Instituto Dan Beninson, Notas de tapa
El docente e investigador del Instituto Dan Beninson recorrió en camioneta toda América Latina brindando cursos gratuitos de detección de rayos cósmicos en diversas universidades. La travesía duró seis meses y se llamó Proyecto Escaramujo, una iniciativa que llevó la física de altas energías a un nuevo nivel de divulgación.
Por Gaspar Grieco | Fotos: Pablo Carrera Oser/Gentileza Izraelevitch
“Espectacular, increíble”, dice Federico Izraelevitch cuando le preguntan sobre su viaje educativo por toda Latinoamérica, continente que recorrió desde Chicago (Estados Unidos) hasta Buenos Aires a bordo de una camioneta Ford Econoline acompañado por su compañera Eleonora y sus tres perros. “El objetivo de la travesía fue llevar adelante el Proyecto Escaramujo, una serie de cursos de laboratorio sobre instrumentación de física de altas energías y astropartículas pensados para que distintas universidades de toda la región pudieran iniciarse en el uso de equipamiento para la detección de rayos cósmicos”, cuenta orgulloso el físico especialista en instrumentación de física de partículas elementales del Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson.
En cada una de las instituciones por las que pasó, instruyó a estudiantes en el uso de equipos para la detección de rayos cósmicos, que luego obsequió para que pudieran continuar con la investigación. “Fue un viaje educativo y de divulgación. Buscamos despertar motivaciones y vocaciones en las nuevas generaciones de científicos y tecnólogos de todo el continente”, explica el físico que, en su travesía por las rutas latinoamericanas, vivió “cada día una aventura diferente”.
En el transcurso de seis meses de viaje ininterrumpido, Izraelevitch brindó capacitaciones en las universidades Autónoma de Chiapas (México), Industrial de Santander (Colombia), Mayor de San Andrés (Bolivia), San Francisco de Quito (Ecuador), Costa Rica, Nariño y Autónoma (Colombia), San Carlos (Guatemala) y en la Comisión Nacional de Investigación y Desarrollo Aeroespacial (Perú).
¿Cómo surgió la iniciativa del Proyecto Escaramujo?
Fue por una serie de factores que lentamente se alinearon hasta derivar en el proyecto. Luego de un período de investigación en Estados Unidos, con Eleonora decidimos volver a la Argentina de forma no tradicional, es decir, por tierra. Entonces se nos ocurrió que podríamos aprovechar ese tiempo para montar un proyecto educativo, que terminó siendo el Escaramujo. Después de evaluar qué tipo de propuesta educativa podríamos implementar, decidimos armar talleres para que estudiantes y profesores de distintas universidades pudieran aprender a ensamblar detectores de rayos cósmicos —partículas de altas energías que llueven sobre la superficie de la Tierra—.
¿De dónde surgió el financiamiento?
El grueso del financiamiento fue para los detectores. Las partes que usamos para ensamblarlos fueron donadas por tres entidades norteamericanas: las compañías SensL y Eljen Technology, y el laboratorio Fermilab, en el que trabajé durante mi estadía allá. Otra cosa muy importante fueron las horas-hombre que demandó la preparación del proyecto. Hubo mucho trabajo de colegas de Fermilab a quienes el proyecto les había parecido una buena iniciativa y donaron su tiempo para contribuir con los preparativos.
¿Cuál fue el objetivo del proyecto?
Buscamos educar y hacer divulgación científica para motivar y despertar vocaciones en el campo de la ciencia y la tecnología. Si bien los dispositivos que fuimos dejando en cada universidad no permiten hacer investigación así como están, rearmados o reconfigurados en tamaños mayores sí permitirían obtener más resultados. Lo que hicimos fue darles una llave para que después ellos puedan hacer su propio camino. Además, la presencia de dispositivos idénticos en diversos puntos geográficos permite que esos sitios interactúen entre sí; de hecho, lo están haciendo. Es decir, si bien no hablamos de investigación científica en el sentido usual, aprender e investigar cómo utilizar ese detector, cómo reproducirlo y cómo escalarlo permite hacer investigación local.
¿Quiénes participaron de los cursos?
La elección de los estudiantes fue realizada por los profesores locales. La mayoría era de los últimos años de las carreras de grado, pero también hubo estudiantes de posgrado y profesores. La idea del curso fue dejar el aparato funcionando para los frentes científico y educativo.
¿Cómo fue la respuesta de los estudiantes? ¿Hubo interés por la temática?
La respuesta fue espectacular. En algunos lugares nos tocó llegar en período de vacaciones y los pibes estaban ahí de punta en blanco a las ocho de la mañana para aprender y trabajar. En otras ciudades, llegamos en época de exámenes, pero los alumnos venían igual y superentusiasmados. De hecho, me consta que muchos de ellos después hicieron sus tesis de graduación o están empezando sus posgrados en temas vinculados con nuestra propuesta. Plantamos una semillita.
¿Cómo es el detector?
Está basado en un dispositivo denominado “centellador”. El proceso es el siguiente: el rayo cósmico atraviesa el detector como un balazo (los muones tienen mucha energía y lo pasan de largo) y deja restos de energía que el centellador transforma en luz. Esa luz se propaga y llega hasta un fotodetector muy sensible, llamado “fotomultiplicador de silicio”, que traduce la luz en una señal eléctrica. Este segundo dispositivo tiene placas electrónicas que procesan las señales mediante una minicomputadora. Enchufada a un monitor, esa minicomputadora permite ver en pantalla toda la información codificada de las partículas capturadas.
¿Cómo solventaste el viaje?
Yo formaba parte de la Red de Científicos Argentinos del Medio Oeste de Estados Unidos, integrada por 80 científicos de diversas ramas de la ciencia y la tecnología. Cuando nos juntábamos a comer asado, armábamos una especie de colecta en la que cada uno ponía 10 o 20 dólares. Con ese fondo, cubrimos el combustible. La camioneta y los víveres los compramos con nuestros ahorros.
¿Y cómo fue la experiencia de recorrer toda América Latina en camioneta?
Espectacular, no hay otra palabra. Haber recorrido una buena parte de América Latina de un tirón nos permitió ver la diversidad toda junta, desde esos pequeños detalles culturales hasta la forma de vincularse de la gente. Hay países con idiosincrasias más extrovertidas; otros, más introvertidas. Tratamos de evitar las grandes ciudades. Fuimos por pueblos en los que la gente, en general, es bárbara y está con los brazos abiertos para ayudarte, recibirte, explicarte, darte lo que tiene y, a veces, hasta lo que no tiene. La gente es espectacular. Cada día fue una aventura.
¿Hubo alguna situación difícil durante el viaje?
El momento más duro fue el cruce entre Panamá y Colombia, el cruce del Tapón del Darién. El Darién es una selva que no tiene ruta; para llegar a Colombia tuvimos que ir por mar. Para eso, contratamos un velero que normalmente funcionaba como paseo turístico. Hablé con el capitán y le propuse que nos llevara a Cartagena de Indias. En ese velerito de un mástil, viajamos cuatro humanos y cuatro perros: Eleonora, nuestros tres perros y yo, más una pareja de andaluces con su perrita. Fueron varios días en alta mar. Un tramo duro, pero los paisajes que vimos fueron totalmente espectaculares.
¿Cómo llegaste a la UNSAM?
Yo había hecho una especialización en el Dan Beninson y nunca perdí el contacto. Cuando llegó el momento de volver al país, me enteré de la apertura de la Ingeniería Nuclear con Orientación en Aplicaciones que se dicta en el Centro Atómico Ezeiza. Ahora, estoy allí armando un laboratorio para que los estudiantes puedan hacer experimentos formativos. En paralelo, también estoy armando un laboratorio para hacer investigación.
Para más información sobre la Ingeniería Nuclear con Orientación en Aplicaciones, clic aquí.
Excelente experiencia! Mis felicitaciones a Federico!! Un abrazo para los dos.