El director de la Maestría en Estudios Latinoamericanos del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Escuela de Humanidades perfila el panorama económico, político y social de Cuba tras la reciente designación de Miguel Díaz Canel como sucesor de los gobiernos de Fidel y Raúl Castro, quienes gobernaron el país caribeño durante los últimos sesenta años.
Por Enzo Girardi
La Sesión Constitutiva de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular eligió el pasado miércoles 18 a Miguel Díaz Canel como nuevo presidente de Cuba, quien reemplazará en el cargo al general Raúl Castro.
El recambio presidencial marca el fin de una era: es la primera vez en sesenta años que un Castro, Fidel o Raúl, no presidirá el gobierno de la Revolución. Pero el hecho fue recibido sin aspavientos por la sociedad cubana, lo que ilustra las pocas expectativas que los ciudadanos de a pie tienen sobre la etapa que se inaugura.
Es que Díaz Canel, quien nació después de la Revolución, hasta ahora ha sido un producto genuino del sistema de poder vigente desde 1959. Su escuela y sus referencias como dirigente y funcionario han sido las del castrismo. Se lo conoce como un gestor de perfil bajo, mesurado, que gusta de hablar poco y que, cuando lo hace, recita sin matices el credo revolucionario. Se ha mostrado como un dirigente modernizador, pero lo ha hecho con la suficiente precaución como para no inquietar a la “vieja guardia”.
Por estos antecedentes se lo presenta como un reformista prudente, escogido por Raúl Castro para protagonizar un relevo generacional confiable. Visto así, se lo promueve como un gestor-administrador-equilibrista que deberá continuar el ciclo de cambios económicos y políticos que el último presidente puso en marcha durante su gestión de doce años, pero de modo tal que no se pongan en riesgo los logros fundamentales de la Revolución: el bienestar social, la identidad y el orgullo revolucionario.
Tras bambalinas se mantendrá expectante y vigilante Raúl Castro, quien asume como presidente del Partido Comunista hasta 2021, un cargo determinante para la dinámica institucional y política del país —la Constitución establece que el partido es “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”—. El propio Díaz Canel se preocupó por dejar en claro cuál será el rol del expresidente. “Encabezará las decisiones de mayor trascendencia para el presente y el futuro de la nación”, aseguró en uno de sus discursos.
El recambio tampoco ha modificado la permanencia de dos de los protagonistas clave de la pasada administración: el hijo de Raúl, el coronel Alejandro Castro Espín, con decisiva influencia en el ámbito de la política exterior y en las Fuerzas Armadas, y su exyerno, el general Luis Alberto Rodríguez Callejas, con igual ascendencia sobre el manejo de la economía.
Nace, entonces, un nuevo gobierno dentro de las coordenadas del mismo esquema de poder que tratará de preservar las condiciones generales del bienestar social mientras impulsa los cambios que la economía necesita y, al mismo tiempo, gestiona un proceso de apertura política, quizá tibio en su ritmo y calado.
La convivencia política interna plantea un verdadero reto para el nuevo gobernante. Si bien la cantidad de detenidos por razones políticas disminuyó significativamente durante la gestión de Raúl Castro, diversos grupos de derechos humanos denuncian que persisten prácticas de castigo a la disidencia y la crítica. Según voceros de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, durante 2017 unas 5000 personas fueron demoradas o arrestadas.
La economía y el frente externo, y en particular las relaciones con los Estados Unidos, es otro punto álgido de la agenda inmediata del nuevo Gobierno. Díaz Canel tendrá que profundizar las reformas que inició Raúl Castro para fortalecer la economía y, en ese sentido, deberá facilitar la emergencia de un sector privado que sea capaz de motorizar el empleo y el crecimiento, y al mismo tiempo crear las condiciones políticas y jurídicas adecuadas para fomentar el arribo de inversiones. Se estima que para alcanzar una dinámica de crecimiento económico sostenible Cuba necesita entre 2000 y 2500 millones de dólares anuales en inversión extranjera directa.
China, que se ha convertido en el principal socio comercial adelantando a Venezuela, hoy es el inversor externo más activo. El sector elegido es el turismo, en el que empresas de aquel país llevan desembolsados 700 millones de dólares y comprometidos para este año aportes en distintos proyectos por otros 500 millones. El presidente Xi Jinping fue de los primeros mandatarios en saludar a Díaz Canel y subrayó su deseo de “profundizar la cooperación” entre los dos países.
Conspira contra las necesidades externas de Cuba la nueva etapa de enfriamiento de las relaciones bilaterales impuesta por el presidente estadounidense Donald Trump. Si la apertura que impulsaba su antecesor Barack Obama había generado expectativas acerca de un florecimiento del vínculo económico y político entre la isla y su gigante vecino, los nuevos vientos que soplan desde Washington han congelado aquellas posibilidades. El discurso hostil del mandatario norteamericano y la radicalización política e ideológica que expresa preanuncian —otra vez— años de una convivencia enrarecida y complicada.
Con la llegada de Trump a la presidencia, la Casa Blanca ha renovado las relaciones coercitivas de los Estados Unidos con la mayoría de los países de América Latina. Para Cuba, la obstinada disidente, la receta parece repetirse: embargos, restricciones y presiones varias con el objetivo de provocar un cambio de régimen.
Enzo Girardi es doctor en Relaciones Internacionales especializado en relaciones internacionales con orientación en problemáticas de geopolítica, defensa y seguridad. Se desempeña como director de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Escuela de Humanidades de la UNSAM y es asesor en la Cámara de Diputados de la Nación.