El filósofo, profesor e investigador de la UNSAM, y autor de dos libros sobre el naturalista inglés, analiza las múltiples dimensiones en las que la teoría darwiniana revolucionó la ciencia y el conocimiento.
La figura de Darwin, necesariamente, debe ser abordada desde múltiples dimensiones. En primer lugar, desde 1859 hasta la actualidad, marcó el desarrollo de las ciencias biológicas. Los aportes de la genética (mendeliana, de poblaciones y finalmente la molecular), el neodarwinismo de Weismann que elimina la herencia de los caracteres adquiridos, y la teoría sintética a partir de los años 30 del siglo XX, que modificaron, pero sobre todo reforzaron, la propuesta inicial darwiniana basada en el origen común de lo viviente y en la selección natural. Quizá la expresión que mejor sintetiza la situación actual sea el feliz título del artículo de Th. Dobzhansky: “Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”.
Pero el darwinismo ha tenido, además, una profunda repercusión en otras áreas de la ciencia; evidenciando, dicho sea de paso, la íntima interrelación de los saberes científicos entre sí y el modo en que algunos desarrollos en áreas específicas -en este caso la biología evolucionista, pero algo similar ocurrió con la mecánica newtoniana– aportan conceptos explicativos, y metáforas por qué no, que se expanden hacia otras áreas. En efecto, la teoría darwiniana de la evolución –en ocasiones deformada ideológicamente- colonizó y al mismo tiempo proveyó de herramientas conceptuales y explicativas a la sociología, la antropología, la economía, la ética, la sociobiología humana, la epistemología, la psicología y la medicina. En la primera mitad del siglo XX, con evidentes marcas de un evolucionismo más spenceriano y la influencia haeckeliana, el darwinismo estuvo presente en la antropología criminal (sobre todo, aunque no exclusivamente, en la teoría del criminal nato de la escuela positivista italiana de Lombroso) y formó parte sustancial del movimiento eugenésico que promovía la reproducción de los superiores y desalentaba o impedía la reproducción de los inferiores (catalogados según razas, pero sobre todo según diferencias de clase social, grupos o directamente nacionalidades, como gitanos, rusos judíos, hindúes y otros; o bien grupos como delincuentes, prostitutas, alcohólicos, deficientes mentales, enfermos en general -epilépticos, locos, sifilíticos, tuberculosos, etc.-, agitadores políticos, ácratas -es decir anarquistas-, maximalistas o bolcheviques y enfermos como los sifilíticos y tuberculosos). Así, el darwinismo, en intersección con un evolucionismo general e ideológico, contribuyó a establecer conexiones directas o indirectas (reales, imaginarias, ideológicas o potenciales) entre diversidad biológica y desigualdad política.
Pero, además, el darwinismo, provocó la revolución antropológica, cultural e ideológica más profunda y amplia derivada de una teoría científica en toda la historia. No sólo redefinía la noción de especie en una perspectiva poblacional desechando la perspectiva esencialista o tipológica, sino que ubicaba a la especie humana derivando de ancestros no humanos y como el resultado contingente del desarrollo evolutivo. Esto eliminaba no sólo la creencia en la creación especial (según la cual Dios habría creado a cada especie por separado), sino sobre todo la idea de un hombre como ser, hecho a imagen y semejanza del creador, como culminación de la creación y con un lugar privilegiado en el universo. Por ello la teoría darwiniana de la evolución es incompatible con la ortodoxia religiosa cristiana y eso explica la inclaudicable oposición de ésta. Cualquier intento de conciliación entre ambas- que de hecho los hay- conlleva violentar o bien la evolución o bien la religión. Esta disputa nunca cesó y actualmente, se manifiesta en los constantemente renovados embates de los grupos religiosos más fundamentalistas sobre todo de EEUU y en menor medida en Europa, apoyados por algunos pocos científicos aunque nunca en publicaciones especializadas, por reinstalar la discusión entre evolución y la llamada “teoría del diseño inteligente”. El debate adquiere, en realidad, estatus político e ideológico, dado que se encuentra, académica, intelectual y epistemológicamente saldado y lo que hoy se denomina “diseño inteligente” no es ni más ni menos que el famoso argumento de la teología natural de W. Palley de 1802, según el cual compuestos complejos –como un reloj o un ser viviente- no podían ser el resultado del azar de las fuerzas naturales sino un acto de creación sobre un diseño previsto. Enla Argentina, por su parte, salvo excepciones resulta llamativa la ausencia de la cuestión de la evolución en los institutos de formación docente y por consiguiente en los establecimientos de enseñanza media (tanto confesionales como en muchos de los públicos) a despecho de que aparezca como parte del currículo en los documentos oficiales.
Vale la pena recordar también que Darwin, un ignoto joven en ese momento, pasó casi un año en el territorio argentino, como parte de su viaje, entre 1831 y 1836, alrededor del mundo. En su Diario de Viaje, además de las consabidas descripciones geológicas y biológicas, cuenta que aprendió a tomar mate con los gauchos, conoció a Juan Manuel de Rosas -quien lo ayudó otorgándole un salvoconducto para circular en esos tiempos difíciles- y fue partícipe involuntario de una de las rebeliones de los rosistas. Describe la figura del gaucho, el temor por los indios de la pampa, el carácter de la población del Río dela Platay dos viajes a Malvinas, en tiempos de la toma definitiva de las islas por parte de la corona inglesa. Participó de la dramática devolución de tres indios fueguinos que habían sido llevados a Inglaterra en un viaje anterior. Y, en Mendoza, fue atacado por las vinchucas. Enla Argentina, como en todo el mundo, la recepción del darwinismo no estuvo exenta de controversias, errores e interpretaciones sesgadas ideológicamente. Se refirieron a Darwin, por citar sólo a algunos, escritores como G. E. Hudson, científicos como G. Holmberg, G. Burmeister, F. Ameghino, C. O. Bunge o J. M. Ramos Mejía, y políticos como Sarmiento o Lucio V. Mansilla.
Sobre Héctor A. Palma
Doctor en Filosofía dedicado a las ciencias y especializado en temas de evolucionismo, metáforas en la ciencia y crítica del periodismo científico. Es profesor de grado y posgrado, e investigador en el Centro Estudios de Historia de la Ciencia J. Babini de la Universidad Nacional de San Martín.
Entre otros libros, ha publicado Darwin en la Argentina (UNSAM Edita), un ensayo que recoge las vicisitudes de su viaje por el actual territorio argentino poniendo el acento en consideraciones socio-antropológicas y políticas, además de otras más anecdóticas como la relación con Francisco Muñiz acerca de la vaca ñata y sus comentarios sobre el mate; y Darwin y el darwinismo. 150 años después (UNSAM Edita), un aporte sustantivo para biólogos, historiadores, sociólogos, antropólogos, filósofos, educadores, políticos, y todos aquellos que intenten comprender, participar o promover el debate sobre el sentido del darwinismo en la cultura contemporánea.
muy bueno el articulo…
y el libro?
sds
Tan interesante este artículo como lo fueron sus clases. Un saludo afectuoso
Más allá de lo rico de lo estrictamente acádemico, que ya conocía en parte por haber sido alumno del Dr. Palma en la UNSAM, me ha sido novedoso lo aportado acerca del salvoconducto extendido por J.M. de Rosas y la participación involuntaria de Darwin en una revuelta. Además, es muy pintoresco el dato acerca de las vinchucas (nunca deja de haber algo sorprendente en lo escrito por Palma). Felicitaciones, Mario Vazquez.