¿Qué significa hoy lo popular? En su último libro, “Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación”, Pablo Alabarces analiza cómo las culturas populares siguen señalando en América Latina un exceso, algo que persiste fuera de lo mediático. Aunque cada vez cuesta más hablar del pueblo, lo que permanece es la jerarquización, la discriminación, la subalternidad –de clase, de etnia, de raza, de género–, la invisibilización, el silencio. Todos los espacios donde, tercamente, habla lo popular.
Por Nathalie Jarast (UNSAM Edita)
En su último libro, Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación, el sociólogo Pablo Alabarces hace un balance profundo de los debates que, desde hace treinta años, organizaron los estudios sobre las culturas populares latinoamericanas. Propone nuevas perspectivas en tiempos de crisis para indagar sobre lo popular.
Escrito en plena pandemia, Alabarces cuestiona el concepto de “culturas populares”, aborda ejemplos que provienen de diversas disciplinas, se pregunta sobre el lugar de los intelectuales y plantea ocho proposiciones para pensar el campo. En esta entrevista, el autor habla sobre el libro, el proceso de elaboración y su propio devenir como investigador.
Desde hace muchos años que estudia la cultura popular, de hecho da un seminario que lleva ese nombre, ¿cómo surgió el interés en este tema?
Comencé a estudiar Letras en 1979, en plena dictadura. Creo que, en realidad, hubiera estudiado Periodismo o Comunicación, pero no existían como carreras universitarias. Apenas terminé, en una época en que no existía siquiera la palabra “posgrado”, comencé a trabajar en una cátedra de Semiología y, entre otros, me capturó Barthes con sus Mitologías. Al poco tiempo, conocí y comencé a estudiar con los fundadores de los estudios en cultura popular en la Argentina: Aníbal Ford, Jorge Rivera y Eduardo Romano, y entré a trabajar en la flamante Carrera de Comunicación de la UBA. Desde allí, nunca dejé de lidiar con la cultura popular y la cultura de masas. En 1990 me incorporé a la cátedra de Romano, justamente, en el Seminario de Cultura Popular. Allí sigo, treinta años después, a cargo del espacio desde el 2003.
La investigación presente en Pospopulares comenzó en México en 2012 como una charla en un seminario, ¿cómo fue el recorrido hasta convertirse en libro?
Todo lo que había aprendido con mis maestros entró en crisis en los años 90. Me habían impactado mucho las perspectivas del populismo clásico, que el menemismo me obligó a poner en duda. En esos años, hice mi maestría en sociología, y entre otros aprendizajes discutí las culturas populares con Beatriz Sarlo, otra de mis grandes maestras. Le dediqué muchos años a la sociología del deporte (con eso me doctoré en 2002, en Inglaterra) mientras seguía investigando sobre música popular y cultura de masas. Y a partir del nuevo siglo, comencé a pensar la necesidad de rediscutir toda la teoría sobre las culturas populares, muy congelada en los años 90. Desde el 2012, comencé a escribir las primeras cosas al respecto. La oportunidad de CALAS me permitió ordenar, organizar y repensar ese trabajo, y convertirlo en este libro (donde no hay casi una sola línea que no haya sido escrita originalmente).
¿Cuál es el doble juego que presenta el concepto de “culturas subalternas”?
Básicamente, el doble juego de la clase y de la jerarquía. Son las culturas de las clases subalternas, pero a la vez las culturas subalternizadas; es decir, desjerarquizadas y desvalorizadas. Y oprimidas, en muchos casos.
Hoy casi todos los consumos culturales pasan por el celular, ¿cómo impactan las tecnologías digitales en “lo popular”?
Parecen pasar por el celular, pero no es así. La TV tradicional sigue teniendo una centralidad evidente en el mundo popular. Sí es cierto que las nuevas tecnologías plantean un escenario de tensión y de cambio. Pero, por ahora, más como soporte que como consumo. Los viejos medios se han transformado, no han desaparecido. Ya no se compran más discos, pero la música popular sigue siendo un consumo clave, ya no como discos integrales, sino como listas o temas aislados.
El libro se incluye en la intersección de varios campos: la literatura, la sociología cultural y los estudios de comunicación de masas, ¿por qué esta mirada interdisciplinaria?
Posiblemente, porque es en la que me entrené toda mi carrera. Creo que esas miradas son indispensables: con una disciplina no alcanza para un mundo tan caótico. Pero no quiere decir que mis miradas sean las únicas posibles. Soy un gran lector y admirador, por ejemplo, de la antropología social y cultural. Pero no tengo ese entrenamiento, no soy etnógrafo y soy muy respetuoso de los que hacen buena antropología.
Presenta a María Elena Walsh como un claro ejemplo de las complejas relaciones entre las narrativas de la cultura de masas, las prácticas populares y la cultura “culta”, ¿por qué eligió a esta autora?
Fascinación por la figura, admiración, impacto en mi subjetividad infantil: serían todas buenas razones. Pero, además, es un ejemplo fantástico de ese encuentro. Es posiblemente la intelectual más anfibia de la cultura argentina.
¿Cuál es el rol de los académicos, los intelectuales como mediadores o “administradores”, en sus palabras, entre las culturas populares y sus representaciones en los textos de los otros?
Clave, en tanto y en cuanto las clases subalternas no ejerzan su propio derecho a la voz y a la enunciación, y a la administración de esas voces. Mientras tanto (hasta que vivamos en sociedades igualitarias), el rol intelectual es decisivo, pero entonces nos exige una responsabilidad y un compromiso fortísimo con la idea de lo democrático, para no caer en ventriloquías (es un argumento del libro) ni en paternalismos. O en complicidad con la opresión, lo que sería peor.
¿Cómo fue el proceso de escritura del libro, en plena cuarentena?
Debió haber sido escrito en la tranquilidad de mi estadía en Guadalajara, en una oficina con vista al campus y al verde, con almuerzo y conversación con amigos y colegas (y comida mexicana), y se transformó en el encierro de mi casa, en el peor momento de la cuarentena (me repatriaron el 31 de marzo). Pero conté con la solidaridad y el amor de mujer e hija, con las que estábamos encerrados 24 x 24; hicimos buenos pactos de uso del tiempo y de obligaciones compartidas (mi hija Catalina tenía sus clases virtuales, por ejemplo); y decidí radicalizar la obligación de la fecha que había prometido, como desafío. Carolina, mi esposa, es además una gran lectora, que iba tachando lo tachable a medida que iban saliendo los capítulos. Sobrevivimos, que no es poco.