LICH - Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas
Acaba de publicarse La trama del juarismo. Patrimonialismo y democracia en la política provincial argentina, de la vicedirectora del LICH Marina Farinetti. El libro es el fruto de una profunda investigación sobre este fenómeno político de Santiago del Estero que se inicia durante el primer peronismo y se extiende, con intermitencias en el poder, hasta el siglo XXI.
A fines de los años noventa del siglo pasado, la vicedirectora del LICH, Marina Farinetti, viajó a la provincia de Santiago del Estero interesada en investigar el Santiagueñazo, aquel estallido social de 1993 que fue una de las protestas de esa década contra las políticas de ajuste. En las numerosas entrevistas que realizaba para su investigación, siempre aparecía un concepto recurrente: el juarismo. De eso le hablaba todo el mundo. Así surgió en ella la inquietud por entender ese fenómeno político provincial que se inicia durante el primer peronismo, cuando se forja el liderazgo de Carlos Juárez, y se extiende, con intermitencias en el poder, hasta el siglo XXI en la figura de “Nina” Aragonés. “Es un objeto de estudio muy complejo que implica la investigación del régimen político provincial y de la historia política de Santiago del Estero”, señala Farinetti. “A partir de la sociología política fui incorporando una serie de herramientas para estudiar las relaciones de dominación y llegué a la conclusión de que se trata de un régimen político que denomino patrimonial-democrático”. El resultado de su rigurosa investigación es el libro La trama del juarismo. Patrimonialismo y democracia en la política provincial argentina, recientemente editado por Eudeba, sobre el cual conversamos en la siguiente entrevista.
-¿Cuál es la particularidad del juarismo como una versión del peronismo provincial?
Hay varios peronismos desde los orígenes. La historiografía ha avanzado notablemente en los últimos tiempos para la reconstrucción de los años formativos del peronismo, mostrando la diversidad de los ensamblajes entre el proyecto político de Perón y el campo político de cada provincia. En el caso de Santiago del Estero se da un desacople entre el proyecto político y el mundo social local, porque no existía el sujeto social que debía encarnarlo en primer plano: la clase obrera y el sindicalismo. En Santiago la mayor parte de los trabajadores eran pobladores del campo y de los obrajes. El laborismo se organizó en tres meses para apoyar la candidatura de Perón en las elecciones el 24 de febrero de 1946. En esa época se construye el liderazgo de Carlos Juárez. En 1949 ganó las elecciones a gobernador y fue protagonista en Santiago del Estero de una segunda oleada de democratización producto de la transformación social impulsada por el peronismo, por supuesto, “traducida” al mundo social provincial. Desde estos momentos iniciales se dirigió principalmente a la población del campo santiagueño y generó los cimientos de una persistente versión de peronismo sin trabajo industrial. En Santiago del Estero el peronismo no fue derrotado y Carlos Juárez ganó por tercera vez las elecciones para gobernador en 1983, la segunda vez había sido en 1973 (gobernó hasta el golpe de Estado de 1976). Los santiagueños participaban plenamente del clima que había en el país con el retorno de la democracia, sin embargo, mientras en el proceso nacional se reforzará la ruptura con el pasado autoritario, paralelamente, en forma creciente, el juarismo se convertirá en un pasado presente continuo del autoritarismo en la provincia. Se ha reflexionado mucho sobre la dictadura militar, en cambio, menos se ha investigado sobre este autoritarismo mezclado con democracia cuya complejidad suele simplificarse ubicándolo como resabio de un pasado tradicional que se conecta con una historia social, más lejana que la dictadura y aún más lejana que el peronismo. Las huellas del caudillismo en la época de la formación de la nación argentina y de las autonomías provinciales en el siglo XIX están en la superficie del presente de la provincia. Hay que comprender las paradojas de un régimen que combina la legitimidad electoral con mecanismos para producir temor que se despliegan en el plano imaginario.
-¿Cómo te acercás a este fenómeno y qué es lo que te resulta interesante para investigar?
Me interesé por el estallido social del 16 de diciembre de 1993 como tema de una tesis en el campo de los movimientos sociales. Ese día de furia la Casa de gobierno y la Legislatura santiagueñas fueron saqueadas y quemadas completamente, así como las residencias particulares de más de una decena de los principales referentes políticos. La casa de los Juárez no se salvó del saqueo y el incendio, aunque no gobernaban en ese momento. Realmente fue un acontecimiento que rompió con las formas del repertorio clásico de confrontación en los conflictos laborales. El Estado provincial adeudaba los salarios de los empleados públicos de tres meses y había suspendido todos los pagos a acreedores. La crisis económica era total y había también una crisis política profunda. Para enviar fondos para el salvataje, el gobierno nacional exigía a cambio la sanción por la Legislatura de un paquete de leyes entre las cuales estaba la privatización del banco provincial y de las empresas públicas, el congelamiento de salarios y la suspensión de contratos, entre otros. Podía comprender la indignación, pero me interesaba especialmente analizar los mecanismos que llevaron al desencadenamiento de la violencia y los que sostuvieron una acción colectiva coordinada como por un libreto anónimo. Realmente mi interés por el juarismo es un producto de la investigación sobre el estallido. En las entrevistas los santiagueños me hablaron de un régimen autoritario, de prácticas de persecución y exclusión política, así como del hecho ineludible y paradójico de la legitimidad electoral. Preguntábamos por el estallido y nos hablaban del juarismo: ¿partido, estado, régimen, versión del peronismo?
-¿Cómo se puede explicar la continuidad por décadas del poder político de Carlos Juarez, que siempre fue elegido de forma democrática?
La continuidad se explica en gran parte por la trama imaginaria del poder. Nos quedaríamos con una visión parcial si nos detuviéramos exclusivamente en la trama organizativa, es decir, en el papel de la máquina electoral y el Estado. Me llamó la atención el uso en el lenguaje ordinario de las fórmulas: “Juárez gobierna desde hace 50 años; directa o indirectamente”; “siempre fue el dueño del poder en Santiago del Estero”. Estas nociones hacen abstracción de períodos en los que hubo golpes militares, intervenciones federales, proscripción del peronismo y, en el período democrático abierto en 1983, de las derrotas electorales sufridas por el juarismo en 1985, 1987 y 1991. Los santiagueños atribuían a los “los Juárez” un poder sin límites y continuo que remitía a un pasado histórico que se volvía perpetuo por la misma acción de esa idea. Hay muchas anécdotas en torno a los “Juárez”. Con el tiempo me di cuenta de que la verdad era menos importante que la verosimilitud y sobre todo en la función que las anécdotas cumplían en la conformación del lazo social. Las anécdotas son muy importantes en la trama imaginaria. Son narraciones breves de un suceso curioso basadas en hechos reales y experiencias personales; no obstante, con el correr del tiempo las pequeñas modificaciones realizadas por cada persona que la cuenta pueden hacerla derivar en un relato ficticio. No debe perderse de vista que la trama imaginaria convive con el vigor de las luchas electorales. Varios estudios coinciden en observar la fluidez de las alianzas partidarias durante el juarismo, así como la fragmentación creciente de las opciones partidarias.
-Varias partes del libro están centradas en la esposa de Carlos Juarez, Mercedes Marina “Nina” Aragonés, que llega a ser gobernadora en 2002. Esta figura te permite observar la apertura de un nuevo espacio político en el juarismo, incluso utilizás la palabra “feminista” para referirte a ella. ¿Qué es lo que te hace pensar en ella en estos términos?
Cuando esta figura se visibiliza como la posibilidad más próxima para la sucesión del jefe histórico del peronismo en 2001-2002, en el lenguaje ordinario de los santiagueños se construye una barrera con palabras, una especie de imposibilidad: “ella no tiene vida pública”. Era su marido Carlos Juárez quien tenía una vida pública. Ella lideraba la rama femenina del peronismo, concebida esta como una red basada en la ampliación, politización y estatalización de los espacios domésticos. En este sentido, ella tenía que pasar a otro territorio. La experiencia de gobierno (2002-2004) logra la paridad en la representación política, o sea, realiza una demanda avanzada del movimiento feminista, y al mismo tiempo valoriza una mirada en principio tradicional sobre el rol político de las mujeres. Todavía me inquieta pensar sin preconceptos el movimiento de mujeres juaristas. ¿La vida pública debía ingresar en la casa o bien la casa en la escena política? El capítulo “Nina gobernadora” es el más abierto del libro en términos conceptuales. Mi punto de partida ha sido la intuición de pensar en términos de movimiento de mujeres y restituirlas al mundo en emergencia social en el que actuaban en los inicios del siglo XXI, tras el impacto del neoliberalismo en una de las zonas más pobres del país.
Historia Conceptual, Juarismo, peronismo, Política argentina