Una investigación del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos de Lectura Mundi-UNSAM analizó las preferencias de la población a la hora de vacunarse y qué relación tienen con los discursos de odio.
A cinco meses de iniciado el operativo de vacunación, los nombres comerciales de las vacunas contra el COVID-19 ya son parte del habla cotidiana de los argentinos. Y objetos de disputa. Los primeros resultados de un estudio realizado por el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA) de Lectura Mundi UNSAM muestran, entre otras cosas, cómo los argentinos se identifican con las vacunas de Pfizer, Sputnik V y AstraZeneca y Sinopharm.
En esa discusión, tomaron partido y discutieron en chats y redes sociales sobre sus preferencias. La encuesta del LEDA registró esos posicionamientos, que revelan un mapa heterogéneo: la vacuna con mayores preferencias es la Sputnik V, elegida por un 13,21 % de la muestra. Detrás aparecen la fabricada por AstraZeneca (11,11 %), Pfizer (9,21 %) y Sinopharm (5 %), mientras que uno de cada tres encuestados no tiene preferencias. El otro dato relevante es que una de cada cinco personas desdeña la eficacia o está en contra de la vacuna.
Desde el inicio de la carrera sanitaria contra el virus, las negociaciones del gobierno argentino con países o empresas que desarrollaron las vacunas iniciaron un debate público que terminó poniendo al mismo nivel argumentos científicos con teorías conspirativas y prejuicios políticos heredados de la Guerra Fría.
El Informe Discursos de Odio en la Argentina señala que habría “una relación entre grupos de preferencia de determinadas vacunas y modos muy violentos de participación en la esfera pública”. Según los resultados de la encuesta, entre los que eligen la vacuna Pfizer, desarrollada en los Estados Unidos, un 45,8 % aprueba y promueve discursos de odio, aunque también es cierto que dentro de esta preferencia un 42,7 % los desaprueba.
Los porcentajes se mantienen en el mismo orden para aquellos que prefieren la vacuna de AstraZeneca, desarrollada por el Reino Unido: un 41,1 % promueve los discursos de odio y un 49,9 % los rechaza.
Sin embargo, la relación se modifica de manera contundente entre aquellos que elegirían vacunarse con la Sputnik V, del laboratorio ruso Gamaleya. En este caso, solo un 14,0 % aprueba los discursos de odio, mientras que un amplio 70,8 % los rechaza. Lo mismo sucede al analizar el índice DDO en relación a los que prefieren la vacuna china Sinopharm: un 21,9 % se manifiesta afín, mientras que el 67,7 % está en contra.
Para esta investigación, el LEDA hizo un relevamiento de más de 3.000 casos poniendo el foco en los discursos racistas y discriminatorios hacia los extranjeros y el colectivo LGTB+, pero también recabó las preferencias a la hora de recibir una vacuna contra el COVID-19.
“En la esfera pública pareció activarse la memoria de un conflicto que polarizó al mundo: comunismo/anti-comunismo. Si a los primeros se los demonizaba, a los segundos se los asociaba con el diálogo democrático. Sin embargo, en el cruce con el índice de DDO la asociación parece indicar un sentido inverso”, dice Ezequiel Ipar, doctor en Ciencias Sociales y director del proyecto. “Las preferencias o los ‘gustos’ en torno a las vacunas se transformaron en un prisma de nuestra cultura y del modo en el que usamos ese trasfondo cultural para enfrentar la pandemia”, explica.
La encuesta también muestra que entre los convencidos de que en las vacunas “hay algo raro”, el porcentaje de quienes promueven DDO asciende a 34,9 %. Entre los que consideran que “no hace falta vacunarse” el porcentaje es similar: un 34,1 % se manifiesta a favor estos discursos. Para completar, Ipar señala que entre quienes aceptaban cualquier vacuna “sólo un 17,1 % aprueba o promueve los discursos de odio”.
Desde hace meses, el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (Leda/Lectura Mundi – UNSAM) investiga el alcance y la propagación de los discursos de odio en la Argentina, cuyo crecimiento sostenido resulta alarmante. Para ello, el Leda construyó un índice que describe desde un plano analítico y sociológico las disposiciones de las personas hacia los discursos que promueven, incitan o legitiman “la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas en función de su pertenencia a un grupo religioso, étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social” en la esfera pública digital.
La primera etapa de este estudio tuvo lugar entre noviembre de 2020 y febrero de 2021. Sus resultados son sumamente reveladores, ya que es el primer trabajo académico en el país en abordar de manera sistemática y federal este tipo de fenómenos. “Para comprender qué está sucediendo y qué puede suceder con los discursos de odio tenemos que contar con instrumentos adecuados que permitan medir su fuerza, su distribución en la ciudadanía y sus posibles causas. Es necesario contar con información objetiva que nos permita conocernos a través de un espejo en el que no siempre nos gusta mirarnos”, explica Micaela Cuesta, doctora en Ciencias Sociales e integrante del Leda.
Este informe también indagó en algunos prejuicios sobre el origen de la pandemia y la reactualización de antiguos prejuicios antisemitas que vinculan a los judíos con el afán de hacer fortuna. Sorprendentemente, casi cuatro de cada diez personas —un 37 %— mostraron algún grado de acuerdo con la idea de que el coronavirus surgió como un plan de empresarios judíos para ganar dinero fabricando vacunas. En el otro extremo, un 43,8 % manifestó algún tipo de desacuerdo.
“El antisemitismo no es un prejuicio social que funcione aislado, sino que se articula con otros que, como podemos ver en los resultados, disponen también a la aprobación y la promoción generalizada de los discursos de odio”, agrega Lucia Wegelin, doctora en Ciencias Sociales e integrante del estudio. En ese sentido, ambos investigadores advirtieron que el crecimiento de estas formas radicalizadas del odio social es uno de los mayores desafíos que enfrenta hoy la convivencia democrática. “Estos discursos y su instrumentalización a través de las redes sociales tienden a destruir esa confianza mínima que todo sujeto necesita para expresar su voz públicamente y generan de esta manera un nuevo tipo de censura, una exclusión participativa”, concluyen.
Esta nota fue publicada en ElDiarioAr.