La obra gráfica y pictórica del autor de “El despertar de la criada”, primer “poema bestial” de la historia del arte argentino, desembarcó en el Museo Nacional de Bellas Artes analizada y parcialmente restaurada por especialistas del Centro TAREA. Inauguró el 28 de septiembre con la curaduría de Carolina Vanegas Carrasco, directora del Centro Espigas, y de Laura Malosetti Costa, decana de la Escuela de Arte y Patrimonio de la UNSAM.
Desnuda al borde de una cama deshecha, una mujer joven y bella al estilo clásico manipula con nudillos gastados una media púrpura. Su gesto es plácido y tiene el torso erguido: parece disfrutar de ese momento de intimidad y silencio para sí, ajeno al tiempo del trabajo. Una luz fría rebota en su pecho y sus piernas, monumentales, transportan esa luz hacia unos pies descalzos, notoriamente hinchados, aunque envueltos en otra clase de brillo, más bien cálido.
“¡El levantar de la sirvienta! ¿A quién se le ocurre pintar semejante majadería, sobre todo cuando la sirvienta es tan fea, tan desgreñada y tan sucia como la que él ha elegido de modelo? Los pies de la sirvienta son todo un poema bestial. ¡Qué juanetes tan abultados y violáceos, qué callos más geológicos, qué uñas más córneas y amarillentas! […] Esto no impide que el cuadro de Sívori esté bien, pero muy bien pintado. […] Cuando el joven naturalista vuelva de su error, va a producir sin duda obras de mucho mérito, pues en su Lever de bonne revela que tiene condiciones para despertar a la patrona. Hacemos votos para que no malgaste su talento”. Así describía el diario El Censor al Despertar de la criada, el primer cuadro de Eduardo Sívori aceptado por el Salón de París hacia 1887 y enviado luego a Buenos Aires para ser expuesto en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes. El ambiente de la crítica europea ya lo había calificado de “pornográfico”, “indecente” y “desagradable”.
¿Qué elementos novedosos contenía esa imagen “civilizada”, pero “bárbara”? ¿En qué medida su técnica y su tema incorporaban principios formales del naturalismo decimonónico infiltrando, a un mismo tiempo, una visión que transgredía el statu quo y encarnaba por anticipado los conflictos de clase que atravesarían a la Argentina durante todo el siglo XX? ¿El erotismo podía ser plebeyo?
Del 28 de septiembre de 2023 y hasta el 4 febrero de 2024, la obra gráfica y pictórica de Eduardo Sívori (1847-1918) podrá verse en el Pabellón de Exposiciones Temporarias del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) analizada y parcialmente restaurada por el Laboratorio de Conservación y Restauración de Papel del Centro de Producción e Investigación en Conservación y Restauración de Bienes Culturales (TAREA), y curada por Carolina Vanegas Carrasco, directora del Centro de Estudios Espigas, y por Laura Malosetti Costa, decana de la Escuela de Arte y Patrimonio (EAyP) de la UNSAM.
La muestra “Eduardo Sívori: Artista moderno entre París y Buenos Aires” reúne por primera vez cerca de 200 escenas costumbristas, paisajes rurales, retratos y autorretratos, pero también ilustraciones para la prensa y el campo editorial, libretas de viaje, grabados, fotografías inéditas, correspondencia y objetos personales del creador del primer cuadro moderno de la historia del arte argentino y pionero en la revitalización del arte nacional.
Hijo de prósperos inmigrantes genoveses dedicados al comercio ultramarino, Sívori encaró su profesionalización artística con una conciencia muy clara de su tiempo. Su familia también tenía vínculos con la sociedad patricia de Buenos Aires, aquella élite acomodada que tejió una de las redes de poder político y económico más fuertes de la región, lo que lo ubicó en un lugar privilegiado. “Esa red de relaciones y esa pertenencia al patriciado tendrán el efecto de vincular en estos artistas la pretensión de una modernidad cosmopolita con un interés y un sentimiento francamente nacionalistas, que veremos operar en diferentes momentos y distintos aspectos de su actividad”, cuenta Malosetti Costa en Los primeros modernos. Arte y sociedad en Buenos Aires a fines del siglo XIX (2021).
En sus viajes por Europa motivados por el negocio familiar, Sívori entró en contacto con el legado pictórico de los grandes maestros. La vocación tironeó y, tiempo después, abandonó el comercio de ultramar para dedicarse al arte e impulsar iniciativas vinculadas con el fomento cultural, como la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, que inauguró 1876 junto con su hermano Alejandro. En 1881 hizo algunas colaboraciones para la revista La Ilustración Argentina y, dos años más tarde, decidió volver a París, donde fue aceptado por la prestigiosa Academia Colarossi. Desde aquella ciudad “a la cabeza del arte mismo”, Sívori hizo una serie de corresponsalías para la prensa cultural porteña y, poco después, fue admitido en el Salón de París con El despertar de la criada —el primer cuadro argentino aceptado por el Salón— que más tarde enviaría a Buenos Aires para su exhibición. Meses antes de su llegada, los diarios reseñaron la obra como un verdadero “escándalo”, aunque de “notable factura”.
“El problema era que Sívori evitaba toda posibilidad de idealización o de redención de la mujer que representaba desnuda. Ni siquiera era identificable con una prostituta, tema que fácilmente podía deslizarse hacia una retórica moralizante. La pobreza era un tema irritante en una ciudad que se transformaba día a día por una afluencia desmesurada de inmigrantes, muchos de los cuales llegaban, precisamente, huyendo de la miseria”, señala Malosetti Costa. “Pero no solo las prostitutas, sino todas las mujeres que trabajaban y no respondían exactamente al rol de madres de familia fueron vistas como un peligro para la incipiente nacionalidad”.
Mientras el naturalismo se extendía por el mundo para contar lo social en clave moral y melodramática, en la Argentina se desarrollaba un proceso de consolidación del Estado nacional fuertemente ligado a la modernización de las ciudades y a la incorporación de la mano de obra europea. Frente al imperativo de un arte nacional basado en ciertos valores burgueses, el desnudo femenino de Sívori interpuso un gesto políticamente incorrecto que, si bien encontró detractores, también ganó defensores: cuando en 1887 la Sociedad Estímulo de Bellas Artes decidió exhibir el cuadro en su local, se hizo circular un álbum en el que se recogieron más de 250 firmas de artistas y escritores interesados en “manifestar al autor sus felicitaciones por los progresos realizados”.
Tras su regreso definitivo al país en 1891, Sívori dejó de lado el gesto desafiante, aunque no la maestría plástica. Los rostros y el campo ganaron su atención y pasó a dedicarse casi exclusivamente al retrato y los paisajes rurales.
“Gran parte de las piezas que reúne esta muestra salen del Fondo Documental Mario Canale, heredero de una de las técnicas que el artista buscó introducir en Argentina, que fue el grabado al aguafuerte”, adelanta Vanegas Carrasco. “En ese fondo adquirido por la Fundación Espigas en 2003 —y sobre el cual los investigadores Roberto Amigo y María Isabel Baldasarre ya habían publicado Maestros y discípulos [2006]— encontramos documentos que no se habían estudiado tanto y que ahora se exhiben por primera vez, como cuadernos con ejercicios académicos, croquis de sus recorridos por París y acuarelas de algo que a Sívori también le interesaba mucho, que eran los paisajes. Hay una libreta que incluye bocetos de paisajes rurales acompañados de notas sobre su vida cotidiana: detalles de gastos de compras, observaciones sobre escenas protagonizadas durante el día o comentarios sobre el estado de su salud del tipo ‘hoy me levanté y solo me fumé un pucho’, ‘tengo que comer tal cosa’ o ‘ya me tomé la pastilla’, entre otros. Algunas de esas libretas han sido fotografiadas, pero nunca se habían exhibido”.
En esta etapa de su vida, Sívori estableció un vínculo afectivo e intelectual con Godofredo Daireaux, un estanciero hijo de comerciantes franceses interesado en el desarrollo del agro, quien se dedicó no solo a la actividad agropecuaria sino también a la literatura, la crítica de arte y la docencia. “Godofredo sistematizó sus conocimientos en diversos manuales técnicos como La cría del ganado. Manual del Estanciero [1887] y desarrolló una veta literaria a partir de una serie de cuentos costumbristas, cuyas páginas le propuso a Sívori ilustrar”, amplía Vanegas Carrasco sobre un material inédito que también puede verse en la muestra. “A partir de aquella relación y de este cruce documental hoy podemos preguntarnos hasta qué punto los saberes e intereses de Daireaux pudieron haber influido en la visión que Sívori tuvo sobre el campo. Se puede pensar una historiografía particular a partir de este ida y vuelta entre el arte y los saberes de la industria agropecuaria”.
¿Qué hubo de moderno en la obra de Sívori después de El despertar de la criada? ¿Cómo entendió esa pampa extensa y vacía que, según los románticos del ‘37, había que llenar con ímpetu e imaginación? “Lo que se siente viendo sus paisajes —dice Vanegas Carrasco— es que Sívori no estaba mirando el campo desde afuera o desde arriba, sino que estaba ahí dentro, a la manera de un agrimensor —probablemente acompañado por el conocimiento de Daireaux—, entendiendo lo que pasaba, dominando de algún modo ese espacio infinito con la mano y el ojo del técnico”. Al respecto, Malosetti Costa observa en su libro: “El aspecto nacionalista de la producción de Sívori, que se percibe en sus comienzos en La ilustración argentina, parece haber dictado también su dedicación casi obsesiva a descifrar plásticamente el paisaje pampeano. Y si bien no frecuentó el género histórico, hizo algunos retratos —como el de su abuelo, el de Bartolomé Mitre y el de Carlos Pellegrini—que revelan en él una faceta que podríamos llamar política (aunque él rechazara más de una vez la sugerencia de cualquier lectura política de sus obras), aun cuando realizara tales retratos por encargo.”
La muestra “Eduardo Sívori: Artista moderno entre París y Buenos Aires” está organizada en cinco núcleos temáticos: Obra Temprana, centrada en sus trabajos iniciales y sus primeras inquietudes artísticas; París, que incluirá casi toda la producción que va de 1883 a 1891; Paisajes, dedicado a su extensa producción paisajística al óleo y la acuarela, en la que se destaca la serie de 27 gouaches de temas rurales que no exhibió en vida y que resumen sus investigaciones sobre la pampa a comienzos del siglo XX —restauradas especialmente para esta muestra por especialistas de TAREA—; Redes y Afectos, compuesto por retratos, autorretratos, correspondencia y objetos personales; y Legado, que incluirá archivos fotográficos y de prensa, e ilustraciones para manuales, antologías y afiches.
Sobre este último núcleo, Vanegas Carrasco observa: “Sívori tenía una fuerte conciencia de su figura como artista, pero también como docente y gestor del arte nacional. Durante toda su vida se hizo muchos autorretratos en distintas situaciones y contextos, y ese representarse como el hombre que llevaba adelante las instituciones implicó que sus contemporáneos empezaran a verlo como a una figura venerable. Hay algo de la autoimagen muy impactante que él proyectó en el campo cultural de los siglos XIX y XX. Fotografías de frente, de perfil o pintando retratos de terceros, además de muchas fotos de salón especialmente encargadas a Alejandro Witcomb, dueño del primer estudio de producción fotográfica masiva de país, cultivando esa imagen benefactora”.
Los paisajes especialmente restaurados por el equipo del Centro TAREA y por estudiantes de la Licenciatura en Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural de la UNSAM para la muestra en el MNBA provienen del Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Pettoruti. En total son 5 dibujos a lápiz, 2 acuarelas y 28 gouaches con motivos gauchescos producidos entre 1887 y 1906. La serie se aleja del carácter naturalista de sus primeras producciones. El modelo ahí es el campo y lo que persiste es una visión de conjunto compacta y unificada: el gesto deliberado de un artista que buscó, de un modo u otro, seguir narrando lo real.
“Eduardo Sívori: Artista moderno entre París y Buenos Aires”
Del 28 de septiembre de 2023 al 4 de febrero de 2024
Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA)Equipo UNSAM:
Curaduría: Laura Malosetti Costa (EAyP/UNSAM) y Carolina Vanegas Carrasco (Centro de Estudios Espigas – EAyP/ UNSAM)
Asistente de curaduría, investigación y textos para el Catálogo: Milena Gallipoli (Centro de Investigaciones en Arte y Patrimonio —CIAP – EAyP—)
Investigación y textos para el Catálogo: Silvia Dolinko, Sandra Szir, Georgina Gluzman, Giulia Murace, Lucía Laumann y Sofía Maniusis (CIAP)
Procesamiento Fondo Canale: Patricia Basualdo, Larisa Mantovani, Pablo Fasce y Noelia Bruzzone (CIAP)
Fotografía Fondo Canale: Cecilia Gallardo (CIAP)
Procesamiento y digitalización Fondo Canale: Romina Piriz, Julia Cabral y Adriana Donini (Centro Espigas)
Conservación de la serie de gouaches del Museo Petorutti: Nora Altrudi, María Pardo, Emilse Rusinoff, Lorena Oporto, Sol Roldán y Luciana Quinteros (Laboratorio de Conservación y Restauración de Papel – Centro TAREA – EAyP/UNSAM)
Estudios técnicos Despertar de la criada: Néstor Barrio, Alejandro Bustillo, Fernando Marte, Florencia Castellá, Daniel Saulino, Alejandra Gómez, Stella Zucco, Sergio Medrano, Sergio Redondo, Juan Cetkovich y Damasia Gallegos
archivos de arte, Arte y Patrimonio, Centro de Investigación en Arte y Patrimonio, destacada, Grabado, Historia del Arte Argentino, Museo Nacional de Bellas Artes, Pintura de caballete, restauración y conservación