Escuela de Humanidades, LICH - Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas
Micaela Cuesta es una de las coordinadoras del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo (LEDA), recientemente incorporado al Laboratorio de Investigaciones en Ciencias Humanas. En esta entrevista reflexiona sobre la emergencia de los discursos de odio y su relación con prácticas autoritarias, el lugar de las redes sociales en el desarrollo de este fenómeno y la posibilidad de estudiarlo a través de un algoritmo que permita detectar este tipo de manifestaciones en tiempo real.
Texto: Cintia Mariscal
En un escenario social atravesado por ideas y consignas que ponen en peligro la vida democrática, cada vez se vuelve más urgente reflexionar sobre las condiciones que habilitan prácticas y discursos autoritarios y violentos. Sobre estas cuestiones dialogamos con la doctora Micaela Cuesta, una de las coordinadoras del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo (LEDA), que se incorporó este año pasado como Programa de investigación en el Laboratorio de Investigaciones en Ciencias Humanas (LICH) de la Escuela de Humanidades.
Entre los objetivos del LEDA se encuentran estudiar las dinámicas de circulación y los mecanismos de construcción de sentido de los discursos de odio en la esfera pública digital -las redes sociales- y realizar informes periódicos sobre las modalidades de expresión e ideologías que constituyan una amenaza concreta para la vida democrática.
“Cuando más necesitamos que nos expliquen qué está pasando con las subjetividades, las relaciones sociales, los vínculos, parecería haber menos voces autorizadas en la conversación pública”, afirmó Cuesta, y señaló el interés del LEDA en dialogar con interlocutores que estén por fuera del ámbito de la Academia, para que el conocimiento desarrollado pueda apuntalar decisiones que conduzcan a generar más igualdad y menos violencia.
¿Cómo es la modalidad de trabajo en el Laboratorio?
En el LEDA empezamos a desarrollar una herramienta bastante artesanal de relevamiento de discursos de odio en la esfera pública digital: el RAVED (Registro de Análisis de Enunciados Violentos), que consiste en un dataset de unos dos mil enunciados que nos permitió tener una aproximación bastante rigurosa, sin ser estadística, del estado de la cuestión en las redes sociales. Así desarrollamos una suerte de tipología de los objetos de odio y cuáles eran los sujetos sociales o colectivos sociales más afectados por los discursos de odio. Con esta herramienta pudimos anticiparnos a lo que sucedió después con el atentado a la vicepresidenta Cristina Fernández, porque en esos estudios nos salía que los objetos privilegiados de odio eran las mujeres -las mujeres estábamos cuatro veces más expuestas que los varones a recibir discursos de odio- y los políticos y políticas. La vicepresidenta reunía esas características y se volvía un flanco bastante anunciado de una violencia que veíamos creciente.Por el momento, la forma de relevar los discursos de odio es muy artesanal. Identificamos escenas de odio en las redes sociales y los volcamos en una grilla que tiene distintas dimensiones de análisis. Este trabajo es muy rico por un lado, porque da mucha información, pero tiene una limitación muy grande porque depende del recurso humano que es escaso. Entonces el objetivo del Programa es continuar con esos análisis, perfeccionar las dimensiones que ahí operacionalizamos y, en el corto plazo, escalarlo a través de la colaboración con investigadores del ICAS (Instituto de Ciencias de la Inteligencia Artificial) de la UNSAM, para desarrollar un algoritmo que nos permita detectar discursos de odio en tiempo real.
¿Qué condiciones históricas permitieron la agudización de estas formas discursivas y prácticas violentas y autoritarias?
Desde 2008 a esta parte el deterioro de las instituciones de la democracia, que es el síntoma de una crisis del sistema neoliberal en su capacidad integradora e igualadora, no hizo más que agudizarse. Desde entonces, se sucedieron otras crisis, y sobre todo la pandemia.Y eso que estaba deteriorándose, no solo a nivel local sino también global, empezó a dar lugar a la emergencia de figuras políticas de derecha y a la creación de partidos de derecha. Después de la pandemia, ese deterioro de las instituciones se visibilizó como una fragilización de los individuos y la crisis de un cuerpo de creencias asentadas en la competencia como principio elemental de todas las relaciones económicas y sociales. La idea de que el otro no es un semejante o un prójimo o un interlocutor con igualdad de derechos, sino un competidor. En términos subjetivos, el modelo neoliberal está asentado en la idea de competencia y en la vista del otro como un competidor, pero también en la justificación de la desigualdad. Esta idea de competencia, acompañada por una idea meritocrática de mercado, genera mucha violencia, mucha agresión. Es más, diría que la construcción del sí mismo como sujeto independiente, autosuficiente, ilimitado, potente, está destinada al fracaso porque nadie puedesoportarse a sí mismo por sí mismo. Eso genera mucha frustración, mucho malestar, mucho enojo y mucha incapacidad reflexiva.
¿Cómo incidió la pandemia en esta cuestión?
La pandemia fue un parteaguas en dos sentidos. Por un lado, porque expuso todas las fragilidades del sistema, todas las limitaciones del sujeto y todos sus grados de interdependencia; porque precarizó y pauperizó las condiciones de vida. Y por otro lado, porque nos introdujo de manera acelerada, vertiginosa y definitiva en el universo de las redes sociales. Uno socializaba, trabajaba, sostenía amistades, se descargaba, todo a través de las redes sociales y de internet. Y si bien las redes sociales no son el origen o la causa de la violencia, sí aceleran, dinamizan, potencian modalidades violentas, porque reproducen formas de la identidad. El pensamiento identitario, identificatorio, el que solo reconoce en el otro lo que tiene de uno y el resto lo niega, lo rechaza, lo mutila, lo cuestiona, es el corazón del prejuicio. El no reconocimiento de la alteridad es lo que fomenta la emergencia de prejuicios. Y en ese sentido, las redes sociales organizan mundos internamente homogéneos, que pueden ser las llamadas “Burbujas epistémicas” o las “Cámaras de eco”. En las “Burbujas epistémicas”, uno va generando vínculos por afinidad o semejanza, o vínculos en los que es la semejanza la que produce la afinidad. Estas burbujas no son tan difíciles de romper, pero se automatizan. Uno siempre cree que todos piensan como uno. Por su parte, las “Cámaras de eco” se generan por afinidad, pero se vuelven excluyentes hacia afuera, y por lo tanto replegadas sobre sí mismas. Se construyen sobre la deslegitimación de cualquier voz disidente y posición opuesta que pueda poner en jaque las creencias propias. Las “Cámaras de eco” suelen ser muy agresivas y operan como las sectas, cooptando gente que se siente sola, desamparada y que necesita algún tipo de pertenencia. Creo que las redes sociales fueron efectivas en el desarrollo de este tipo de “Cámaras de eco”, y no es casual que allí surjan muchas organizaciones antidemocráticas.
Teniendo en cuenta estos diagnósticos ¿le sorprendió el resultado de las elecciones?
La verdad, no me sorprendió, porque de hecho en uno de los primeros informes que hicimos en el Laboratorio, que titulamos Encrucijadas de la Política en la Pospandemia, anunciábamos que, dadas las condiciones subjetivas de la ciudadanía, era probable que cualquier candidato que se presentase por fuera de las identidades político-partidarias tradicionales, se hiciera con la victoria. Estos informes eran producto del análisis de grupos focales y los resultados nos alarmaron mucho. Nosotros buscamos llegar a senadores, diputados, a todos los que nos quisieran escuchar del ala democrática, para advertirles sobre esto, que de hecho fue antes del atentado a Cristina Fernández. Y creo que ese atentado, y sobre todo las reacciones que se suscitaron durante y después de él, confirmaron nuestras peores sospechas: no solo la desidentificación con la figura de la política, sino la desconfianza radical en relación a la verdad del hecho, una suerte de escepticismo y crueldad en los modos de leer y de interpretar lo que había pasado.
¿Y en relación a esta nueva coyuntura, cómo cree que pueden llegar a ser los próximos años?
Yo creo que de generalizarse y normalizarse el grado de agresividad y enunciación violenta del que estamos siendo testigos con mucha intensidad en, por lo menos, los últimos tres años, lo que va a ocurrir es que muchos de los prejuicios y de las desconfianzas, de las connotaciones peyorativas o negativas respecto de ciertos colectivos que permanecían en silencio, se van a desinhibir, y van a empezar a generar efectos en las formas de vida de toda la ciudadanía. Se ha legitimado a una figura que no ocultó nada y que se presentó con el odio como elemento aglutinador y la voluntad de castigar como enunciado generalizado. Alguien que se presenta así, lo que hace es habilitar a todos los otros que no estaban pronunciándose de ese modo, por ciertos temores o por ciertos bloqueos morales, a desinhibirlo y a que den rienda suelta a todo lo malo que no quisieron expresar por esta especie de freno ético, político o moral. Sacado ese freno, creo que se puede dar rienda suelta y curso a lo peor, a la parte más reprimida del malestar en la cultura. Hay una amplitud del campo de lo decible y una vez corrido ese límite se habilitan no sólo decires sino prácticas, acciones agresivas, violentas y más todavía cuando son incitadas desde los lugares de poder.
Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos