Gracias a su nueva obra de infraestructura, que contó con el apoyo de organizaciones barriales de San Martín, la asociación civil Ingeniería sin Fronteras, la Secretaría de Integración Sociourbana del Ministerio de Desarrollo de la Nación y áreas académicas de la UNSAM, el jardín comunitario que recibe a niñxs y familias de Villa Ballester podrá aumentar su matrícula en un cincuenta por ciento. Conocé la historia de un emblema del territorio educativo que tiene al barrio como cimiento.
Cuando pasás por la puerta del Jardín de La Montaña el olor a tuco te hechiza por siempre. Las cocineras te reciben con una sonrisa mientras revuelven ollas enormes de polenta y una salsa que invita a cualquiera a hundir un pancito. Un grupo de nenes corretea por el salón comedor y Mario y Ana los siguen con la mirada.
Ubicado en la intersección de las calles 2 de Abril y España del barrio Sarmiento de Villa Ballester, el Jardín Comunitario La Montaña de la asociación civil Centro Cultural y Deportivo Lxs Amigxs está edificado sobre un terreno de 600 metros cuadrados. Tiene dos salones, dos baños y una cocina-comedor que también es utilizada como espacio de actividades en forma provisoria. “Una característica nuestra es que siempre estamos en obra. Hace diez años que estamos acá y, casi todos los años, en obra”, dice Mario Cruz, sociólogo del CUSAM (centro universitario de la UNSAM que funciona en el Complejo Penitenciario José León Suárez) y director del merendero y el jardín.
En los últimos dos años, las hormigoneras no pararon de girar y los pastones ocuparon el suelo de las veredas del inmueble. Gracias al apoyo de organizaciones barriales de San Martín, la asociación civil Ingeniería sin Fronteras, la Secretaría de Integración Sociourbana del Ministerio de Desarrollo de la Nación y áreas académicas que componen el proyecto del Programa de Desarrollo y Articulación Territorial de la UNSAM, el espacio está concluyendo dos nuevos salones, una oficina, dos nuevos baños, dos galerías techadas y una nueva obra de parquizado para los más de sesenta chicxs y sus familias que asisten todos los días.
El plantel de obreras y obreros está conformado por mamás y familiares de lxs chicxs del jardín y cuenta con el asesoramiento técnico de arquitectas de Ingeniería sin Fronteras. Además, en el espacio trabajan unas quince mujeres, entre cocineras, maestras, personal de mantenimiento y contadoras. “Nuestro gran logro fue haber provocado todo este proceso de urbanización alrededor del merendero y el jardín porque estas calles que lo rodean antes no existían. Eran toda una montaña de basura. Hicimos un proceso de habilitación de las calles con el Municipio y el mayor arraigo con el barrio lo logramos gracias al jardín comunitario, que lo inauguramos hace ya seis años”, dice Mario.
Luciana “Lula” Martínez, profesora de nivel inicial a cargo de las salitas de 4 y 5 años y estudiante de la Tecnicatura en Socialización y Desarrollo de la Primera Infancia de la UNSAM, cuenta cómo trabaja con lxs niñxs y sus familias: “Lo principal es no solo trabajar con la infancia que entra en el espacio, sino también con la familia y la comunidad entera. Si viene un nene a mi sala con hambre y sueño, yo no me puedo sentar y ponerme a trabajar tres horas como si nada. Mi trabajo primero es tratar de suprimir esa necesidad, y eso se logra conociendo a la familia y sabiendo en qué contexto vive, qué es lo que le falta, qué es lo que necesita”.
Conscientes de las necesidades y prioridades del barrio, las puertas del jardín siempre están abiertas. Además del trabajo directo con la infancia, en el espacio también se brindan clases de apoyo escolar, un taller de arte y maternidad, un taller de producción comunitaria, funciona una primaria para adultos, un centro de justicia comunitario, clases del Plan Fines y, todos los días, se realiza la olla popular y se sirve la merienda.
Ana de Mendonça, coordinadora del Jardín, lo define como “un jardín diferente” y destaca la importancia de su inserción en el barrio: “San Martín tiene dos jardines maternales oficiales públicos para toda la comunidad y, para entrar, tenés que trabajar 80 mil millones de horas para justificar que tus hijos no pueden estar con vos para conseguir una vacante. Las familias del barrio necesitan trabajar o necesitan tiempo para hacer otras cosas. El espacio que brindamos nosotros para la infancia, entre cuidado, educación y buena compañía, funciona como un acompañamiento constante a la comunidad”.
Mario Cruz estuvo detenido durante diez años en la Unidad Penal N.º 48 de José León Suárez. Al igual que muchos otros internos, recién estando en prisión tuvo acceso a una educación de calidad gracias al CUSAM, donde cursó la Licenciatura en Sociología. Ya en libertad, se mudó a una piecita del barrio Sarmiento de Villa Ballester.
“El CUSAM nos dio la posibilidad de la organización. Con otros compañeros, cuando salimos del penal, nos empezamos a preguntar cómo construir un CUSAM afuera, en el barrio. Las mamás del barrio nos decían ‘no queremos que nuestros hijos caigan en cana’. De a poco nos fuimos entendiendo con las familias y empezamos a idear el merendero”, cuenta Mario.
En 2013 la esquina 2 de Abril y España ni siquiera existía. Se trataba de una gran montaña de escombros y basura que funcionaba como límite de un barrio marginal. Con esfuerzo y compromiso, Mario, Ana y compañerxs del barrio tomaron la montaña y comenzaron a palear tierra y escombros hasta dejarla al nivel del suelo. Para ayudarlos, compañeros internos de la Unidad Penal N.º 46 fabricaron y donaron paneles de madera con los que lograron instalar una prefabricada en el predio.
Poco a poco, se construyó y amplió el Merendero Los Amigos, donde se servía la merienda a los chicos del barrio y se dictaban clases de apoyo escolar. Con los años, el proyecto prosperó y se decidió construir un jardín maternal. “Decidimos pasar del merendero al jardín por el fracaso que tuvimos. Muchos de los chicos que venían al principio al merendero ahora están en cana. A nosotros no nos daban los brazos ni los recursos para poder evitar que esos pibes cayeran. Y bueno, dijimos ‘¿qué hacemos?’, y ahí se nos ocurrió empezar con el jardín maternal. Nos pusimos a trabajar y empezamos a capacitarnos para eso”, cuenta Ana.
El Jardín Maternal La Montaña se fundó en 2017 y en 2020 se contactaron con Ingeniería sin Fronteras. “Tuvimos las primeras reuniones con Ana y Mario, nos contaron la historia del jardín y nos sumamos a su sueño”, dice Lula Moreno, integrante de la asociación. “Arrancamos con todo el proceso de codiseño con la comunidad educativa, es decir, todos los elementos a intervenir se diseñaron a través de metodologías participativas desarrolladas con integrantes de la organización, del barrio, las familias de los niños y niñas que asisten al espacio y con los mismos chicos. El objetivo fue trabajar en conjunto en la definición del proyecto”.
El proyecto consiste en la ampliación de la infraestructura existente y la refacción de la edificación actual. Contempla la construcción de 50 metros cuadrados cubiertos más 100 semicubiertos de obra nueva, más la adecuación del espacio existente y unos 300 metros cuadrados de parque. La obra va a permitir aumentar la matrícula del jardín en un 50 %.
Pero cuando iban a poner manos a la obra, llegó la pandemia. Esa situación no doblegó los esfuerzos de las trabajadoras del merendero que, en lugar de ‘quedarse en casa’, empezaron a cocinar trescientos cincuenta viandas por día, de lunes a sábado, para lxs vecinxs del barrio. “La cocina estaba en obra y tuvimos que montar todo en un aula. Eran unas mesas, un anafe y unas ollas gigantes y había un banquito para que las chicas se paren encima para poder revolverla. Empezamos a recibir donaciones de mercadería por medio del Estado y recibíamos a ochenta personas por día. Vinieron a cocinar las mamás del jardín y se pusieron todo al hombro, todos los días desde las siete de la mañana”, cuenta Ana.
En 2021, cuando las condiciones sanitarias lo permitieron, comenzó la obra que hoy ya se encuentra en su fase final. “Los que tuvimos el lujo de poder estudiar una carrera universitaria nos dimos cuenta de que muchos de los saberes que se discuten en la universidad están muy alejados de la realidad. Es necesario que las experiencias del conocimiento popular se valoricen y se construya un diálogo entre saberes. Es un orgullo que una organización comunitaria discuta la educación formal y encare una obra de infraestructura para eso, para la comunidad”, dice Rodrigo Morales, trabajador social e integrante de Ingeniería sin Fronteras.
Felicitaciones!!! De a poquito se logran cosas fundamentales.