El escritor mexicano Jorge Volpi fue uno de los invitados internacionales del ciclo organizado por el Programa Lectura Mundi, que busca pensar los modos en que la ficción postula interrogantes y abre polémicas en los distintos saberes. En esta entrevista, habla de sus frustraciones, sus anhelos y su estilo.
Por Dolores Caviglia. Fotos: Pablo Carrera Oser/ Daniel Mordzinski.
-¿Cuál es su parte de responsabilidad en la crisis económica de 2008?
-Yo soy un hombre de negocios, un inversionista, no he hecho a la largo de mi vida más que mi trabajo: enriquecerme a mí y a mis clientes. El ambiente que se creó en todo el mundo propiciaba que cualquier hombre medianamente listo sacara provecho de esta época de desregulación, en la que la avaricia es vista con buenos ojos.
-Entonces, ¿quiénes son los verdaderos responsables?
-Aquellos que a diferencia mía, que estoy huyendo de un lado a otro, siguen disfrutando de sus puestos y del dinero que consiguieron. ¿Quiénes son? Los políticos de todos los colores e ideologías que a lo largo de los 80, los 90 y los 2000 no dudaron en comprometer su programa económico con lo que nosotros solicitamos: la desaparición del Estado en la economía. Y disculpe, pero ya no tengo mucho tiempo más. Mis asesores me dicen que no puedo estar más de 15 minutos en ningún lugar, porque ese es el tiempo que tarda Interpol en saber dónde estoy.
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El público tenía dudas. Sabía bien que se trataba de ficción, pero se confundía y pensaba que la escena podía ser real: en el escenario de la Fundación Pasaje de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por la noche, el escritor italiano Bruno Arpaia entrevistaba al protagonista de Memorial del engaño. Tras una tela blanca, para no revelar su identidad, el estafador hablaba o el escritor hablaba como si fuese su personaje. J. Volpi hablaba o Jorge Volpi hablaba. El público dudaba.
Jorge Volpi nació en julio de 1968, es mexicano y, aunque estudió Abogacía, escribe desde los 16 años –cuando participó en un concurso de cuentos. No ganó pero tampoco se desalentó ni paró de leer: la historia, la filosofía y la ciencia fueron por entonces y son también ahora sus favoritas. En 1991 publicó su primer libro, Pieza en forma de sonata, para flauta, oboe, cello y arpa, Op. 1; después le siguieron A pesar del oscuro silencio (1993), La paz de los sepulcros (1995) y El temperamento melancólico (1996), entre varias más. Además de entrometerse con la música, se animó a la física en su novela En busca de Klingsor (1999), a la ciencia en Leer la mente (2007), y ahora a la economía en Memorial del engaño, un recuento en primera persona de los secretos de Wall Street, de las estafas de los expertos y de las duplicidades del ser humano.
Volpi fue uno de los invitados por el Programa Lectura Mundi de la UNSAM a Buenos Aires para participar de la segunda edición del ciclo “Narrativas de lo real”, un ciclo que indaga en las complejidades de la realidad, en su volatilidad, en su resistencia a ser relatada y al mismo tiempo en su afán de serlo, en su necesidad de romper los códigos, de reclamar transgresión, de atravesar dialectos.
¿Qué significa “narrar lo real”?
Una de mis obsesiones de siempre ha sido tratar de mezclar y equiparar la lectura con otras disciplinas, particularmente con la ciencia pero también con las ciencias sociales y humanas. Siempre creí que la literatura es una forma de exploración de la realidad, un vehículo tan legítimo como las ciencias.
¿Qué estrategias utiliza para que una ficción suene real?
El gran poder de la ficción es que a través de mentiras y engaños llega a un análisis de la verdad y la realidad. Ese juego se exacerba en una novela como Memorial del engaño, en donde el lector siempre tiene que estar dudando de qué es lo que se le está diciendo, si es real o es ficticio; y a partir de ahí debe sacar sus propias conclusiones para enfrentarse a los problemas reales.
Hay distintas estrategias para conseguir esto. A mí la que me gusta particularmente es el narrador en primera persona, que parece estar confesándose con el lector. Pero en esta novela lo que pasa es un poco lo contrario: es un narrador que todo el tiempo dice que está mintiendo y engañando a los otros; entonces el lector a partir de ahí tiene que ver qué parte se relaciona directo con la realidad.
En este libro, el uso de paratextos está en función de la ficción. En la solapa de la tapa, en vez de estar tu biografía, está la del personaje. ¿Por qué tomaste esta decisión?
Es parte de este juego, que tiene que ver con el cerebro humano, que no tiene manera de diferenciar las imágenes que provienen de la realidad y las que vienen de la ficción: lo único que hacemos es contextualizarlas como si pudiéramos saber exactamente de qué momento las extrajimos y a partir de ahí diferenciar la realidad de la ficción. En el caso del libro, los elementos que tenemos para saber si es ficción o realidad tienen que ver sobre todo con esos paratextos; con que el libro diga “novela” o “memorias” o “biografía” o “testimonio” o no diga nada. Si uno de pronto suplanta todos esos paratextos, no le queda al lector más que enfrentarse directamente al texto que parece verídico; se requiere entonces un esfuerzo distinto para imaginar que se está frente a una ficción.
¿Cómo fue el proceso de escribir con esta mezcla, con este juego?
Esa mezcla es en la que vivimos todo el tiempo: la ficción es una herramienta natural del cerebro, que nos permite justamente ser humanos en ese sentido. Todo el tiempo estamos imaginando el futuro, es algo que el cerebro nuestro hace constantemente. Esto es a lo que llamamos justamente imaginación. Por lo tanto, el cruce con el mundo real siempre lo construimos a partir de esa imaginación ficticia. Para un narrador, es simplemente hacer esto mucho más consciente, porque la narración deriva de la realidad pero de una realidad que a su vez está totalmente impregnada del poder de la imaginación.
¿Por qué elegiste meterte con la economía?
Estos temas aburridos a mí me fascinan. También la física cuántica me parece impenetrable y con En busca de Klingsor traté de convertirla en un lenguaje cercano al lector a través de la literatura, de las metáforas, de las comparaciones. En este caso, en el de la economía, quise hablar sobre algo que está tan presente en nuestras vidas y nos rige tanto, pero que sin embrago es casi imposible entender. Nadie sabe en verdad qué fue lo que pasó. A partir de esto, me pareció que la ficción y observar todo a través del punto de vista de un personaje que estuviese en el centro de la historia permitiría verlo un poco mejor.
¿Cómo fue que te metiste vos en el mundo de las finanzas?
Arranqué con la prensa financiera. Antes yo era de los que el domingo sacaba la sección financiera del diario y entonces pasé a hacer lo contrario: a sacar la sección financiera y tirar el resto. Y luego me metí con libros de economía, de historia económica, de periodismo económico, para tratar de entender los mecanismos que rigen las finanzas internacionales e irlos traduciendo a la literatura.
¿Qué similitudes encontrás entre el mundo de la economía y en el de la ficción?
Nos dedicamos a lo mismo: los estafadores financieros y los escritores decimos mentiras de la mejor manera posible para engañar al mayor número de personas; claro que con objetivos distintos. El especulador quiere ganar dinero y el escritor ganar dinero también, sí, pero sobre todo contaminar con nuestras ideas e historias el mayor número de mentes.
¿Por qué escribís?
Fundamentalmente, creo que escribo para vivir otras vidas, las vidas que no tengo, y para tratar de saber más del mundo, aunque este también sea una ficción. Escribo por curiosidad, para conocer otras cosas, para experimentar otras emociones.
Mi primera frustración fue no haber sido música; mi segunda, no haber sido físico. Precisamente de esas frustraciones ha derivado mi deseo de escribir: escribí sobre el mundo de los científicos porque quería convertirme en físico; luego escribí sobre el mundo del psicoanálisis porque quería imaginarme como psicoanalista aunque más bien me burlaba de ellos; me pasó lo mismo con la biología en No será la tierra y ahora con lo económico; más que ser economista, quería saber lo que era ser multimillonario. Entonces, decidí convertir al personaje en un estafador financiero.
Muy original.