#InvestigaciónUNSAM, #OrgulloUNSAM, CEDINCI, home
El martes 11 de septiembre el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) de la UNSAM —el mayor archivo documental sobre la historia social, política y cultural de Latinoamérica— recibió el Diploma al Mérito: Instituciones-Comunidad-Empresa que otorga la célebre fundación.
Recorrer el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) es siempre un desafío. Como una pieza de Tetris, para alcanzar las profundidades de su biblioteca hay que ensayar distintas posturas y avanzar esquivando libros de todos los tamaños y colores. Cada día, su sala de lectura recibe la visita de investigadores provenientes de distintas universidades, profesorados y escuelas de la Argentina y otros países de la región interesados en consultar los libros, las cartas, los folletos y los materiales gráficos de la prensa obrera elaborados por los diversos partidos de izquierda que nutrieron el escenario político argentino y latinoamericano durante los siglos XIX y XX.
Creado en 1998, hoy el CeDInCI cuenta con más de 160.000 libros y folletos, 10.000 colecciones de revistas y periódicos, alrededor de 2200 afiches políticos, más de 20.000 volantes y 170 fondos de archivo particulares de intelectuales, políticos y militantes de izquierda de todo Latinoamérica. En 1999 el Centro fue declarado Sitio de Interés por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y en 2002 inauguró su sede actual en un inmueble cedido por la Legislatura porteña. Poco después fue reconocido por el CONICET como sede para la radicación de proyectos de investigación y, finalmente, en 2010 se incorporó a la UNSAM mediante la firma de un convenio de reciprocidad.
Como regalo por sus veinte años de trabajo ininterrumpido, este año la Fundación Konex distinguió al CeDInCI en la categoría Entidades Culturales. Al respecto, el creador y director del Centro, Horacio Tarcus, destaca la importancia del reconocimiento: “Nos sentimos muy honrados con este premio. A lo largo de estas últimas dos décadas desaparecieron instituciones muy importantes, pero a pesar de las inflaciones, las recesiones, las crisis políticas y los cambios de Gobierno, nuestro Centro ha logrado mantenerse en pie. En este sentido, la Fundación Konex reconoce una constancia, una regularidad y una dedicación a nuestro trabajo, en el que hemos puesto mucha voluntad y profesionalismo”.
¿Cómo definiría la labor del CeDInCI?
El CeDInCI es la memoria que no resguarda el Archivo General de la Nación, que es el archivo de las elites políticas locales. Reúne la historia de los obreros, los estudiantes en lucha, las mujeres organizadas, los grupos intelectuales disidentes y los movimientos por los derechos humanos. Se trata de un archivo de la vida política y social de la Argentina que recupera el mundo de los subalternos. Ese fue el objetivo desde el inicio y no cambiamos nunca nuestra misión. Nuestra sala de lectura está siempre llena, algo que produce una gran satisfacción.
Usted comenzó a recopilar material documental sobre las izquierdas en los años setenta. ¿Cuál fue la motivación?
Fue una motivación consciente que tuvo que ver con el inicio de la dictadura. Yo no era un militante activo en los primeros años de la década del setenta, mi politización coincidió con el inicio de la represión del “lopezrreguismo” y posterior golpe militar. Fue un momento en el que muchos militantes comenzaron a deshacerse de colecciones de libros, recortes y revistas que resultaban peligrosos. Es decir que descubrí ese mundo cuando pasó a la clandestinidad juntando y escondiendo materiales en mi propia casa y en una quinta de la Provincia de Buenos Aires. Recibí varios documentos por parte de exiliados que enviaban sobres a la Argentina con documentación difícil de encontrar, me vinculé con diversos organismos de derechos humanos y empecé a reunir cuanto volante o boletín sacaran las Madres de Plaza de Mayo y otras organizaciones. En paralelo fui armando un archivo de recortes de la prensa semiclandestina que podía encontrarse en algunos kioscos. Incluso empecé a editar una revista que se llamaba Ulises, que luego se convirtió en moneda de canje con otros editores de revistas. A pesar de la represión y la persecución había un mundo subterráneo en efervescencia.
¿Cómo continuó el trabajo luego de la dictadura?
Con el fin de la dictadura muchos exiliados regresaron y me cedieron sus archivos. Los reuní en mi casa durante los ochenta y noventa, al punto que algunos investigadores se instalaban días enteros —Silvia Sigal, por ejemplo— para leer colecciones que no estaban en ninguna biblioteca pública. También pasaron por casa Daniel James, Mariano Plotkin, Martín Caparrós y Eduardo Anguita, entre otros.
En 1997 localicé un archivo descomunal que, por cuestiones de espacio, ya no podría alojar en mi casa. José Paniale, un viejo militante anarcocomunista y participante de la Reforma Universitaria de 1918, había conservado una colección de periódicos, libros y recortes impresionante que, por razones de resguardo, fue a parar al depósito de la editorial Marymar. Los dueños de la empresa me dijeron que pensaban vender la colección a una universidad norteamericana por 10 mil dólares. Como yo no tenía un mango llamé a colegas, militantes, amigos y periodistas para evitar que el archivo saliera del país. Su respuesta fue excelente y, en un mes, llegamos a juntar 5 mil dólares. El dueño de Marymar aceptó el dinero –el resto, en cuotas– y así retuvimos en el país ese gran archivo. Con el mismo grupo que me ayudó a reunir el dinero alquilamos una casa chorizo en el barrio del Abasto, donde funcionamos durante cuatro años abriendo a la consulta el archivo de Paniale –que era de la primera mitad del siglo XX– y mi archivo personal –que era de la segunda mitad–.
El CeDInCI se institucionaliza en 1998. ¿En qué momento se acerca a la UNSAM?
El Centro se constituyó como sociedad civil sin fines de lucro en 1997 y, un año después, le dieron la personería jurídica. Gracias a su crecimiento documental, en 2009 el CONICET lo designó como sede para investigadores. Hoy reúne un total de 25 investigadores y becarios, una cifra que habla de un crecimiento enorme para una institución tan joven.
En 2010 hicimos un convenio de reciprocidad con la UNSAM y, gracias a su apoyo, comenzamos abrir de lunes a viernes, duplicamos nuestro grupo de trabajo y accedimos a la compra de insumos y equipamiento.
¿Qué balance hace de estos veinte años de trabajo?
El CeDInDI nació con dos objetivos: recuperar un patrimonio específico y proponer una agenda de investigación. El objetivo de la recuperación patrimonial está más que cumplido y los investigadores lo agradecen. El acervo ha crecido de modo exponencial: tenemos el archivo documental sobre la historia obrera, social y de las izquierdas más grande de América Latina. Aprovechamos a los que viajan para la compra de material en el exterior, recibimos donaciones y, cuando tenemos los recursos, compramos material faltante. Respecto del segundo punto, que es un mucho más complejo, mi balance es muy positivo.
El nacimiento del Centro coincidió con el debate público acerca de la violencia revolucionaria de los sesenta y setentas, el significado de las organizaciones contestatarias, la represión, la dictadura y el exilio. Gracias a la disponibilidad de nuestras colecciones pudieron realizarse muchas investigaciones sobre esas décadas, pero también estudios que se orientaron a décadas anteriores o a otras dimensiones de la historia social, política e intelectual.
¿Cómo interviene el Estado en el cuidado de los archivos históricos?
En materia bibliotecológica, hemerográfica y archivística, en la Argentina tenemos un Estado ausente. La prueba está en que muchas librerías clásicas de nuestro país adornan sus paredes con manuscritos de Rosas, San Martín o Perón. Esto, que debería ser un escándalo, en nuestro país es natural. Un documento original tiene que estar preservado en un archivo y formar parte de un fondo documental.
El Archivo General de la Nación, que a duras penas sostiene los archivos del propio Estado, no puede hacerse cargo de los archivos de particulares —y mucho menos de particulares que hayan sido militantes sociales o políticos—. La Biblioteca Nacional, dicho por el propio director, no tiene dinero ni para un café. Por suerte hay organismos de la sociedad civil que reaccionan, resguardan y recuperan aquello que el Estado no reunió.
Lo que necesitamos son gestos como el de la UNSAM. Que otras universidades e instancias del Estado desarrollen estrategias de salvaguarda, resguardo y sostén de instituciones que cumplen una función pública y colaboran para el bien común.
¿Cómo caracterizarías la izquierda argentina actual?
Hace poco empecé a armar un mapa de las izquierdas, pero en seguida se desactualiza. Esto revela una gran crisis, porque podemos comprender las diferencias entre el trotskismo, el maoísmo o el comunismo, pero yo conté cincuenta organizaciones solo trotskistas. Esto tiene que ver con una crisis de representación más general que está viviendo la Argentina, que en la izquierda se acentúa. El peronismo vive en estado de ebullición y fractura, pero ante determinadas coyunturas críticas se reagrupa detrás de un liderazgo. Las derechas se han aglutinado en torno a la figura de Macri y el radicalismo vive una crisis de identidad desde hace muchísimo tiempo. Toda lógica de fragmentación debilita el pasaje de lo social a lo político. La izquierda, para construir hegemonía más allá de sus pequeños espacios, necesita exceder el discurso revindicatorio, corporativo, y tiene que proponer un modelo de sociedad alternativo al actual, pero que resulte creíble y deseable para las grandes mayorías. En este sentido, el proceso de constitución de una nueva izquierda en la Argentina va a ser muy lento y complejo, porque las organizaciones están muy atadas a sus pequeñas identidades.