La gestión de las áreas de Defensa y Seguridad como ámbitos separados, la profesionalización de las Fuerzas Armadas y la gestión civil de los asuntos del área son algunos de los logros de las últimas cuatro décadas. Pero todavía quedan deudas por saldar, como el control efectivo de las fuerzas policiales y el desarrollo de una política exterior capaz de manejar la inserción global del país.
Enzo Girardi*
En materia de Defensa y Seguridad, en estos cuarenta años de democracia ha sobrevivido una de las pocas políticas de Estado que pudo alumbrar nuestra clase política. Y se corresponde con la decisión de abordar desde el Estado nacional la gestión de las áreas de Defensa y Seguridad como ámbitos, jurisdicciones, espacios separados. La Defensa atañe la gestión de la seguridad exterior del Estado, y la Seguridad refiere a los retos en esa materia, pero dentro de las fronteras nacionales. Esta bifurcación, pensada para delimitar las competencias de la estructura militar ha sido sostenida por todas las fuerzas políticas con responsabilidad de gobierno.
Esta política de Estado sirvió para dar legitimidad y sustancia a otras herramientas en el ámbito específico de la Defensa: la profesionalización de las Fuerzas Armadas y la gestión civil de los asuntos del área.
En Seguridad, en cambio, lo pendiente supera a lo realizado. A diferencia del plano militar, la democracia, o mejor sus actores políticos, no han podido poner bajo su mandato, de forma efectiva y no sólo formal, a las fuerzas policiales. Estas cuentan con un grado de autonomía que las pone a salvo de una real capacidad de control y regulación civil. Y esa discrecionalidad es parte de las razones que explican nuestros muy mejorables estándares de seguridad urbana.
En materia de Política Exterior, los actores políticos de la democracia tampoco pudieron diseñar una estrategia consensuada para gestionar la inserción global del país. La política exterior, una de las herramientas determinantes para solventar las necesidades de desarrollo, ha fluctuado según los intereses de los partidos en el gobierno y, en no pocas ocasiones, al ritmo de utilidades o pujas de política interna. La política exterior que necesita el Estado es aquella que atiende sus intereses vitales y que resulta de una interpretación realista de sus fortalezas y carencias. Por ello, resulta básico ponerla a salvo de influencias ideológicas que pueden afectar su proyección estratégica y también de los intereses de los grupos con capacidad para colonizar áreas del Estado en función de sus prerrogativas.
* Doctor en Relaciones Internacionales. Coordinador grupo C3PD (Cibersociedad, ciberdefensa, ciberseguridad, protección de datos personales) del CEL.
40 años de Democracia y las Humanidades
Esta nota forma parte de una serie de reflexiones impulsadas desde la Escuela de Humanidades con motivo de los 40 años de democracia.
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