La pregunta por el vínculo entre los intelectuales y la política es una zona de indagación historiográfica de larga data en nuestro continente. Pero la renovación que se dio en este campo disciplinar a partir de la década del ochenta fue en paralelo con el languidecimiento de la figura del intelectual como actor de la vida pública.
Adriana Petra*
El vínculo entre los y las intelectuales y la política es un área de interrogación de larga data en América Latina. Desde el rol de los letrados durante el periodo de las independencias hasta el compromiso más reciente con los gobiernos nacional-populares durante el paso hacia el siglo XXI, el compromiso de las elites letradas con ideologías, sistemas de ideas o experiencias políticas y estatales ha sido un tema de rumia constante para la investigación histórica y social en un subcontinente atravesado, tal vez como ningún otro, por la pregunta por la identidad. Saber qué es América Latina y quiénes somos los latinoamericanos fue una tarea prioritaria de los hombres y mujeres de letras, de los escritores, ensayistas y cientistas sociales, que a través de esa pregunta definieron los contornos posibles de un pasado y un futuro que por momentos se quisieron e imaginaron comunes, habilitando proyectos tanto políticos como culturales.
Desde la década de 1980, el estudio del compromiso político de los intelectuales experimentó una fuerte renovación, paralela al languidecimiento de la figura del intelectual como actor de la vida pública. La crisis política e ideológica que trajo aparejada la implosión de la Unión Soviética y el aparente triunfo de un mundo unipolar y neoliberal, renovó el interés sobre esa figura que había sido protagonista de las grandes batallas del siglo XX. Tal vez como efecto de lo que Roger Chartier llamó la “belleza del muerto”, los intelectuales pasaron a ser un objeto de renovado interés para las ciencias sociales y las humanidades.
En el cruce con una nueva historia política, con el estudio de los lenguajes políticos y de los conceptos, con la crítica literaria y la sociología de la cultura, la historia intelectual y de los intelectuales, tanto en Europa central como en los Estados Unidos, despegó como una zona de indagación historiográfica que hasta nuestros días es una de las más dinámicas y novedosas. En América Latina, dueña de una larga y rica tradición en la historia de las ideas –donde la pregunta por la identidad fue central- estos nuevos abordajes se desplegaron a la par de las tragedias políticas que desde fines de la década de 1960 se cernieron sobre el subcontinente bajo la forma de golpes militares y restricciones brutales a la vida democrática. En este contexto, dos libros pueden señalarse como indicadores de un cambio de rumbo en la tematización del rol de los intelectuales latinoamericanos, La Ciudad Letrada, del uruguayo Ángel Rama y Desencuentros de la modernidad en América Latina, del puertorriqueño Julio Ramos, ambos publicados en los 80, ambos preocupados por la relación entre la literatura y el poder.
En la Argentina, la renovación académica e institucional que trajo consigo la recuperación de la democracia tuvo un impacto perceptible en el estudio de los intelectuales. No casualmente, el rol de estos en los procesos de radicalización política durante décadas del 60 y 70, la politización de la vida intelectual y, en algunos casos, el reemplazo de las armas de la crítica a la crítica de las armas – el paso de la pluma al fusil, para decirlo con Claudia Gilman- fue objeto de una profunda indagación y de un debate sobre los alcances y límites del compromiso intelectual con la política (revolucionaria) y sus lógicas. Nuestros años sesenta, de Oscar Terán, e Intelectuales y poder en la Argentina: la década del sesenta, de Silvia Sigal, fueron las obras señeras de una cantera de investigaciones que creció a ritmo sostenido, diversificándose a la par de la democratización del sistema científico ya en el siglo XXI.
El sustantivo “intelectual”, desde su nacimiento a fines del siglo XIX en torno al llamado affaire Dreyfus, suele estar asociado a las izquierdas políticas, y en este sentido, una parte importante de la producción sobre el tema ha dialogado con la historiografía dedicada a esta familia política, que ha crecido notablemente en las últimas cuatro décadas, en diálogo, precisamente, la historia social y cultural y más tarde con la historia intelectual y la sociología de la cultura. El paso del estudio de las izquierdas al estudio de la cultura de izquierdas está relacionado con esta ampliación de la mirada y los enfoques. En este contexto, el estudio de los intelectuales, de su función y lugar en las diversas experiencias partidarias, asociativas, gremiales y editoriales constituye una de las canteras más ricas, en una doble dirección. Ninguna historia de las izquierdas −lo sabemos desde Antonio Gramsci− podría escribirse sin atender al papel que jugaron los intelectuales, sea como ideólogos, dirigentes, creadores, operadores culturales, mediadores, propagandistas, etc.; del mismo modo que una historia de los intelectuales quedaría incompleta si no atendiese al espinoso problema del compromiso intelectual con partidos (no solo de izquierda), formaciones políticas e incluso estatales, que impelen a considerar la cuestión de la “autonomía” en términos siempre relativos.
A 40 años de la recuperación de la democracia, es posible decir que el estudio de los y las intelectuales, de sus roles, funciones, representaciones y figuras (desde la “gente de letras” y los escritores y artistas, hasta los periodistas, editores maestros y expertos) ocupa una considerable atención y forma parte de las agendas de varios grupos e instituciones a lo largo de América Latina. Esta consolidación de los intelectuales y sus prácticas como objetos de indagación académica va de la mano, aunque con intensidades diferentes, de la discusión acerca del papel que aquellos cumplen o deberían cumplir en una esfera pública fragmentada y dominada por criterios cuya legitimación está cada vez más alejada de la búsqueda de la verdad o de ciertos valores comunes, racionales y universales, terreno desde el cual los intelectuales históricamente tomaron la palabra e intentaron, con disímiles resultados, intervenir en los debates y problemas de su tiempo y, al mismo tiempo, pensar un futuro.
*Doctora en Historia. Directora del Centro de Estudios Latinoamericanos de UNSAM.
40 años de Democracia y las Humanidades
Esta nota forma parte de una serie de reflexiones impulsadas desde la Escuela de Humanidades con motivo de los 40 años de democracia.
Podés leer todas las notas publicadas hasta el momento haciendo click acá.
América Latina, compromiso político, Democracia40EH, elites letradas, Estudios Latinoamericanos, Historia Latinoamericna, intelectuales