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El historiador de la ciencia Miguel de Asúa fue elegido por su trayectoria y sus logros en el ámbito de la investigación. La ceremonia de incorporación como académico de número tuvo lugar el martes 10 de junio en la sede de Balcarce 139.
Miguel de Asúa define su formación como zigzagueante. Primero estudió Medicina en la UBA a la vez que comenzó la carrera de Filosofía en la misma universidad. Después se licenció en Teología en la UCA y se doctoró en Medicina. Finalmente, viajó a los Estados Unidos, donde hizo una maestría en Historia y Filosofía de la Ciencia y un doctorado en Historia en la Universidad de Notre Dame; finalmente, cursó un posdoctorado en Cambridge, Inglaterra.
En la UNSAM está casi desde su creación como profesor titular de Historia de la Ciencia y la Medicina. Hace unos años, organizó con colegas del 3iA el Seminario Permanente de Historia y Filosofía de las Ciencias Ambientales. Además, dicta cursos en ese instituto, es miembro del CONICET, de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, formó parte del comité editorial de la revista Ciencia Hoy durante 15 años y publicó varios artículos especializados en revistas nacionales e internacionales.
-¿Qué significa para usted este reconocimiento?
-Es muy importante, porque la Academia Nacional de la Historia es una institución con una larga y fructífera trayectoria en investigación.
-¿Y qué implica?
-Las academias tienen funciones distintas, como la promoción general del conocimiento científico y funciones de consulta; son órganos de referencia. Además, organizan seminarios, congresos y encuentros diversos.
-¿Cuáles fueron las razones de su elección?
-Puede haber sido mi trayectoria. Comencé a trabajar en el área medieval, en la ciencia en la edad media, en la organización del discurso de los animales y las relaciones entre filosofía de la naturaleza y medicina medieval. Después escribí un libro sobre animales, en el que investigué las maneras en que los europeos escribieron sobre la fauna americana. Un capítulo de esto estuvo dedicado a misiones de franciscanos jesuitas. Entonces, a partir de ahí, empecé a trabajar sobre ciencia jesuita, un tema que está de moda hace ya 30 años. Es un campo de trabajo importante porque plantea una alternativa a lo que se llama “el relato estándar” de la revolución científica del siglo XVII. Arranqué a investigar desde ese punto de vista lo que hacían los jesuitas en las misiones del Paraguay; estuve más de 10 años con este tema. De hecho, terminé un libro al respecto que saldrá en dos semanas y que se titula Ciencia en la arcadia desvanecida.