Compartimos el texto que elaboró Mariana Luzzi, investigadora y profesora del EIDAES, para la presentación del libro “Escribir lo social. Entre los géneros académicos y sus fronteras”, de Lucía Álvarez y Luciana Strauss (editoras), en el acto inaugural de las licenciaturas de Antropología Social y Cultural y Sociología. Los artículos del volumen de la colección Cuadernos de Cátedra de UNSAM Edita recuperan la experiencia formativa de los talleres de Escritura y Argumentación y del Programa de Estudios en Escritura en Ciencias Sociales de la Escuela EIDAES. En ellos se abordan géneros académicos y fronterizos y se presentan los desafíos del proceso de escritura en la construcción de argumentaciones, en el trabajo de campo, la edición y la intervención pública.
1.
Lo primero que me gustaría decirles hoy es que me habría encantado cursar esta materia cuando estudiaba. Cuando cursé la carrera de Sociología, en otra universidad y hace muchos años, no solo no existían Talleres de escritura y argumentación, sino que ni siquiera se consideraba que escribir fuera algo que tuviéramos que aprender.
¿A quién se le ocurría? Si estábamos en la universidad era porque ya habíamos superado con éxito los niveles educativos previos. Leer y escribir ya sabíamos.
Tampoco a nadie se le ocurría entonces algo que vino mucho después (aunque quizás un poco antes que la preocupación por la escritura): que saber leer, así, en general, no significaba saber leer y comprender textos universitarios. Y que eso era algo que debía enseñarse; no podía darse por sentado. La llamada “alfabetización académica” no se había inventado en los ‘90, o al menos no había llegado hasta nosotros.
Para que se den una idea del mundo del que les hablo: creo que la primera investigación que leí completa (no un libro de sociología, no un texto teórico ni un ensayo), la primera investigación empírica a la que me enfrenté me llegó recién en segundo año de la carrera, en una materia de Metodología de Investigación.
(Miento, en realidad, como muchas generaciones de estudiantes de Sociología de la UBA, la primera investigación que leí completa fue Los Herederos, de Pierre Bourdieu, en una traducción vieja en la que el libro que se llamaba “Los estudiantes y la cultura”. A ella no se aplica nada de lo que voy a contar, pero tampoco cuenta, porque ninguno de nosotros en su sano juicio se imaginabaque algún día podría ser Bourdieu).
En cambio, en Metodología nos hacían leer una investigación reciente, sobre la Argentina, hecha por uno de los profesores de la cátedra que cursábamos, en una institución pública. Algo más fácil de imaginar en nuestro futuro. Lástima que casi nadie a los 19 años quería eso para sí.
El trabajo se ocupaba del mercado de trabajo en la Argentina. Estaba basado en datos cuantitativos (imagino ahora que serían datos de la EPH) y era lo menos cautivante que había leído en mi vida. La estructura del texto era la siguiente: definiciones, presentación de objetivos y métodos, resultados: cuadro, párrafo narrando en palabras los números del cuadro; gráfico, párrafo idem; y así durante muchas páginas hasta el final.
Como no se trataba de una materia específica sobre el tema, sino de una Metodología de la Investigación, el único propósito de la lectura era mostrarnos los pasos que debía cumplir una investigación empírica. Identificar un tema, definir un problema con sus respectivas preguntas, plantear la metodología, identificar variables, operacionalizarlas, construir los datos, analizarlos, escribir el informe de investigación (donde debíamos dar cuenta de esos pasos previos).
¿Escribir?: el último paso. Lo que venía después de haber investigado, con un único propósito, “contar” lo ya hecho. Que esa forma de producir conocimiento era un embole fue algo que descubrí enseguida. En cambio, pasaron muchos años hasta que entendí que ese modo de entender el vínculo entre investigación y escritura era errado.
Ustedes, estudiantes de la Escuela IDAES, son muy afortunados: este libro se los cuenta ni bien comienzan la carrera, y no solo eso, sino que crea un espacio para poder problematizar esa relación compleja, a veces esquiva, entre escritura y producción de conocimiento en ciencias sociales. Esa, creo, es la gran invitación del libro que presentamos hoy y eso solo es motivo de celebración.
2.
El libro le presta mucha atención a los géneros fronterizos, a la hibridez, a lo que es de un campo (la vida académica, la producción científica) y también de otro (la literatura, el periodismo, la ficción), espacios que alguna vez fueron más cercanos entre sí pero que hoy están claramente separados.
Esa hibridez no es solo propiedad de los textos, sino que está presente en la trayectoria de las compiladoras, y de al menos algunos autores: Luciana Strauss escribe ficción (y publicó una novela), Lucía Alvarez es periodista, Gabriel Vommaro -autor de un bello epílogo- ha publicado libros de cuentos y una novela también.
Y no me parece extraño que un libro como este venga de la mano de dos autoras que escriben, no solo como cientistas sociales. Porque hay un registro que recorre el libro (y es su segundo gran aporte, creo yo) y es el del oficio de escribir.
Es decir, la escritura como un hacer, como una práctica que se aprende, que tiene sus códigos y sus herramientas, que puede entrenarse, al igual que otros saberes prácticos. Voy a tratar de explicarme mejor. Cuando hablamos de oficios, solemos pensar en trabajos manuales. En un conjunto de habilidades que se aprenden más haciendo, y viendo a los otros hacer, que de manera escolar. Que tiene una sistematicidad, pero que no es la del cuaderno y el pizarrón. Que depende fuertemente de la repetición: hacer, hacer y hacer (hasta que el tejido queda sin agujeros, hasta que la torta queda esponjosa, hasta que la carne está cocida por dentro sin quedar carbonizada por afuera). Y que también depende del error: de poder identificarlo, de saber reconocerlo y de querer enmendarlo.
Cuando una persona está entrenada en un oficio, una de las cosas que domina son las técnicas, los procedimientos. Es quien ve, quien prueba, quien lee y puede darse rápidamente cuenta de cómo está hecho eso que tiene delante.
El libro que tenemos aquí, y sobre todo el taller al que está asociado, ofrece una puerta de entrada para ese oficio, que en este caso viene encadenado con otro (si no subordinado a él): el de investigar.
3.
Cuando investigamos, la escritura no viene después, sino que es parte constitutiva del asunto. Y esto en dos sentidos.
Uno que podríamos considerar más débil: la escritura es un hacer que está presente en todo momento de la investigación, desde el comienzo. En los resúmenes de lo que leemos, en las notas del trabajo de campo o archivo, en las preguntas que hacemos a las personas que entrevistamos o, más figurativamente, a los datos que procesamos. Es una de las herramientas fundamentales de nuestro hacer como investigadores (al igual que la lectura).
Pero es también mucho más, y este -que los autores de este libro no se cansan de afirmar- es el sentido más fuerte de aquella afirmación. Escribir es una de las maneras (sino la manera por excelencia) en las que pensamos. A diferencia de lo que me enseñaron los viejos metodólogos, las ideas no vienen antes de la escritura, sino que se elaboran, se ponen en tensión, logran su forma definitiva mientras escribimos.
Por supuesto, no se trata de llevar las cosas al punto del ridículo: nadie escribe las conclusiones de la investigación antes de procesar los datos o de hacer las entrevistas (o al menos no debería, o en todo caso no debería llamar a eso investigación…).
Pero contra la ilusión de nuestros especialistas en el mercado de trabajo, los datos, los materiales, no son ideas. Tampoco las lecturas de otros autores lo son: son sus ideas, pero no las nuestras. Las ideas se fabrican en nuestra confrontación con los materiales, escribiendo (y muchas veces hablando antes, durante y después con otros, pero ese es otro tema, que este libro no aborda).
De esta afirmación se deriva una aplicación práctica que es fundamental, y que a mí me habría gustado que alguien me diga cuando comencé a estudiar: para comenzar a escribir no hay que esperar a saber exactamente qué queremos decir (o qué tenemos para decir). Vamos a descubrirlo escribiendo.
Y cuantas más herramientas tengamos para que esa escritura sea creativa (que no quiere decir volada, ni barroca ni nada de eso, al menos no para mí), mejor nos va a ir.
Y una derivación más, particularmente sensible para quienes nos dedicamos a las ciencias sociales y amamos nuestras lecturas: para lanzarse a la escritura, tampoco hay que esperar a haber leído todo. Leer y escribir, como pensar y escribir, también van juntos.
Para terminar, quisiera dejarlos con una cita con la que justo me crucé en estos días en que leía el libro de Luciana y Lucía. Es de un libro de (¿cuentos? ¿ensayos? ¿crónicas? ¿un híbrido de todos ellos?) del escritor norteamericano Peter Orner, que se llama ¿Hay alguien ahí? Orner escribe, pero sobre todo lee, mucho, todo el tiempo. Los textos del libro son de hecho sobre aquello que lee, o recuerda haber leído. Dice: leer es lo que me mantiene vivo. Pero también advierte (se advierte a sí mismo): “Los 13 tomos de Chejov no me van a ayudar a escribir una oración que respire. Eso viene de otro lado”. Es otro lado, para Orner, es el mundo vivo. Estar atento al mundo es la clave para escribir. Y yo creo que esta máxima vale también para el oficio de investigar, que es el nuestro, así que con este mensaje los dejo. Muchas gracias y felicitaciones a las autoras y autores.
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