Tristán Bauer

Escuela de Humanidades, Notas de tapa

Tristán Bauer: “Creo en la potencia del talento”

Creador de la multipremiada Iluminados por el fuego (que coprodujo la UNSAM), el cineasta tiene hoy entre manos una tarea titánica: dirigir el ente que conduce los medios estatales. Profesor de Cine y Cultura en esta Universidad, defiende un proyecto de comunicación “que sea usina de un nuevo modelo de cultura popular, participativa y de calidad”.

Por Marcelo Figueras. Fotos: Alfredo Srur

 

La culpa la tuvo Wagner. Papá y mamá Bauer eran melómanos y sentían predilección por el genio alemán. Así que también podrían haber bautizado a su hijo Lohengrin o Parsifal, pero no: tuvo que ser Tristán.

Tristán Bauer es un señor muy alto y muy tímido. Habla lo justo y necesario, quizás porque creció entre once hermanos. No cuesta imaginárselo como director de cine (cosa que es, por cierto), porque mira como quien está haciendo algo más que ver a su interlocutor. Mira, más bien, como si lo estuviese leyendo. Pero nadie sospecharía a simple vista que sus espaldas, por anchas que sean, sostienen un peso como el que cargan a diario. Presidente de Radio y Televisión Argentina, ente que agrupa Canal Siete, Canal Encuentro y Radio Nacional, Bauer desarrolló además el sistema de TV digital que hoy une la totalidad de nuestro territorio.

Pero no se le nota. Viste y habla con sencillez y conserva la oficina de Canal Siete casi desnuda, a excepción de unos pocos pero significativos adornos: retratos de Eva Perón, Leonardo Da Vinci y Néstor Kirchner, mensajes y dibujos de sus hijas. Parece una persona simple y determinada, como los protagonistas de sus películas: desde Después de la tormenta, pasando por Iluminados por el fuego y llegando al documental Che, un hombre nuevo, el héroe baueriano nunca es un iluminado, sino alguien que comprende que no existe nada parecido a la salvación individual.

Descendiente de europeos (la sangre dominante, dice, es italiana y proviene de su madre), Tristán Bauer nació en Mar del Plata en 1959, en el seno de una familia de constructores a quienes se les agradece la pavimentación de grandes arterias de la ciudad. Su abuelo murió cuando Bauer tenía cinco años y sus padres, que se habían conocido en la costa durante las vacaciones, decidieron trasladar la familia a Buenos Aires. Pero el lazo con la ciudad costera donde también nacieron Piazzolla y Héctor Babenco nunca se desvaneció. “Me siento marplatense”, dice todavía hoy.

Ahora es normal tener todo el cine al alcance de los dedos. Pero Bauer es de un tiempo en que los teléfonos pendían de un cable, había que pararse para cambiar de canal y las películas sólo se veían en los cines o dobladas y en blanco y negro. A no ser que uno fuese un afortunado y contase, como los Bauer, con un proyector de super 8 Bell & Howell. “A mi casa llegaban pelis de las embajadas”, recuerda. Clásicos infantiles como Crin blanca y El globo rojo, pero también otros que abrían ventanas a mundos más inquietantes, como Un condenado a muerte se escapa, de Robert Bresson. “Un día fui a una biblioteca donde ofrecían un ciclo de cine. Yo

tendría doce, trece años y estaban dando Milagro en Milán”, dice. El milagro se multiplicó fuera de la pantalla y Bauer descubrió qué quería hacer con su vida.

Parte de la decisión fue indolora. A pesar de la tradición familiar y de la empresa dedicada a las construcciones, papá y mamá melómanos aplaudieron la decisión de Tristán de dedicarse al cine. Pero le había tocado en suerte una época complicada. “La más terrible, sí”, recuerda, “porque terminé el secundario durante la dictadura”. La única escuela de cine era por  entonces la Nacional, que dependía del Instituto (lo que hoy es el INCAA), con un examen muy difícil. “Había sesenta aspirantes y entraban sólo quince. Al principio pensé que no había pasado y por eso me anoté en la Escuela Panamericana de Arte. Durante el primer año cursé las dos en paralelo”, dice. En aquel entonces había cuarenta personas estudiando cine en el país. “¡Ahora la Argentina tiene veinte mil!”

Su padrino era fotógrafo y, entre los trabajos más variopintos, hacía lo que se llama “foto fija” (el registro documental de cada secuencia de un rodaje). Por eso a él le fue natural hacerse cargo de la cámara. “Con cada proyecto que aparecía en la escuela, ahí estaba yo como camarógrafo. Me lancé a filmar en 16 mm, básicamente documentales. Pero –aclara– la idea de la dirección ya estaba latiendo”.

La carrera de Tristán Bauer ha tenido siempre una impronta anfibia, deslizándose entre la ficción y el documental. Al primer largo, Después de la tormenta (1991), que le valió el Cóndor de Plata (mejor director, mejor ópera prima, mejor guión), lo sucedió el retrato de uno de los grandes escritores argentinos: Cortázar (1994). A la multipremiada Iluminados por el fuego (2005, en coproducción con la UNSAM) la siguió Che. Un hombre nuevo (2010, otra coproducción), que arranca con Bauer en Bolivia, admitiendo su obsesión por Guevara –a quien investigó durante más de diez años.

El actual rector de la UNSAM, Carlos Ruta, se le había acercado cuando todavía dirigía la Escuela de Humanidades, “porque quería hacer unos videos para acompañar una revista de la Universidad. Ahí empezamos una gran amistad, pero también un trabajo audiovisual en el marco de la UNSAM que fue muy importante para mí”, dice Bauer.

Esa relación fructificó de maneras inesperadas. “Con Iluminados casi lista, nos propusimos hacer un documental sobre La Noche de los Bastones Largos”, cuenta. “Para estrenar ese trabajo y la primera sala de cine de la Universidad, invitamos al entonces Ministro de Educación, Daniel Filmus. La proyección fue intensa. Y a la salida Filmus me dijo ‘quiero hablar con vos, tengo la idea de montar un canal de televisión’.

Tristán Bauer

O sea que fue en la UNSAM donde surgió la semilla de lo que terminaría siendo el Canal Encuentro. La iniciativa le corresponde a Néstor Kirchner y a Filmus, por supuesto, pero en la UNSAM empezamos a darle al proyecto un sustento teórico. Allí arrancó el debate, nos lanzamos a analizar qué pasaba con la TV educativa en el mundo y cuál era la TV que necesitaba la Argentina”.

Para Bauer la formación académica es esencial. “Siempre que un amigo me dice que su hijo quiere estudiar cine yo le aclaro: ‘que haga una carrera de arte en la UBA y que en paralelo vaya a una escuela que le dé la práctica cinematográfica’. Nada se compara con la solidez que te otorga tener una formación cultural y conocer profundamente el mundo donde estás parado.

Yo mismo trato de seguir estudiando, aun a pesar de las complicaciones de la función pública”.

Ahora Encuentro es un elemento vital de la política educativa, pero hasta no hace mucho no tenía más sustancia que la de los sueños. “A diferencia de otros países latinoamericanos, como México y Brasil, nosotros carecíamos de un canal educativo”, dice. “Y en aquellos años había una presencia muy fuerte de lo que se suele llamar “TV chatarra” o “basura”, concebida para bajar la guardia de los espectadores y, al meter la tanda, transformarlos en consumidores. Nosotros queríamos dar vuelta ese concepto: que el hombre no estuviese al servicio de la TV, sino al revés”.

Les fue bien con Encuentro y con el canal infantil Paka Paka, cuya intención era y es “romper con los modelos que nos vienen del Norte, generando una TV donde nuestros chicos se vean identificados, que se abra a la diversidad de la niñez argentina y donde no todo esté tamizado por el español neutro”. Y entonces llegó la convocatoria de la presidenta Cristina Kirchner, para asumir la conducción de la TV pública. “Cayó en un momento muy importante de transformación tecnológica en el mundo entero. Cuando empecé todavía estaban operativas las cámaras del Mundial 78, ahora falta muy poco para que transmitamos íntegramente en alta definición. En aquel entonces ni siquiera medíamos, entre otras razones porque la empresa IBOPE está al servicio de Canal 13 y de Telefé. Hoy en día marcamos rating hasta en IBOPE.Hicimos una tarea grande en la instalación de la TV digital en escuelas rurales, hay más de 10.000 que ya están conectadas. Antes se decía que Canal Siete llegaba a todo el país pero la TV analógica no te lo permitía, cubríamos muy pocas áreas. Ahora gracias a la televisión digital terrestre que cubre el setenta por ciento del país, más la satelital, llegamos de La Quiaca a la Antártida”.

“Nuestra intención –puntualiza– sigue siendo la misma que al principio: hacer una TV que sea un instrumento al servicio de la transformación social. Que sea usina de un nuevo modelo de cultura popular, participativa, de la mano de Internet (que es fundamental, en estos tiempos), y por supuesto de calidad”.

La tarea tiene sus recompensas. “A menudo cobra un color hermoso, cuando se logra algo que te habías planteado. Pensá que al principio éramos un núcleo muy chico: en el nacimiento de Encuentro no pasábamos de ser treinta. Después se fue sumando gente y todo el mundo proponía nuevos lenguajes; eso te llena de alegría. Pero mentiría si no te dijese que vivo este trabajo como un sacrificio”. Quizás por

eso cuando se le pregunta qué sueña filmar una vez que abandone la función pública produce la sonrisa más fulgurante del encuentro. “Me da vueltas por la cabeza una historia de amor que tiene que ver con mi adolescencia, allá por el 73, en el marco de aquellos años tan intensos: los de la vuelta de Perón, de Trelew, de Salvador Allende, del golpe que vino después”. O sea un regreso al lugar del alma que hizo de uno quien es, del mismo modo que en Iluminados por el fuego Esteban (Gastón Pauls) regresa al pozo de Malvinas donde se hermanó con otros soldados.

Siendo en esencia un artista, Bauer no puede sino creer en la realidad del talento. Pero ante todo confía en el que se asocia a otros, porque sólo de esa manera produce una obra imperecedera. “Creo en la potencia del talento. Sin embargo, el talento individual debe integrarse a una labor en equipo, y eso es algo que ya debe aprenderse en la universidad. Un claustro te permite cruzarte con aquel que está detrás de un microscopio, aquel que estudia Historia, aquel que hace teatro, títeres, películas. Si cada uno de esos talentos colabora con un proyecto común, si llevan hacia allí su energía creadora, habremos dado un gran salto como sociedad. Por supuesto que un talento individual es fundamental, tanto en la ciencia como en el deporte. Pero si no está al servicio de un proyecto social o educativo, no tiene ningún sentido”.

Palabras que no pueden menos que traer a la mente aquellas póstumas de Guevara a sus hijos, que constituyen uno de los momentos más emotivos de Che. Un hombre nuevo. “Acuérdense de que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada”, dice Guevara. Mientras en la pantalla los niños juegan, como si no dudasen ni por un segundo del esplendor del futuro.

Esta nota fue publicada en el número tres de la nueva revista de la UNSAM.

Nota actualizada el 19 de diciembre de 2012

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