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Antonella Zanutto tiene 22 años y es egresada de la Diplomatura en Danza del Instituto de Artes Mauricio Kagel. En esta nota, cuenta su experiencia de cinco meses en Manhattan gracias al financiamiento de la Universidad y el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación.
Por Antonella Zanutto*
Fotos: Renata Prati
A los dos años supe -sentí con absoluta convicción- que quería ser bailarina (llamo bailarín a todo cuerpo, animado o inanimado, que dé lugar a la expresión a través del movimiento, o bien de un proceso dialéctico entre el movimiento y la quietud –que también es movimiento). Lo que supe, en el fondo, fue que deseaba bailar eternamente. Fue que no habría sensación ni intensidad comparables a las que siento cuando danzo. Supe que haría de mi cuerpo el instrumento de mi habla más profunda.
Las circunstancias, que no son más que la interacción entre uno y la realidad de la cual se es creador, hicieron que once años más tarde comenzara mis primeras indagaciones en los basamentos técnicos de la danza concebida en su sentido más académico. Basamentos, que recibí y recibo como herramientas de lenguaje y expresión.
Pronto sentí el deseo de complementar y enriquecer mis conocimientos técnicos con los fundamentos teóricos de esta disciplina, deseo que motivaría la búsqueda del contexto que me permitiera llevarlo a cabo. Éste fue el de la, en aquél entonces, recién creada Diplomatura en Danza de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), actual Licenciatura en Artes Escénicas con Especialización en Danza, en ambos casos bajo la dirección de uno de mis mayores maestros del escenario y de la vida, Oscar Araiz.
Finalizada esta etapa de formación, y en la plena convicción y deseo de expandir y profundizar mis dominios de conocimiento técnico y expresivo, decidí presentarme a la audición de ingreso al Professional Division Independent Study Program (ISP) – programa intensivo destinado a la formación y entrenamiento de bailarines de danza clásica y contemporánea de nivel profesional- de la escuela de danza The Ailey School, bajo la tutela de The Alvin Ailey American Dance Theater. Siendo aceptada en el mencionado programa, y posteriormente admitida como invited student (estudiante invitada) en The Martha Graham School (ambas escuelas ubicadas en la Ciudad de Nueva York de los Estados Unidos de América), emprendí una exhaustiva búsqueda de apoyo económico por parte de instituciones y/u organizaciones educativas o símiles que me permitiera concretar mi proyecto de formación, a desarrollarse en el transcurso del ciclo lectivo 2014. Y lo conseguí: la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina me otorgaron una beca para poder realizar esta experiencia.
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Mi viaje inició el 23 de marzo, y finalizó (fin que se expresa como inicio de su natural y buscada expansión) el 11 de agosto.
Significó la oportunidad de profundizar y perfeccionar mi abordaje técnico y teórico de la danza, especialmente aquél referido a la danza clásica y las técnicas de Martha Graham y Lester Horton (estos dos últimos pilares fundamentales de la danza moderna y contemporánea), enriqueciendo la diversidad de mis recursos kinéticos y expresivos, y así mi desempeño como intérprete. Significó, además, la posibilidad de interacción e intercambio con diferentes modos y estilos de entrenamiento y ejecución del movimiento, así como de contacto con escuelas fundacionales de la danza -como es el caso de The Ailey School, The Martha Graham School y The Merce Cunningham Trust (City Center Studios)-, permitiéndome de este modo el acceso a un inigualable bagaje histórico y cultural.
Representó, asimismo, circunstancia de desarrollo y maduración de mi capacidad creativa, tanto como del incremento de mis herramientas técnicas, teóricas y subjetivas para la formación de un sentido autónomo y construcción crítica de la danza.
Sin embargo, esta experiencia significó más que un proyecto de formación personal. Fue la expresión de realidad de un deseo que me sobrepasa y trasciende. Fue pensarme como humilde embajadora. Fue construirme como pasaje, como lugar (ser) de tránsito de conocimiento, de aprendizaje, de experiencia, y de reflexión; para luego ser ofrecido y compartido a la comunidad de artistas y de seres sensibles de la cual me siento parte, así como a todo aquél dispuesto o deseoso de recibirlo.
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Creo en la libertad del conocimiento.
Creo en el artista comprometido, apasionado, hambriento siempre de más. Creo en el amor, la disciplina y el trabajo como medios para alcanzarlo.
Creo en el artista integrado; en la comunión armónica y equilibrada de todos los aspectos del ser.
Doy y daré siempre lo mejor de mí.
*Bailarina egresada de la carrera de Artes Escénicas de la
Universidad Nacional de San Martín (UNSAM)