UNSAM Edita

¿Por qué muchos argentinos y argentinas apoyan la soja transgénica?

En su último libro “Las semillas del poder”, Amalia Leguizamón analiza las sinergias de poder que construyen el consenso y acallan las voces de justicia ambiental.

Por Nathalie Jarast

Argentina es el tercer productor y exportador mundial de cultivos transgénicos. La soja cubre la mitad de la superficie cultivable del país y representa un tercio de las exportaciones. En Las semillas del poder. Injusticia ambiental en la Argentina sojera, la socióloga Amalia Leguizamón analiza la rápida transformación agraria de nuestro país que resulta de la adopción temprana y la implementación intensiva de la soja transgénica. Su estudio se centra en comprender por qué muchos sectores apoyan ese tipo de cultivo, a pesar de los evidentes daños ecológicos y de salud que causan, incluso, en las mismas poblaciones que lo defienden. Conversamos con la autora sobre este nuevo título que se suma a la colección Ciencias Sociales.

En este libro eligió adentrarse en el paquete tecnológico de las semillas de soja transgénica y la agricultura a gran escala en la Argentina. ¿Qué la motivó a analizar este tema?
A pesar de lo masivo de esta transformación, cuando comencé mi investigación, poco se hablaba de ella. Era el año 2008, yo cursaba mi doctorado en sociología y necesitaba un tema de investigación. Y entonces surgió el conflicto del campo, aquella protesta en contra de la Resolución 125, que subía la tasa de retenciones a las exportaciones sojeras. El conflicto del campo por primera vez visibilizó la soja en la opinión pública. Nos hizo saber que la soja había desplazado a cultivos tradicionales como el trigo y que, además, esa soja había sido modificada por ingeniería genética. El motivo del conflicto, sin embargo, no fue la tecnología transgénica ni sus posibles costos –temas que movilizan a actores rurales y urbanos en otras partes del mundo, como India, Francia, Brasil o México–, sino la distribución de las ganancias del boom sojero. Eso me llevó a preguntarme sobre el cómo y el porqué de esta transformación agraria y, principalmente, por qué –en contraste con esos otros países– muchos argentinos y argentinas la apoyan a pesar de sus costos sociales y ecológicos.

¿Qué aporta el libro a la teoría y la metodología de la justicia ambiental?
Los estudios sobre justicia ambiental destacan las dinámicas de poder que dan lugar a una distribución desigual de los costos y los beneficios de las prácticas productivas. Con frecuencia, se dedican a documentar la distribución del daño ambiental, enfocando el análisis en las diferencias de raza y clase (sobre todo en los Estados Unidos y en las protestas de quienes sufren estos costos en contra de la injusticia ambiental). Este libro, en cambio, se centra en el análisis de las estrategias, mecanismos y dimensiones del poder que crean la justicia ambiental. Me enfoco en estudiar las estrategias del poder que crean la aquiescencia y el consenso. Esto es, estudio la ausencia de movilización en casos de injusticia ambiental. Aporto el concepto de “sinergias del poder” para considerar cómo múltiples dimensiones de desigualdad históricas intersectan entre sí y exacerban la injusticia ambiental, enfocándome en los actores que llamo “intermedios”, quienes se benefician pero también sufren los costos y tienen un rol en reproducir la injusticia ambiental.

¿Qué actores se ven involucrados en estas “sinergias del poder”?
Involucran a todos los grupos de actores a través del espectro de poder y privilegio. Distingo a quienes están en lo más alto, en el nivel intermedio, y en lo más bajo de las sinergias del poder, debido al efecto compuesto que se deriva del privilegio dado por su clase social, su raza y su género. Estudio cómo los actores con poder de decisión sobre la agricultura a gran escala, desde el Estado a los empresarios del agronegocio, asignan a la biotecnología transgénica usos y significaciones que sirven para crear consentimiento entre los actores que llamo “intermedios” y para disminuir el poder de los movimientos organizados por los sujetos racializados y feminizados, en lo bajo de la estructura social, quienes podrían apartar la trayectoria del desarrollo argentino del extractivismo sojero.

De hecho, uno de los puntos centrales de su análisis es la incorporación de la dimensión humana y la voz de esos “actores intermedios”. ¿Qué la llevó a centrarse en esta mirada?
Mucha de la bibliografía en la economía política, que es el material al que yo estuve expuesta durante mi doctorado, tiende a grandes niveles de abstracción, al enfocarse principalmente en el nivel macro, en las estructuras de la economía y la política. Incorporar una dimensión humana significó para mí incorporar los niveles meso y micro, además de metodologías cualitativas, para entender cómo las personas que viven y trabajan en y del campo piensan y sienten la producción agrícola a gran escala en su vida cotidiana. La expresión “actores intermedios” surgió de una observación muy simple. En la bibliografía sobre la injusticia ambiental el foco está en su mayoría puesto en los grupos marginalizados, que sufren los costos de las prácticas productivas y se organizan en acción colectiva para protestar contra la injusticia ambiental. Un grupo más reducido de estudios se han enfocado en el privilegio ambiental, en estudiar los grupos en lo más alto de la estructura social, los que tienen poder de decisión sobre los recursos ambientales y la innovación tecnológica, que se benefician de la producción sin cargar con ninguno de sus costos. Los “actores intermedios” son aquellos que, si bien no tienen poder de decisión, reciben algunos beneficios (en forma de ingresos, como los empleados de los agronegocios, por ejemplo, u otro caso, las esposas de los productores sojeros) pero, por vivir en las zonas rurales, también sufren algunos de sus costos (estar expuestos a las fumigaciones, en este caso). Como muestro en el libro, estos actores son claves para entender cómo funcionan la aquiescencia y el consenso.

En su investigación encontró diferencias de género en la respuesta de la gente del campo, ¿cuáles fueron los principales hallazgos?
Lo que descubrí es que las mujeres que están primariamente a cargo de sus familias, mujeres que se identifican como madres y cuidadoras, son más proclives a percibir los riesgos de las fumigaciones agroquímicas para la salud. Explico cómo y por qué esos roles de género las conducen a formas de saber y conocer diferentes, de género o generizadas. Lo interesante es que, a pesar de que estos sujetos feminizados tienden a reconocer el daño ambiental y a la salud de las fumigaciones, no todas ellas se organizan en acción colectiva.

Destaca el poder discursivo de las elites para contener las quejas y obtener consentimiento en las prácticas extractivistas, y que no hay oposición organizada, como sucede en otros países, contra los cultivos genéticamente modificados. ¿Qué condiciones son necesarias para un posible contradiscurso?
En la Argentina, los movimientos en contra de las fumigaciones con agroquímicos tóxicos y la tecnología transgénica, como las asambleas ciudadanas por la salud y la vida y los movimientos campesinos, no consiguen impactar en la política a nivel nacional. Las elites políticas y económicas despliegan tácticas y estrategias para detener a los activistas y silenciar sus demandas, frenando un posible contradiscurso. Para que este surja, sería necesario revertir o contrarrestar las condiciones estructurales e históricas que explico en el libro. Escribiría otro libro interesantísimo.

En las conclusiones, trae a colación la novela Distancia de rescate de Samantha Schweblin, ¿por qué decidió incluirla?
Me enteré de la existencia de este libro de pura casualidad, y cuándo lo leí no pude creer las coincidencias. En Distancia de rescate, Schweblin habla de mujeres, de madres, que notan los riesgos a la salud que devienen de la exposición a las fumigaciones. Pero ellas, tal como las madres que yo conocí en un pueblo sojero de la pampa que llamo Santa María, a pesar de estar preocupadas por la salud de sus hijos, mantienen el silencio en vez de organizarse y protestar. Traigo el libro a cuento porque estas historias de preocupaciones y temores por la salud de niños y niñas por la exposición a los agroquímicos tóxicos, aunque estén envueltas en negaciones y silencios, existen y necesitan ser contadas. El libro de Schweblin, como el mío, ayuda a visibilizar este problema.

Si los modos de producción agraria capitalista y extractivista se dan desde los inicios de nuestro país, ¿hay salida?
Los mitos orientadores de la identidad nacional, como son los de “civilización o barbarie” y los de la Argentina como “el granero del mundo”, son esenciales para entender cómo los argentinos hoy piensan la naturaleza, la vida rural, la producción agrícola y el lugar de la Argentina en la economía global. ¿Hay salida ante eso? Yo creo que sí, el cambio social es imparable. Desde que empecé mi trabajo de campo –allá por 2008– hasta hoy mucho ha cambiado: hay muchísima más conciencia sobre el impacto tóxico de los agroquímicos y hay muchísima más discusión sobre el riesgo social y ambiental del extractivismo, sobre todo relacionado con la minería. A la vez, este cambio es lento y, como analizo en el libro, difícil de alcanzar, por existencia de estas barreras estructurales y culturales que lo impiden, sumadas a la identidad cultural argentina y la dependencia económica de este modelo de desarrollo.

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Nota actualizada el 23 de octubre de 2023

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