La profesora de la Maestría en Estudios sobre Imagen y Archivos Fotográficos de la Escuela de Arte y Patrimonio habla sobre su nuevo libro “Monstruos de papel. Fotografía, medicina y cultura impresa en la Argentina (1870-1915)”, en el que investiga el uso de la fotografía en revistas de medicina de finales del siglo XIX y principios del XX. “Los monstruos de papel son los miedos de la sociedad: el miedo a enfermarse, a morir, a ser diferente, a enloquecer, a no estar integrado en el tejido social”. Con esta entrevista, UNSAM Edita inaugura el ciclo Entrevistas en Festina, una serie de conversaciones con autorxs del catálogo de UNSAM Edita en la librería de la Universidad.
María Claudia Pantoja es historiadora, profesora de la Maestría en Estudios sobre Imagen y Archivos Fotográficos de la Escuela de Arte y Patrimonio (EAyP) de la UNSAM y coordinadora del Archivo Histórico de la Cancillería Argentina. Su tesis para la Maestría en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la Escuela IDAES dio origen a su libro Monstruos de papel. Fotografía, medicina y cultura impresa en la Argentina (1870-1915), último título de la Colección Artes de UNSAM Edita.
En esta entrevista, Pantoja comparte detalles sobre su trabajo de investigación en torno al uso de la fotografía en revistas de medicina de finales del siglo XIX y principios del XX, y reflexiona sobre la importancia de los cruces entre el arte y la ciencia en la historia visual de la Argentina y de América Latina.
¿Cómo fue que empezaste a investigar sobre los usos de la fotografía en las revistas de medicina en el tránsito del siglo XIX al XX?
Siempre me interesó la historia de la fotografía, pero hubo un hecho particular y fortuito que influyó en la elección del tema: un taller de historia de la fotografía que hice con Abel Alexander, maestro y pionero en el país, a partir del cual descubrí un libro sobre fotografías médicas de César Gotta y Alfredo Buzzi, ambos médicos y coleccionistas. Había imágenes que me cautivaron, en particular, unas de elefantiasis de Cristiano Junior. Me gusta la historia de la ciencia y, de hecho, ya había trabajado en mi tesis de licenciatura con un archivo científico. Por eso cuando encontré ese libro dije “quizás puedo ir por acá”.
¿Cómo transitaste el proceso de pasar de la tesis a un libro? ¿Cómo fue el trabajo de edición con UNSAM Edita?
Tuve que hacer un trabajo de edición importante, porque la escritura académica tiene sus reglas. Se exige poner el conocimiento a disposición de los pares. Entonces hay que demostrar un corpus teórico, especificar la metodología, ser muy detallista. Y por ahí en un libro se simplifica para que la lectura pueda resultar un poco más ágil, sin tantas interrupciones, por supuesto, sin nunca dejar de fundamentar. La diferencia está en que en un libro el énfasis no está tan puesto en el caminito que se hizo para llegar a las conclusiones, sino en las conclusiones mismas.
¿Qué son los “monstruos de papel”?
La idea del monstruo viene a partir de lo que yo interpreto como los miedos de la sociedad: el miedo a enfermarse, el miedo a morir, el miedo a ser diferente, a no estar integrado en el tejido social, a enloquecer. Monstruos de papel es una metáfora de la fotografía médica. El papel es el soporte en el que las fotografías se hacen carne, se convierten en objeto. Puede ser una fotografía, una postal, un libro, una revista.
Cuándo hablás de fotografía médica ¿a qué te referís?
Es la fotografía usada con fines médicos. Hay distintos tipos de usos: se puede, por ejemplo, hacer comparaciones, pero también diagnosticar a través de las manifestaciones visuales en los cuerpos. A su vez, la fotografía transmite ideas que están por fuera de la imagen impresa, tiene un bagaje de conceptos, preconceptos y prejuicios que están contenidos en esa imagen resultante, en ese retrato o en esa porción de cuerpo. La medicina involucra al cuerpo de las personas, si bien no necesariamente son retratos tradicionales. También hay otro tipo de fotografías que son microscópicas o radiográficas.
Una primera lectura del libro sugiere que la introducción de la fotografía en la literatura científica de medicina se relaciona con una mirada cientificista y positivista en la cual la fotografía aparece como “una herramienta tecnológica al servicio de la verdad, un testimonio incontestable de ‘lo real’”. Pero, a medida que se avanza en la lectura, van apareciendo pliegues que permiten al menos preguntarse si este enfoque no estuvo también entramado con otras cosmovisiones. Un ejemplo es cuando analizás la introducción de los rayos X en la Argentina y mostrás cómo esta tecnología fue también interpretada como “esotérica”, “mística”, “sobrenatural” o “fantasmagórica”, en tanto los rayos registran “lo invisible”. ¿Cuáles son las fronteras y los cruces entre la ciencia y la imaginación, la ciencia y el arte?
Desde sus orígenes, la fotografía estuvo atravesada por ese debate que subsiste hasta hoy en sus distintos formatos, técnicas y soportes. Puede ser pensada desde una doble vía: como un registro documental, pero también como arte. Para las/os artistas, la fotografía no es lo suficientemente artística porque está mediada por una máquina y, al mismo tiempo, para la ciencia, no es suficientemente objetiva por estar operada por una persona. Todo esto se está discutiendo cuando se empieza a usar la tecnología de los rayos X. Por esa época se quería pasar todo por el tamiz de la ciencia, inclusive lo sobrenatural. Por ejemplo, había una fantasía respecto a lo se podía ver y lo que no. También con relación a lo que las cámaras o rayos podían mostrar. Se intenta dejar todo el tiempo afuera a esta subjetividad, pero no se logra porque finalmente hay una persona detrás de la cámara, haciendo un encuadre, eligiendo un fondo. Lo que hace a la fotografía un objeto fascinante es que es un híbrido. Por ejemplo, actualmente existe una discusión sobre si los derechos autorales de un fotógrafo pueden ser considerados de la misma manera que los de un artista. En estos debates subyace la idea de que la fotografía está a mitad de camino entre el arte y la técnica. Y depende quién lo haga y en qué circunstancias va a tender más a una u la otra. Por eso, cuando hablamos de fotografías siempre es importante pensar en el contexto. Una fotografía de la cual desconocemos su contexto es una fotografía muda, es muy difícil leerla. Puede ser un retrato, una carta o una fotografía de una persona que se travestía en el siglo XIX. Y no es lo mismo si estas fotografías están en un álbum o si están publicadas en una revista científica.
Tu abordaje es interdisciplinario: se cruzan la historia de la ciencia y la cultura, la antropología, la criminología, la psiquiatría, psicología y los estudios de género. ¿La transdisciplinariedad fue algo que decidiste de antemano o una decisión que fuiste tomando a medida que avanzabas en el trabajo de investigación?
Me gusta la complejidad que implica la transdisciplina y creo que, en ese sentido, la Maestría en Historia del Arte de la Escuela IDAES, más allá del nombre que es muy tradicional, tiene docentes que aportan una perspectiva desde los estudios de la cultura visual que es profundamente interdisciplinaria. No hay manera de trabajar con la cultura visual sin hacerlo desde muchos lugares. La historia es necesaria, pero también la sociología, los estudios morfológicos, la antropología. Tenés que hacer un análisis social y no queda otra posibilidad que mirarlo desde muchos puntos de vista. El abordaje interdisciplinario no fue algo planteado de antemano, el tema mismo me lo fue pidiendo. Me daba cuenta de que no solamente tenía que saber de técnicas fotográficas o de impresión de fotografía, sino también de historia para entender un poco esas miradas decimonónicas. Por ejemplo, ¿qué se consideraba normal o anormal?
El libro abarca la última parte del siglo XIX y principios del siglo XX, ¿hay otros monstruos hoy? ¿Cómo son?
Hoy hay monstruos con pixeles, monstruos digitales. Estos monstruos están hechos de inteligencia artificial; por ejemplo, en las deep fakes, en las que vemos la cara de una persona insertada en un video. Ya no sabemos qué es verdad o mentira. No hay más monstruos de papel, hay monstruos digitales 2.0.
¿Y cómo afectan estos nuevos monstruos al trabajo de un/a historiador/a?
Creo que es necesario pensar en la gestión de los documentos desde nuestra propia trayectoria laboral y profesional, pero también desde las instituciones. Estamos en manos de técnicos o profesionales de sistemas que, por lo general, no se hacen preguntas sobre la posteridad, sobre cómo recuperar la información después de un determinado tiempo. Si no se establece un orden y cuáles son los mecanismos para preservar los documentos digitales va a haber un serio problema. Se habla de una nueva “Edad Oscura”. Hay una falta de conciencia sobre la cantidad enorme de material que producimos y sobre cómo vamos a guardarlo. En este sentido, las políticas públicas quizás deberían estar pensadas más hacia el futuro, pero desde nuestro presente, ¿cómo gestionar aquellos documentos que se producen hoy?
Tu trabajo muestra una exhaustiva indagación histórico conceptual, pero también un riguroso trabajo de archivo con material fotográfico. ¿Qué desafíos te presentó el trabajo con las fuentes?
El problema principal es la ausencia de archivos: trabajé con un corpus, con los rastros de esos archivos, y si bien esos archivos entiendo que existen, no son accesibles. Es decir, no están ordenados, no están conservados. La decisión entonces fue trabajar con las revistas que podían darle contexto a las imágenes, pero siempre preguntándome qué era lo que quedaba afuera de lo que se publicaba, entendiendo que las revistas son la punta del iceberg del trabajo científico al que yo no tuve acceso, pero puedo intuir o plantear algunas hipótesis de cómo se trabajaba. Sé que hay proyectos de recuperación y rescate de archivos en hospitales, pero están en una fase todavía inicial. No hay y no hubo nunca una política de preservación de archivos, no existe una ley de gestión documental. La preservación no está pensada en clave de archivos históricos, sino para la rendición de cuentas. Hay mucho trabajo por hacer, es un área que está floreciendo y hay muchas personas interesadas. Los archivos son fascinantes, pero las imágenes son mudas sino podemos hacer una investigación alrededor de quién las produjo, por qué y para qué. Hay que hacerles las preguntas correctas. Quedarnos no solo con lo que está contenido en la imagen, sino bucear alrededor de ellas. Un trabajo serio no es una compilación de imágenes lindas, sino que tiene que implicar un trabajo contextual que reconstruya el marco de producción de esas imágenes. Y así hacerlas hablar.
Sobre el final del libro alertás sobre la falta de preservación y acceso a los archivos de las instituciones públicas vinculadas con la salud en la Argentina. ¿Qué políticas públicas pensás que deberían implementarse en este sentido?
Es bastante sencillo. Necesitás proyectos liderados por profesionales del ámbito de la conservación y la archivística con recursos suficientes para rescatar archivos de los sótanos o de las bolsas de consorcio, tal como se encuentran, por ejemplo, en los psiquiátricos de la Ciudad de Buenos Aires. En la provincia de Buenos Aires hay algunos proyectos que ya están en marcha, pero faltan más.
Arte. artes visuales, cultura impresa, fotografía, medicina, Pantoja