Manuel Platino y los secretos del cosmos

Notas de tapa

Manuel Platino y los secretos del cosmos

Egresado de Stanford y docente de la UNSAM en Ingeniería Electrónica, el doctor Manuel Platino desentraña los misterios de los rayos cósmicos en el Observatorio Pierre Auger Sur. Durante una charla, al pie de la Cordillera, explica cómo trabaja hoy en partículas elementales, y el derrotero que lo llevó desde la ciudad de Olavarría, en donde nació, a doctorarse en Estados Unidos, antes de convertirse en un buscador de muones, en uno de los complejos científicos más importantes del mundo, ubicado en el sur de Mendoza.

Por Fernando Halperín – Fotos: Verónica D´alia/Equipo de Comunicación UNSAM

El doctor Manuel Platino cuenta muones. En realidad trabaja en un experimento que permite primero detectarlos y, después, contarlos.

El problema es que estamos hablando de física de partículas. Y es posible que la mayoría de los mortales no sepamos cómo es un muón. Corrijo: no sepamos, si quiera, que existe algo que se llama muón. Entonces el doctor Platino puede resultar de lo más interesante por dos motivos. Uno es aprender, aunque sea, una pizca sobre las partículas y las fuerzas elementales que hacen que el Universo funcione como funciona. La otra es que el doctor Manuel Platino nació hace 38 años en Olavarría, en el interior de la provincia de Buenos Aires, en una familia encabezada por un abogado y una maestra jardinera sin ninguna inclinación por la física de partículas. Cómo llegó el doctor Platino a graduarse en Stanford y, más tarde, a trabajar en el detector de muones del monumental observatorio de rayos cósmicos Pierre Auger Sur, instalado en el sur de Mendoza, es una historia en sí misma, y puede servir de referencia a quienes hoy emprenden, o transitan, por la etapa de su formación.

No son pocos los estudiantes que lo conocen. El doctor Platino, además, dicta clases en la carrera de Ingeniería Electrónica de la UNSAM. Pero pocos, o ninguno, han compartido sus días en el Pierre Auger, el mayor observatorio de rayos cósmicos del mundo, perteneciente a un consorcio de 18 países y relacionado directamente con la Universidad. Allí, en aquella inhóspita y deshabitada Pampa Amarilla de 3000 km2, plagada de detectores de rayos que llegan desde el espacio, Platino le hace frente al frío con un gorro de lana, anteojos oscuros y mameluco azul. Visto así, caja de herramientas en mano, recuerda más a un colocador de TV por cable que a un investigador en física de partículas. En ese contexto, en lo alto del cerro Coihueco y con la escenografía imponente de la Cordillera de los Andes nevada, transcurre la charla.

“Acá estudiamos los rayos cósmicos -arranca Platino-. En especial los más veloces, que desarrollan las mayores energías conocidas del universo. Nosotros queremos saber qué son, de dónde vienen y qué proceso universal genera semejante energía”.

-Usted estudia muones. ¿Qué tienen que ver los muones con los rayos cósmicos?

-Sucede que cuando un rayo cósmico, que viene viajando casi a la velocidad de la luz, ingresa en la atmósfera terrestre, choca contra las moléculas de aire y las destroza. De ese choque resultan millones de fragmentos; es decir, de partículas elementales. Una verdadera lluvia, que llega a la superficie de la Tierra en forma de electrones y muones. Estudiando esos electrones y esos muones podemos saber mucho sobre los rayos cósmicos que los generaron.

-Y usted los cuenta…

-Exacto. Asumimos que los rayos cósmicos más energéticos son partículas únicas, protones solitarios, que provienen de otras galaxias. Pero hay algunos, menos energéticos, que provienen del interior nuestra propia galaxia. En ese caso, en lugar de protones solitarios viajeros, se trata de núcleos de átomos más complejos, más pesados, con mayor número de protones. ¿Pero a qué átomos, específicamente, corresponden esos núcleos viajeros? Para saberlo tenemos que determinar el número Z. ¿Se acuerda del número Z? Lo tiene que haber visto en química, en la escuela.

-No.

El número Z es el número total de protones, que forman el núcleo de un átomo. Nosotros podemos determinarlo, si contamos la proporción de electrones y de muones que llegan a la Tierra, producto de esos choques de los rayos cósmicos contra la atmósfera. Por eso el proyecto en que trabajo se propone, una vez detectado el “chubasco de partículas”, contar la proporción de muones respecto de la de electrones.

-¿Cómo es un muón, exactamente?

-Es una partícula elemental muy parecida a un electrón, pero 300 veces más masiva. Y “vive” muy poco tiempo, en el orden de los microsegundos.

-¿Microsegundos?

-Es muy inestable. Entonces, desde que se forma producto del choque del rayo cósmico hasta que se convierte en otra partícula, pasan un par de millonésimas de segundo. Un colega describe el muón como un “electrón gordo”. Asumimos que los muones, por ser tan masivos, pueden atravesar la superficie de la Tierra. Pero los electrones no. Entonces la Tierra hace de filtro: ponemos detectores enterrados más de dos metros bajo tierra, a donde sólo llegan los muones, y los comparamos con los resultados de los detectores de superficie, a los que llegan muones, pero también electrones.

-Usted nació en el interior de la provincia de Buenos Aires y es hijo de una maestra jardinera y un abogado. ¿De dónde viene la vocación por los muones?

-Podría decir que de mi abuelo, Antonio Platino.

-¿Era físico?

-No. Mi abuelo tenía un taller de reparación de radios y televisores. Pero también era radioaficionado. Cuando era chico, después de la siesta, me encantaba ir a visitarlo, y verlo mientras hablaba con gente de otras partes del país y del mundo, a través de la radio. Y ahí me explicaba el funcionamiento de las ondas de radio… Eso me gustaba, particularmente. Después, ya adolescente, me decidí por la escuela técnica.

-¿Quería ser ingeniero?

-Ingeniero o músico. La música es mi hobby. La verdad es que me gustan mucho las dos cosas, pero me parecía que hacer ingeniería tenía mejor salida laboral. Así que proseguí mis estudios en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), donde me recibí, en 1998, como ingeniero electrónico con orientación en telecomunicaciones. Me gusta mucho la física, pero siempre me atrajo más la parte técnica. Soy “fierrero”. Me gusta armar cosas. Cuando terminé la universidad empecé a trabajar. Estuve dos años en una compañía que estaba construyendo un dique, en San Juan. Era el año 2000. Pero entonces empecé a sentir que la industria no era lo mío. Que en la Argentina sólo se importaba tecnología; no había desarrollo. Así que decidí hacer un posgrado. Mi intención era hacerlo en el ITBA. Pero el posgrado del ITBA también estaba muy orientado a la industria. Por eso empecé a averiguar en Estados Unidos. Apliqué para cinco universidades: Caltech, Stanford, MIT, Georgia Tech y Colorado State University. Me aceptaron en tres.

-Todo un record…

-De todas, Stanford era la que más me gustaba. Entonces elegí estudiar allí, un posgrado en ingeniería electrónica.

-¿Ya estaba en mente lo de los rayos cósmicos?

-No. Nada que ver. Yo quería dedicarme a las telecomunicaciones. Hice el posgrado de dos años, y me dediqué a las telecomunicaciones

-Estamos hablando de principios de la década del 2000. Stanford, en el oeste de Estados Unidos, en el Sillicon Valley… Habría una efervescencia enorme.

-Sí. Esa era la época del fenómeno dot.com, cuando había explotado la burbuja.

-Qué raro que no haya terminado trabajando en algo relacionado a la informática.

-Es que a mí gustaba mucho el aspecto físico… la radio, estudiar cómo se propagan las ondas en distintos medios. Una vez que entré en el master decidí hacer el doctorado. Pero no tenía plata. Stanford costaba 10.000 dólares. Empecé a buscar financiación. Comencé a hablar con profesores, y me interesé en uno de los laboratorios que se llama StarLab, dedicado a la radio y las telecomunicaciones. Y me interesó el grupo de ondas de muy baja frecuencia que, generalmente, ocurren en el espacio. También se dan en la Tierra por terremotos o por relámpagos.

-Ahí ya aparece el espacio, el cosmos.

-Sí. En el tiempo que estuve allá trabajé en Alaska, con antenas de radiofrecuencia, con las que se hacían experimentos en las auroras boreales. Y estuve trabajando en experimentos antárticos, aunque no fui a la Antártida. Luego formé parte de un equipo de investigación que utilizaba datos de satélites de la Agencia Espacial Europea. El “Cluster”, que estudiaba las distintas regiones de la magnetósfera, la región que rodea la Tierra, dominada por el campo magnético terrestre. Y el “Demeter”, que estudiaba las ondas de radio generadas por terremotos. Entonces, entre lo de Alaska, lo de Cluster y lo de Demeter, hice varias publicaciones. Mi tesis se basó en el estudio de las ondas de radio medidas por los satélites Cluster. La verdad, todo eso tenía bastante de física  y no tanto de ingeniería. Mi trabajo de doctorado fue más de física. Y entonces, en 2006, volví a la Argentina.

-¿Por qué?

-Por mi novia, que estaba acá.

-Vuelta al país, por una mujer.

-Sí. La había conocido a distancia, en 2004. En principio quería quedarme allá, en Estados Unidos. Pero entonces pensé que con mis estudios y mis publicaciones no tendría inconvenientes en conseguir trabajo en cualquier lugar del mundo. Mi novia estaba aquí y quise probar.

-¿Cuál era la idea? ¿Trabajar en qué?

-Pensaba en volver a la industria. En convertirme en consultor para la industria petrolera. Tenía la idea de trabajar con las ondas de muy baja frecuencia, en prospección de yacimientos de hidrocarburos. Como dije, estaba medio desilusionado de la industria. Pero en el medio descubrí que en la Argentina también se hace investigación, y que es importante. Que no es tan yermo todo como yo pensaba. Un ejemplo claro es el Observatorio Pierre Auger, donde trabajo ahora.

-¿Ya lo conocía?

-No. A través de una persona en común me contacté con Alberto Etchegoyen, director del Instituto de Tecnologías en Detección de Atropartículas (ITeDA), integrado por el Conicet, la Comisión Nacional de Energía Atómica y la Universidad Nacional de San Martín, que está asociado al Observatorio Pierre Auger.

-¿Y le pareció interesante?

-¡Ni hablar! Me pareció espectacular. Genial. Así fue cómo empecé a trabajar en el Pierre Auger, en un proyecto llamado AMIGA, para desarrollar la electrónica de los detectores de muones.

-¿Y la novia?

-Aquello terminó. Nos peleamos.

-También empezó a hacer docencia en la UNSAM.

-Lo de la docencia fue en 2010. Hoy doy clases en la sede de Miguelete, en la materias Electrónica Analógica 1 y 2, que forman parte de la carrera de Ingeniería Electrónica.

-¿Y le gusta?

-En principio no era mi idea dar clases. Me gusta más venir a la montaña, a “hacer fierros”, como digo yo. Pero con el tiempo descubrí que también es interesante la interacción con los alumnos. Siento que me nutre.

-¿Y la música? ¿Cómo entra en todo esto?

-Tengo varias bandas. Me gusta mucho la música, pero mi vocación viene más por el lado de la producción. Yo sé tocar el saxo y el bajo. Toco también el theremin, una especie de antena que, al acercarle la mano, empieza a sonar y genera un tono. Y cuanto más cerca, más agudo. Es el primer instrumento totalmente electrónico que existe.

-¿Y toca en bandas ahora?

-Sí, sí… en varias. Y también tengo una especie de sello discográfico medio casero. Hacemos discos de bandas en formato CDR y también en casettes. ¿Vio que están volviendo los casettes?

-¿Cómo se llama el sello?

-Se llama Zann Music, por Erich Zann, que es un personaje creado por el escritor Howard Phillips Lovecraft. (N de la R: Erich Zann toca extrañas melodías, que traen a este mundo personajes invisibles, provenientes de otras dimensiones.)

-Sin aquella novia que lo decidió a volver al país, ¿se va a quedar acá, o piensa regresar a Estados Unidos?

-Por ahora me quedo. Aunque últimamente he estado pensando en mudarme a Bariloche. Buenos Aires me cansa.

-Es interesante, porque usted se dedica a desentrañar los secretos del Universo, que es algo de una enorme trascendencia. Y sin embargo, para la mayoría de las personas su campo de estudio resulta, incluso, completamente desconocido.

-Lo sé. Y a veces tengo mis momentos de cuestionamientos. Pero entonces me acuerdo de la serie Cosmos, de Carl Sagan, y en seguida vuelven las fuerzas y el entusiasmo.

Nota actualizada el 11 de julio de 2012

3 comentarios

  1. Papá dice:

    Muy bueno el articulo.P.

  2. Martin Anton dice:

    Que grande Pocho, no se si te acordas de mi, soy el hermano de Pachi.
    Increible tu vida, te felicito.
    Siempre me acerdo de las tardes de basquet en Ferrocarril Sud.

    Abrazo

  3. pachi dice:

    Un gran saludo a mi sabio amigo!
    La humildad de siempre, de los últimos 35 años que te conozco!

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