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El director médico del Centro Asistencial Universitario de la UNSAM es neurólogo y se especializa en fisiatría y rehabilitación neurológica. Con más de 20 años de carrera trató a decenas de pacientes y hoy atiende a personas con enfermedades neurodegenerativas con Covid-19.
Luciano Viale está sentado en su escritorio del consultorio de neurología del Hospital San Juan de Dios, esperando a su próximo paciente, cuando le informan que lo necesitan en terapia intensiva. Apoya su codo en la mesa, masajea su frente con tres dedos de su mano izquierda y después de un largo suspiro dice “bueno” y se pone de pie. Ya en el vestuario del hospital se pone el camisolín, barbijo, cofia y gafas protectoras. Vestido con “estilo astronauta” atiende a un paciente con una enfermedad neurodegenerativa que presenta síntomas de Covid-19.
— La comunicación con el paciente es más difícil porque uno grita y el paciente también porque no se escucha con el tapabocas. Si el paciente es hipoacúsico peor todavía. Está todo muy protocolizado: el paciente se sienta a dos metros de distancia, tenemos que mantener ventilados los consultorios, llamar a personal de limpieza a cada rato, usar mucho alcohol en gel…Las manos las tenemos deterioradas”.
Cuando termina de atenderlo se saca todo el uniforme protocolar y vuelve a su consultorio. Esa secuencia se repite todos los días desde hace casi siete meses. La cabeza y la espalda le empiezan a pasar factura.
—Todas estas cosas desgastan mucho. Por otro lado la gente está asustada y está más irascible en lo cotidiano… Estamos viendo muchas más patologías emocionales como ansiedad y depresión en nuestros pacientes. Además, las personas con enfermedad motriz se ven mucho más limitadas y han dejado los tratamientos de rehabilitación.
Cuando analiza el contexto actual, Luciano se muestra cauto. “Hasta los mejores infectólogos del mundo se han equivocado”, dice y advierte sobre el peligro que representan la saturación y el agotamiento que provoca la cuarentena: “Como médico trato de recalcar a mis pacientes que no salgan, que se pongan barbijo. No es un tema estrictamente de la Argentina, este cansancio se está viendo en muchos países. Es muy claro en Europa con los rebrotes.
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Luciano se levanta todos los días a las seis de la mañana y mientras desayuna se sienta en su computadora a trabajar. Prepara las clases virtuales para sus alumnos del Centro Asistencial Universitario (CAU) -el cual dirige-, revisa un paper a punto de ser enviado a una revista científica internacional, escribe un capítulo de su segundo libro sobre neurorehabilitación, envía mails y arma protocolos.
A las 9 y media corta y se dedica al cuidado de su hijo de dos años. Si el clima ayuda, salen a caminar. Mientras, su pareja, también médica, se sienta con su computadora. Unas horas después, empieza su trabajo en el Hospital San Juan de Dios de Ramos Mejía (La Matanza), donde integra el equipo de neurología. Los días que no va al hospital, Luciano atiende su consultorio particular y pasa largas horas en el CAU, aunque permanezca cerrado y no presente actividad asistencial durante la pandemia.
Alto, canoso y siempre de buen humor, en épocas de “normalidad” es común ver a Luciano en el Comedor Mensa y caminando por el Campus Miguelete con su ambo blanquísimo.
—Para mí estar en mi oficina del CAU es como estar en casa. Tengo pilas de libros que me traje. Extraño el Campus porque es mi casa y me encanta porque es algo abierto y no estoy en pleno Centro trabajando. Vivo un poco acá y respiro en el CAU.
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—Luciano como profesional se destaca por ser una persona muy metódica, muy detallista y muy dedicada a su trabajo. Está constantemente leyendo, busca mantenerse actualizado dentro de su área de interés y siente mucho interés y mucho amor por la investigación. Como persona es muy amable y conciliadora, se puede hablar con él como director y siempre está abierto a llegar a cuerdos comunes para evitar cualquier tipo de conflicto —dice Esteban Hidalgo, médico fisiatra del CAU
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Una tarde de junio del 2012, mientras atendía a un paciente con una afección neurológica en el Hospital Álvarez, a Luciano lo llamó por teléfono su colega Horacio Miyagi para ofrecerle formar parte de un proyecto para instalar un hospital especializado en rehabilitación en una universidad pública de San Martín. “Bueno, después te llamo y vemos”, le contestó a las apuradas. Cuando terminó de atender a sus pacientes, se dio cuenta de lo que le habían propuesto.
—Cuando me di cuenta salí corriendo al balcón, lo llamé y le dije ‘che, pará. Me interesa un montón. Me interesa realmente’. Al principio no caí… Me dijo ‘bueno, venite el viernes’”.
Ese viernes Luciano conoció a Hugo Rodríguez Isarn, doctor en kinesiología y fisiatría y actual director ejecutivo del CAU, y también junto a Horacio Miyagi, rápidamente armaron protocolos, buscaron presupuestos, diseñaron los consultorios para las instalaciones de las barras paralelas, espaldares, piletas y todo lo necesario, formaron equipos de trabajo interdisciplinarios, fueron y vinieron con papeles para la habilitación provincial decenas de veces a La Plata, se reunieron con funcionarios del Ministerio de Salud.
—Luciano es una persona muy joven, muy bien formada y no solamente desde lo asistencial sino que ha hecho la carrera de formación docente. No es fácil tener todas las condiciones para ser director médico del CAU, y creo que Luciano las reúne todas. Yo le vislumbro una gran carrera dentro de la Universidad, porque es un gran médico, tienen códigos muy estrictos, lo que en la medicina es fundamental y además es investigador, cosa poco habitual en la actividad médica. Es una persona sumamente idónea y responsable en lo que hace —dice Rodríguez Isarn, director ejecutivo y fundador del CAU.
Hoy el CAU está alojado en un edificio de 1200 metros cuadrados distribuidos en una planta para brindar accesibilidad y confort al paciente en el proceso de rehabilitación. Cuenta con tecnología de punta en biomecánica; ortesis y prótesis; baropodometría digital; un laboratorio de biomecánica y movimiento, hidroterapia y rehabilitación virtual. Se trata del primer centro de rehabilitación motora y sensorial localizado en el Campus de una universidad argentina. Sus principales actividades son la investigación, la formación clínica de estudiantes avanzados y la rehabilitación de adultos y menores.
—Yo vi nacer al CAU, por eso lo quiero tanto —dice Luciano— . Cuando falleció Horacio en el 2015 -era director médico del CAU-, yo que era coordinador asistencial me hice cargo de la dirección. El CAU es una parte mía. Yo represento al CAU en la Sociedad Neurológica Argentina. Trabajo a gusto muchas horas, me gusta estar con los pacientes y hablar con los colegas.
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“Che, Pa, ya lo decidí. Voy a estudiar kinesiología”, le dijo Luciano a su padre ingeniero electromecánico cuando terminó la secundaria. El joven deportista quería ayudar a la gente y en seguida se interesó por la rehabilitación. Se inscribió en la universidad y comenzó su carrera, pero en el segundo año la materia “Neurología” cambió su perspectiva y en tercero y cuarto, cuando empezó a tener contacto con pacientes con enfermedades neurológicas, se decidió.
Se recibió de kinesiólogo y no lo dudó: empezó a estudiar la carrera de Medicina para poder especializarse como neurólogo.
—Hoy lo pienso como una locura por haber empezado otra carrera desde cero. Yo tenía 24 años y la disfruté muchísimo. Cuando me recibí de kinesiólogo quise aprender otros saberes para poder indicar medicación, y especializarme en rehabilitación. Lo mío era la rehabilitación motriz, pero me fascinaba el sistema nervioso general.
Cuando comenzó a trabajar en rehabilitación neurológica, Luciano iba mucho a los domicilios de los pacientes. Cada uno de ellos le exigía casi una hora de tratamiento por visita.
—Entrás en un ámbito muy íntimo y establecer un vínculo muy cercano. Muchos te muestran fotos de sus hijos, de sus padres, te presentan a sus mascotas.
Nunca abandonó esa forma de relacionarse con sus pacientes. Hoy, en su consultorio, siempre se despide a sus pacientes con las mismas palabras: “Vení cuando lo necesites”.
Pero la rehabilitación neurológica no es una tarea sencilla. Muchos pacientes presentan problemas de comunicación y movilidad, las entrevistas y los análisis son largos, la rehabilitación lleva mucho tiempo y que las personas se acostumbren al uso de prótesis y órtesis es difícil. Es necesario contar con un consultorio apto para el manejo de andadores y sillas de ruedas y, dada las complejidades de los casos, las exigencias burocráticas como la redacción de certificados de discapacidad, también “llevan su tiempo”.
—A mi me apasiona lo que hago. Yo voy contento y con muchas ganas de hacer cosas, de ver pacientes, de solucionar problemas. Rara vez curamos pacientes sino que los mejoramos o acompañamos. Me siento útil en esa tarea. No siempre logramos lo que queremos, estamos también lidiando con agentes infecciosos, enfermedades neurodegenerativas, con personas con discapacidad o discapacidad progresiva. Como médico me siento útil.
—¿Qué sentís cuando ves que un paciente vuelve a caminar, o a mover un brazo o se acostumbra a una prótesis?
—Es el motor cotidiano. Tenemos pequeños momentos en la rehabilitación de un paciente que nos sentimos extremadamente satisfechos y agradecidos por lo que pudimos elegir. Cuando un paciente vuelve a pararse o a caminar, cuando vuelve a utilizar su mano, su brazo o propulsar una silla de ruedas por sí mismo es inexplicable lo que sentimos como equipo. Es el motor principal, es a lo que yo apunté cuando le dije a mi viejo que quería ayudar a la gente y cuando dije ‘quiero ser neurólogo’. Es el motor que me alienta a seguir y a esta altura creo que es difícil que se apague.