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Luis Alberto Ángel Iñíguez: “El teatro es una especie de refugio, de protección, de escape emocional en la realidad misma del encierro”

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A fines de febrero, la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Valencia fue el escenario de una jornada sobre arte y educación en contextos de encierro. El CUSAM participó del encuentro y compartió su experiencia en el penal de José L. Suárez. “A través del arte uno puede crear una especie de lugar seguro. Y, al mismo tiempo, es una herramienta para cuestionar y desafiar esa estructura de poder que perpetúa la vulnerabilidad acá adentro”, contó Luis Alberto, sociólogo por el CUSAM y protagonista de la obra Potestad.

Organizado por la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Valencia (España), el encuentro “El arte abre la cárcel: Refugios artísticos en contextos de encierroreafirmó la importancia de seguir construyendo espacios en los que el arte y la educación generen nuevas formas de sentido y contribuyan a la integración social.

Uno de los ejes centrales del encuentro fue la exploración de la obra Potestad, del dramaturgo argentino Eduardo Pavlovsky, dirigida por Sebastián Ostapow y protagonizada por Luis Alberto Ángel Iñíguez, sociólogo recibido en el CUSAM. El texto de Pavlovsky, que aborda el testimonio de un apropiador durante la última dictadura cívico-militar en la Argentina, es una herramienta que permite reflexionar sobre los derechos humanos, la memoria y la justicia, pero también resignificar las propias experiencias de encierro.

Acompañados por Gisela Bustos, directora del Centro Universitario San Martín (CUSAM), Diego Tejerina (sociólogo recibido en el CUSAM) y Mariela Lucero (diplomada en Logística por el CUSAM y vicepresidenta del Centro de Estudiantes CUSAM), Sebastián y Luis Alberto compartieron la experiencia de convertir el espacio carcelario en un escenario teatral, donde se genera un cruce entre el arte y la realidad cotidiana de lxs internxs.

La jornada también incluyó un conversatorio sobre experiencias de educación y artes en cárceles valencianas, del que participaron referentes internacionales como Pilar Almenar (Colectivo Impresas), Mireia Pepiol (educadora social en Albocàsser) y Joaquín Vila (Iniciatives Solidàries), quienes expusieron sus experiencias en las cárceles de Albocàsser y Picassent (España).

Tras la presentación, conversamos con Luis Alberto sobre la experiencia de hacer teatro en la cárcel.

 

¿Cómo llegaste a formar parte del proyecto teatral en el CUSAM?

Yo estoy desde que el proyecto educativo del CUSAM se inició, cuando en 2008 se empezó a gestionar y en 2009 arrancó la carrera de Sociología. En la primera materia, Introducción a la Sociología, era muy difícil hablar de Durkheim, de Weber, de Marx, porque lo que queríamos todos era procesar esa experiencia carcelaria y hablar de cómo habíamos caído en cana, y la clase al profe se le complicaba. Entonces la Universidad armó un espacio de arte, y ahí conectamos con el proceso académico desde un lugar de expresión que nos permitió ir procesando nuestra propia experiencia. Ahí surgieron un montón de cosas y ahí también nació el teatro. Hicimos El acompañamiento, de Carlos Gorostiza, y después un montón de experiencias teatrales en las que pusimos el cuerpo y tratamos de armar un taller grupal.

Después estuvimos durante casi dos años en otro espacio de la cárcel trabajando con Potestad, con algunas limitaciones mías por las cuales tuvimos que desistir. Después volvimos a retomar con todo: lo que estamos haciendo ahora es esta pieza teatral, que un poco es el producto de todas las experiencias teatrales previas a lo largo de estos años. 

¿Qué significa para vos interpretar un personaje como el de Potestad en este contexto?

Significa justicia, libertad y, a su vez, poder comprender esa personalidad del personaje, sus miedos, deseos y motivaciones. Creo también que el hecho de que este tipo Osvaldo, el personaje de Potestad, esté preso es un símbolo muy fuerte. Es toda una experiencia que vengan a ver esta obra a la cárcel, que vengan a ver al personaje que estuvimos trabajando. Un poco lo que ocurre es esta complicidad del silencio, ¿no? Puede ser una forma de complicidad con el mal también. Y también un poco el tema de la identidad. La obra invita un poco a eso: a poder reflexionar sobre cómo la identidad puede ser construida y destruida, especialmente en un contexto de violencia y represión.

El potencial que el arte tiene acá adentro es enorme: hay una relación directa entre el arte y la libertad. Yo siento que poder hacer esta obra, este personaje, de alguna manera también es una herramienta para poder superar las limitaciones, las restricciones que tenemos en este lugar. Y lo digo a través de la libertad de expresión, del mismo escape de la rutina, de la conexión con la imaginación, y de las oportunidades de reflexión que se presentan. Además, también aparece un sentimiento de comunidad: a través del arte uno puede crear una especie de refugio, un lugar seguro. Y, al mismo tiempo, siento que es una herramienta para cuestionar y desafiar esa estructura de poder que perpetúa la vulnerabilidad acá adentro. Siento que también tengo un escape emocional de la realidad misma del encierro. Por momentos, me permite olvidar la situación de cárcel y me sumerge en una historia, un personaje. Es como pasar de una realidad a una hiperrealidad.

¿Cómo fue el proceso de ensayos dentro del penal? ¿Qué desafíos enfrentaste?

Primero, leo todo el texto. Intento no avanzar si hay algo que no puedo entender y vuelvo hacia atrás hasta entender. Luego viene el proceso de memorización y lo voy haciendo por fragmentos: lo repito una y otra vez, una y otra vez. Después con Sebastián le pego una repasada, trabajamos las distintas intenciones, las distintas tonalidades. Hemos hecho varias pasadas del texto como si estuviera dando una clase acá en el CUSAM, dentro de un aula, para los estudiantes. También repasamos el texto como su fuera una situación de terapia en la que Sebastián es mi terapeuta, como algo más íntimo, más cercano, en un tono más confidencial. La idea es ir viendo los distintos tonos, cómo va tomando cuerpo.

Recuerdo cuando Sebastián me dijo “Bueno, después de tantas pasadas, de tanto trabajo tuyo, te felicito: al personaje ya lo tenés”. Es una caricia al alma el reconocimiento cuando viene después de tantas horas de trabajo, incluso poniéndole el cuerpo en el patio, en el pabellón, frente a los compañeros. Entonces Sebas me dice “Bueno, ahora hay que hacerlo crecer al personaje. No nos vamos a quedar con lo fácil, con lo cómodo, hay que hacerlo madurar”. Ahí empezó un trabajo a otro nivel, en el que tuve que crear ese vínculo con personajes que están en el escenario, pero que, en realidad, no están. Me tocó tener que llevarme una muñeca al pabellón y sentarla ahí, frente a la tele, conviviendo con nosotros en la celda, con lo que implica eso para mis compañeros. Así que me fui familiarizando con la muñeca y construyendo esos diálogos que luego iba a tener que representar en el escenario.

A veces, los desafíos que uno enfrenta en el entorno carcelario tienen que ver con el estrés, la presión y las dificultades para poder establecer una conexión con el personaje, pero todo esto tiene que ver con la misma dinámica de la cárcel. De todas formas, uno va ejercitando, va buscando la forma para que esas dificultades que se presentan en la cárcel te convoquen cada vez menos. Es todo un proceso, por eso yo hace un rato te hablaba de esta conexión del arte y la libertad. Esta conexión del arte como una especie de refugio, de protección, de escape emocional. A medida que uno va atravesando distintas experiencias teatrales, entonces cada vez son menos esta presión, este estrés, estas dificultades que tienen que ver con la dinámica de la cárcel. 

El viernes 16 de mayo a las 13 habrá una función especial de Potestad en el CUSAM, únicamente para internxs y trabajadorxs del los complejos penitenciarios N.º 47 y N.º 48 de José León Suárez.

Nota actualizada el 15 de abril de 2025

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