#OrgulloUNSAM, Escuela IDAES, Notas de tapa
El docente e investigador del Instituto de Altos Estudios Sociales de la UNSAM obtuvo la distinción en la categoría Ciencias Sociales. En esta entrevista recorre la historia de la derecha argentina y analiza la polarización electoral en un contexto marcado por el uso de las redes sociales.
“Mi trayectoria como investigador está fuertemente definida por la actividad colectiva”, dice Gabriel Vommaro, profesor del Instituto de Altos Estudios (IDAES) de la UNSAM, para quien el premio que la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación le otorgó por su labor en el campo de las ciencias sociales es también un reconocimiento al esfuerzo de los colegas, directores y discípulos con los que trabajó durante años.
Sociólogo por la UBA y doctor en Sociología por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (Francia), Vommaro entiende como pocos la dinámica de la política argentina contemporánea. Su curiosidad lo hizo meterse de lleno en el estudio de temas muy diversos publicando una amplia variedad de libros y artículos especializados. “Mis preguntas tienen que ver con las transformaciones de los modos en que la sociedad se representa a sí misma”, dice.
¿Qué significa para vos el Premio Houssay?
Es el principal premio científico que otorga el Estado argentino. Ganarlo es un gran orgullo y satisfacción.
Hice mi recorrido educativo en el sistema público y hoy también trabajo en el ámbito público. El financiamiento estatal fue fundamental para mi recorrido escolar y para mi formación como investigador. Todos mis trabajos fueron financiados por entidades públicas. Cuando me dan el premio pienso en todo eso, en el recorrido colectivo, en la educación pública y en mi trabajo como investigador.
Lo paradójico es que el reconocimiento llega en un momento en el que hay muchos problemas con el financiamiento público, algo que genera un sabor agridulce. Es un gran reconocimiento, pero al mismo tiempo soy consciente de que en los últimos años fue muy difícil investigar en la Argentina.
¿Cómo llegaste a la UNSAM? ¿Cómo fue tu recorrido académico previo?
Me recibí de sociólogo en la UBA en el 2000. Después inicié una maestría en la misma universidad con una beca del CONICET y, al poco tiempo, me fui a Francia para hacer otra maestría y el doctorado. En 2006 volví al país para trabajar en la Universidad Nacional de General Sarmiento, en la que estuve durante doce años. En 2010 obtuve el ingreso a carrera en el CONICET.
Llegué como docente a la UNSAM en 2018, pero ya desde 2009 venía dando clases en las maestrías y doctorados del IDAES. Siempre tuve mucho contacto con colegas del Instituto, con los que montamos diversos proyectos de investigación.
Primero te interesaron las derechas argentinas y después pasaste a la comunicación política, ¿cómo fuiste cambiando tus focos de investigación?
Hay gente que es muy buena eligiendo un tema y siguiéndolo durante toda su carrera. Yo soy más disperso, tengo una curiosidad que no se agota en un solo tema. Tengo preguntas teóricas que formulo desde diferentes ángulos y por eso elijo temas diversos para abordar cuestiones similares.
Siempre estuve más motorizado por mi curiosidad que por un plan prefijado. Mis primeros trabajos de investigación fueron sobre el uso de las encuestas preelectorales en política, que fue mi tema de tesis de maestría, y eso me llevó al mundo de la comunicación política. Para mi tesis de doctorado me interesé por la relación entre el Estado y los sectores populares, que era el gran modo de pensar los vínculos políticos personalizados en la Argentina. Me pareció que era uno de los temas fundamentales para entender la política local y empecé a estudiar las transformaciones del vínculo entre el Estado y los sectores populares.
Escribiste bastante sobre el PRO y Cambiemos, ¿cuándo empezaste a investigarlos?
Cuando me doctoré tuve ganas de volver a investigar partidos políticos que estuvieran por fuera de las clases populares. Había un conjunto de ONGs, una trama asociativa de la sociedad civil más vinculada con sectores medios altos y altos, que participaba fuertemente de la intermediación entre el Estado y los sectores populares y que también se había involucrado políticamente a partir de ese nuevo partido que era el PRO. Entonces empecé a investigar cuáles eran los mundos sociales que nutrían de militantes a este nuevo partido que ya había llegado al gobierno en la Ciudad de Buenos Aires, pero que poca gente investigaba. Ya llevo diez años estudiando esas nuevas formas de centroderecha partidaria.
¿Qué son el PRO y Cambiemos?
Estudiamos toda la historia del PRO desde sus orígenes en 2001 hasta la conformación de Cambiemos en 2015. En todo el arco histórico de ese espacio político hay una gran continuidad, que es la de construir una fuerza política propia por fuera de los partidos tradicionales. De hecho, antes de 2015 el PRO se asociaba con otros sectores en elecciones locales, pero no conformaba una coalición fija permanente. En 2015 lo hace con sus socios no peronistas desde una posición dominante y sin la posibilidad de ser absorbido por el radicalismo.
La historia del PRO desde su conformación es la de un partido muy exitoso a la hora de acceder al poder, pero mucho menos exitoso gobernando y construyendo políticas a la altura de lo que significaba para las derechas argentinas tradicionales llegar al poder por vías democráticas.
¿Cómo definirías a la derecha en la Argentina?
Hay dos definiciones de derecha en la literatura: la sociológica, que dice que las izquierdas y las derechas se apoyan en electorados de clases sociales diferentes —la izquierda en electorados de sectores populares y la derecha en sectores medio-altos y altos y en las élites económicas—; y la ideológica, que dice que la izquierda siempre estuvo más preocupada por la igualdad, mientras que la derecha lo hizo por la libertad. En los dos casos, Cambiemos califica bien. Es una derecha clásica, pero a su vez nueva, y su programa de gobierno y sus políticas pueden ser definidas de ese modo.
¿Cambiemos es una nueva derecha o es una especie de residuo de la derecha argentina tradicional?
A veces la definición de nueva derecha es rimbombante, pero todo fenómeno nuevo está apoyado en viejos componentes. La idea que trae el PRO es la de construir una identidad propia preservada de la posibilidad de ser absorbida por los partidos tradicionales. Es muy poco ideológica y muy pragmática, e incorpora elementos de tradiciones diferentes.
Hay una tercera cuestión que tiene que ver con la idea de construir un discurso cada vez menos ideológico y menos basado en doctrinas y más conectado con discursos de autoayuda, de afectividad y cercanía. Por todo eso yo digo que es una nueva derecha. Tiene, por supuesto, elementos liberales y neoliberales clásicos que forman parte de ese espacio heterogéneo, pero creo que no son sus marcas distintivas.
Vos también analizaste el conflicto entre el Gobierno y las entidades agrarias en 2008. ¿Cuáles fueron las consecuencias políticas?
A partir de la polarización del kirchnerismo con las entidades agropecuarias surge una épica nacional y popular más fuerte, más central en su entidad y con una lógica más dicotómica y polarizada de pueblo-antipueblo. Eso tuvo un efecto paradójico: por un lado, se pudo construir una épica y una identidad más sólida que permitió movilizar a los sectores juveniles y, al mismo tiempo, se generó un bloqueo de los espacios de negociación con los adversarios.
Del otro lado, el conflicto con las entidades agrarias permitió movilizar a una oposición más dura al kirchnerismo. Se comenzaron a construir los marcos de referencia del antikirchnerismo, del discurso contra el Estado saqueador, contra un gobierno corrupto que le saca a los que producen para dárselo a los vagos, y todos esos tópicos que pasan a formar parte de esa identidad antikirchnerista. Una identidad que tarda más en construirse pero que empieza a encontrarse en las calles con una épica propia de la resistencia.
¿Cuándo nace la grieta? ¿Surge con el conflicto de 2008 o viene teñida de otras grietas como, por ejemplo, la del peronismo-antiperonismo del ’45?
Es una combinación de los dos tópicos. Si bien los marcos de referencia de la polarización actual empiezan a construirse en 2008, esa polarización se apoya en tradiciones culturales político-identitarias previas y, por lo tanto, trae memorias polarizadas anteriores. Durante el conflicto con el campo, el kirchnerismo mostró un discurso radicalizado en su elemento nacional y popular, en la idea de pueblo-antipueblo y del Estado contra las corporaciones, tomando elementos del peronismo más clásico. La oposición, a su vez, acentuó esos elementos antipopulares de la tradición antiperonista.
¿Cómo analizás la polarización en el contexto actual?
La polarización hace que las personas tomen posiciones en función de su preferencia partidaria o de su afinidad con un espacio político. Eso genera visiones muy maniqueas y simplificadas que, si bien dificultan el debate, tienen un costado muy positivo: generan posiciones políticas muy nítidas que permiten al electorado saber qué representa cada espacio. No existe conflicto político sin algún nivel de polarización.
¿Qué pensás de la comunicación política en un contexto en el que los grandes proyectos se anuncian por redes sociales como, por ejemplo, la candidatura presidencial de Alberto Fernández desde el twitter Cristina?
Las redes sociales tienen, sin duda, un rol importante. Son un canal de comunicación que le permite al político evitar dar notas en canales de televisión, por ejemplo. Pero hoy la política también pasa por el activismo político cara a cara, por las unidades básicas y las movilizaciones. El oficialismo, que es reacio a la política territorial, vivió en los últimos meses dos grandes movilizaciones de apoyo a sus principales líderes, en las que sus seguidores se encontraron en la plaza pública para decir “estamos acá y vamos a dar pelea”. No alcanza con las redes, hay algo de la presencia física en el espacio público que reafirma las identidades y construye movilización política.