Escuela de Ciencia y Tecnología, Notas de tapa
El hombre está emitiendo más dióxido de carbono que en toda su historia y el planeta empieza a sentirlo. Los combustibles fósiles, principal fuente de energía utilizada en el mundo, no son recursos renovables y cada vez tienen un impacto mayor en la economía de los países. ¿Hacia dónde vamos por este camino? Salvador Gil, doctor en Física y director de la carrera de Ingeniería en Energía de la Escuela de Ciencia y Tecnología cuenta por qué hay que empezar a preocuparse y, sobre todo, a ocuparse de este tema.
Por Paula Bistagnino. Fotos: Pablo Carrera Oser.
La llama en piloto de cualquier artefacto de una casa parece un gasto energético superfluo. Pero, ¿qué pasa si se calcula que hay, por lo menos, diez millones de llamitas encendidas las 24 horas en todo el país? “Cada llamita usa medio metro cúbico de gas, lo cual hace un total de 5 millones de metros cúbicos por día. Esa es casi la mitad de la cantidad de gas que importamos de Bolivia y, con la tecnología actual, esa llamita puede reemplazarse por un sistema electrónico de unos 20 dólares”, calcula el profesor Salvador Gil para ilustrar de qué se habla cuando se dice eficiencia energética.
Doctor en Física de la Universidad de Washington, miembro de la American Physical Society, de la Asociation of Physics Teachers y de la Asociación Física Argentina, Salvador Gil es un especialista en temas de energía y autor de varias publicaciones y estudios sobre la materia. Llegó a la UNSAM en 1994, cuando se creó la Escuela de Ciencia y Tecnología y dirige la carrera de Ingeniería en energía de esta escuela.
¿Qué es la eficiencia energética?
Consiste en aprovechar los mínimos recursos energéticos posibles para lograr el confort o prestación que deseamos. En este sendero las posibilidades son enormes. Al usar menos combustibles para hacer las mismas actividades, se disminuye el impacto económico. Al mismo tiempo se mitigan las emisiones de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, se preservan los recursos energéticos y se posibilita que sectores de bajos recursos puedan acceder a los beneficios de la energía. Hoy estamos afanosamente buscando nuevas fuentes de combustibles fósiles (gas, carbón, petróleo) y en realidad nos alcanzaría con usar bien los que tenemos. Además, en una época de gran volatilidad en los precios de los combustibles, inestabilidad política en el Medio Oriente, incerteza en el abastecimiento externo, recuperar el autoabastecimiento es una prioridad nacional; por lo tanto la alternativa de usar menos combustibles para hacer mejor lo que hacemos, tiene mucho sentido. Pero más allá de eso, aun cuando tuviésemos recursos fósiles disponibles, la problemática del calentamiento global, es un desafío que no podemos soslayar, y que ni siquiera hemos empezado a resolver.
¿Cómo afecta el uso de combustibles fósiles al planeta?
Los combustibles fósiles, básicamente gas, carbón y petróleo, constituyen entre el 85 y el 90 % de toda la energía que usamos. En el proceso de extraerlos de su lugar de origen y quemarlos, generamos y liberamos grandes cantidades de gases de efecto de invernadero que se acumulan en la atmósfera por siglos. La atmósfera hace las veces de una frazada sobre la tierra: contiene el calor que llega del sol. Al efecto invernadero, lo podemos observar cuando dejamos el auto al sol, aún en un día frío, el interior se calienta. Lo mismo pasa en el Tierra: la atmósfera deja pasar la radiación del Sol y conserva el calor. Por eso tenemos en la Tierra una temperatura templada y agradable que posibilita el desarrollo de la vida. Si no fuese por este efecto de invernadero, la vida en la Tierra no sería posible, porque tendríamos una temperatura de unos 15 grados bajo cero, con océanos congelados. De hecho, la Luna que no tiene atmosfera y está en promedio a la misma distancia al Sol que nosotros, tiene esa temperatura.
Una cuestión de Estado, pero también de conciencia individual
En los últimos 200 años de historia el hombre generó la misma cantidad de dióxido de carbono que la que existía en la Tierra antes de la revolución industrial. Parte de estos gases se absorbieron en los océanos y plantas, pero una parte importante se acumuló en la atmosfera. A este paso, el planeta avanza hacia una situación peligrosa. “No son sólo especulaciones teóricas. Sabemos por experiencia, por lo que conocemos de la historia pasada de la Tierra, que hubo grandes oscilaciones de temperatura por causas casi muy parecidas a las que estamos viviendo ahora”.
¿Cuándo pasó eso?
Cuando se estaban separando los continentes de África y América, hace unos 55 millones de años, en algún momento aparentemente quedaron expuestos grandes yacimientos de carbón y de petróleo que se comenzaron a incendiar. Eso genero tanto dióxido de carbono en la atmósfera que la temperatura del planeta comenzó a aumentar. Al cabo de un tiempo desaparecieron los polos, que por su color blanco refractan la luz del Sol; a diferencia del mar, que es azul y la absorbe. Entonces, al derretirse los polos, la tierra absorbió más luz del Sol. Eso hizo que se caliente más y se produjeron incendios masivos, como hoy es estamos observando en diferentes lugares del mundo. Este evento se conoce como máximo térmico del Paleoceno-Eoceno (PETM). Aquella vez, costó la desaparición del 30 % de las especies y la tierra tardó 50 mil años en volver a su estado natural. La evidencia está delante de nuestros ojos. Ahora tenemos que ver qué hacemos con esto.
¿Es un proceso reversible el de la emisión?
No. Ese es el tema justamente. El problema es que no se detiene porque dejemos de emitir. Lo que ya hemos puesto, queda en la atmosfera por siglos. El desafío no es sólo parar este ritmo creciente de las emisiones, sino ver cómo estabilizarlas y si se puede disminuirlas lo antes posible. Lo cierto es que hoy tenemos recursos y posibilidades de bajar drásticamente las emisiones y no lo estamos haciendo. Se necesita un acuerdo equitativo y racional, en el que se comprometan los gobiernos y la sociedad, para modificarlo.
¿Cómo se genera el cambio de conciencia?
Es información y regulación. Todavía no conocemos ni aprovechamos las herramientas que tenemos. Por ejemplo, Argentina hay un decreto de 2007 que establece de prioridad nacional el uso eficiente y racional de la energía, con objetivos muy loables, pero su implementación es aún incompleta. En particular, la UNSAM trabajo en el desarrollo de varias normas de etiquetado de eficiencia de artefactos a gas en colaboración con profesionales de ENARGAS. Estas etiquetas de eficiencia permiten que los usuarios sepan cuánta energía consume el artefacto que están por adquirir. Por ejemplo, una heladera, un aire acondicionado o un termotanque. Esto posibilita que la gente elija los equipos que le darán una mejor prestación con el menor consumo.
¿Cuánto hay de responsabilidad individual en esto?
No podemos soslayarla, porque es bastante obvio que todos contribuimos para que esto pase. Además, desde hace varios años y particularmente desde el establecimiento del protocolo de Kyoto en 1997, todos los países llevan un stock de las emisiones y es cada vez más claro que es la humanidad la que está haciendo este daño. Es importante revisar nuestros hábitos para evitar las posibles consecuencias del calentamiento global. En ese sentido la eficiencia energética, juega un papel muy importante. Hace falta conciencia individual, pero lo más importantes es que los Estados se comprometan a hacer estos cambios en las políticas públicas. En ese sentido es paradójico que en buena parte del mundo se subsidia el uso de combustibles fósiles. Quizás sería deseable que los subsidios fuesen a la eficiencia y al desarrollo de recursos renovables. De hecho este camino nos llevaría con el tiempo no solo a autoabastecimiento sino también generar un desarrollo económico importante.
¿Tenemos con qué reemplazar a los combustibles fósiles?
El sol y los vientos pueden aportar gran parte de la energía que nosotros necesitamos. Casi todo el gas que importamos lo usamos en calentar el agua que usamos para bañarnos. Toda esa energía nos la puede dar el sol con tecnología existente y que el país puede desarrollar sin dificultad. Así ahorraríamos mucho dinero en combustible importado, emitiríamos menos, y además podríamos generar una nueva industria, con desarrollo y más trabajo. La conclusión es que la energía más barata y que menos contamina, es la que no se usa.
Excelente nota. Como futuro alumno de Ing. Energía e instructor de sistemas fotovoltaicos, no veo la hora de empezar la carrera.
Saludos,
@pmaril