El sociólogo norteamericano llega por primera vez al país, invitado por la Universidad de San Martín, junto a su esposa, la también socióloga y economista Saskia Sassen. Ambos disertarán en el Campus Miguelete, del 1 al 3 de agosto.
Cuando a sus 13 años Richard Sennett viajó a Francia para presentarse con su violonchelo, no imaginaba que sus sueños musicales iban a ser boicoteados por una enfermedad. En 1962, seis años después de ese recital y tras ser aceptado en el prestigioso conservatorio Juilliard, le fue diagnosticado el Síndrome del túnel carpiano, una neuropatía por la cual el nervio mediano -que permite la movilidad de los dedos- es presionado por ligamentos o tendones inflamados, lo que provoca agudos dolores y hasta el entumecimiento de la mano. Fue un abrupto fin para su prometedora carrera.
Nació el primer día de 1943 y creció en Cabrini Green, un barrio pobre y violento de Chicago, uno de los primeros proyectos de viviendas públicas multirraciales de los Estados Unidos. “Una comunidad mixta de negros, heridos y desquiciados que definen de manera tangible lo que es ser dejado a un lado tras el boom de la posguerra”, según definió. No conoció a su padre, un anarquista que lo abandonó a los pocos meses de nacer para luchar en la Segunda Guerra Mundial. Fue criado por su madre, Dorothy, escritora frustrada y distinguida trabajadora social.
Cuando una operación empeoró aún más la condición de su mano, descubrió que podía utilizarla para expresarse de otra manera y sin dolor; se olvidó por un tiempo de las cuerdas de su chelo para acercarse a las teclas de una máquina de escribir. Así, confirmó su postulado de que el hombre desarrolla su potencial mental a través de las manos: se licenció en Sociología en la Universidad de Chicago y se doctoró en Harvard. Fue alumno de la filósofa alemana Hannah Arendt. En 1969 publicó el primero de sus trabajos sociológicos: Nineteenth Century Cities: Essays In The New Urban History.
El reconocimiento llegó en 1974 con The Fall of Public Man (en español, El declive del hombre público), un estudio sobre los cambios en las formas de vida en la ciudad, en donde deja evidenciado el advenimiento del hombre egoísta. “Miles de personas están preocupadas por sus vidas individuales y sus emociones particulares como nunca antes; esta preocupación probó ser más una trampa que una liberación”, escribió el sociólogo estadounidense, que continúa la tradición pragmática iniciada por los filósofos William James y John Dewey.
A finales de la década del 70, mientras brindaba una conferencia sobre humanidades y pensamiento social en Bellagio, Italia, sintió la necesidad de armar un centro intelectual en Nueva York; así fundó junto al escritor Edmund White, de su misma nacionalidad, The New York Institute of Humanities. “Es una espacio que combina academia, los mundos de la publicación y la escritura, músicos, diplomáticos, periodistas, políticos, pintores…una especie de conjunto de almas con mala comida y muy buenas charlas”, dice. Entre los primeros entusiastas que se le acercaron se destacan la ensayista Susan Sontag, el filósofo e historiador Thomas Kuhn, el filósofo y teórico social francés Michel Foucault (a quien había conocido de joven gracias al violonchelo), el escritor italiano Italo Calvino y su par argentino Jorge Luis Borges.
Para poder hablar del hombre y la ciudad, de cómo la gente puede volverse intérprete competente de sus experiencias pese a los obstáculos que la sociedad pone en su camino, entendió que la experiencia cuenta. Tras abandonar su lugar natal, residió en Boston, en Nueva York y en Londres. Además realizó investigaciones alrededor del mundo. En sus más de trece obras sociológicas -que indagan sobre la familia, las clases trabajadoras y las diferencias sociales- utiliza estudios de caso, historias de vida y transcripciones de conversaciones. La sociología lo acercó a la literatura -escribió tres novelas-, la que lo ayudó a avanzar en sus estudios sociológicos; círculo vicioso que resuelve con una simple afirmación: “Para mí la literatura y la sociología no son cosas tan diferentes”.
Encontró a su compañera de vida en 1981, pero hacía ya mucho tiempo que la buscaba. Su primer matrimonio tuvo lugar en 1968 y fue anulado tan solo meses después. En 1974 se casó con la por aquel entonces editora del diario estadounidense The New York Times, Caroline Rand Herron, quien participó de manera activa en la creación del instituto neoyorkino. Se divorció en1978. A la socióloga y economista Saskia Sassen, su esposa y cómplice hace ya 25 años, la conoció en medio de una tormenta invernal. Tras ese encuentro casual, Richard organizó uno pautado; la invitó a comer a su casa. Cuando ella llegó a la cita, se dio cuenta que él, un apasionado de la cocina, había cocinado para 30 personas.
Hacen una buena dupla. La experiencia de vida de ella está alineada a los estudios de él: se crió en los Estados Unidos, Argentina, Italia, Francia y Holanda. A veces, cuando están solos -algo que no sucede a menudo debido a los compromisos laborales de cada uno-, hablan en español y se portan como niños. No tuvieron hijos juntos, pero Sennett trata al que Saskia tuvo años antes de conocerlo como si fuera propio.
Richard da clases de sociología en la Universidad de Nueva York y en la Escuela de Economía de Londres. Además es miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias, de la Sociedad Real de Literatura, de la Sociedad Real de las Artes y de la Academia Europea. Fue premiado en múltiples oportunidades; en los últimos años recibió el premio Tessenow, el premio Gerda Henkel y el premio Hegel.
En 2001 aseguró en una entrevista para el diario británico The Guardian: “Probablemente me quede sólo un libro que escribir”. Por suerte su presentimiento fue erróneo; ya publicó cuatro. El último, Together: The Rituals, Pleasures and Politics of Cooperation (2012), trata sobre el desafío de vivir en la diferencia y advierte que las instituciones actuales no enseñan a cooperar.
Sennett dice que sueña con que su vida termine en un perfecto círculo, junto al violonchelo. Tras varias operaciones logró recuperar la capacidad de su mano: “La habilidad de tocar de nuevo es uno de los mejores regalos que la madurez me ha traído”. En la actualidad integra dos grupos de cámara; uno en Nueva York y otro en Londres, sus dos hogares. Tiene un chelo en cada casa, porque tras los atentados a las Torres Gemelas le resulta muy difícil viajar en avión con el instrumento.