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El investigador del INTA y docente de la carrera de Ingeniería en Materiales del Instituto Sabato fue triplemente galardonado por el desarrollo de una púa antiadherente. En esta entrevista cuenta cómo la observación de un escarabajo lo llevó a recibir el Gran Premio Innovar 2017.
Por Vanina Lombardi | Fotos: Pablo Carrera Oser
Eduardo Favret estudió Física en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, donde se doctoró. Desde 1998 se desempeña como docente de la carrera de Ingeniería en Materiales del Instituto de Tecnología Jorge Sabato (CNEA-UNSAM) y en 2007 ingresó al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) como investigador del CONICET. Allí compartió sus conocimientos en metalografía y continuó con el estudio de la topografía o microtopografía de las superficies, y con la búsqueda de nuevas aplicaciones.
“Empecé estudiando superficies superhidrofóbicas, es decir, superficies autolimpiantes que tienen la propiedad de rechazar el agua”, cuenta Favret. “Hay hojas, por ejemplo, que no se mojan, pero que el agua va limpiando cuando tienen suciedad. Yo analizaba la microtopografía de ese tipo de hojas y, en el proceso, me interesé por los corióptidos, unos insectos que cavan en la tierra y salen limpios porque las partículas no se les adhieren”, detalla.
Durante la última edición del Premio Innovar, Favret fue triplemente galardonado por su proyecto “Superficie biomimética aplicada a la maquinaria agrícola”: recibió el primer premio en la categoría Energía y Desarrollo Sustentable, la medalla de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual al proyecto más destacado ya patentado o en proceso de patentamiento y el Gran Premio Innovar 2017. “Es una gratificación para seguir investigando, no lo esperábamos”, asegura.
¿Por qué es importante el estudio de la antiadherencia en las superficies?
Un paso interesante como físico es entender el fenómeno de la no adhesión en el insecto. Si bien puede producirse por cuestiones topográficas o químicas, no siempre es posible descubrir su verdadera causa.
¿En qué consiste el desarrollo premiado?
Hicimos una púa con una estructura de cavidades a partir del estudio de la cutícula de la hembra del bicho toro, que es la que excava para desovar en un ciclo que dura un año. Esta púa puede ser usada como herramienta para labrar la tierra y, a diferencia de las actuales, permite ahorrar un 7 % de energía.
¿Cómo incide la antiadherencia en este desarrollo?
Cuando una herramienta de labranza se adhiere al suelo, genera mucha fricción. Por eso, conviene que el metal esté siempre limpio. Para lograrlo, hoy existen varios métodos: puede ser por vibración, lubricación o por microtopografia, que es lo que trabajamos nosotros con los autolimpiantes.
¿Pensaron la aplicación práctica desde el inicio?
No, la idea original era entender el fenómeno de la antiadherencia. Yo trabajo en el grupo de Mineralogía y Micromorfología de Suelos y Biomimética, y mi idea era aprovechar la investigación para desarrollar algún diseño que pudiera aplicarse a los suelos. Teníamos el concepto y, aunque no entendíamos bien cuál era el principio, creamos un diseño y dio resultado.
¿Cómo llegaron al diseño?
Vimos que el diámetro de las cavidades en el bicho toro tenía un promedio de 50 micrones y calculamos la distancia entre las cavidades. Luego realizamos mediciones estadísticas y logramos una estructura periódica para hacer un prototipo simple y de bajo costo.
¿Cómo seleccionaron el material?
El acero de la púa lo seleccionamos con la ayuda de profesionales del Laboratorio de Terramecánica del INTA, a cargo de Omar Tesouro. Él nos propuso desarrollar una púa, que es una herramienta fácil de hacer. Primero hicimos una púa con cavidades hexagonales (una estructura que se ve mucho en la naturaleza) y luego la comparamos con una púa testigo lisa. En el INTA ya habían desarrollado un equipo para medir la tracción y estudiar los esfuerzos que hace una herramienta, tanto de penetración como de arrastre.
¿Lo patentaron?
Patentamos el diseño de las cavidades en 2015 en Estados Unidos y también hicimos el trámite en la Argentina y en Brasil, pero todavía esperamos la aprobación. Es una patente entre el INTA y la Universidad Tecnológica Nacional. Además, desde 2016 tenemos un convenio de investigación y desarrollo con Ingersoll Argentina, una empresa que hace discos de arado para siembra directa en Monte Maíz (Córdoba), a partir del cual buscaremos aplicar la patente a los discos. Veremos si el diseño potencia su función y, sobre esa base, definiremos la necesidad de hacer modificaciones. Si todo sale bien, la empresa comprará la licencia.
¿Qué otras aplicaciones puede tener este desarrollo?
La propiedad funcional es la antiadherencia y tiene muchas aplicaciones potenciales, no solo para el agro. Eso es lo interesante de la biomimética. Ahora estamos investigando sobre su uso en bateas que mezclan alimentos. La naturaleza es fabulosa: desde hace 3500 millones de años que viene generando diseños, mientras que la mayoría de los diseños tecnológicos del hombre se dieron a partir de la Revolución Industrial. La biomimética estudia las propiedades funcionales de los sistemas biológicos, para luego trasladarlos a un desarrollo tecnológico. Leonardo Da Vinci fue un gran estudioso de la biomimética: analizó la propiedad funcional del vuelo de los pájaros porque quería generar un desarrollo tecnológico que le permitiera al hombre volar, algo que se logró varios siglos después con el avión.