Escuela de Economía y Negocios, Escuela de Política y Gobierno, Escuela IDAES, Notas de tapa
El enfrentamiento económico entre Estados Unidos y China está en su punto más crítico. Lxs docentes e investigadorxs de la UNSAM Luciana Ghiotto, Pablo Bortz y Andrés Salles analizan las causas y las consecuencias del conflicto que provoca inestabilidad en todo el mundo.
No se escuchan estallidos. No quedan ciudades destruidas ni cuerpos mutilados. Pero la guerra entre las dos principales potencias comerciales está sucediendo. La contienda que se libra en el terreno de las finanzas llegó hace unos días a su punto más álgido, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció un nuevo arancel a los productos chinos que ingresen a territorio norteamericano por 300 mil millones de dólares. El mandatario chino Xi Jimping respondió devaluando su moneda por primera vez en once años.
Las “bombas comerciales” generaron una onda expansiva que provocó caídas de las bolsas de todo el mundo, sobre todo en los países emergentes, y el enojo de Trump, que acusó por Twitter a los chinos de “manipular” su moneda. En el medio de la guerra, los mercados mundiales temen posteriores batallas en el terreno de las divisas.
Luciana Ghiotto, docente e investigadora de la Escuela de Política y Gobierno (EPyG), dice que para entender cómo se llegó a este escenario es necesario remontarse a los años ochenta, cuando las grandes empresas estadounidenses y europeas se trasladaron a China para producir con costos salariales bajos: “Las empresas norteamericanas y europeas construyeron a China como una potencia. Esto no puede ser soslayado, porque ese crecimiento gigante de la inversión en China y su actual poderío económico fueron generados por el movimiento de las empresas trasnacionales”.
El avance de las cadenas globales de valor en los noventa permitió que esas grandes empresas elaboraran cada producto en diferentes países. Por ejemplo, una zapatilla de la multinacional Nike se fabrica un 70 % en China, un 20 % en Vietnam, un 5,3 % en países de Centroamérica y solo un 3,7 % en Estados Unidos. Hoy, Estados Unidos es el principal receptor de las exportaciones chinas —por alrededor de 476 mil millones de dólares, según el Índice de Complejidad Económica (ECI)—, de las cuales muchos productos son de empresas norteamericanas.
“Hay un déficit comercial de Estados Unidos con China porque las importaciones que recibe Estados Unidos son de las propias empresas norteamericanas que producen en China más barato. Trump está representando una queja real de los sectores medios y bajos de Estados Unidos, que constituyen el grueso de sus votantes, al proceso de la globalización”, dice Ghiotto.
La decisión de Estados Unidos de imponer los aranceles a los productos chinos apunta a encarecer esas manufacturas en las góndolas (en especial, los productos tecnológicos) para luego reubicar sus empresas en territorio norteamericano. Sin embargo, Ghiotto identifica un tercer componente geopolítico: “Estados Unidos perdió muchos de los atributos que lo posicionaron como el hegemón global luego del desplome de la URSS. Con China hay una disputa económica, pero en términos de hegemonía los chinos necesitan un poder militar muy fuerte que todavía no alcanzaron. Por eso, la alianza con Rusia es un beneficio para China, porque ese país mantiene el poderío militar que viene de la época de la Guerra Fría”.
Pablo Bortz, docente e investigador del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), dice que el desarrollo conseguido por China “ya no es tolerado por los Estados Unidos” porque se volvió “una potencia con pretensiones hegemónicas, lo cual se ve reflejado en la ampliación de redes comerciales de China en América Latina, el resto de Asia, Europa y África”.
En el territorio financiero, Bortz señala que la contraofensiva china de devaluar su moneda —un dólar equivale ahora a siete yuanes— “es una medida destinada a romper el frente estadounidense porque también afecta a aliados comerciales como Corea del Sur” y advierte sobre la “gran inestabilidad” que genera en el mercado bursátil de los países emergentes, particularmente en América Latina.
“Este conflicto está causando una incertidumbre general y una huida de los inversores de muchos países emergentes hacia los Estados Unidos. Esto hace que en América Latina se produzcan fugas de capitales y que se aprecie el dólar, lo que genera devaluaciones en las monedas locales”, dice el economista y advierte: “Todos los movimientos internacionales en los mercados financieros en la Argentina repercuten con mucha más fuerza, porque tenemos un mercado financiero totalmente desregulado y abierto, con mucha vulnerabilidad y sin ningún tipo de barreras a la entrada y salida de capitales”.
El día que China devaluó el yuan —lunes 5 de agosto—, en la Argentina el dólar subió 37 centavos y se ubicó en 46,85 pesos. Para contenerlo, el Banco Central elevó la tasa de interés de las Leliq a 62,73 %. Esta situación se dio porque los inversores que tenían bonos argentinos se están yendo a refugiar a los Estados Unidos, donde las tasas de interés son bajas pero el mercado presenta menos riesgos.
Frente a este panorama en toda Latinoamérica, los países están dejando subir al dólar. En la Argentina, la cuestión es más compleja. “Nuestro país tiene un traslado de la devaluación más fuerte a precios que otros países, y en un contexto en el que tenemos casi un 50 % de inflación anual más inflación es un problema. El Gobierno quiere contener al dólar porque tiene miedo de que en medio de un proceso electoral se produzca una corrida cambiaria fuerte y un posterior shock inflacionario”, analiza Andrés Salles, docente e investigador de la Escuela de Economía y Negocios (EEyN).
Para Salles, este plan es un arma de doble filo: el dólar quieto, ante una devaluación del yuan, puede generar que ingresen al país productos chinos más baratos que los producidos localmente, lo que a su vez puede provocar el cierre de fábricas que elaboran esos productos y la pérdida de puestos de trabajo. “Si dejamos el dólar quieto, se aprecia el tipo de cambio real y podemos perder empleos, pero si lo ponemos competitivo le echamos combustible a la inflación. Si tuviéramos una situación de estabilidad, una devaluación recrudecería un poco la inflación, pero con un 50 % anual es imposible”, dice.
Ante este escenario global, lxs tres académicxs de la UNSAM coinciden en que China y Estados Unidos muestran signos de “ralentización” en sus economías. Si China decidiera subir los aranceles a la entrada de soja estadounidense, producto que representa casi el 10 % de las exportaciones de Estados Unidos al país asiático, para la economía argentina, según Salles, sería positivo: “Eso podría aumentar nuestras exportaciones de soja a China”. Aunque con la crisis de los cerdos que hoy atraviesa China, es probable que la demanda de esa oleaginosa disminuya.