Instituto de Arquitectura y Urbanismo, Notas de tapa
Claudio Ferrari es el director de la carrera de Arquitectura de la UNSAM y en 2006 su estudio fue uno de los elegidos para encargarse de la remodelación del antiguo Palacio de Correos, y convertirlo en el Centro Cultural Kirchner. En esta entrevista cuenta cómo fue el proceso de casi 10 años de trabajo y muestra los rincones más increíbles de este centro, el más grande de América Latina.
Por Dolores Caviglia | Fotos: Pablo Carrera Oser
El edificio es como entrar en un salón gigantesco y encontrar allí otra puerta, abrirla y sentir esa misma sensación de un instante atrás: la inmensidad. Es como una especie de mamushka invertida, en donde el todo con cada capa no disminuye sino que crece. Es una bocanada de aire fresco que entra al cuerpo e hincha el pecho cada vez que uno ingresa a un espacio nuevo. Porque la monumentalidad del edificio sólo puede sentirse desde adentro. El viejo Palacio de Correos y Telégrafos impacta. Rompe el molde.
La idea de construir un edificio de esta magnitud surgió en 1888, cuando el director de Correos Ramón Cárcano consideró que el espacio en que iba a instalarse el organismo debía ser directamente proporcional a la importancia del servicio. Debía ser también testimonio de la construcción del Estado argentino. Por eso, no hubo dudas respecto del dónde: a metros de la Casa Rosada, a pocas cuadras de la Plaza de Mayo.
Sin embargo, debieron pasar cuarenta años para que la idea se materializara. Es que el proceso de su construcción condensa varias historias: la determinación de los acontecimientos económicos, la dificultad de materializar las ideas proyectuales tal y como habían sido pensadas, con la inevitable disrupción en las aspiraciones de armonía edilicia. La inauguración oficial fue en 1928.
La decisión del gobierno nacional en 2006 fue llamar a un concurso internacional para resolver el destino de este edificio icónico, que durante décadas recibió, catalogó y distribuyó toda la correspondencia que llegaba al país y donde funcionó la Fundación Eva Perón en sus comienzos (ver historia del CCK). El proyecto a elegir debía proponer la restauración, el reciclaje y la puesta en valor de la construcción pero también la incorporación de nuevos programas arquitectónicos, para un centro cultural federal, una sala sinfónica para 2000 personas, una sala de cámara de 600 personas, salas de ensayo y equipamiento musical para la Orquesta Sinfónica Nacional. Se presentaron 340 estudios de arquitectura de más de 20 países. Los estudios de arquitectura seleccionados fueron Bares y Asociados, de La Plata y Becker-Ferrari de Buenos Aires.
El arquitecto Claudio Ferrari, además de ser uno de los elegidos para restaurar el CCK, es el director de la carrera de Arquitectura de la UNSAM. Pasó la mayor parte de su carrera participando en concursos; se dedica a eso, a riesgo de perder, lo sabe bien. Ya tiene esa disciplina de trabajo y conoce cuáles son las chances para ganar y que no hay nada que pueda combatir a una buena idea. Parado justo en la línea imaginaria que divide al edificio entre lo que debió preservarse (el área “noble”) y lo que se pudo modificar (el área industrial), dice:
Este edificio fue declarado un monumento histórico nacional. Cuenta con un área de máxima preservación, de protección integral sobre la calle Sarmiento, donde se restauraron halles y salones nobles. Se modernizaron todas las instalaciones de electricidad y aire acondicionado, y también se adaptó a las normas vigentes de incendio. En la zona “industrial” se organiza el programa del nuevo edificio, que son tres edificios metidos dentro de uno más grande, la sala sinfónica (Ballena Azul), “La gran lámpara”, sala de cámara, y un restaurante mirador con terrazas públicas, que se integra con la vieja cúpula, a la que se le cambió el cerramiento que tenía por una piel de vidrio, para poder ver la ciudad y el río. Como pieza central de circulación vertical, se agregó además un sistema de escaleras mecánicas y ascensores que une las dos partes del edificio.
Claudio Ferrari estudió en la Universidad de Buenos Aires. A tres años de recibirse, en 1989, viajó a Barcelona y se instaló por cinco años. Fue profesor en la Universidad de Barcelona, expositor en las bienales de arquitectura de Venecia, San Pablo, Buenos Aires y conferencista en el congreso de la UIA en España. Fue allí donde realizó sus primeros trabajos. Cuando volvió al país, siguió con su carrera: en 1993 estableció el estudio Becker- Ferrari. Seis años después, recibió el premio Vitruvio a la nueva generación de arquitectos del Museo Nacional de Bellas Artes.
Desde afuera la música parece imperceptible, pero cuando la puerta se abre al espacio enorme invade todos los sentidos. Las butacas son perfectas; el escenario, monumental; las cuerdas suenan armoniosas y, a los costados, las paredes redondeadas y hechas como con barras de madera bien podrían imitar las costillas de una ballena inmensa, azul. Es la sala de música sinfónica.
Cuenta con espacio para 1.950 espectadores, distribuidos en tres niveles; con un órgano tubular de 56 registros y 3.500 tubos diseñado espacialmente y fabricado en Alemania; con una superficie total de 2.200 m2 y un escenario que ocupa 250 m2 y que tiene lugar para 140 músicos. Detrás de él, hay 150 sillas para el coro.
“La acústica de la sala es fundamental; si sonaba mal, el edificio no servía. Por eso viajé a las mejores salas del mundo, estudié mucho el tema en Berlín, Madrid, Barcelona, Amsterdam, Lucerna. Este es un proyecto de años de trabajo de muchas personas, ingenieros en acústica, estructurales, etc. Manejamos los estándares internacionales de las mejores salas de concierto del mundo. Lo proyectamos junto con el maestro Rafael Sánchez Quintana, el experto en acústica más importante del país, quien fue el encargado de la remodelación acústica del Teatro Colón”.
La ballena es sin dudas el corazón del centro, pero no está sola. Está acompañada por otros espacios igualmente impresionantes, como La Cúpula, una estructura con piel vidriada a la cual se le incorporó un sistema de luces de led que permite iluminar y representar todas las banderas del mundo; un espacio de 500 m2 para usos múltiples con un escenario levadizo y luces escénicas, un restaurante público, el primer punto panorámico público y de acceso gratuito de la ciudad de Buenos Aires, desde donde se puede ver Puerto Madero y el río, la Casa Rosada y la Aduana Taylor. También la Sala Eva Perón, la antigua oficina donde la ex primera dama recibía y enviaba donaciones, y atendía a quienes necesitaban su ayuda; la Sala Argentina, con capacidad para 540 personas, 500 m2 de superficie en la platea, más 150m2 de escenario, y dos salas de ensayo para músicos y coro; la Sala Néstor Kirchner, una exposición para tomar contacto con el paisaje que acompañó el camino del ex presidente, con las voces y las presencias de sus compañeros de ruta más cercanos, de sus afectos personales, de las experiencias que forjaron su carácter. La Gran Lámpara, una pieza arquitectónica que cuelga con sus plantas a través de tensores de acero y que permite la visualización de su conformación geométrica tridimensional desde distintos planos. Por su flexibilidad, puede adaptarse a diversas manifestaciones artísticas. El Salón del Correo, una de las partes nobles del edificio; el Salón de los Escudos; el Salón de Honor; y los distintos auditorios.
¿Cuánto pudieron conservar del edificio original?
Se conservaron todas las áreas nobles y los salones perimetrales, que se restauraron. En el área industrial se realizó un hueco de 50m x 50m, donde había un patio, y ahí se construyeron los nuevos programas del edificio. Trabajaron en la obra cerca de 1500 personas. Y ahora, para que funcione a diario, lo hacen cerca de 1000 personas.
En el traspase del papel al proyector real, ¿debieron hacer muchos cambios?
La obra requiere de varios ajustes que no son estructurales. Es decir, no cambiaron las formas de los espacios o el programa, pero sí cuestiones que tienen que ver con la tecnología que, desde iniciado el proyecto, avanzó en muchas áreas, sobre todo en aspectos tecnológicos, eléctricos, digitales, etc. Es una obra muy compleja desde la logística de la construcción -montaje de grandes grúas, luces estructurales de 50 m en la cubierta-, que demandó 6 mil toneladas de acero. Esta estructura se trajo pre-armada de las acerías de Bilbao, España, todo lo demás es de industria nacional.
¿Se encontraron con algún imprevisto?
Sí, muchos. Sobre todo en la excavación para las nuevas fundaciones: es que estamos en el borde original del río. Este edifico fue hecho sobre el agua, pero conseguimos que funcionara todo, el edificio original no tuvo ninguna fisura. Es una de las obras más innovadoras del nuevo siglo, que demuestra lo que somos capaces de hacer con la arquitectura en Argentina.
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El Centro Cultural Kirchner busca consolidarse como el corazón de la cultura, en donde dialoguen arquitectura, diseño, música, literatura, artes visuales, danza, teatro y todas las disciplinas artísticas que invitan a la integración nacional, latinoamericana e internacional, posible en un espacio de más de 100.000 metros cuadrados.