El docente e investigador del IDAES Nicolás Viotti analiza la marcha del 17A y se pregunta sobre los puntos que conectan al conglomerado heterogéneo de participantes.
Carteles que reivindican al carapintada Mohamed Alí Seineldín, junto a consignas que reclaman por el fin de la “infectadura” y grupos de manifestantes que expresan “yo no me vacuno, mi cuerpo mi decisión”. ¿Qué tienen en común esas expresiones, aparentemente, tan diversas? Para el antropólogo e investigador del CONICET Nicolás Viotti hay lógicas que logran articular estas diferencias, y permiten unir a grupos de las llamadas “nuevas derechas” con movimientos contraculturales que se oponen, por ejemplo, a la explotación del petróleo no convencional desde posturas ecologistas. “Hay un nuevo fenómeno global que tiene que ver con la articulación de la derecha política con discursos que cuestionan la ciencia basada en la evidencia”, explica en este sentido y agrega: “es un proceso en el que conviven una crisis institucional muy fuerte del Estado, de los partidos políticos, de las religiones más tradicionales, y la emergencia de una serie de creencias que están menos institucionalizadas y son mucho más autocreadas por los individuos”.
En el complejo contexto de la pandemia, este tipo de posturas encontraron su expresión en discursos que reivindican el uso de productos como el dióxido de cloro (pese a la alerta de diversos organismos y a la evidencia de que es nocivo para la salud) o en la insistencia en tratamientos como la cloroquina, aún cuando se demostró que no es efectiva en la lucha contra el COVID-19 y que incluso podría generar efectos adversos. Según Viotti, este tipo de ideas anticientíficas existen desde hace mucho tiempo en la Argentina: “hay una serie de trabajos que muestran modelos de ciencia alternativa y desconfianza en procesos científicos oficiales, por lo menos desde fines del siglo XIX”, detalla. Pero, para el especialista, durante la emergencia sanitaria lograron una presencia pública inusitada y se alinearon con discursos conspirativos “como por ejemplo que el virus no existe, que el ASPO no es eficaz, o que hay un plan de Bill Gates o de George Soros detrás de la pandemia global”.
Lo más novedoso, sin embargo, es lo que Viotti define como una “articulación insospechada” entre grupos generalmente considerados antagónicos. Según el investigador “en la marcha del 17A se vio a una gran cantidad de personas con un discurso antipopulista, pero articuladas con grupos con argumentos de base biológica, que traen a la cuestión médica como un factor central”. Y remarca: “no solo estaban las nuevas derechas, sino también sectores que reivindican posiciones ecológicas holistas, que están tanto en contra del fracking como de la aplicación de vacunas”. Viotti afirma que las razones de esta (aparentemente extraña) articulación pueden relacionarse con que “comparten las posiciones antisistema: las nuevas derechas son antisistema, entonces tienen un punto de conexión con estos movimientos más contraculturales”. Otro de los elementos centrales que logra nuclear esta diversidad es una idea particular de libertad “que tiene que ver básicamente con que el Estado no tenga injerencia en la vida privada”. Esta noción, que desconfía de cualquier tipo de regulación externa es, para el investigador, “un elemento moral común” que puede ayudar a comprender la articulación. Esa misma idea de libertad y autonomía fundamenta además la desconfianza en la ciencia: si no hay universalidad o criterio objetivo común para la evidencia científica, la evidencia puede ser lo que cada uno considere a partir de su experiencia subjetiva.
Viotti destaca que este tipo de movimientos tienen nuevas formas de organización, fundamentalmente a través de ecosistemas digitales o redes sociales, que “obligan a las ciencias sociales a repensar la noción de institución”. Se trata de ordenamientos “en red, transversales, basados en grupos de afinidad y con niveles de adhesión que pueden oscilar o cambiar rápidamente, y eso es un gran desafío para pensar”, señala.
Un error común sería tildar a los negacionismos científicos y a la desconfianza en la ciencia de posiciones irracionales. Según Viotti, esto no solo sería equivocado sino también alejado de la realidad. “El negacionismo es absolutamente racional, solo que tiene una racionalidad que no es la misma por la que se rige el modelo oficial de la ciencia” explica. Y remarca: “el saber científico empírico es muy inestable, es el resultado de idas, vueltas, negociaciones políticas y redes institucionales”. En este sentido, el antropólogo sostiene que es fundamental construir la legitimidad de la ciencia autorizada a través de discursos “que interpelen a diferentes públicos que muchas veces no comparten esos valores o criterios de verdad”. Para él “una ciencia con procesos públicos más transparentes y más consciente de sus condiciones políticas de producción, también tendría como consecuencia una circulación social más democrática y la posibilidad de evitar teorías conspirativas contra la ciencia”. Y concluye: “esto no se ciñe solo a las llamadas ciencias duras, las propias condiciones de producción de las ciencias sociales y la necesidad de que intervengan en estos procesos son fundamentales”.
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