotipo en el ámbito de la ciencia: las disciplinas que “tienen género”. “A las niñas hay que ir a buscarlas a la primaria y decirles que ciencias como la física y la informática también son para ellas. Pero no se trata solo de entusiasmarlas, sino que tenemos que velar para que el mercado las reciba en equidad de condiciones. Hay muchas ingenieras que trabajan en la academia porque ingresar al mercado privado les es muy difícil”, remarca Hynes. “Hemos hecho investigaciones en empresas de informática y observamos que hay muy pocas mujeres en sus directorios a nivel mundial. En ese caso, no diría que hay un techo de cristal, sino de cemento”, enfatiza Bonder.
María Elina Estébanez es investigadora del Centro Redes (Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior) e integra la Red Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Género (RICTYG). Para Estébanez, en lo que respecta a las tecnologías de la información, la brecha de acceso se ha ido cerrando, pero no así la brecha de uso y apropiación de las tecnologías. “Hemos estudiado la apropiación de las nuevas tecnologías de producción agrícola por parte de los pequeños productores algodoneros en Chaco y observamos que los que accedían a las capacitaciones técnicas eran mayormente los hombres. En parte, por el prejuicio de los capacitadores, que convocaban a los hombres por considerar que son quienes toman las decisiones en la actividad productiva; y también porque suelen darse lejos de los hogares rurales, que es donde suelen pasar mucho tiempo las mujeres porque se les asigna ese rol en la división de tareas”, dice Estébanez.
El estereotipo que vincula a las mujeres con las tareas domésticas no es exclusivo del ámbito rural. A pesar de los cambios culturales, todavía no se ha llegado a una participación equitativa en las labores no remuneradas. “El 80 % de estas tareas recae en las mujeres y provoca que dispongan de menos tiempo y energía para dedicarle a su actividad profesional porque están muy ocupadas con esa doble o triple jornada de cuidado de niños, adultos mayores y labores domésticas”, precisa Hynes. “Incluso, hay un traslado del estereotipo que deriva en una asociación de la mujer con profesiones como la docencia y la salud, mientras que otras áreas se presentan preferentemente masculinas, como los cargos directivos de una universidad o los gabinetes de un Gobierno”, agrega.
No es una comparación menor: según datos del Observatorio de las Elites Argentinas de la Universidad Nacional de San Martín, coordinado por las investigadoras Paula Canelo, Ana Castellani y Mariana Heredia, a pesar de los avances logrados en la participación femenina en el ejercicio del poder político, el gabinete del presidente Mauricio Macri tiene una gran proporción masculina (77,4 %) y solo el 22,6 % del total de los altos puestos jerárquicos son ocupados por mujeres. En algunos casos, la proporción femenina es igual a cero, como en el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, que no tiene mujeres en su gabinete.
Entre 2003 y 2015, las políticas públicas impulsaron el desarrollo de la ciencia y la tecnología a través de un entramado de programas y líneas de acción que promovieron la repatriación de más de mil investigadores que se habían ido del país tras la década neoliberal de los noventa y la crisis de 2001. Las mujeres habían tenido su capítulo aparte cuando, en 1994, el ministro de Economía menemista Domingo Cavallo mandó a la científica Susana Torrado a “lavar los platos”.
Este nuevo impulso que se dio a la ciencia, ¿se reflejó en políticas que fomentaran la igualdad de género? Barrancos dice que, desde 2010, cuando se incorporó al directorio del CONICET, comenzaron a tomar una serie de medidas que trataron de responder a algunas de las necesidades más urgentes de las científicas. La primera tuvo que ver con los informes de investigación. Los investigadores e investigadoras del organismo deben presentar un informe por año cuando están en la categoría Asistentes y cada dos años si están en las categorías más altas. “Ocurría algo increíble: mujeres que acababan de parir tenían que cumplir con la confección del informe. Así que dispusimos que las mujeres que alumbraran pudieran aplazar la entrega por un año”, recuerda la socióloga.
Las becarias obtuvieron otro logro importante: el goce de licencia por maternidad, que antes solo era “privilegio” de las investigadoras que ya estaban en carrera. “No fue fácil convencer a los sistemas de becas que nos correspondían tres meses de licencia por maternidad”, señala amargamente Cutuli. Otra medida tomada en los últimos años fue la excepcionalidad automática en la edad para ingresar a la carrera, según el número de hijos. “El estatuto de la carrera es muy rígido, anacrónico y discriminatorio respecto de las edades”, remarca Barrancos. A la categoría de investigador asistente se puede ingresar hasta los 35. La disposición fue que el límite de edad se aplazara en las mujeres a razón de un año por hijo. Si la científica tiene un hijo, puede ingresar hasta los 36; si tiene dos, hasta los 37; y si tiene tres, hasta los 38.
“El tema de los límites de edad es bastante dramático porque coinciden con el fin de nuestro reloj biológico. A veces, es una decisión difícil de tomar y que haya un año de prórroga en ese sentido es importante”, considera Maradei. En 2014, el beneficio alcanzó también a las becarias. Las convocatorias de becas doctorales extendieron el límite de edad de 30 a 32 años y, en posdoctorales, de 35 a 37. Además, comenzó a aplicarse el mismo beneficio de aplazamiento por número de hijos, con lo cual una científica con 40 años y tres hijos, por ejemplo, tiene posibilidad de presentarse a una beca posdoctoral.
Ana Franchi, presidenta de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT), llama la atención sobre aspectos que falta cambiar desde las políticas públicas. “Las becarias no tienen cobertura para jardines maternales, que son muy caros. Si tienen que pagar un alquiler y un jardín, esto representa un porcentaje muy importante del salario, que ronda los 15.000 pesos. Tampoco hay política de cupos, o que fomente la equidad a la hora de ascender escalones. Nosotros habíamos hecho un estudio de cuánto tiempo le demoraba una promoción a un hombre y a una mujer, y en casi todos los casos a la mujer le llevaba uno o dos años más”, indica.
Las científicas cuentan que hay hipótesis que dicen que, como las mujeres lograron ser mayoría en los escalones más bajos de la pirámide, es solo cuestión de tiempo que asciendan y ocupen los cargos más altos. “Esto no es indefectible. Y, en el caso de que sucediera, tomaría mucho tiempo. En Alemania, se dice que recién en 2070 se alcanzaría la equidad a partir del progreso etario”, ejemplifica Hynes.
El actual contexto de recorte presupuestario para ciencia también es un problema que tiene sus particularidades para las mujeres. Cutuli y Maradei son parte de la Red Federal de Afectadxs por los Despidos en CONICET, conformada hace unos meses ante el conflicto por la merma en los ingresos a carrera de investigador. En ese grupo, las mujeres son mayoría: representan casi el 60 % de quienes luchan por ingresar al organismo tras haber aprobado todas las instancias de evaluación previstas.
“El recorte es gravísimo en general”, expresa Barrancos. “Pero esta arremetida que tiende a menguar especialmente la participación de las ciencias básicas, y de las ciencias sociales y humanas, va a perjudicar claramente a las mujeres, porque son áreas donde suelen ser mayoría. Si bajan las oportunidades, debe pensarse que habrá un retroceso en materia de participación femenina”.
Franchi, también integrante del Grupo CyTA (Ciencia y Técnica Argentina), cree que “habrá un sesgo en las investigaciones que se prioricen y género no parece ser un tema de preocupación”. Cutuli dice percibir en la calle un cambio negativo: “El macrismo no solo ajusta, sino que revitalizó un sentido común patriarcal y misógino. Hay otra virulencia, una contraofensiva conservadora que exacerba el machismo y la xenofobia”.
Las investigadoras coinciden en la necesidad de una política con perspectiva de género a nivel nacional y transversal a todos los campos de trabajo. “El desafío más grande del Estado está asociado con las labores de cuidado. Hasta que no haya una revolución en los hogares, donde los varones se hagan cargo del 50 % de las tareas de cuidado y del trabajo doméstico no remunerado, el Estado tiene que brindar asistencia a las mujeres para facilitar una equidad de condiciones”, asevera Hynes. Ejemplos de estas posibles acciones serían la cobertura de jardines maternales en todos los trabajos y un sistema de previsión social que evite que la atención de adultos mayores recaiga siempre en las mujeres.
Barrancos remarca que “las medidas que tomamos en CONICET no abarcan a todas las instituciones donde se hace ciencia y tecnología, por lo que sería deseable una política pública general”. Cutuli se expresa en el mismo sentido: “Es fundamental transversalizar la perspectiva de género en todas las investigaciones, que no sea algo exclusivo de las ciencias sociales. También sería bueno pensar en políticas que garanticen cupos para mujeres y trans”.
Por su parte, Estébanez se refiere a la necesidad de una fuerte capacitación en tecnologías con perspectiva de género. “Hay que estimular vocaciones tecnológicas en las niñas y adolescentes, para que haya más mujeres que produzcan tecnología. A la mujer se la asocia mucho con las tecnologías domésticas, como lavarropas y electrodomésticos. Tenemos que derribar esa barrera”, advierte.
8M, derechos, Paro internacional de mujeres, red interuniversitaria por la igualdad de género
Muy buen articulo, estoy haciendo mi tesis sobre este tema, si es posible tienen biblografia para recomendar? Muchas Gracias. Saludos
Daiana te recomendamos que te contactes con tss@unsam.edu.ar
Impecable articulo!