Instituto de Investigaciones Biotecnológicas, Notas de tapa
Una experiencia estresante puede desencadenar una enfermedad mental muchos años después. Los genes parecen estar en el medio, y hacen que hasta sea posible adquirir vulnerabilidades a causa del estrés sufrido por la madre durante el embarazo. La doctora Marcela Brocco, desde el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la UNSAM, sigue el hilo de este problema mediante la investigación en animales.
Por Marcelo Rodríguez – Fotos: Alfredo Srur / Equipo de Comunicación UNSAM.
Cuando en la entrada del nuevo milenio, con el desciframiento de la secuencia completa del Genoma Humano, se creyó tener al alcance de la mano la información necesaria para lograr una solución a (casi) todos los males, apareció la epigenética. La cuestión no era tan simple, y de pronto resultó que cada uno de los 25.000 genes estaba sujeto a diferentes procesos bioquímicos a nivel molecular que regulan la forma en que cada uno de ellos se expresa o deja de hacerlo, y en qué momento de la vida del organismo lo hacen.
La matriz de estos procesos bioquímicos –el epigenoma humano– es un nuevo mundo aún por descubrir, y vino a revolucionar conceptos arraigados desde hace más de un siglo en la ciencia biológica. Uno es el que suponía la existencia de una “barrera genética” en virtud de la cual los genes pueden dirigir los procesos orgánicos, pero no pueden ser ellos mismos alterados ni modificados en sus funciones, que consisten básicamente en elaborar cada una de las proteínas necesarias para que el organismo se desarrolle y funcione. Hoy está claro que si bien el código del genoma no cambia a lo largo de la vida de un individuo, dentro de la cromatina que los encierra en cada célula sí se producen modificaciones que los afectan, a causa, por ejemplo, del estrés o de la actividad hormonal. Dicho de otra manera: ciertas experiencias, sucesos o enfermedades pueden afectar al ADN, haciendo que algunas predisposiciones dadas por el código genético se manifiesten o bien se llamen a silencio, manteniéndose en estado latente.
El otro hecho trascendente –y que incluso ameritaría algunos ajustes en la propia teoría evolutiva– es que algunas de esas modificaciones en la expresión del ADN adquiridas a lo largo de la vida podrían ser heredables. Especialmente cuando se dan en la madre embarazada o, en el caso de los modelos de estudio en animales, de las hembras preñadas.
Sobre este tema está trabajando un equipo del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB-INTECH) de la UNSAM, integrado por la doctora Marcela Brocco. “Investigamos qué es lo que pasa en los genes cuando el animal se estresa, lo cual, extrapolado a los seres humanos, permitiría inferir qué cambios en los genes pueden hacer que la persona se enferme”, explica la doctora Brocco, bioquímica a cargo de este proyecto que cuenta con financiamiento público (de UNSAM, CONICET y el FONCyT) y de instituciones privadas.
Más específicamente, en el laboratorio del IIB-INTECH, a cargo del doctor Alberto Frasch, se están estudiando, básicamente en roedores, las relaciones entre situaciones de estrés inducido y algunas afecciones del espectro de las enfermedades mentales (como la esquizofrenia y, especialmente, la depresión) en las que se sabe que hay predisposiciones genéticas involucradas, pero donde la genética es sólo una entre la multitud de factores (incluyendo los ambientales y sociales) que hacen que se desencadenen los síntomas y marcadores.
¿En qué consisten las investigaciones?
Estamos viendo, por ejemplo, qué consecuencias tienen en la adultez las ratas cuyas madres han sido sometidas a estímulos estresantes durante la preñez. Estos animales tienen afectados algunos genes en el cerebro y también en los testículos, entre otros órganos. El feto cuya madre ha estado estresada tiene cambios aún sin que le haya pasado nada anormal.
De manera que los cambios permanecen latentes durante el desarrollo.
Exacto. Y en otras experiencias, además, se han separado algunos recién nacidos de su madre, y se vio que eso también repercute a nivel genético en el cerebro. El animal que es separado de su madre se torna más vulnerable, y tiene más posibilidades de ser afectado psíquicamente por sucesos futuros. Es algo similar a lo que ocurre en las niñas que han sido abusadas sexualmente, que tienen un riesgo cuatro veces mayor de padecer algún tipo de depresión en la adultez, según está estudiado.
Las mutaciones en los hijos de madres estresadas, ¿son genéticas o epigenéticas?
Puede haber de ambos tipos. En algunos casos pueden nacer con un gen alterado que no se manifiesta nunca, salvo que alguna experiencia desafortunada genere una crisis.
La condición biológica
El estrés es una noción muy popularizada. La mencionamos cuando nos referimos a situaciones muy variopintas: desde una pérdida dolorosa o un conflicto bélico hasta la tensión laboral cotidiana. Todo se complica, además, cuando se piensa que las mismas experiencias que para algunos son estresantes, otros las disfrutan. En las experiencias de laboratorio, cuenta la investigadora del IIB-INTECH, se somete a las ratas bajo estudio a diferentes experiencias, como la inmovilidad, el encierro o el frío, y luego se comparan los efectos con los animales que no han pasado por esas situaciones. Otra experiencia estresante es el miedo: “En el bioterio hay animales que son dominantes y otros de la misma especie que son subordinados, y para estos, el sólo hecho de estar en presencia de un dominante puede ser una importante causa de estrés”, apunta la doctora.
¿Cómo evalúan en los animales el grado de “estrés” o “depresión”?
Obviamente no se puede diagnosticar una depresión en animales, porque es algo que en los humanos se evalúa mediante un cuestionario. Nosotros analizamos marcadores en la sangre y algunos genes “testigos”. Y mediante algunas experiencias, como por
ejemplo ofrecerles a las ratas una botella con agua azucarada y otra sin azúcar: a la rata estresada le da lo mismo consumir cualquier de las dos, mientras que la rata normal prefiere consumir la azucarada, porque le da placer. Eso nos permite saber si el animal está afectado por el estrés, porque cuando eso pasa sufren lo que se llama anhedonia: pierden la capacidad de sentir placer.
¿Cómo pueden ser aplicados los resultados de estas investigaciones a los seres humanos?
Es difícil, porque la depresión humana es multigénica, no se debe sólo a un gen. Nosotros tenemos un gen candidato, que es una proteína involucrada en la formación de las neuronas, cuya falta hace que las células en cultivo no tengan la típica forma de neurona. Uno de nuestros proyectos es ver, mediante un trabajo conjunto con el Hospital Moyano, si entre las pacientes existen algunas en las que nuestro “gen candidato” está alterado. La posibilidad de encontrar una correspondencia contundente es baja, pero es una forma de pasar a estudiar en humanos lo que hace diez años venimos estudiando en animales.
¿Y si hubiese resultados concluyentes?
Si realmente se comprobase que la enfermedad se debe a la alteración de un gen, habría que pensar en drogas, o en la posibilidad de modificar ese gen para que las personas no se enfermen.
¿Cuál es el problema que quisieran poder solucionar desde su lugar de científicos?
Por una parte, encontrar los genes que puedan determinar que alguien tenga una cierta vulnerabilidad. Pero eso puede ser en cierto modo estigmatizante, como tener una tarjeta que diga lo que le puede pasar a tal persona dentro de veinte o treinta años. No tendría sentido. La idea de tener un panel de biomarcadores ayudaría a que si una persona sufre una enfermedad, se pueda saber exactamente cuáles son los mejores medicamentos para ella. Una diferencia en un gen puede hacer que una persona responda a un tratamiento y otra no. En los pacientes depresivos, no todos los medicamentos funcionan, ni tardan lo mismo en hacer efecto. Pero para eso es necesario decidir qué población se investiga: el sistema de salud no puede estar haciendo análisis genéticos “por las dudas”.