Juan Carlos Tedesco, ex ministro de Educación y director del Programa para Mejora de la Enseñanza de la UNSAM, fue el encargado de presentar el reconocimiento al sociólogo estadounidense en la Universidad Nacional de San Martín..
Debo comenzar confesando que cuando Carlos Ruta – el rector de nuestra universidad- me sugirió la posibilidad de pronunciar el Laudatio relativo al Doctorado Honoris Causa de Richard Sennett, tuve sentimientos diferentes y relativamente opuestos. Por un lado, sentí lo que nuestros psicoanalistas llamarían cierta ¨satisfacción narcisista¨. Pero por el otro, no pude evitar sentir un poco de temor. Mi campo de trabajo es la educación, pero los temas educativos (la escuela, los maestros, la universidad, los diseños curriculares, los métodos de enseñanza, por ejemplo) no ocupan un lugar central en la obra de Richard Sennett
En el marco de esa tensión entre satisfacción y temor, decidí aceptar la sugerencia de nuestro Rector. Las razones de esta respuesta las encontré en mi propia relación con la obra de Richard Sennett. Al reflexionar sobre dicha relación, comprendí que si bien Sennett no se ha ocupado de los temas que habitualmente ocupan la atención de los educadores, los educadores debemos ocuparnos de Sennett y del resultado de sus análisis, particularmente de los que se refieren a la cultura del nuevo capitalismo, a los cambios en los modelos de organización del trabajo y a las destrezas y habilidades que deben ser transmitidas, si queremos construir sociedades más justas.
Mi primer contacto con la obra de Sennett se produjo, precisamente, por sus análisis acerca de la cultura del nuevo capitalismo y su impacto en los procesos de socialización. En La corrosión del carácter (publicado en 1998) y en La cultura del nuevo capitalismo, (publicado en 2004), Sennett nos brinda las bases conceptuales que permiten comprender las razones más profundas de la crisis de la educación y de lo que –en la literatura educativa– ha dado en llamarse “el malestar docente”. En una brillante síntesis de los desafíos que enfrenta un sujeto en el marco cultural del nuevo capitalismo, Sennett postula tres grandes ejes de análisis.
El primero de ellos tiene que ver con el tiempo. A diferencia del tiempo racionalizado e institucionalizado del capitalismo tradicional, ahora vivimos en una cultura que Sennett sintetiza como el “nada a largo plazo”. Todo aquí y ahora. En el nuevo capitalismo, el pasado es vivido como obsoleto y el futuro como incierto y amenazante. En un contexto de este tipo, se erosionan los vínculos de confianza entre los sujetos, particularmente entre los adultos y los jóvenes, y se desvalorizan los conocimientos básicos y las operaciones cognitivas que adquieren sentido en el marco de procesos prolongados de aprendizaje. El “nada a largo plazo” es la expresión más clara del déficit de sentido que caracteriza a la cultura del nuevo capitalismo y erosiona los pilares fundamentales sobre los cuales se construye la tarea de los educadores, sean estos los padres, los maestros o cualquier otro sector o grupo responsable de la transmisión del patrimonio cultural y de la preparación para un determinado futuro.
En La corrosión del carácter, por ejemplo, Sennett describe las dificultades que tiene un padre integrado a la nueva economía para socializar a sus hijos. Ese padre, hijo de un portero que ha llegado a convertirse en un ejecutivo moderno, siente una profunda insatisfacción porque no puede trasladar a su familia las pautas de su trabajo. Cito un párrafo de Sennett en ese libro:
“Rico quiere ser para su hijo y sus hijas un ejemplo de determinación, de alguien que tiene una meta en la vida; tiene que poner un ejemplo. Y el ejemplo objetivo que podría ponerles, su movilidad social ascendente, para ellos es algo natural, una historia que pertenece a un pasado que ya no es el suyo, una historia terminada. Pero su preocupación más honda es no poder ofrecer la sustancia de su vida profesional como ejemplo para que sus hijos vean cómo han de comportarse éticamente. Las cualidades del buen trabajo no son las cualidades del buen carácter”.
El segundo desafío tiene que ver con el talento, con el contenido de las capacidades que un individuo debe desarrollar a lo largo de su vida. En palabras de Sennett, “la cultura moderna propone una idea de meritocracia que celebra la habilidad potencial, más que los logros del pasado”. Dicho en términos pedagógicos y cognitivos, se valora más la capacidad para cambiar, que la experiencia. Con una prosa sutil y por momentos muy cautivante, Sennett describe este fenómeno en términos donde la belleza del texto no disimula el dramatismo de la experiencia subjetiva. En esta cultura, nos dice Sennett, “…el destino importa menos que el acto de partir” y “No hay narración que pueda vencer la regresión a la media: uno está siempre ‘volviendo a empezar’”.
El tercer desafío se refiere a una de las consecuencias subjetivas más importantes de este nuevo paradigma cultural basado en la ruptura con el pasado y el cambio permanente. Sennett se refiere en este punto a la conducta que es necesario desarrollar para desprenderse del pasado. ¿Qué conducta es la que permite al individuo moverse en un contexto cultural que obliga a la renovación permanente?. Sennett identifica en este punto la existencia de una suerte de avidez de consumo, que impulsa a dejar de lado lo viejo –aunque válido- por la adquisición de nuevos bienes, ellos mismos de corta duración.
Los tres desafíos están estrechamente articulados y atravesados por una preocupación central: las relaciones sociales, los vínculos entre los sujetos o, para decirlo en términos más sociológicos, por la cohesión social. En definitiva, para seguir con la sutileza del estilo narrativo de Sennett, por el análisis del pronombre “nosotros”, el pronombre maldito del nuevo capitalismo.
En este punto, la obra de Sennett adquiere una dimensión disruptiva con buena parte del pensamiento pedagógico moderno, tanto con el que responde al paradigma neo-liberal como también, en ciertos puntos, al pensamiento progresista. Para quienes se interesen por el tema, les resultarán muy ilustrativas, por ejemplo, las reflexiones de Sennett sobre el significado y valor de operaciones cognitivas tan denostadas por la pedagogía moderna, como la repetición y la memorización. O, socialmente más significativo aun, seguir su análisis acerca del vínculo de dependencia.
“Todos los dogmas del nuevo orden tratan la dependencia como una condición vergonzosa”, nos dice Sennett. Pero “la vergüenza de ser dependiente –agrega- tiene una consecuencia práctica, pues erosiona la confianza y el compromiso mutuos, y la falta de estos vínculos sociales amenaza el funcionamiento de cualquier empresa colectiva”. En el nuevo capitalismo, la ruptura del vínculo de dependencia no está asociada a la liberación o al abandono del ejercicio del poder de dominación, sino a la indiferencia, a la idea según la cual cada uno debe cuidarse por sí mismo y, si no, será prescindible. “La indiferencia del viejo capitalismo de clase era crudamente material; la indiferencia que irradia el capitalismo flexible es más personal porque el sistema mismo está menos marcado, es menos legible en su forma”.
No me parece pertinente en este momento y lugar describir más detalladamente las hipótesis de Richard Sennett acerca de la cultura del nuevo capitalismo que, seguramente, todos ustedes conocen. Sólo quisiera postular que, a partir de sus análisis, se abre la posibilidad, y la necesidad, de concebir a la educación como una tarea contracultural.
Desde esta perspectiva, la lectura de las últimas obras de Sennett es muy importante para los educadores. En ellas Sennett adopta un enfoque donde, con la misma sutil inteligencia con la cual diagnostica los problemas, sugiere ideas que inspiran alternativas de acción. Para los educadores, repito, esta perspectiva es fundamental, porque no somos, o no podemos ser, espectadores pasivos de la realidad social. Estamos socialmente obligados a actuar, tanto en calidad de sujetos como en calidad de actores de un sistema institucional.
Las ideas de Sennett sobre las líneas posibles de acción se apoyan en el concepto de experiencia, concepto clave de una de las tradiciones más importantes del pensamiento pedagógico: el pragmatismo americano, cuyo representante más conocido por los educadores fue John Dewey. Educamos a través de las experiencias de aprendizaje que permitimos realizar a nuestros estudiantes. El desafío, en consecuencia, consiste en definir qué tipo de experiencias son las que promueven los comportamientos fundamentales de una sociedad justa: la solidaridad, la cooperación, el compromiso con la calidad, la responsabilidad por los resultados de nuestro trabajo. Cuando hablamos de la educación como tarea contracultural, estamos diciendo que en la escuela o en cualquier ámbito institucional donde se realicen aprendizajes, debemos programar experiencias que no tienen lugar espontáneamente en otros ámbitos de la sociedad. La escuela, en su sentido más amplio, es un espacio social relativamente artificial donde podemos programar las experiencias de aprendizaje que deseamos que realicen nuestros estudiantes.
En este punto, la obra de Sennett permite apreciar la importancia de la dimensión institucional o, dicho en otros términos, del modelo de organización del trabajo. En El Artesano, (publicado en 2008) Sennett recupera la importancia de los vínculos de aprendizaje entre maestro y aprendiz, que promueve el taller. En el taller, las cuestiones relativas a la autoridad se definen en función del dominio de las habilidades vinculadas al oficio. “En un taller –nos recuerda Sennett–, las habilidades del maestro pueden valerle el derecho de mandar, y aprender de ellas y asimilarlas puede dignificar la obediencia del aprendiz o del oficial”. En el taller artesanal, corregir el error es una parte fundamental de la actividad y del aprendizaje, ya que a menudo es la reparación de las cosas lo que nos permite comprender su funcionamiento. El manejo de los instrumentos implica aprender a enfrentar situaciones de resistencia y de ambigüedad, así como tener paciencia frente ala frustración. Lasformas que adoptan las instrucciones en el taller también son muy importantes desde el punto de vista educativo. En el taller artesanal se destacan tres formas de dar instrucciones: la ilustración empática, que se identifica con las dificultades con que tropieza un principiante; la presentación del escenario, que coloca al aprendiz en una situación extraña y la instrucción mediante la metáfora, que alienta al aprendiz a imaginar un nuevo marco para lo que está haciendo.
Las cualidades de un buen artesano también pueden ayudarnos a definir al buen docente. En definitiva, nos dice Sennett, “…El artesano representa la condición específicamente humana del compromiso.” Y el compromiso, como el resto de los valores vinculados al imperativo moral de la calidad, no depende tanto del trabajo que se realiza como de la forma en la cual está organizado.
La relevancia de este análisis para el proceso educativo adquiere su máxima expresión cuando la vinculamos con el principio según el cual la tarea más importante de la educación es la de enseñar el oficio de aprender. El maestro artesano, que enseña un oficio material, muestra cómo se hacen las cosas. El maestro que enseña el oficio de aprender, en cambio, debe ser capaz de exteriorizar un proceso mental generalmente implícito, debe desarrollar una batería de actividades destinadas a hacer explícitos los comportamientos implícitos de los expertos, de manera tal que el alumno pueda observarlos, compararlos con sus propios modos de pensar, para luego –poco a poco– – ponerlos en práctica con la ayuda del maestro y de los otros alumnos.
En la entrevista que una revista argentina le hiciera a Richard Sennett hace pocos días, el periodista le hizo la pregunta que podría hacerle cualquier educador. En ese caso, el periodista asumió su papel de padre y le preguntó cuáles eran sus sugerencias prácticas para la educación de un joven en este mundo. Sennett le respondió que lo haga “carpintero filosófico”. Esta idea puede ser analizada desde la perspectiva del impacto que tiene producir objetos físicos sobre nuestra concepción del mundo y sobre las relaciones sociales. Pero la idea de carpintero filosófico también puede ser entendida desde el punto de vista de considerar el aprendizaje de la filosofía como una experiencia donde ponemos a nuestros estudiantes en contacto con las resistencias de las ideas, con las ambigüedades de nuestra materia, con la necesidad de corregir el error y de repararlo.
En su reciente libro, Togheter (publicado hace pocos meses), Richard Sennett aborda el otro pilar del enfoque contracultural de la educación en el nuevo capitalismo: la necesidad de aprender (o de enseñar) a vivir juntos. También aquí el análisis de Sennett combina el diagnóstico con ideas para la acción, con ejemplos históricos de construcción de instituciones y rituales que ilustran la posibilidad de educar en aquellas destrezas que definen los vínculos de cooperación. La democracia, como sistema de relaciones sociales atraviesa hoy un período de transformaciones muy profundas. Sennett nos advierte que, a diferencia del reproche que Hannah Arendt hiciera a la democracia diciendo que exige demasiado a los seres humanos ordinarios, en lo que respecta a la democracia moderna sería más adecuado decir que les exige demasiado poco. Sus instituciones y herramientas de comunicación –y aquí se pueden evocar los análisis de Manuel Castells– no se inspiran en el desarrollo de las competencias que la mayoría de las personas despliega en el trabajo. Una sociedad más justa necesita, en consecuencia, una democracia más exigente. La solidaridad, la cooperación, la cohesión social que requiere la construcción de sociedades más justas es muy exigente en términos éticos y cognitivos. Fortalecer las experiencias que permitan formar ciudadanos con esos valores y competencias es, vuelvo a repetirlo, la tarea contracultural que tenemos por delante.
Presentar el pensamiento de Richard Sennett desde la dimensión pedagógica o educativa no hace justicia a la vastedad y la complejidad de su obra, donde se articulan la historia, la antropología, la sociología, la economía, el urbanismo, la psicología social y, por qué no, la mirada del artista, tanto del escritor como del músico. Le pido disculpas al Doctor Sennett por esta limitación. En todo caso, sepa usted que si bien este enfoque limita la complejidad de su obra, permite sin embargo comprender la complejidad de la tarea educativa. Los educadores le agradecemos profundamente su contribución y esperamos que la vida le siga dando oportunidades de continuar con sus análisis y, a nosotros, de seguir aprendiendo.