LICH - Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas
Las últimas cuatro décadas fueron de profundas transformaciones en el campo de la comunicación y su estudio. Entre el imperio del televisor de tubo y el de plasma de decenas de pulgadas, no solo se coló el smartphone sino también la computadora. Socialización, trabajo, ocio, finanzas, compras, salud: el yo y sus circunstancias en un dispositivo. Nunca la interactividad fue menos interactiva.
Los cuarenta años desde la recuperación de la democracia en nuestro país y, de manera más o menos coincidente y en buena parte, de nuestra América, constituyen un momento de profundas transformaciones en el campo de la comunicación y de su estudio. Es una etapa comparable a otras grandes transformaciones históricas, como la introducción de la radio y la televisión en las primeras décadas del siglo XX (en tándem potenciador con el telégrafo, la fotografía o el cine), o como el desarrollo y difusión de la imprenta.
Dos escenas pueden sintetizar la transformación: a mediados de los ochenta, todavía las familias se reunían en torno a la radio en la mañana y en torno al televisor a la noche. El consumo individual de medios se reducía a las radios portátiles para escuchar los partidos de fútbol, y apenas se había introducido el grabador portátil a magazine o a cassette. La música se escuchaba mayoritariamente en el living, en combinados o equipos “de alta fidelidad”, con enormes parlantes que se integraban al mobiliario. El televisor de tubo, que apenas había superado la etapa del blanco y negro, pero seguía con una imagen graneada, era el electrodoméstico estrella, ubicado en lugar preferencial. El consumo de medios era, entonces, mayoritariamente en grupo. Y el grupo era, sobre todo, la familia o los amigos que se visitaban. Algo similar podía decirse del teléfono: ubicado estratégicamente en el living y, quizás, también en el dormitorio principal, era un dispositivo de uso común, casi de nula privacidad.
Cuarenta años después, la escena es de consumo individual o en grupos mínimos. Y aunque, sí, el televisor permanece en el living, en lugar preferencial, lo que ofrece ya no es para todos sino para cada uno, salvo en esas contadas ocasiones de comunión nacional (o internacional) como son los grandes acontecimientos deportivos. Las pantallas proliferan: son varios los televisores en la mayoría de las casas, casi uno en cada ambiente. Y cada miembro de la familia tiene su propio smartphone, donde la oferta sonora y audiovisual es multitudinaria, inagotable. El teléfono es personal y, aparentemente, privadísimo, siempre cercano al cuerpo y protegido por claves. Pero, paradójicamente, es un dispositivo transparente para las opacas fuerzas que controlan la oferta: nunca la interactividad fue menos interactiva.
Entre el imperio del televisor de tubo y el de plasma de decenas de pulgadas, no solo se coló el smartphone sino también la computadora. Por años los estudiosos discutieron, casi se hacían apuestas, sobre qué electrodoméstico prevalecería: si el televisor o la computadora. Ganaron (o perdieron) todos: los televisores hoy son computadoras de streaming y consolas de juego, y las computadoras se usan tanto para trabajar como para distraerse o conectarse con otros. Y el smartphone es todo eso y mucho más, porque ofrece casi la totalidad de los servicios de ambos más una presencia ubicua, un acompañamiento de día y noche, todos los días. Socialización, trabajo, ocio, finanzas, compras, salud: el yo y sus circunstancias en un dispositivo. El Aleph borgeano en el bolsillo. Y el pánico a perdernos si se pierde: extraña libertad dependiente y vigilada.
Los estudios de comunicación acompañaron, no siempre críticamente ni a tiempo, estas transformaciones. En el camino a la personalización, los medios atravesaron la fase de segmentación de las audiencias: la irrupción de la televisión por cable multiplicó y segregó la oferta audiovisual. Los horarios de consumo fueron reemplazados por canales de consumo: de noticias, de chicos, de deportes, de cine, de cultura o ciencia, de aventuras o de flagrante publicidad.
En términos de negocios, los noventa trajeron la consolidación de grandes conglomerados transnacionales, porque esa oferta segmentada tenía como contraparte un proceso de concentración y uniformización de la oferta a nivel global inéditos. Estudiosos de todo el mundo alertaron sobre el riesgo para las democracias que representaba esta enorme concentración, pero también celebraron la posibilidad de un consumo a través de las fronteras, que permitían a los migrantes reconectarse con su tierra a través de los servicios por cable y por satélite. De las teorías del ownership a los estudios culturales, del estudio de los medios al de las mediaciones, de las miradas sobre el imperialismo cultural a las de la nueva división del trabajo cultural, del estudio de la comunicación masiva al de la autocomunicación de masas. Entusiasmo y alerta ante los vaivenes, proliferación de objetos y perspectivas teóricas y metodológicas.
En nuestro país, la tendencia a la concentración se vio agravada por normativas laxas de los años noventa y un ataque a la figura del Estado, que redundó en una merma de sus capacidades de regulación. La oferta infinita era aparente, ya que unos pocos conglomerados controlaban mucho. Un esfuerzo democrático por regular esta concentración, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, propuesta tras un gran camino de construcción de consenso entre diversos sectores, enfrentó una resistencia corporativa descomunal que demoró su implementación.
Y entonces, el hoy y su relato con final abierto. La transición a la digitalización de los medios y las sociedades, aquí y en el mundo, se encuentra ante un nuevo retraso regulador, también debido en buena medida al ataque sostenido contra la figura del Estado. Un mundo dividido entre dos ecosistemas de grandes plataformas: el de China y el de Silicon Valley. Nueve empresas globales (tres chinas, seis norteamericanas) que concentran prácticamente todo el flujo de comunicación, con un aspecto novedoso y preocupante: el panóptico de los datos, que fluyen de los miles de millones de usuarios a un puñado de empresas, en torrente incesante. Que la historia termine bien dependerá de los aportes de los estudiosos pero, sobre todo, de las sociedades críticas y organizadas, así como de los Estados inteligentes, fortalecidos, democráticos y con mirada estratégica.
40 años de Democracia y las Humanidades
Esta nota forma parte de una serie de reflexiones impulsadas por la Escuela de Humanidades con motivo de los 40 años de democracia en la Argentina.
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