#DecanosUNSAM, Escuela IDAES, Notas de tapa
En esta entrevista, el decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la UNSAM habla de los imaginarios sociales vinculados al dinero, el ahorro y la producción. Además, reflexiona sobre la economía y las relaciones de poder, y destaca el aporte de la sociología en la definición de políticas económicas superadoras.
Por Vanina Lombardi – TSS | Fotos: Pablo Carrera Oser
“La moneda imposible” es el título del próximo libro de Alexandre Roig, a través del cual este especialista en estudios sociales de la Economía busca aportar una nueva mirada sobre las distintas formas que la política monetaria puede adoptar en un gobierno. El libro -que estará disponible a fines de 2015- se refiere en particular al rol de los economistas en el ámbito político, e incluye un análisis sobre la convertibilidad en la Argentina de 1991, cuya aplicación derivó, una década más tarde, en una de las crisis más graves que sufrió el país.
Al frente del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM, Roig además se desempeñó, dentro de la Universidad, como secretario de Extensión Universitaria, secretario Académico, y coordinador del Centro de Estudios Sociales de la Economía (CESE) –hasta hoy-, donde investiga la relación entre el dinero y las prácticas financieras atravesadas por las instituciones, así como los distintos modos de ahorro, el uso de la moneda en la cárcel y la economía popular en general.
Desde el CESE, “trabajamos en lo que hoy se llama sociología económica y, cada vez, vemos más interés en nuestra perspectiva por parte del Banco Central y del Ministerio de Economía, porque es más concreta”, afirma Roig, diplomado en el Instituto de Estudios Políticos de Toulouse (Francia), “Maîtrise” en Ciencia Política de la Universidad de Toulouse 1 (Francia), master en Estudios del Desarrollo del IUED de Ginebra (Suiza) y doctor en Sociología Económica del Desarrollo de la EEHSS (París).
En esta entrevista, el sociólogo profundiza su visión sobre el rol de las disciplinas en la política económica y explica por qué la mirada sociológica puede ayudar a comprender, de manera diferente, los procesos de acumulación de riqueza.
¿A qué se refiere cuando afirma que la sociología económica es más concreta?
La sociología piensa en las instituciones y en las prácticas desde una perspectiva común. Es mucho más cercana a formas de pensar la política y de entender las consecuencias concretas de las decisiones en política económica. La ciencia económica piensa que los actores deciden en función de la maximización de su ganancia, de un tipo de racionalidad utilitarista. En cambio, la sociología incorpora múltiples racionalidades, incluso, en algunos casos, incoherentes, que permiten explicar fenómenos que los economistas no necesariamente pueden explicar.
¿Por ejemplo?
Cuando algunos economistas dicen que apostar al dólar es irracional porque no se gana tanto como si se invirtiera en acciones, desde el punto de vista racional tienen razón. Sin embargo, olvidan que la relación con la moneda está atravesada por imaginarios y proyecciones. Con lo cual, pensar un sujeto económico más complejo y contradictorio también permite pensar en formas de la economía de manera particular.
De ahí la importancia del trabajo multidisciplinario en las distintas áreas de gobierno…
Claro. Uno tiende a naturalizarlo, pero el hecho de que el Ministerio de Economía esté en manos de economistas es relativamente reciente. La gobernación de la economía u otros sectores de la vida social cobra formas diferentes, en función de las disciplinas desde las que uno los vea, los practique y los sienta.
¿Qué forma cobraría la economía en función de la sociología?
La perspectiva que nosotros reivindicamos desde la sociología trata de abarcar el conjunto de las dimensiones de la vida económica. Es decir, analizarla tanto por sus dinámicas institucionales como por sus dimensiones prácticas. Esto suele aparecer separado en la disciplina económica, entre la macro y la microeconomía. En relación con la moneda, por ejemplo, una sociología de las prácticas no distinguiría entre las microprácticas del sector financiero y las decisiones a nivel macro que se puedan tomar en un banco central. La sociología empírica hace una reflexión sobre las prácticas monetarias y da cuenta de que estas son múltiples y plurales.
¿Cómo sería un sistema monetario plural?
Los imaginarios sobre la moneda son plurales y hay múltiples formas de vinculación con ella, pero hoy está concebida de una forma unitaria y centralizada, lo que favorece algunos intereses. De alguna manera, se podría decir que todos usamos una moneda privada que se ha vuelto pública, pero eso no siempre fue así. La idea de que la unicidad monetaria es buena se construye a partir de los años 30, por buenas razones, pero esa es otra cuestión, y cada vez que hay crisis reaparecen múltiples problemas vinculados con la moneda.
¿Cómo ocurrió durante la crisis de 2001?
Sí. En la Argentina lo conocimos durante la crisis, con el patacón. Es paradójico: a todos les parece un horror la multiplicidad de monedas porque lo asocian con la idea de crisis, pero se olvidan de que, si no hubiera sido por el patacón, la situación de millones de trabajadores en la provincia de Buenos Aires habría sido mucho peor. Entonces, la pregunta es si esta unidad de cambio es una buena solución o no, y desde el punto de vista de los trabajadores diría que es excelente, en tiempo de crisis.
¿Sería entonces una buena solución, pero momentánea?
No necesariamente. Creo que las monedas locales son una excelente forma de ajustar la regla monetaria en función de las especificidades territoriales. Las economías regionales implican diferentes formas de valoración de la producción; no se necesita la misma moneda para exportar que para producir para consumo interno. De hecho, tenemos muchas monedas sin decirlo: con las múltiples tasas de retención de los distintos productos, es como si tuviéramos una moneda específica para cada uno, porque son unidades de cuenta distintas.
¿Por qué, entonces, prospera el modelo de moneda única?
La idea de pluralidad monetaria suele ser rechazada por los economistas porque están convencidos de que las buenas monedas sacan a las malas, que hay competencia entre ellas. Pero, históricamente, la economía real está atravesada por múltiples monedas y, cuando tenemos un país tan grande y federal como la Argentina, tener una moneda única conduce al mismo problema que hay en Europa, que la moneda no está adaptada a la realidad de cada país. El euro está adaptado a la realidad alemana pero no a la de Grecia. Entonces, puede haber una moneda común pero no única. Y nosotros también podríamos pensar, no sólo en tiempos de crisis, en tener un sistema de pluralidad monetaria, con una moneda común, que sería el peso argentino, y monedas específicas que permitan la circulación de mercancías de diferente tipo en algunos circuitos.
¿Imagina un sistema que se podría implementar por regiones y por productos?
En zonas del país que están desfavorecidas en relación con otras, se podría implementar un sistema monetario interno que permita que los bienes producidos en esa región tengan una diferencia de tasa de cambio con el peso argentino. Sería una forma monetaria de revalorizar el trabajo de esas zonas, desde el punto de vista de la modificación de la tasa de cambio. Parece complicado, pero es relativamente simple: es contar de manera distinta, en función de las distintas regiones del país, y lo mismo pasa en la economía popular, donde se podría tener una moneda que valorice ese tipo de trabajo, al menos por un tiempo, hasta que los niveles de acumulación sean lo suficientemente grandes.
¿Pero así no se corre el riesgo de que haya monedas en desventaja y que algunas permitan lograr una mejor calidad de vida que las otras?
Depende de qué se entienda por desventaja y por calidad de vida, y a qué tipo de bienes se desee acceder. Eso se conecta con el modelo de consumo, que también se define socialmente. ¿Cuáles son los bienes a los que queremos que todos accedan? Se puede pensar en una política de los bienes que considere cómo el sistema monetario favorece a determinado bien para tal o cual sector, y que haya cierta igualdad en términos de acceso. Eso implica pensar que no todos pagarán lo mismo por un bien, pero, ¿cuál es el problema con el hecho de que la clase media alta porteña pague más caro un aire acondicionado que un campesino en Chaco, que posiblemente lo necesite más y tenga menos recursos? Se pueden administrar los precios si se desnaturaliza la idea de que son el fruto del mercado. Por el contrario, el precio es fruto de una relación de fuerzas que se expresa monetariamente.
Antes se refirió al sistema monetario adaptado a las necesidades de la economía popular. ¿Qué otras cosas se podrían hacer para propiciar su crecimiento?
Trabajar en la economía popular implica, por un lado, transformar instituciones. Por ejemplo, modificar el sistema bancario para que pueda contemplar a la economía popular. Hay que tratar de entender esa multiplicidad de prácticas tal como son y no como quisiéramos que fueran, porque muchas veces hay una visión normativa sobre esas prácticas y cuando los analistas piensan en los sectores populares suele aparecer la moralidad. Es necesaria una disciplina que no juzgue a priori. Por ejemplo, si hay trabajadores en la vía pública que construyeron ese derecho, habría que acompañarlos para que crezcan y no tratar de que dejen de trabajar allí. Ver cómo pueden tener mejores ingresos, estar formalizados, tener derechos. Esa sería una postura genuinamente democrática, porque respetaría los procesos sociales en curso. Eso no significa no aspirar a modificarlos, pero construir a partir de lo que son y de manera inclusiva.
¿Debería crearse un ministerio de economía popular?
Por supuesto. La modificación de las instituciones producidas por la economía popular permite una transformación del capitalismo, por eso creo que es necesario tener un ministerio específico que piense en las variaciones institucionales que hagan que este sector le dé al capitalismo una dinámica distinta. Eso también implica pensar que el Estado no es un lugar coherente, sino una relación social contradictoria que puede incluir a representantes del mercado formal, como el Ministerio de Trabajo, pero también del mundo de los trabajadores de la economía popular, que tienen una lógica específica y que ojalá el día de mañana también sean incluidos en ese ministerio, para que este sea un representante del mundo del trabajo en su conjunto.