El perfil profesional más buscado en la actualidad se basa en la posesión de las llamadas “capacidades socio-afectivas y éticas” como complemento necesario de las técnicas. Si bien hay un pedido explícito a los sistemas de formación profesional para que garanticen el desarrollo de estas capacidades, se invisibiliza la necesidad de su cuidado dentro del ámbito laboral. Así, nos enfrentamos a una sociedad más preocupada por el desarrollo de la inteligencia artificial que por el talento humano. La fábula del “Yo, robot” parece próxima a cumplirse. ¿Podrán los robots preocuparse por el talento humano?
Por Mónica G. Sladogna
La definición actual del perfil profesional demandado por nuestras sociedades se basa en la posesión de las llamadas “capacidades socio-afectivas y éticas” como complemento necesario de las técnicas. La permanente referencia a ellas da cuenta de un problema cuya solución se le exige al individuo (responsabilidad de la que no se encuentra exento) y se exime al contexto (eterno ausente en la responsabilidad por identificar, cuidar y desarrollar estas capacidades). Y, si bien hay un pedido explícito a los sistemas de formación profesional para que garanticen el desarrollo de estas capacidades, hoy no se encuentran muchas referencias a la necesidad de su cuidado y desarrollo dentro del ámbito laboral.
Por otra parte, esta descripción de la profesionalidad parece ocultar o negar el conflicto que la atraviesa y que se vincula no solo con la personalidad, el carácter del individuo, sino, y fundamentalmente, con la influencia que tiene la organización laboral y sus requerimientos, en términos de mayor competencia e incremento de los niveles de productividad. Profesionales ambiciosos, autónomos, emprendedores, con capacidad de liderazgo, pero ubicados en un contexto socio-técnico con normas de convivencia vagamente definidas dificultan el desarrollo de los principios éticos que las organizaciones productivas demandan. La demanda a lo social —implícita en el término socio-afectivo y ético— da cuenta del ámbito colectivo, de las relaciones que en él se dan y de las normas que se requieren en la convivencia laboral. El desarrollo de la carrera profesional, que ya no se da solamente en el contexto socio-afectivo propio del ámbito familiar o el escolar, se proyecta en un contexto contradictorio entre el discurso de las competencias demandadas y las condiciones para su gestión. La percepción del tiempo, en la perspectiva de la “carrera” profesional y su percepción en términos de construcción colectiva, propia de una organización.
Retomemos, es claro que los pilares de la profesionalidad, en cualquier nivel de su desempeño —desde el ayudante hasta el nivel superior— y en cualquier ámbito, nos referimos tanto al sector público como al privado, son dos:
Nos interesa resaltar que estos pilares se construyen o se pueden destruir en el contexto laboral. El carácter, las destrezas, los conocimientos, los sentimientos son permanentemente afectados por la organización del trabajo y la manera en que se gestiona o, lo que parece es más habitual, la ausencia de gestión. La diferenciación de estos pilares no nos puede confundir, no se dan por separado, son dos caras de una misma moneda, la sinergia entre ambos es la clave del desarrollo del talento humano. Entendamos, nos enfrentamos a una sociedad más preocupada por el desarrollo de la inteligencia artificial que por el talento humano. La fábula del “Yo, robot” parece próxima a cumplirse: ¿podrán los robots preocuparse por el talento humano?
Los déficits en gestión del talento parecen ser compensados, en el discurso de los responsables de la gestión de personal y de la gestión de las políticas sociales, por una continua referencia al individuo en términos de emprendedor. En el primer caso para exigir el compromiso con los objetivos de la empresa y en el segundo, para resolver el problema de una sociedad que avizora el fin del empleo (y como vemos, no del trabajo) en su horizonte temporal.
En ambos casos, se confunde la figura del emprendedor, más vinculada al individuo aislado de los procesos colectivos de trabajo, con la capacidad de emprender que requiere del ser y estar con otros en su desenvolvimiento. Este olvido intenta ser recuperado a través de la demanda de las capacidades socio-afectivas y éticas, requeridas para “estar con” e “innovar con” clientes, proveedores, superiores, pares o subordinados en el trabajo.
Obviamente, tanto en el caso de las capacidades laborales como de las socio-afectivas y éticas, su desarrollo exige que el individuo asuma responsabilidades, pero de igual forma interpela al contexto en el que éste se desarrolla.
Si no profundizamos el análisis sobre la gestión del talento humano corremos el riesgo de reemplazar la inteligencia humana por la artificial. El riesgo no solo se materializa en términos del futuro del empleo, sino del futuro del trabajo, una capacidad humana que estamos descuidando en una búsqueda del crecimiento y de resultados económicos de corto plazo. No se trata sólo de una perspectiva ambientalista catastrófica del futuro del planeta sino de nuestro futuro como personas, del futuro de la condición humana en la llamada sociedad del conocimiento.
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