Agencia TSS, Escuela de Ciencia y Tecnología, Notas de tapa
El especialista en microelectrónica de la Universidad Nacional del Sur es uno de los creadores de la Escuela Argentina de Micro-nanoelectrónica, Tecnología y Aplicaciones (EAMTA), que se llevará a cabo del 22 al 29 de julio en la UNSAM. En esta entrevista habla sobre sus expectativas para esta nueva edición y acerca de algunos de los proyectos en los que participó a lo largo de su carrera.
Por Matías Alonso, Agencia TSS. Fotos: Pablo Carrera Oser
Del 22 al 29 de julio se llevará a cabo en el Campus Miguelete de la UNSAM la Escuela Argentina de Micro-nanoelectrónica, Tecnología y Aplicaciones (EAMTA). Su objetivo es acercar a los jóvenes al mundo del diseño de circuitos integrados y demostrar las posibilidades que ofrece el área en el país, por lo que está dirigida especialmente a estudiantes de grado y posgrado.
En ese marco se realizará, invitada por la Escuela de Ciencia y Tecnología (ECyT), la Conferencia Argentina sobre Micro-nanoelectrónica, Tecnología y Aplicaciones (CAMTA), un foro técnico de alta calidad para el encuentro de investigadores, tecnólogos y empresas del campo de la microelectrónica, la física de dispositivos y la electrónica en general.
Pedro Julián, doctor en Sistemas de Control por la Universidad Nacional del Sur (UNS) e investigador principal del CONICET, es el director del programa técnico de la EAMTA, además de miembro fundador. “En la Argentina hubo varios intentos de hacer circuitos integrados y, por varios motivos, el desarrollo de la tecnología sufrió diversos vaivenes”, dice. “Muchos estudiantes no saben que tienen herramientas a su alcance y que pueden hacer diseño de chips desde cualquier lugar; no es necesario estar en los Estados Unidos, Japón, Taiwán o Alemania. Si uno quiere plantear productos o soluciones, se requiere más que nada preparación y cerebro. El objetivo principal de la EAMTA es motivar a los estudiantes que están terminando las carreras de ingeniería para que vean esta posibilidad y piensen en especializarse en microelectrónica. Queremos llegar a quienes todavía les sigue pareciendo algo fantasioso esto de hacer chips”.
¿Por qué es importante tener una electrónica nacional?
Desde el punto de vista económico, permite fabricar productos con valor agregado, que incluso puedan llegar a exportarse. En actividades económicas en las que la Argentina es fuerte, como la agricultura y la ganadería, se puede volcar electrónica para ganar eficiencia. Se requiere de electrónica que sea chica, barata y buena y, para tener eso, hay que hacer chips que, por ejemplo, se le puedan poner a una vaca en la oreja que permitan transmitir la historia clínica de ese animal, saber qué vacunas recibió, si tiene fiebre o si está en celo. El vehículo para ese tipo de soluciones pasa por la electrónica integrada. Para desarrollar soluciones en esas plataformas no se necesita ciencia ficción. De hecho, durante la escuela les hacemos hacer a los participantes un chip bastante sencillo, que posteriormente mandamos a fabricar al exterior.
¿Cuál debería ser la especialización del sector electrónico en la Argentina?
Hay dos opciones como regla general: una especialización de pocas unidades y alto valor, o bien productos masivos y bajo valor. Puedo dar un ejemplo de cada uno: la electrónica espacial, para un satélite, necesita circuitos integrados chicos y buenos. En este caso no importa el costo, porque los satélites son caros, no hay problema con eso. Si hay un circuito integrado que cumple ciertas funciones y que soporta las condiciones a las que se expone un satélite, como la radiación, el valor que tiene ese circuito pasa a ser de varios miles de dólares. Ahí hay un nicho en el que se puede hacer algo.
La otra opción es el mercado masivo: en 2013, junto con el INTI, hicimos un estudio para analizar la factibilidad técnica, financiera y económica de hacer un chip para los televisores smart. Ese estudio lo hicimos cuando había un mercado potencial de varios millones de unidades por año. Con algunos millones de televisores al año era razonable diseñar algo en la Argentina. No estamos hablando de fabricar, que es un rubro totalmente diferente. Pero se podía hacer el diseño en la Argentina, con un equipo de unas treinta a cuarenta personas, algo que se trató de coordinar con el Centro de Micro y Nanoelectrónica del Bicentenario (CMNB). Una vez finalizada esa etapa, se podía mandar a fabricar a Asia y tenías un chip de última generación por 20 dólares, que era algo razonablemente competitivo para un primer chip nacional. Eso se justificaba siempre y cuando tuvieras un Estado que priorizara el diseño de circuitos integrados nacionales y para eso obligara a que el 60 o 70 % de los televisores smart del país tuvieran que llevar el chip producido localmente. Se justificaba económicamente y además generaba conocimiento, experiencia y se ponía un pie en el negocio. El siguiente ciclo podía ser ir a un producto que fuera competitivo en América Latina, por ejemplo, pero no se pudo avanzar en esto.
¿Hoy existe alguna oportunidad similar para desarrollar chips nacionales?
Podríamos meternos en aplicaciones de internet, en las que hay electrónica integrada en objetos de todos los días, como un llavero o el collar de un perro, que quizás solo avisan dónde están. Pero también abarca el ecosistema productivo. Desde controlar la materia prima que se transporta de un lugar a otro hasta que una fábrica se comunique automáticamente con el insumo que está en viaje. Hay todo un campo para desarrollar tecnología muy promisoria. Ahora, ¿el mercado argentino da? En la tecnología, el éxito también depende de que se haga algo competitivo y que se pueda exportar, como para dejar un margen de ganancia.
Hace algunos años, usted estaba investigando el diseño de chips en tres dimensiones. ¿En qué estado está ese proyecto?
Logramos un prototipo de un chip que era de dos capas de circuitos integrados, en la que la capa de arriba era una cámara, es decir, detectaba luz como lo hacen las cámaras normales. Si bien su resolución era menor, era capaz de sacar fotos y capturar video. La capa de abajo era un circuito integrado que procesaba la imagen. Así, el mismo chip podía hacer cosas como enfocar, detectar dónde estaban los bordes de una figura y calcular cuánto espacio ocupaba. Es decir, permitía obtener información de la imagen en el mismo chip que tomaba la foto. Posteriormente, en colaboración con la Universidad John Hopkins, de Estados Unidos, trabajamos en un proyecto un poco más ambicioso, también con tecnología 3D, pero con cámaras de alta definición y sistemas de procesamiento mucho más poderosos, en los que hay cuatro o cinco chips diferentes dedicados. Nosotros desarrollamos uno de ellos, para análisis de imagen. Estos chips tienen aplicaciones diversas, desde detección de tráfico hasta seguimiento de objetos, como puede ser un auto, algo que puede ser útil para las fuerzas de seguridad.
Hace algunos años se había lanzado Tecnópolis del Sur con muchas expectativas. ¿Qué pasó con esa iniciativa?
El proyecto tenía un objetivo bastante ambicioso, que era concretar un parque científico-tecnológico en Bahía Blanca. Preveía una cierta cantidad de bienes de capital para poder hacer un prototipo de sistemas electrónicos con calidad industrial. Solicitamos una cantidad bastante grande de becas de maestría de dos años para hacer proyectos con empresas. Empezamos con 4 empresas y en cinco años teníamos 17 con proyectos puntuales. Uno de los inconvenientes fue que toda la parte de equipamiento la planteamos en la zona franca de Bahía Blanca y no logramos un mecanismo para poder llegar a hacer prototipos e ingresarlos al país. Uno de los proyectos terminó en un producto de la empresa Penta, que hizo un circuito integrado para su nueva generación de detectores de metales. Son la primera pyme nacional que tiene un circuito integrado de propósito específico, es decir, que se diseñó de acuerdo con sus especificaciones. Con lo cual, si bien no logramos el objetivo de hacer un parque científico-tecnológico, sí logramos una interacción fluida con un conjunto de empresas. Ahora estamos pensando en una segunda fase para seguir explotando todo ese capital que se generó, que no solo fueron los equipos, sino la interacción entre los privados y los grupos de desarrollo de tecnología, tanto de la UNS como del CONICET y el INTI, y que permitió desarrollar 17 proyectos distintos que posteriormente se publicaron en un libro.
¿Es importante poder fabricar chips localmente o es lo mismo hacerlos en el exterior?
Fabricar es muy costoso y complejo. Hoy en día, las fábricas que funcionan a pleno son las que hacen chips de 22 nanómetros. Esas plantas tiene una vida útil de tres o cuatro años, porque después aparece otro circuito más pequeño. Actualmente, los diseñadores están trabajando en proyectos para hacer circuitos integrados en 14 nanómetros. Más adelante, serán de 10 nanómetros y de 7 nanómetros. Esas fábricas requieren una inversión monumental, son decenas de miles de millones de dólares para cada una de esas plantas. El costo de capital para hacer una planta de ese tipo no lo puede enfrentar cualquier empresa. Empresas como Motorola o IBM han tercerizado esa parte porque es un negocio redituable solo para pocos. Tener la planta es un negocio para el dueño en la medida en que puede colocar en el mercado millones de chips. Lo que sí es estratégico es tener capacidades de diseño de electrónica en la Argentina y un mecanismo comercial aceitado para diseñar, que es lo que da valor agregado, y para colocar productos en el exterior. Es el tipo de cosas que han logrado países como Irlanda. Eso obliga a tener gente preparada. Tener un grupo que maneje tecnología de avanzada, como pasa con el Centro de Micro y Nanoelectrónica del Bicentenario (CMNB), del INTI, es un valor estratégico que al país le conviene tener.
Galería de fotos EAMTA 2017: