El 28 de febrero se organizó el primer encuentro para fomentar el diálogo entre periodistas y académicos en el Lozano Long Institute of Latin American Studies de la Universidad de Texas. Participaron la filósofa Gabriela Polit, la antropóloga Cecilia Balli de LLILAS y los periodistas Cristian Alarcón y Marcela Turati. En ese marco se lanzó la primera Beca Anfibia, que financia con 2500 dólares a un estudiante del doctorado el proceso de investigación y la escritura de la crónica. Además, cuenta con un aporte de 1000 dólares más para un periodista que complementará el trabajo anfibio.
Por Revista Anfibia
Jorge Derpic fue el primer ganador de la Beca Anfibia. Su proyecto investigará los hornos calientes de El Alto, en Bolivia. Relatará las historias de los trabajos oficiales y no oficiales de los policías-serenos del Distrito 14 de El Alto, quienes de noche protegen a los vecinos de su zona, y de día, siguiendo su mandato como policías, “cuidan a los niños de otros, mientras no hay nadie que cuide de los suyos”.
Lectores de todo el mundo llegan por primera vez a nuestras crónicas, las leen, las estudian, las ven en las universidades. Y entonces nos preguntan por nuestro proyecto, les interesa lo anfibio. ¿Qué es? ¿Qué diferencias tiene con las demás crónicas periodísticas? ¿Cómo se construye una crónica anfibia? Para eso, hablamos con Gabriela Polit y Cecilia Balli que, además de crear la beca, organizaron, el 28 de febrero, el primer encuentro para fomentar el diálogo entre periodistas y académicos en la Universidad de Texas.
En términos académicos, ¿qué es la anfibiedad?
Gabriela Polit: En realidad el término anfibio, como tal, no aparece en la discusión académica, al menos la norteamericana. Hay maneras de establecer diálogos interdisciplinarios, pero no en un marco de lo anfibio. Quizás los Estudios Culturales sean la mejor muestra de un campo que combina metodologías de diferentes disciplinas para entender un fenómeno. En este contexto, el periodismo y la narrativa no son parte de esa producción de conocimiento, sino más bien son parte del fenómeno o del objeto que se quiere entender y analizar. En 1999, la escritora mexicana Gloria Alzandúa publicó un libro que levantó polémica porque proponía una búsqueda de conocimiento que rompiera fronteras: Borderlands. Ahí hay una propuesta de pensar más allá de las fronteras, tanto las nacionales, las de identidad de género, así como las de los géneros y disciplinas académicas. En su momento fue una propuesta muy vanguardista que, además, se hacía desde la frontera misma (la que separa a Estados Unidos de México). Aunque hay ecos de la propuesta de Anzaldúa en lo anfibio, creo que hay que mirar esto último en la coyuntura actual. La trama que hace lo anfibio posible es la publicación digital, que es un espacio donde politólogos, críticos literarios, antropólogos y sociólogos pueden publicar investigaciones hechas con periodistas, sin que eso implique traicionar los rigores que demanda cada disciplina.
¿La anfibiedad se puede hacer sólo en las ciencias sociales?
GP: No. Pero creo que más que las ciencias sociales, las humanidades (la literatura sobre todo) están más familiarizadas con la demanda de ir más allá de las fronteras disciplinarias para comprender ciertos fenómenos, por eso la importancia del debato respecto a los Estudios Culturales. Pero la novedad de anfibia es que el periodismo entra como interlocutor en el momento de generar conocimiento. ¿Cómo? A través de una historia que ha sido muy investigada y que está bien contada. Ese es el reto tanto para humanistas como para científicos sociales: implica romper la rigidez del lenguaje académico y traducir un saber teórico en un texto asequible.
Cecilia Balli: El periodismo y la antropología tienen métodos similares para acercarse al mundo social: un método cualitativo, narrativa y la práctica de entrevistar personas dentro de sus mundos. Es importante no sólo hablar de métodos, sino de miradas, y es precisamente en el cruce de esas perspectivas que pueden surgir nuevas preguntas y nuevos conocimientos para entender relaciones y experiencias muy complejas. En la academia norteamericana el cruce de fronteras se ha dado mucho en los últimos quince o veinte años con la popularización de los estudios que combinan perspectivas, teorías y métodos de dos o más disciplinas alrededor de grandes temáticas o en áreas de investigación que antes se habían ignorado académicamente, por ejemplo, los cambios ambientales, los avances de la tecnología, o los estudios de identidad, sexualidad y de género.
¿Cómo se construye una investigación/historia anfibia?
GP: Son dos partes que yo he tratado en los últimos años de integrar en mi trabajo. Por un lado está la investigación rigurosa del objeto de interés y, por el otro, contar la historia de cómo ese objeto de investigación toma forma. Desde el momento que surge como curiosidad, hasta que se concreta como un objeto de análisis. Eso traté de hacer en mi último libro, Narrating Narcos (Pittsburgh, 2013). El problema fue cómo contar la historia sin traicionar mi formación teórica y mi análisis académico. Eso es algo que quiero transmitir a mis estudiantes. Creo que es importante que los académicos, vengan de las humanidades o de las ciencias sociales, manejen un lenguaje sólido pero más flexible. Eso no les servirá para publicar en las revistas especializadas, pero sí para poder transmitir su conocimiento a públicos más amplios y en fuentes más anfibias. Por eso la importancia de la visita de Cristian Alarcón a UT en febrero de este año. La presencia de Cristian fue fundamental para abrir el diálogo entre académicos y periodistas. El encuentro abrió espacios para pensar cómo se construye la investigación y la historia anfibia. Ese esfuerzo colectivo, tenemos que enfatizar, no sería posible sin el apoyo institucional del Instituto Lozano Long de Estudios Latinoamericanos (LLILAS) de UT y de la UNSAM.
¿Cuál es la postura que toma el académico en este cruce de disciplinas?
GP: Conozco casos de académicos que colaboran en una investigación anfibia y pasan por el riguroso proceso de edición de su trabajo. Es ahí donde se mide la limitación de su entrenamiento así como de su generosidad, en el momento de dejarse editar para producir un texto que sea entendible para un público más amplio. No creo que sea muy fácil para un académico someterse a ese tipo de prueba, a menos que realmente haya un compromiso con eso que se quiere decir. Los académicos (acá al menos) están entrenados por el sistema americano de publicación en revistas especializadas cuyo referato es anónimo y muy riguroso. Cuando se publica en esos espacios, se asegura un reconocimiento, una promoción y eventualmente la confirmación de que una se ha convertido en “especialista” sobre un tema. El sistema de referato anónimo es la forma en el que el campo de la disciplina se reproduce y se mantiene. Someterse a un proceso de edición por un ojo periodístico para que el texto sea leído en un medio publicado en internet es, para el académico, un salto al vacío. No creo que cualquier académico esté dispuesto a hacerlo. El hecho de que LLILAS haya creado la Beca Anfibia para pagar a un estudiante durante el verano para desarrollar un proyecto anfibio–algo que surgió a partir del encuentro–es importante. Este es el primer paso para entrenar a los estudiantes a tener un lenguaje versátil, flexible, que pueda entrar y salir del lenguaje académico. Por otro lado, la beca es también un mensaje a cerca de la necesidad de abrir espacios para que nuestro saber académico pueda abrirse a circuitos más amplios, sin que eso implique olvidar el rigor de la investigación. La creación de la beca fue la manera más efectiva de concretar una forma de lo anfibio.
¿Cómo sería la instancia ideal de este cruce?
CB: Como antropóloga y periodista, y como alguien que creció en la frontera entre México y Estados Unidos, viendo el mundo siempre desde dos puntos de vista, veo y me interesan especialmente esos espacios intermedios. Creo que los académicos tienen para aportar a los periodistas visiones más panorámicas: formas de entender no sólo experiencias sino tramas y procesos; de poner fenómenos en contextos históricos y culturales; de relacionar lo individual y lo humano con lo colectivo y lo social; de interpretar múltiples significados y formas de poder, por ejemplo. Los periodistas mientras tanto saben moverse por el mundo y relacionarse con la gente; captan lo urgente y lo pertinente y pueden entender fenómenos en sus constantes transformaciones y desde sus expresiones cotidianas. También saben hablar con la gente que tiene el poder, y llevan un proceso de investigación que es más abierto y que de cierta forma les permite ver más, darse cuenta de más. Son dos prácticas metodológicas y bases de conocimiento – formas de entender y explicar el mundo – que deberían vincularse permanentemente.
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Gabriela Polit Dueñas es ecuatoriana, estudió filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador, Ciencias Políticas en la New School for Social Research de Nueva York y se doctoró en Literatura en la New York University. Actualmente es docente en la Universidad de Austin (Texas). Este año se publica Narrating Narcos, un ensayo comparativo entre la situación de cronistas y narradores de ficción de Culiacán y Medellín, el libro analiza narrativas sobre el narcotráfico, sus límites formales y metodológicos, así como sus logros literarios. Polit viene estudiando los cruces interdisciplinarios entre las ciencias sociales, la literatura y el periodismo en América Latina hace más de diez años.
Cecilia Balli es antropóloga social y, además de dar clases en la Universidad de Austin, es periodista, un cruce que tal vez explique la complejidad y amplitud de su mirada académica.
interesante el articulo