UNSAM Edita

Sol Montero: “Escribir lo social es una invitación y un deseo”

Compartimos el texto que elaboró Sol Montero, investigadora y profesora de la EPyG, para la presentación del libro “Escribir lo social. Entre los géneros académicos y sus fronteras”, de Lucía Álvarez y Luciana Strauss (editoras), en el acto inaugural de las licenciaturas de Antropología Social y Cultural y Sociología, realizado el 27 de marzo. Los artículos del volumen de la colección Cuadernos de Cátedra de UNSAM Edita recuperan la experiencia formativa de los talleres de Escritura y Argumentación y del Programa de Estudios en Escritura en Ciencias Sociales de la Escuela EIDAES. En ellos se abordan géneros académicos y fronterizos y se presentan los desafíos del proceso de escritura en la construcción de argumentaciones, en el trabajo de campo, la edición y la intervención pública.

Por Sol Montero  Foto: Pablo Carrera Oser

 

En los cursos de escritura académica, el esfuerzo de los profesores y las profesoras suele estar puesto en que los y las estudiantes conozcan las regularidades de los principales géneros académicos: su estructura, la ilación de sus partes, el tipo de sujeto responsable de la enunciación, la necesidad de evitar que el texto esté dominado por la opinión, la importancia de mantener cierto grado de impersonalidad, los tipos de argumentos a los que es posible recurrir, los modos de citar las fuentes y las bibliografía. Nos parece importante que los estudiantes conozcan e incorporen la normativa gramatical y de puntuación, en definitiva, que comprendan que el lenguaje (y el discurso académico) está estructurado y dominado por reglas que es preciso identificar para, eventualmente, poder romperlas. En suma, nos interesa que reflexionen sobre el lenguaje, porque es el material con el que van a trabajar en sus carreras y en sus profesiones.

Pero no alcanza con conocer las reglas: hoy en día cualquier programa corrige, traduce y hasta redacta textos muy correctos. Sin embargo, para cualquier lector más o menos experto o sensible, es evidente que esos textos no están hechos de materia humana ni tienen ningún tipo de impronta social o política.

Últimamente, los profesores de escritura estamos preocupados por el lugar que, en nuestros cursos y en la escritura en general, tiene la tecnología, las redes sociales, la IA: algo de esto plantea el epílogo del libro, escrito por Gabriel Vommaro: en tiempos de automatización, cuando las máquinas pueden hacer todo, ¿qué lugar queda para la escritura académica, cómo lo enseñamos? ¿Dónde yace lo propiamente humano, lo social o lo político en la escritura académica, si se trata, en última instancia, de textos relativamente estandarizados y estructurados, en los que priorizamos el impersonal por sobre la primera persona, los matizadores por sobre los subjetivemas, los argumentos cuasi-lógicos por sobre los argumentos ad hominem, en los que intentamos borrar al sujeto y mostrar nuestra escritura como un proceso aséptico, despojado de subjetividad? ¿En qué aspectos podemos decir que los estudiantes y nosotros, los docentes, nos implicamos subjetiva, social y políticamente en nuestros textos?

La escritura atraviesa, transforma, sacude, conmociona a los sujetos. Escribir, dentro o fuera de la universidad, hace circular algo del orden del deseo, y el deseo nos subjetiviza, nos da voz, nos da cuerpo. En ese sentido, escribir (y leer para escribir) sería lo contrario a un ejercicio aséptico, moderado o neutral. Esto no significa suscribir a la idea romántica del escritor loco, inspirado por las musas, tomado por el talento y la iluminación, claro que no: escribir es un procedimiento, es un ejercicio de montaje o de construcción. Muchos escritores lo asemejan a un trabajo artesanal como la orfebrería o la relojería; otros dicen que es como la geología, la arqueología o la minería, porque implica descender, rastrear algo oculto, picar un material duro. Stephen King dice que es escritor es como un carpintero; otros lo comparan con la tarea de un camionero, porque implica estar “horas y horas sentado, mirando hacia adelante, solo, colgado de la imaginación mientras todo va pasando rápidamente hacia atrás” –dice Juan José Becerra–.

Escribir es como manejar “un camión muy grande a la noche en un trayecto muy largo. Por momentos puede ser algo placentero. Difícil también. Una está tratando de llegar a alguna parte, y en un punto prefiere haber llegado, pero en el trayecto hay algo de padecimiento y de placer”, dice Marina Mariasch. Ese camino está habitado por la incertidumbre, por el no-saber completamente hacia donde vamos, y eso es profundamente político y humano. En ese sentido, podemos decir que escribir es un acto de fe, de confianza en nosotros mismos y en los efectos o las reverberaciones de nuestros textos.

Escribir, en la universidad y fuera de ella, es además un acto colectivo: primero, porque escribimos para otros, para un lector (imaginado, real, postulado) que oficia de destinatario ideal de nuestros textos. segundo, es colectivo porque escribimos con las palabras de otros: estamos habitados por las palabras, los dichos, las ideas de los que nos preceden y nos rodean: es el interdiscurso, es la polifonía inherente a todo discurso. A veces los estudiantes se quejan de esto, sienten que siempre hablan a través de otros, cuando voy a poder hablar yo, en mi nombre, sin tener que citar a otros? Pero en realidad es maravilloso saber que estamos habitados por nuestros antepasados, que nuestras palabras están cargadas de memoria y que nos inscribimos en una tradición. Por último, es colectiva porque se produce entre otres, y ese es el valor y la riqueza del taller: nos animamos a leernos, a escucharnos, a veces al escuchar nuestros textos leídos en voz alta nos sentimos expuestos como si estuviéramos desnudos, pero en esa lectura mutua nos reconocemos, nos reconciliamos con nuestros textos, recuperamos la fe en nuestras ideas iniciales.

Para terminar, quiero decir algo sobre el valor político, social y subjetivo de la argumentación. El libro Escribir lo social presenta una mirada sobre la escritura que le otorga un lugar central a la argumentación. ¿Por qué es importante aprender a argumentar en la universidad? ¿Por qué es importante aprender a argumentar hoy, en estos tiempos en que se instalan cada vez con mayor fuerza las fake news, las informaciones parciales, los sesgos de confirmación, en tiempos en que ya no parece necesario convencer a nadie sino, simplemente, ganar la discusión a como dé lugar? Más que nunca, en nuestros días es importante volver a los fundamentos de la retórica y la argumentación.

Ustedes saben que el arte de la retórica es el arte de convencer, de persuadir, de “conseguir el asentimiento del otro” a partir de un conjunto de pruebas (la tekhnè retorikè) que tienen que ver con el uso del lenguaje, con el modo en que se posiciona el orador y con la movilización de las emociones (logos, ethos y pathos). El principio más relevante de la argumentación es que es profundamente democrática: primero, porque una situación argumentativa es básicamente conflictiva, es una escena dividida: hay dos partes, a favor y en contra de algo, pero ese conflicto está enmarcado por un suelo común: lo que se llama la doxa, el sentido compartido, aquello que hace que sea posible hablar: por ejemplo, a la hora de argumentar a favor o en contra de una hipótesis, o de una ley, partimos de la base de que esa hipótesis o esa ley son factibles, legítimas, viables, y que podemos sentarnos a conversar. Entonces, siempre argumentamos en torno a una pregunta/cuestión (quaestio) que está abierta (como toda pregunta) y que, para que la argumentación avance y prospere, es fundamental conocer los argumentos del otro tan bien como los propios: es el requisito in utramque partem. Hoy, más que nunca, entonces, creemos que es preciso ejercitar y dominar el arte de la argumentación, de la polémica, del intercambio, que es siempre un modo de estar con otro, de seducir, de escuchar.

El libro Escribir lo social es una invitación y un deseo. Quienes nos dedicamos a pensar y enseñar la escritura universitaria deseamos que los textos académicos producidos en la universidad sean también la ocasión para forjar un estilo de escritura y de pensamiento, a partir de todas las herramientas analógicas o informáticas de las que querramos echar mano. Que los escritos reconozcan la polifonía intrínseca a los textos académicos (y al lenguaje mismo), que den cuenta de las capas de voces, puntos de vista y posiciones que se juegan en un enunciado, que puedan identificarlos, citarlos, cuestionarlos, retomarlos y así recortar su propia voz, que se inscribe, siempre, en una trama de discursos ajenos que le son constitutivos. Que puedan polemizar (porque la polémica también es inherente al lenguaje, y no un accidente ni un desvío), tomando discursos ajenos y estableciendo, con y contra ellos, puntos de vista singulares. Deseamos, y esperamos, que los textos argumenten sobre esos puntos de vista, que imaginen hipótesis de lectura, que aventuren interpretaciones sobre los conceptos o sobre los fenómenos estudiados, y que sus argumentos sean sólidos pero no inamovibles. Esperamos, por último, que nuestros estudiantes encuentren una voz, un tono, una torsión, un giro en el lenguaje que les permita experimentar los pliegues de la escritura, el placer del texto, la inflexión subjetiva, aunque escriban sus ensayos en tercera persona o en un modo impersonal.

Deseamos, en definitiva, que lo académico no quite lo valiente.

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Nota actualizada el 29 de mayo de 2024

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